martes, 7 de junio de 2016

Dos mujeres en una misma casa

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 Dos mujeres en una misma casa

     Abraham, en sus pocos años, casi como en el promedio de todos, logró darse cuenta de una diferenciación muy singular entre su verdadera madre y la otra mujer que vivía en su misma casa. Diferencia que trataba de entender a toda luz, intentando preguntarse algunas veces, aunque, sin encontrar por lo menos una respuesta clara. Sin rodeos, advertía ciertas composturas mesuradas, y alguna mirada subrepticia en su entorno. 
     Por los alrededores del puente, las voces de la gente de manera natural y esforzada no se dejaron esperar, y desde hacía mucho tiempo que había pasado de una persona a otra, y en ciertas ocasiones con ligera cautela. De todos modos, sea lo que fuere, la mayoría consideraba estar enterado de la situación.
       No sabía con exactitud toda la historia, pero entendió un día que su madre había sido sirvienta de la casa donde vivía. Precisamente, él había nacido en el mismo lugar. Ahora, no era fácil comprender por qué su madre se interrelacionaba con otra mujer, quien vivía también allí con sus propios hijos, siendo estos algo mayores. Por un momento, parecía una gran familia y muy singular, en la que todos trataban a veces y con gran esfuerzo, de vivir lo mejor posible.
     Abraham había creído que desde siempre y quizá por toda la vida, su madre había desempeñado el mismo papel. El hombre a quien miraba todos los días, era su padre, así había creído siempre; aunque, no le sentía absolutamente suyo. Por el contrario, sintió su presencia muy alejada, y más unido a los otros hijos y a la otra madre.
     No fue fácil descubrir un día y tratar de comprender que, su madre había sido violada por el hombre, y había sido engendrado bajo esas circunstancias. Ahora simplemente, le tocaba representar el papel que ocupaba en la casa: ser hijo ilegal, ser hijo bastardo.
     Claro, es por ello que prefería caminar en dirección a su hogar y llegar a estrecharse en los brazos de su madre. Eso sí tenía sentido.
     Cuando Abraham se encontraba con algunos niños, su sonrisa mostraba una mueca muy singular. Parecía forzada al mostrar casi todos los dientes y por cierto, se veían ligeramente deformados. Definitivamente, se convirtió en la expresión natural del primer saludo, unido a la forma en que, las mandíbulas y mucho más la inferior, salían hacia adelante, como queriendo extender el rostro para alargarlo un poco más. La gente se había acostumbrado a esa forma de su rostro, y con el pasar del tiempo, conservaría aún más la misma inclinación y la posición de los dientes.
     Su cuerpo mostraba a veces un aspecto cadavérico y cuando usaba algunas camisas y polos de mangas cortas, los huesos de los codos sobresalían sobre la piel y los huesos de sus muñecas daban la impresión de reventar.
     Los otros niños que vivían en su misma casa, dos hombres y una mujer, se veían mayores y eran también los hijos de quien creía su padre; a pesar de eso, parecía que vivía en una completa soledad con relación a ellos y solo sentía la cercanía de su verdadera madre.
     Así y todo, como un ser especial, aunque no lo era en realidad, fue dotado de una capacidad de comprensión que ni él mismo entendería a través de todos los años de su vida. Pero, estaba presente en sus ojos saltones como para ver su realidad y en cada pensamiento suyo, aunque nadie lo advertía abiertamente.
    En algunas oportunidades, algunos niños lo veían pasar muy tranquilo junto a su madre y una sonrisa brotaba natural de sus labios. En ese momento, se sentía el ser más importante sobre la tierra. Claro, con su madre y junto a ella en medio del camino, se llenaba de toda  la energía necesaria.
     Aunque podría parecer insólito, la madre de Abraham caminaba con el rostro muy sereno y con amplia magnificencia, y cualquiera, al mirarla, se daría cuenta del orgullo de su hijo. Ella también reflejaba a través de sus ojos claros, la alegría de ser madre y poco le importaban los comentarios entre dientes de algunas personas poco conocidas.

     Abraham y su madre ocupaban conjuntamente una habitación, mientras que el hombre a quien a veces llamaba de padre, vivía en una habitación anexa con sus propios hijos y otra madre. Las cosas se habían desarrollado de tal manera que, en cualquier momento, fluía un diálogo formal y acostumbrado entre las damas. Abraham muchas veces se interrogó sobre cada cosa extraña que llegaba a sus ojos, así, los fue abriendo mucho más y con el tiempo los sintió reventarse.

La muleta de Félix

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 La muleta de Félix
    
     Félix, el increíble Félix, corría con la cara sonriente y haciendo esfuerzo para alcanzar y subirse al ómnibus, el principal transporte público. Y ¡cómo lo hacía!, que cualquiera se admiraba al contemplarle. Incluso, quienes no lo conocían y circunstancialmente pasaban por la calle, quedaban absortos e impresionados al observar la proeza demostrada; aunque realmente, eran más las conocidas por los niños.
     La mayoría llegó a enterarse con mucho interés un día, lo que pareció ser una historia irreal o un cuento de terror, del modo en que Félix había perdido una pierna bajo las ruedas del tranvía. Lo cierto es que ahora, corría como saltando un obstáculo, pero con toda la energía depositada en su pierna izquierda. Quienes le miraban no podían creerlo y hasta sentían simultáneamente cierto pavor y admiración. Y no era para menos. Más de uno volvía la cara incrédulo hacia donde se encontraba, encaramándose sobre la máquina de transporte en pleno movimiento, con la firmeza, agilidad y confianza de un ser mitológico. Impresionaba más cuando percibían la habilidad corporal que había desarrollado; así como también, la destreza en manejar con mucha rapidez y soltura, la muleta que le acompañaría durante toda su vida.
     Aparecía de pronto, cuando los niños estaban como agrupados en medio de la calle, e inquietos por descubrir algo nuevo. Así, mostraba su rostro arrebolado en medio de los intersticios del grupo. La presencia de Félix en el grupo de niños, lo tornaba en algo así como más humano, aunque nadie lo había comprendido de esa manera. Todos se trataban de igual a igual.
     Se escuchó que una tarde no muy soleada, y en la misma calle principal, el tranvía le había cercenado gran parte de la pierna derecha, encontrándole todo ensangrentado. Algunas mujeres se habían santiguado reiterativamente, porque minutos antes creyeron haberle visto correteando sobre sus pasos y, en seguida, advirtieron que aún la pierna se resistía a morir, por sus convulsiones esporádicas. 
     – ¡Está vivo! – gritaron algunas madres al verle en un cuadro impresionante, y con la pierna a un costado de la línea férrea.
     Félix parecía también morir a pausas. Durante varios días y a pesar del celo y cuidado de las enfermeras y doctores, su cuerpo no respondía fácilmente. Sin embargo, le veían como dormido y habían creído que soñaba porque parpadeaba con insistencia y a veces daba la impresión que permanecía largo rato con la mirada fija hacia una ventana, que a veces se abría. Su recuperación tomó pocas semanas y sin proponérselo demostró al mundo que se podía vivir. Obviamente, frente a la carencia de la pierna derecha, se acostumbró a una muleta muy rústica y confeccionada de lloque, apareciendo poco después nuevas destrezas que mucha gente comenzó a admirar. Como si hubiera querido ejercitar sus habilidades, salía corriendo sujetando la muleta con una de sus manos desde el fondo de su casa hasta la puerta principal, y volvía luego al mismo lugar. Había empezado a trompicones, pero tiempo después y a manera de juego, lanzaba gritos de guerra simulando ser piel roja, moviendo una de sus piernas y blandeando la muleta, para lanzarse a galopar como nunca lo había hecho.
     Increíblemente, Félix apareció después más vigoroso y empezó a ganar más peso y cuerpo. Así, algunas veces se integraba risueño con los niños, jugando y riendo, sin que nadie le detenga. Nadie conocía con exactitud sus orígenes, ni menos recordaban a sus padres, si es que los tenía. Solo sabían que, algunas veces aparecía desde la siguiente calle.
     Poco tiempo después, la línea férrea del tranvía quedaría en la memoria como un recuerdo inolvidable, para dar paso y paulatinamente, al ingreso de modernos buses importados y algunos vehículos menores, que servirían exclusivamente para el transporte público. Nadie lo pudo creer inicialmente, cuando vieron a Félix una o dos veces, corriendo con todos sus ánimos y bríos detrás de los ómnibus. No podían creerlo. Félix corría adelantando su pierna buena mientras se apoyaba en la muleta, para después avanzar la muleta de madera como su fuera un miembro verdadero; y nuevamente, colocar la pierna fuerte adelante.
     Indudablemente, todos quedaban asombrados y algunos giraban sus rostros para contemplarle detenidamente y observar el esfuerzo que hacía, hasta alcanzar al ómnibus y subir en plena marcha. Siempre lo hacía primero con la pierna más fuerte, mientras se sujetaba de una barra de metal dispuesta de tal manera en la puerta principal; después, su cuerpo ingresaba también y, por último, la muleta de madera que era llevada suavemente hacia el interior. Al momento de disponerse a bajar del vehículo, lo hacía casi de la misma forma y en pleno movimiento. Al final, quienes giraban su rostro para mirarle, parpadeaban reiterativamente y levantaban la cabeza lo más erguida posible, para poder ver esa sonrisa que dibujaba sus labios de niño, siendo la expresión natural de su alegría.
     Jugar el fútbol con los amigos ya no causaba más impresión, porque los compañeros de juego habían visto algunas cosas más. De pronto, jugaba de arquero por un equipo. Cuando la pelota venía raudamente por lo alto y peligraba su valla, no dudaba en saltar lo más alto posible, impulsándose con una pierna y con la muleta de madera; para después y con el mejor golpe de puño lanzar la pelota muy lejos. De buena gana y lentamente, terminaba cayendo sobre la tierra polvorienta, apoyándose primero con los brazos y después el pecho, para luego dejar caer la pierna fuerte acompañada de la otra con su muñón. La muleta volaba también por el aire, así como el cuerpo; y a veces caía como cualquier madero sobre la tierra del campo, quedando a varios metros de distancia y cubierta por el polvo. Los jugadores permanecían a la expectativa, no por la caída o el cuerpo de Félix; muy por el contrario, mantenían la energía y la respiración agitada por continuar el juego. En ese mismo instante y desde donde se encontraba, Félix se movía rasando el campo deportivo, contorneándose sobre su cuerpo rápidamente y presuroso para alcanzar la muleta y volver a ponerse de pie. Claramente y sin dilación, de nuevo formaba parte del partido, no siendo baladí.
     Algunas veces al saltar, cogía con sus dos manos la pelota en el aire, y al caer sobre la tierra no la soltaba; de tal manera que, conjuntamente con ella, buscaba la muleta hasta lograr sujetarla, para luego levantarse con todo su brío, dar unos pasos hacia adelante, y prepararse para el saque de meta del balón que todos esperaban. Así, apoyándose en la muleta de madera, pateaba con la única pierna y con mucha fuerza, mientras todos seguían con sus ojos la trayectoria del balón.
     Todos soltaban la mejor sonrisa entre sus labios y Félix fue considerado uno más, sin el menor reparo en su caminar o en su jugar especial. Quienes no lo conocían muy de cerca quedaban impresionados, al verle sobre una bicicleta por las calles cercanas y pedaleando a un mismo ritmo con una de sus piernas.

    

domingo, 5 de junio de 2016

Votar Contra Kuczynski y Fujimori


A casi horas de la segunda vuelta electoral en el Perú, los candidatos Pedro Kuczynski y Keiko Fujimori esperan el apoyo de todos los peruanos para ganar la presidencia. Uno es tildado de lobista, mientras la otra, es tildada con adjetivos que más deberían ser dirigidos a su padre.
Es parte de la política, a veces despiadada y con exageraciones.

Quien fue candidata Verónika Mendoza dijo: “Voy a votar contra Fujimori”. Llamó a votar por PPK.

La candidata Keiko Fujimori dijo: "Verónika Mendoza está en todo su derecho, pero me llama la atención que ella, de un grupo de izquierda, respalde a la derecha"

¿Cuántos votantes votarán contra Kuczynski? Se expresarán quizá como la ex candidata. “Voy a votar contra Kuczynski” Estoy seguro que tendrán esa determinación y lo harán.

Las redes sociales
Definitivamente era inevitable. En el internet se están difundiendo videos sobre “El lado oscuro de Keiko Fujimori”, “¿Cómo llegó Keiko a ser primera dama de la nación? Y uno último relacionándola con su padre, Montesinos y Ramírez, entre otros.

Sobre Kuczynski que también tiene su pasado, podemos ver: “El video que PPK no quiere que veas”, “El viejo PPK, lobista que vendió al Perú”, “5 razones para no votar por PPK”, “Un gringo lobbysta con doble nacionalidad y moral”, “¿Y ahora, quien es el verdadero racista?, entre otros.


Finalmente, no tenemos más alternativa: Votar Contra Kuczynski, votar contra Fujimori o votar viciado.

sábado, 4 de junio de 2016

Descubriéndose mutuamente

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Descubriéndose mutuamente

     René y Suelo tenían por costumbre encontrarse en una de las primeras casas viejas, después de atravesar el puente. Ambos eran primos y uno de ellos vivía allí solo con su padre. La casa tenía diferentes ambientes, donde también vivía otra familia, aunque el silencio imperaba. No se juntaban con los otros niños, porque tenían mayor cantidad de parientes, tíos y primos.
     Un buen día, descubrieron algo especial tocándose mutuamente. Estuvieron recostados sobre unos muebles en la pequeña sala de estar, y uno de ellos tomó la iniciativa, aunque sin proponérselo realmente. Ese día se encontraron dispuestos y sin pensarlo mucho se dejaron llevar por sus instintos.
     Sin darse cuenta, estuvieron juntos. Uno detrás del otro. Y sin saberlo también, uno tenía el brazo sobre la cintura del otro. Después del primer abrazo, cambiaron de posición varias veces, para que uno vuelva a colocar el brazo sobre la cintura del otro. De esa manera, se encontraron en movimiento permanente y simplemente ambos disfrutaban de las caricias corporales, mientras la respiración se hacía más agitada. Al mirarse, había una aceptación mutua, sin malicia, sin los deseos desenfrenados que, podrían mostrar otras personas. Allí estaban y los abrazos fueron mutuos, viéndose de inmediato sin calzado. Ninguna pregunta invadía sus mentes y menos respuesta alguna. Solamente descubrían una parte de la vida y la existencia; mostrando incluso, ignorancia e inocencia por muchas cosas.
     Y luego, se vieron desnudos completamente, mirándose y enfrascados en el silencio y en su propia contemplación. No sabían exactamente quién sería el primero en empezar; sin embargo, algo les decía en su interior que ambos estaban dispuestos. Así, sin acuerdos previos ni específicos, uno de ellos giró su cuerpo lo mejor posible; mientras tanto el otro, se acomodaba tímidamente por detrás. Además, por la propia inercia y necesidad de conocerse, cambiaban suavemente de posición. Así, primero uno y después el otro. No había absolutamente malicia alguna, ni lo habían pensado. Era la sensación de tocarse, sentirse y conocerse íntimamente al roce con la piel. Parece que más bien era una forma de despertar al sexo.
     Lo repitieron algunas veces, quizá para entender sus deseos y sensaciones corporales. Después, ambos lo tomaron como si la necesidad humana hubiera estado presente en una parte del tiempo y la vida. Uno de ellos necesitó de más, aparentemente, y después, pretendió hacerlo y tener más experiencias. Poco a poco entre otras personas se fueron pasando la voz de la ocurrencia, y luego, todo quedó allí, como si hubieran conocido por sí mismos el despertar a los nuevos instintos.
     Ninguno de ellos adquirió una nueva forma de conducta, o algo del homosexualismo que después se conocería ampliamente. Era el comienzo a nuevas experiencias que la vida les mostraba. Quedaría en el tiempo y en las formas que tiene lo pasado.
     Los medios de comunicación no contribuían para tener un mejor conocimiento del sexo, porque hablar sobre el tema, todavía constituía algo nuevo e inexplorable. Fue el instinto la parte más sana que, se hacía presente entre niños casi de la misma edad. Naturalmente, de existir una relación entre dos personas con gran diferenciación de edades, podría constituir para la persona mayor, una inclinación intencional hacia el sexo.
     En el caso de las niñas, algunas sin padre y en una situación de orfandad, conocieron similares experiencias. Pudo ser en muchos casos, natural y pasajero, como en el caso de los niños. De otra manera, se hubiera caído en el abuso y la prepotencia.

     Fue influyente también la época y el grado de desarrollo social. Vivimos inmersos en una particularidad social y económica, que empuja nuestro despertar a nuevas formas y vivencias cotidianas y porque nos dejamos guiar también, por esa parte desconocida que mora en cada uno de nosotros.

La mujer tarántula

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 La mujer tarántula

     La señalaban vivamente con el dedo, y más de uno había reído a carcajadas, con una risotada que más parecía de desdén u hostilidad. Parece que desde siempre y de soslayo, la llamaban expresivamente: “La tarántula”.
     Ella era delgada y, aunque se santiguaba cada mañana cuidadosamente por ser muy devota, algunas veces, descuidaba sus vestidos, haciéndola obviamente aparentar más vieja. Jacob era uno de sus hijos; y, aunque de nombre bíblico, nunca sintió miedo alguno, ni nada le contrariaba en absoluto por ser hijo de ella. Una actitud diferente sucedía con Nemesio.     
      Había aprendido a vivir así, a su modo, aunque para muchos su actitud más parecía indecorosa. Algunos ya la tildaban abiertamente de ramera, aunque la risa se imponía primero a toda prisa. Nadie lo sabía exactamente, si trataba de vender su cuerpo por algunas monedas o si necesitaba el calor de un hombre. Total, la vejez también descubría su lado hermoso y romántico, así la señalen de ser una prostituta. A ella le daba igual y a veces torcía la boca en señal de desconcierto y sentía las miradas sobre su cuerpo débil; mientras que, en otras ocasiones y con una cándida expresión sobre su rostro, su alma pedía a gritos dar la cara al mundo y gritar palabras enérgicas, rechazando abiertamente cuando la aludían, y excitada decía con prisa:
     – ¡No me jodan carajo! ¡Yo sé lo que hago!
     Y lograba enfrentarse al mundo, con energía y también alegría. Sonreía con un extraño placer, cuando trataba de lanzar todas las palabras posibles, para defender su cuerpo, su vida y sus sentimientos.
     Una tarde de un domingo, aproximadamente a las tres, Matías la observaba escéptico. Por ser las horas de una tarde tranquila, y de un claro resplandor de la caída del sol, el ambiente se mostraba apacible. La veía a unos metros arriba de la calle, inconfundible; mientras él por coincidencia, se encontraba bajo el dintel de una de las puertas de la calle principal. Ella conversaba animadamente con un hombre, ladeando su cabeza repentinamente y moviendo sus manos con gran agitación, aparentemente para expresarse mejor. En medio de lo que aparentaba ser un coloquio familiar, destacaba su voz chillona característica. Tomaba al hombre de uno de sus brazos y trataba de llevarlo en vilo hacia el callejón de otra casa, casi a la fuerza, aunque daba la impresión, que le conducía con cierto cuidado. ¿Cuáles eran sus intenciones? ¿El hombre la conocía?
     – ¡Vamos! ¡Entremos! – musitaba ella confusa y atropelladamente, como farfullando, mientras le tomaba del brazo con resolución, clavándole la mirada.
     – ¡Qué ridículo! ¡No en este momento! – increpó el hombre, casi trastabillando ligeramente y sujetándose de uno de los brazos de ella.
     – ¡Ven! ¡Pareces un loco! – volvió a insistir ella, diciendo: – Yo te guiaré.
     – ¡Ahora no! – afirmó el hombre aparentemente resuelto, y tratando de dar un paso hacia atrás con el pie derecho, casi a tientas; mientras que, acomodaba sus lentes oscuros con cierta destreza, aunque con notoria dificultad.
     – ¡Qué forma de comportarse! ¡No te cobraré mucho! – dijo la mujer, como gritando y con cierta exigencia, mientras arrugaba el rostro, agregando: – Dame lo que tengas.
     – ¡El dinero que guardaba lo he gastado! – dijo levantando la voz, aunque cubriéndose con una de sus manos la boca, para no ser escuchado. Poco a poco fue levantando la cabeza, dando la impresión que miraba hacia una ventana entreabierta, muy pequeña y de madera, del segundo piso de una casa de enfrente. Cualquiera diría que dirigía sus ojos a través de las gafas oscuras, por la expresión singular que encendía su rostro
     – ¡Busca en el pantalón! – afirmó ella, mientras trataba de introducir cuidadosamente una de sus manos en uno de sus bolsillos; mientras tanto él, giraba su cuerpo como un débil retroceso, y aparentemente seguro, dando la impresión de poner una mínima resistencia. Sin embargo, más parecía que se dejaba llevar y casi a tientas, porque avanzó el pie derecho, como midiendo el paso. Volvió a dirigir su cabeza hacia la ventana de madera, porque al parecer alguien la movió en ese momento, escuchándose un golpe muy fuerte. Así, volvió a girar su cuerpo, y avanzó otro pie sin tino, por la inercia y el empeño de la mujer, en dirección de un pasadizo largo y silencioso. En un momento dio la impresión y con cierta gracia, que él mismo abandonaba la resistencia, para  ser arrastrado en vilo y fuertemente hacia el interior.
     – ¡Ven! – dijo ella, exclamando con énfasis.
     Y el hombre se dejó conducir mansamente, volviendo a ladear su cabeza y cuidando de no tropezar una vez más.
     Matías seguía con los ojos bien abiertos.
     La Tarántula mostraba un rostro muy solícito al momento de tomarle del brazo con una de sus manos, y con la otra retorcía sus dedos. Entre sonrisas amplias, palabras que parecían gratamente expresadas y convincentes, se sintió más que triunfante y su femineidad de mujer brotó mucho más natural; sintiendo también en todo su cuerpo y al mismo tiempo, una sensualidad apetecible y libidinosa. El color de sus mejillas y labios se tornaron de un rosado transparente, y las arrugas marcadas por el tiempo y por los años casi desaparecieron por completo, como si estuviera en presencia de una metamorfosis inexplicable.
     El hombre parecía trastabillar nuevamente al transitar por un nuevo sendero; no obstante, se sintió y con toda seguridad conquistado por la primera damisela que llenaba su existencia. Así, intentando desgañitarse, aunque sin lograrlo; se soltó al empuje de ella y al susurro más dulce que había escuchado. Con la cabeza erguida y con las gafas negras al tiempo, siguió sobre sus pasos y ahora sin temor alguno, descubriendo por primera vez un nuevo placer en cada uno de sus poros, algo que parecía oculto en el tiempo. Se sintió sonreír con una sublime sonrisa y desfallecer frente a los encantos nuevos y el ardiente aroma de mujer. El sentirse deseado plenamente y sin reserva, era una muestra de la sublimidad que tendía a incrementar la vida.
     Unos minutos bastaron para encontrar el sentido a la existencia. A fin de cuentas, Matías, creyó imaginar con simpleza algunos abrazos apurados e incómodos por el lugar, y a plena luz de la tarde.
     Luego, el hombre volvió hacia la puerta, tanteándola con cuidado con una de sus manos, dando la impresión que contaba sus pisadas, paso a paso. Siempre manteniendo la cabeza erguida, como para protegerla de un posible cuerpo extraño, el hombre acomodó su cuerpo con una postura exacta; entre tanto, levantó una de sus manos sobre sus gafas para acomodarlas.
     La Tarántula apareció de pronto por su costado, llevando una de las manos del hombre para que reconozca una de las paredes de la puerta principal. Con mucha seguridad, tocó una de ellas y se sintió seguro. Casi de pronto desapareció ella en la distancia, dejando que el ciego mida sus pasos. La ventana de madera volvió a golpear.

     – ¡Puta de mierda! – dijo Matías sin entonación. 

Jugando en la madrugada

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 Jugando en la madrugada

     Una mañana y mucho antes del amanecer, Nemesio y su hermano menor salieron a toda prisa con la pelota de fútbol y empezaron a jugar animadamente con ella sobre el adoquinado de la calle. Casi al mismo tiempo, hizo su aparición Victoriano, quien conjuntamente con Nemesio prosiguieron lanzándose el balón. Aún no aparecía el crepúsculo en el horizonte, y el balón iba y venía al compás de la energía de los jugadores.
     La calle principal era de los niños, totalmente. Incluso, ni un automóvil se atrevía a circular a esas horas del esperado amanecer. Así, paulatinamente salían desde sus casas y cada uno se presentaba con lo mejor que podía. Algunos parecían soñolientos aún y trataban de abrir los ojos.
     Camilo vestía sus mejores medias y calzaba un par de zapatillas modernas. El hijo mayor de Juana, empleada de la señora Iguasia, no pasaba de los siete años, y también reía y pateaba fuerte, como para despertar los ánimos a cualquiera. Isidro y Justino algunas veces participaban en el juego.
     El rostro de Nemesio se mostró ligeramente expresivo al notar la mirada de Camilo, porque su abuela no quería que se junte con ninguno de su familia.
     Matías llegaba con ruido, diciendo:
     – ¡Calma! –, y se quedaba con el balón dominándola, mientras movía sus piernas poderosas.
     – ¡Es mía! – dijo Camilo, acercándose lo más que pudo. Matías, sacaba fuerzas y ponía el pie con ímpetu, percibiéndose incluso la tensión de los músculos sobre su rostro.
     En la generalidad de las veces, Matías se sentía un triunfador y sus mejillas se encendían de un color inusual. Se ponía un poco más oscuro, porque la sangre fluía con mayor rapidez hacia la cabeza.
     En medio del amanecer, seguro que algunas madres pensaban en el juego de sus hijos. Bastaba eso para sentirse tranquilos, ya que la Gran Ciudad se mostraba de igual manera. Y no era preocupante, ni las apariciones repentinas de algún automóvil en las primeras horas del amanecer. Nadie necesitaba cuidarse, porque los niños no estaban hechos para eso. Miraban sus inclinaciones, deseos y gustos, prosiguiendo el balón con sus rebotes sobre el piso, una y otra vez.
     La espera por algunos amigos más, era prudente; mientras que, casi por la inercia del juego, los niños y pronto hombres, avanzaban hacia un lugar muy cercano, distante a pocas cuadras.
     Sin pensarlo, se formaban los equipos y el calor aumentaba por la energía desplegada. Era infaltable una vez más, los encuentros intencionados entre Matías y Camilo, al momento de luchar por el balón. Félix también jugaba.

     El crepúsculo del amanecer encontraba a todos en pleno movimiento y cansados por el juego. Luego de terminar, entre alegría y risas, se disponían a volver hacia sus casas extrañadas, para reencontrarse cada uno con su mundo; los pequeños mundos que cobijaban la vida entera de cada uno de ellos, como si hubieran escogido el sitio exacto para seguir viviendo, y proseguir sin saber exactamente hacia dónde, guiados tal vez, por algo desconocido.    

miércoles, 1 de junio de 2016

Kuczynski – Fujimori. Segundo Debate


Mayor resolución del candidato Pedro Kuczynski al presentar algunas propuestas. Más seguro a veces. En cada punto programático del debate se esmera por sentar sus posiciones. Se hace evidente y de alguna forma repetitiva, las acusaciones a la familia de Keiko Fujimori, sus hermanos, su padre y sus tíos, entre otros. Trata de mostrar los niveles de corrupción del gobierno de su padre.

Keiko Fujimori está a la altura de las circunstancias. También en los instantes adecuados del debate, presenta varias propuestas con claridad. En un momento se advierte que trata de demostrar consistencia en su intervención. Intenta mostrar con sus comentarios a un Kuczynski ligado a los grandes empresarios y las corporaciones internacionales. Frente a cualquier acusación como por ejemplo la entrega del gas peruano y por ende cuzqueño, Kuczynski solo contesta: “es mentira”.

Definitivamente ambos se llenan de ofrecimientos. Millones de empleos, duplicar remuneraciones. Apoyo a la micro y pequeña empresa. ¿Se volverán más formales? Ahora sí, el cuidado del agua resulta vital. La gran regionalización de siempre y de toda la vida. ¿No se viene hablando de eso hace varias décadas? Pareciera que aún sigue primando el centralismo.

Muy fácil es llenar de palabras un discurso para ese momento, aunque todo sea un listado realmente. ¿Realmente hay un programa social y económico? ¿Estos candidatos merecen nuestra decisión? ¿Representan con fervor y corazón a la gente de a pie, a la gente de la calle que lucha por conseguir una estrella, un ideal? Ya alguien lo había dicho, que hay que votar tapándose la nariz. Que uno apesta más que el otro.


En última instancia, hay quienes piensan aún en la opción de viciar el voto. Veamos qué sucede. Veamos qué sucede con nuestro país. 

viernes, 27 de mayo de 2016

Kuczynski: “Hijo de ratero, es ratero también”


A poco más de una semana de la segunda vuelta electoral en el Perú, el señor Pedro Kuczynski en un mitin de San Miguel en Lima, atacó a Keiko Fujimori según algunos con “golpes bajos”. Sobre eso, el comentario de Jaime Bayly desde Miami en un programa de televisión difundido el 25 de mayo 2016.

Kuczynski dice: “Pedro Pablo es un hombre que no ataca, pero yo si ataco en mi alma, porque yo puedo ver quien es un ratero y quien no lo es. Lo más probable es que un hijo de ratero, es ratero también”


Comentario de Jaime Bayly: “A mí me ha parecido muy feo, muy indigno de un hombre inteligente como Kuczynski, que acuse casi de ratera, o sea de ladrona y en ese lenguaje a la señora Fujimori. No es así como se gana una elección señor Kuczynski, si usted quiere ganarla, ofrezca mejores planes, mejores ideas, una candidatura más esperanzadora, más optimista, y no enlodando de esa manera vil a su adversaria, a mí me parece que se hace usted un flaco favor” 

jueves, 26 de mayo de 2016

El tranvía y el accidente de Josué

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 El tranvía y el accidente de Josué

     El tranvía había dejado de pasar desde hacía unos dos o tres años antes. Algunas madres y abuelas, aún extrañaban su ruido característico desde las primeras horas del alba, porque viajar en él, fue un coloquio permanente para algunas mujeres de edad. Las conversaciones habituales tocaban los problemas del gobierno, la pobreza y la protesta que aumentaba, y algunos síntomas claros de corrupción política.
     La modernidad se imponía a ultranza en todas las ciudades latinoamericanas y sus efectos de comportamiento se hacían más evidentes. Quedaban muchos recuerdos en el tiempo y muchos presentes perennes e imperecederos, que habían calado profundamente en el alma de Josué.
     Una mañana resplandeciente y soleada, y después de una borrachera nocturna, Josué caminaba pesadamente hacia su casa; situada por coincidencia como él mismo afirmaba, en la misma calle principal. Estaba por empezar los estudios secundarios, y ya llegaba a los diecisiete años. Algunos habían dicho, aunque en voz baja, que durante su permanencia en la escuela primaria, los profesores se habían cansado de él; por tal circunstancia, terminaron aprobándole más por hartos y hastiados, y nadie esperaba que continúe estudiando los siguientes años.
      Las secuelas que le había dejado el accidente con el tranvía cuando era niño, le habían transformado, y a veces, según la mayoría de los niños, enloquecía. Execraba contra su suerte de un día lluvioso de hacía muchos años, en la que sintió escapar sus manos de las barandas del tranvía, intentando obviamente y por todos los medios de aferrarse de nuevo, para después, ir cayendo inevitablemente sobre el adoquinado de la calle, mientras sentía el golpe de la máquina en una de sus piernas.
     Josué, recordaría profundamente y por siempre, el primer grito lastimero de ayuda llamando a su madre. El miedo le tuvo aterrorizado en esas circunstancias, por cierto, recordaba también, que veía muy claramente a su madre reír a carcajadas y llorar desconsoladamente en forma simultánea. Reía porque estaba vivo y lloraba a lágrima viva porque ninguna de la ruedas del tranvía había seccionado parte alguna de su cuerpo, y solo afloraban algunas heridas abiertas por debajo de su rodilla derecha y otras muy pequeñas y poco perceptibles en el pie. Su madre estuvo con él en todo momento y desde el primer instante en que le tuvo entre sus brazos.
     Cuando le llevaron al hospital, Josué hubiera querido que toda su vida le cuidaran, que siempre las visitas de su madre fueran por toda la eternidad y nunca salir hacia la calle; porque un día, se sintió cambiado, cuando advirtió apesadumbrado, que no podía mover normalmente la pierna herida; y con mucho esfuerzo inicialmente, parecía arrastrarla en cada paso, sintiendo las miradas curiosas de la gente y la compasión de otras.
     Después de algunos años, no se cansaba de lanzar improperios a la gente y a la vida por cualquier motivo, y muchas fueron las circunstancias en las que tuvo que recurrir al alcohol, para pretender olvidar lo acontecido. Cuando estaba embriagado, entraba en algunos estados singulares de locura explosiva, y gritaba a todos, a diestra y siniestra, con las peores palabras, además soeces; mientras que arrastraba su pierna por las calles. Los más cercanos le miraban, e intentaban hacerle entrar en razón, sin embargo, nunca pudieron lograrlo.
     Había días en que concurría a la escuela secundaria, más por insistencia de su madre que por él mismo, desatando algunos escándalos al enfrentarse a los profesores y a los alumnos, porque pensaba que le trataban mal. Lógicamente, terminaba expulsado.

     Vivía con sus padres, sin embargo, no se había desarrollado una interacción progresiva con su padre, de tal manera que, siempre le sintió muy distante. Más bien, con su madre se había producido una cohesión absoluta por siempre. Ella le demostraba con sus actitudes y su actividad diaria, que había que seguir viviendo.

¡No te juntes con ese niño, es un hijo de puta!

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 ¡No te juntes con ese niño, es un hijo de puta!

     Nemesio, había empezado y sin querer a caminar cabizbajo mirando hacia el piso, como pensativo; y, comenzó a darse cuenta que, el policía con la sonrisa a flor de labios que visitaba frecuentemente a su madre, no significaba nada para él. Así y todo, advirtió que su madre se mostraba encantada, contenta y gozosa cuando los dos se encontraban; distinguiendo posteriormente, al mirar sus pómulos salientes y observar detenidamente el color de su piel, el reflejo de una tristeza muy disimulada,
     Cada día y especialmente al despertar, se sentía intensamente afectado por eso; aunque y sin saberlo en realidad, creyó ser una coincidencia y trataba de confirmar a sí mismo sus percepciones. Nunca lo supo, hasta después de alcanzar la mayoría de edad, que su descuidado espíritu había trabajado para crear todos los efectos contrarios a tales sensaciones. Cualquier observador se hubiera dado cuenta del cambio súbito e inmediato.
     Hablaba lo menos posible con las personas mayores que vivían también en la calle principal, porque un día que le pareció diferente a todos los demás, distinguió en la mirada furtiva y no muy discreta por cierto de algunas mujeres, algo así como una mezcla de consuelo y rechazo. Nunca supo desde cuando exactamente, se había iniciado tal comportamiento inusual; lo cierto es que, cuando estaba acompañado y sentía el cariño de su madre, algunas mujeres cercanas a la casa, clavaban sus ojos en el cuerpo de ella. No lo tenía muy formado, pero, constituía para el conjunto social representado en las mujeres, un delito flagrante.
     Nemesio se movía y vivía por ella, sabiendo que era la única y eso le bastaba. Había llegado a soportar las miradas oblicuas, e intencionalmente despreciables algunas veces; aunque también, sentía rabia por eso, cerrando una de sus manos muy fuertemente hasta formar lo que él consideraba un puño poderoso. Así, trataba de esconder siempre una de sus manos en uno de sus bolsillos, mientras sus dedos se cerraban de nuevo y paulatinamente. Algo le impedía comprender plenamente la razón de tales actitudes.
     El policía generalmente llegaba en noches silenciosas, que parecían cautivadoras. Se sentaba cómodamente en una de las pequeñas mesas que tenía su madre, cruzando las piernas y acomodándose el bigote negro y muy poblado. Un día le vio beber solo, hablando entre dientes y sonriendo con una mueca triste. Quiso hacerle señas para que cambie de rostro, y ¿si no lo hacía? ¿qué más decirle? Otro día, vio a su madre sentada junto a él, y le acompañaba bebiendo. Había advertido que, en ciertas ocasiones extremadamente alegres, ella prefería usar trajes oscuros que combinaban muy bien con sus medias negras.
     Se había acostumbrado realmente a observar todo eso con cierto interés, y de la forma en que tenía que vivir ahora y adelante. Sentía martirio cuando le pedía que se quede muy cerca de ella, porque algunas noches, la vio sentirse atemorizada, aunque no sabía exactamente por qué. ¿Temor por encontrarse sola y estar en medio de otros hombres? Había acondicionado en la trastienda y con mucho esmero un par de mesas, inicialmente con la intención de recibir al policía Leoncio; aunque después, alguien se enteró muy maliciosamente de ese lugar, en la que se podía beber un fin de semana y sin inconvenientes. Poco a poco, algunos fueron llegando; no obstante, el lugar se sentía vacío porque ambas mesas parecían solitarias, como destinadas a ocupar el mismo sitio predispuesto. ¿Por qué se sentía allí el ambiente solitario, estando incluso algunos hombres sentados alrededor de una de las mesas? ¿Por qué alguna persona se mostraba risueña, mientras sobre su rostro se dibujaba un gesto desagradable y grotesco? Una noche tranquila y cuando dormitaba de cansancio sobre un colchón en una de las esquinas de la habitación, escuchó una respiración fuerte y algo agitada; acompañada aún, de un murmullo quedo e imperceptible:
     – Señora…
     Abrió los ojos sin esfuerzo desde donde se encontraba y no los sintió cansados. Los tenía muy redondos y despiertos, como escuchando por ellos. Una de sus manos empezó a contraerse, como aumentando en cierta forma su energía, pero simultáneamente la sintió débil, como cayendo en un estado de lasitud.
     – ¡Por favor! – dijo ella, con tono suplicante y casi en silencio, bajando sus ojos suavemente como ocultándolos para no ser descubierta plenamente, mientras mordía con firmeza y acariciaba suavemente uno de sus labios con todos los incisivos superiores.    
     – Un momento más… – insistió el hombre, mientras la rozaba con sus manos.
     – ¡Aún no le conozco, no se sobrepase! – afirmó, mostrándose inquieta.
     – No es eso, yo estoy seguro que usted lo puede hacer conmigo, además, ahora mismo. No hay personas aquí. Puedo quedarme un poco más hasta que el niño se duerma – dijo el hombre.
     – ¡Pronto llegará alguien y prefiero que se retire a su casa! – dijo, ahora sí severa, mientras dejaba la mesa para dirigirse hacia donde se encontraba su hijo.
     Esa noche, así terminó todo y en los siguientes días, la mirada social se hacía presente en las mujeres que vivían muy cerca de la casa. Así, comprendió el significado de las miradas oblicuas y el murmullo de las voces que escuchaba a sus espaldas. Entonces, para no mirar hacia el cielo, como lo había hecho otras veces en busca de algunas respuestas, dirigía la mirada hacia el piso y con frecuencia. De ese modo, intentó dar respuesta clara a muchas interrogantes, y su mente no alcanzó a comprender todas las particularidades de la gente.
     Con el policía Leoncio muchas cosas cambiaron, hasta parecía que la vida misma sobrepasaba los marcos de la felicidad y la desgracia. Es como si estuviera siempre presente la dicha a flor de piel, y en forma simultánea, la formación militar dispuesta a dar el golpe mortal y despiadado. A veces, se presentaba con su vestimenta singular, viéndose gracioso por la barriga prominente, sin embargo, le daba un rango de superioridad y respeto.
     Nemesio no se sentía muy seguro, aunque a veces sí inquieto porque su madre se desbordaba en atenciones muy disimuladas. Había notado también con cierta frecuencia, que otras personas se interesaban en ella, escuchando algunas noches, expresiones llenas de dulzura, ya que su madre sonreía de contenta y ellos se mostraban muy dulces.
     Eso sí le gustaba a Nemesio, y había fijado en su mente ciertos rostros de alguna manera familiares que le complacían y mantenían tranquilo.
     Cuando creía estar dispuesto a dormir, aunque sin proponérselo realmente, ingresaba a una de las habitaciones interiores de la casa, y sabiendo que dejaba a la mujer de sus días con alguna persona a quien creía conocer muy bien, se imaginaba durante largos minutos el murmullo de la noche, y los diálogos imaginarios en medio del silencio apacible. Se tocaba la frente, los ojos, y sonreía al recordar las últimas risas espontáneas de la noche anterior. De pronto fruncía el ceño, y creía escuchar a lo lejos muy claramente una voz, considerándola luego de poca importancia. Cualquier persona hubiera advertido el movimiento suave de las córneas bajo sus párpados; no obstante, seguía despierto, como la última vez en que escuchó:
     – La mayoría del congreso esta contra el presidente y creo que la única salida que tuvo en las últimas reuniones, fue el convocar a nuevas elecciones municipales – afirmó el policía Leoncio conocedor de la problemática social, mientras apoyaba el codo derecho sobre una de las mesas, en actitud reflexiva.
     – Seguramente habrá mayor participación – dijo ella.
    – Considero que solo es una manera de controlar la efervescencia social, ya que el gobierno se había desprestigiado aún más en los últimos meses, por someterse al capital internacional – sentenció Leoncio, con la mayor seriedad posible, dejando la mesa para apoyarse ahora en el respaldo de la silla; mientras ella le contemplaba minuciosamente.
     – Pero, deja esa seriedad para otro tipo de reuniones, ahora estamos los dos solos – dijo suavemente y con una mirada extraña, que más parecía sensual.
     – Tienes razón, ahora nosotros somos importantes.
     – Claro amorcito – dijo ella, tragando saliva y mirándole a los ojos.
     La madre de Nemesio tenía algunas necesidades apremiantes y urgentes, porque algunas deudas anteriores la habían abrumado ostensiblemente, así, pensando que era una salida momentánea se embarcó en el negocio. Al inicio, nunca pensó que ella podría ser parte de la atracción; siendo así, siempre procuró conservar la mejor postura frente a las pocas personas que concurrían diariamente a su casa, teniendo la esperanza de formalizar un día su relación con Leoncio, para hacerla más seria y duradera.
     Nemesio aunque menor, se dio cuenta de la manera en que le trataban algunos niños, e intentó comparar sus rostros y expresiones, cuando les miraba de frente.
      Ellos se reían de la ocurrencia.
      A veces era tratado despectivamente, y ni qué decir de las mujeres que le miraban con desprecio. Una tarde escuchó a la señora Iguasia, abuela de Camilo diciéndole:
     – ¡No te juntes con ése, es un hijo de puta!

     El hermano menor de Nemesio, de unos siete años, prefería ocultarse de los ojos de la gente. Cuando estaba con su madre, algunas veces rabiaba, porque había empezado a percibir cierta energía que le ponía de mal humor. Entraba al dormitorio de su madre y permanecía allí por horas.

Los castigos del profesor

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 Los castigos del profesor

     Durante los estudios elementales y primarios, funcionaron dos aulas, desde jardín hasta el último grado de primaria. Isidro y Justino habían empezado sus estudios con un profesor que actuaba también como tutor. Prácticamente, era el último año. Los niños que se encontraban estudiando con el profesor, percibían la masculinidad y el carácter del varón; en una palabra, creían sentirse comprendidos de hombre a hombre, aún con algunos abusos de por medio. Mientras que, en la otra sección, una profesora representaba la figura materna; sin embargo, los alumnos la odiaban con todas sus fuerzas, con miedo y en silencio; porque, cuando llamaba a los niños al orden, sus gritos histéricos y destemplados retumbaban estruendosamente por toda la escuela. Terminando los niños más asustados que estando en sus casas.
     El profesor Basílides, era conocido como un hombre derecho, cabal y conocedor de la realidad de la época, interesado en que sus alumnos aprendan y se relacionen con la realidad. Cada mañana, algunos estudiantes leían las noticias del periódico que él mismo traía y escogía. Resultaba emocionante cuando esperaban su turno, Algunos niños temblaban nerviosamente y poco a poco creían llenarse de coraje. Las primeras noticias estaban relacionadas con la política y los movimientos sociales, en su lucha reivindicativa contra el gobierno de turno. La página relacionada con los problemas y movimientos internacionales, emocionaba mucho al profesor. Incluso una mañana, dejó una tarea sobre la Revolución Cubana y Fidel. Todos se preocuparon en hacerla. Bastaba una hoja para mostrar el interés sobre el tema.
     El profesor gozaba con los niños porque los tenía bajo su dominio, y al parecer mucho más lo disfrutaba, cuando se trataba de los castigos. Obviamente, Isidro y Justino reiterativamente fueron castigados hasta el cansancio, como también otros niños y no se salvaron Maníal ni Rubén.
     Algunas veces y cuando alguien no cumplía con las tareas, o sin darse cuenta estaba desatento a ciertas explicaciones, el profesor sufría una transformación. Como poseído de una fuerza extraña, diabólica y endemoniada, arrancaba la correa precipitadamente y con dificultad de la cintura de su pantalón, abriendo los ojos desmesuradamente y tornándose de un color rojo intenso como el fuego del infierno. De esa manera, se acercaba a determinadas carpetas con la mirada fija y casi de puntillas, con los brazos ligeramente levantados y blandiendo el arma mortal con la mayor destreza posible en una de sus manos, como queriendo dar el urgonazo final. Así, llegaba arrebatado y con el rostro encendido hasta el alumno, a quien miraba con furia desmedida y vehemente, sacando las mayores fuerzas para descargar el arma varias veces, como si fueran cuchilladas sobre la espalda, e imaginando abrirse esta.
     Los niños que estaban muy cerca, dibujaban con cuidado sobre su rostro una mueca de horror, cogiéndose temerosos las mejillas sonrojadas con manos temblorosas; para luego, tratar de cubrirse presurosos sus cabezas, haciendo los mayores esfuerzos por evitar algunos golpes. Algunos levantaban sus brazos y estiraban sus dedos en señal de pavor y terror. No les quedaba más remedio que deslizarse sigilosamente y con prontitud hacia la parte baja de la carpeta para esconderse, y si fuera posible desaparecer debajo del tablero; y aún de ese modo, el profesor siempre hallaba la forma de asestar un golpe más y preciso sobre sus cabezas con iracunda furia. Los sollozos lastimeros y los gritos apagados invadían el salón de clases.
     Los que parecían estar muy lejos y a salvo, no alcanzaban a cubrirse el rostro, quedándose petrificados y con las manos a la altura de su pecho, absortos y sin atinar a decir alguna palabra balbuceante. Cualquiera de los niños estaba muy próximo al espanto de horror, pero más era el miedo y la punzada que sentían en sus cuerpos.
     Después de algunos minutos de silencio y de incertidumbre, en la que paraban los golpes, los niños lo iban olvidando todo, paulatinamente; aunque, sintiéndose aún la respiración agitada y convulsionada del profesor y su último murmullo entre dientes:
      – ¡Bastardos de mierda! 
     El campaneo les transportaba y volvían risueños a las carreras y a la contemplación extasiada de la hija del director. Hasta otro día incierto o afortunado, en que volvían los castigos acostumbrados o la lectura de los periódicos. Nadie recordaba con exactitud de alguna queja posterior y cada día, la mayoría asimilaba la energía del educador.
     Gamarra fue uno de los niños más pequeños del aula, casi diminuto, llevando unas pecas casi imperceptibles y muy graciosas sobre sus mejillas. No había duda que había sacado el corazón de su madre. En algunos paseos anuales por el día del estudiante, todos los niños desbordando de alegría, se ausentaban de la Gran Ciudad; para dirigirse entusiasmados y guiados por sus maestros hacia las zonas libres del campo, con muchos árboles y abundante vegetación. Cada uno y muy emocionado, cargaba como el éxodo, con sus bolsas de plástico y de papel, llevando también algunos maletines que parecían pesar mucho, por la fiambrera olorosa, los refrescos coloridos y las frutas frescas a la luz de la mañana. Cómo se movían los ojos de los niños, inquietos por partir, y más despiertos aún por las nuevas cosas por descubrir en la nueva aventura. Durante todo el camino se sentían acompañados por una sonrisa amplia sobre su rostro, de lo contento y felices que estaban.

     Gamarra fue muy singular, porque cuando los niños se hallaban a campo traviesa y a la hora del almuerzo, colocaba un mantel sobre la hierba, casi a la sombra de un árbol y que parecía inmenso; luego, extraía con esmero muchos platos, cubiertos, y servilletas de un bolso grande, y la infaltable vasija despidiendo el aroma de unos riquísimos y jugosos tallarines. Llamaba a todo aquel que quería disfrutar del exquisito potaje, sentándose en un círculo casi perfecto, aunque más parecía tomar diversas formas. Nunca lo dijo abiertamente y no fue necesario, porque de su rostro brotaba un resplandor natural y fulgurante. Nadie olvidaría su expresión y la alegría de sus ojos, al momento de contemplar a cada uno saboreando lo que su madre había preparado.  

Los “niños especiales”

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 Los “niños especiales”

     Isidro y Justino trataban de estar siempre juntos en la escuela y, en el momento de los recreos, se habían acostumbrado a jugar simulando una carrera; dibujando para ello sobre el piso, la ruta de la competencia.
     – ¿Puedo continuar ahora? – preguntó Isidro resuelto, sosteniendo nerviosamente entre sus manos el viejo juguete y sin ruedas, para posteriormente lanzarlo y avanzar unos centímetros más.
     – ¡Pero esta vez ganaré! – gritó Justino levantando la voz, mientras se preparaba abriendo y cerrando los dedos de una de sus manos, para lanzar el suyo.
     – ¡Oh!  ¡Estás fuera de la línea! – exclamó Isidro muy complacido, con gran expresión en sus ojos, agregando luego: – Tendrás que volver al mismo lugar.
     – ¡No te creo! – dijo Rubén, extendiendo los brazos y levantándolos suavemente con los dedos separados entre sí, agregando: – No ha salido fuera de la línea.
      – ¿Por qué te entrometes? – gritó Isidro, frunciendo el seño y mirándole de frente.
     Varios muchachos se habían juntado desordenadamente alrededor de ellos, porque el final, estaba cerca. Precisamente, habían trazado una línea blanca sobre el piso y muy cerca de una puerta de madera, que servía de ingreso al departamento del director, quien vivía en el colegio.
     Cuando se disponían a reanudar el lanzamiento de los autos, hizo su aparición e ingresó por la puerta principal de la escuela, la hija del director. Todos voltearon en el acto desde donde estaban, olvidándose de la gran carrera, para quedarse extasiados, mirándola, mientras la seguían con los ojos iluminados, paso a paso, tratando de descubrir algo más de ella. ¿Qué más tenía ella que les transportaba hacia otros sentidos? ¿Qué descubrían al mirarla?
     Ella estudiaba y tenía unos once años de edad, y por alguna razón, había llegado temprano ese día. Algunos la veían más mujer que niña, con una expresión natural sobre sus ojos, diáfana y muy dulce, acompañada de unos labios carnosos y que se tornaban de mujer. Los niños ya se habían dado cuenta que ella también les miraba, inquieta; aunque, sin decir una palabra y haciendo un ademán de saludo se apresuraba y se abría entre ellos, para ingresar hacia el departamento. 
     El sonido persistente y a lo lejos de la campana dispersó a todos, y Rubén fue el primero y muy solícito en formarse, como siempre. Muy obediente a todas las reglas e indicaciones del profesor. Sus compañeros le miraban y observaban frecuentemente con inusitada curiosidad, porque se fue manifestando algo muy singular y especial en sus expresiones y comportamiento diario. Años antes no lo habían advertido, aunque ahora, cada vez era más evidente la suavidad de su trato y sus movimientos afeminados. Nadie se explicaba la razón de su cambio, ni tampoco lo intentaron.
     En el mismo salón de clases, otro niño llamado Maníal apareció de pronto con singulares poses. Ya eran dos los que se manifestaban abiertamente y aunque al comienzo todo no pasó de ser una simple broma, poco a poco, inquietó a otros, quienes estaban deseosos de acercarse a ellos. De los dos, a Rubén se le veía más delicado por lo delgado de su cuerpo y las facciones de su rostro que se tornaban más espigados. En cambio Maníal, por ser de mayor estatura, se le veía algo tosco, porque sobre su rostro se reflejaban algunas verrugas de alguna enfermedad anterior, viéndose así más repulsivo, aunque más dispuesto a todo.
     Realmente y aunque nadie lo había esperado, algunos compañeros de la escuela, los más despiertos y de diversos grados, se sintieron atraídos hacia ellos y parecía muy extraño porque, aprovechando algunos minutos destinados al recreo escolar, armaban un gran barullo frente a los baños, tratando de disimularlo con el juego de los más pequeños; aunque, en realidad, era más evidente de lo que habían imaginado.
     Especialmente en esas circunstancias, y en lo que parecía ser una gran confusión de personas, Maníal se las arreglaba muy bien para ingresar junto a un muchacho y casi de la misma edad, hacia uno de los baños. Luego de contados minutos, que más parecían infinitos, salían con las mejillas encendidas, como si se hubieran aplicado un maquillaje especial. Nadie sabía desde cuándo habían empezado con todo esto, y algunos se sorprendían; mientras otros trataban de disimular ante lo evidente. Ellos creían que pasaban inadvertidos, sin embargo, incluso los de menor grado, levantaban la mirada desde sus lugares. ¿Maníal manifestaba su naturalidad? ¿Otros niños eran los que presionaban para un encuentro fortuito? Sin embargo, desde entonces, Rubén y Maníal fueron tratados de una manera singular y no faltó de parte de alguno, una demostración intencional de afecto o una palmada disimulada sobre sus nalgas, que despertaba una vez más lo lujurioso del momento.
     La hija de director mostraba una sensación muy diferente y la atracción se fue haciendo algo sexual para algunos, y para muchos obviamente algo desconocido. Ella nunca se juntó con los niños, aunque saludaba a uno o dos cuando llegaba a veces a la hora del recreo, y en esto, Isidro y Justino se sintieron muy afortunados.