Es
conmovedor realmente. Al leer hace unos días el artículo “Cuerpos Que No
Importan” de Rocío Silva Santisteban, me hace sentir que algo repudia mi
espíritu.
“Tenía
16 años y dormía en su casa que había sido arrasada por sendero luminoso cuando
entraron los militares para directamente acusarla de terruca. Era una excusa:
la violaron entre cuatro y volvieron a hacerlo cuando, días después, tuvo que
ir a la base militar a solicitar el salvoconducto para viajar a Huancayo. Esta
segunda vez también violaron a su prima de 14 años quien terminó siendo presa sexual de los militares y tuvo dos hijos por violación, según describe Elizabeth
Prado”.
El
pasado lunes 17 de abril 2017, las víctimas de violaciones sexuales contaban sus
testimonios en el juicio que se sigue a 14 personas, entres oficiales,
suboficiales y soldados de las bases militares de Manta y Vilca, en Huancayo
(Perú). (Hay más denuncias, de unas 60 bases antisubversivas).
Es
increíble que hasta ahora, escuchemos los testimonios de esos agravios cometidos
contra la mujer. ¿No nos enseñaron que las fuerzas militares nos protegen? ¿No
se habla de derechos humanos y democracia? ¿No es la expresión del estado
peruano? Al parecer va quedando en palabras y frases que suenan bonito.
Según
el artículo, en el conflicto interno peruano se cometieron muchas violaciones
de parte de los participantes. Militares, marinos, sinchis, policías, ronderos,
senderistas y emerretistas, violaron a muchas mujeres. Entre ellas,
adolescentes, casadas y mujeres que llevaban sus hijos en sus espaldas o en sus
brazos. El 83% fueron violaciones cometidas
por las fuerzas del orden.
Las
afrentas se cometieron principalmente en Ayacucho, Huancavelica, Huallaga,
zonas del Cuzco, Apurímac y Lima.
En
una palabra, las instituciones del estado abusaron de mujeres antes de
protegerlas. Se espera que todo cambie, aunque siempre hay sucesos y noticias
que nos sorprenden. Quizá hay la política del olvido, sin embargo, ¿conservaremos
la esperanza?