domingo, 16 de abril de 2017

VIERNES SANTO DE UN MILAGRO Y DOMINGO DE PASCUA


Recuerdo que un viernes santo de hace varios años estuve en una pampa inmensa, entre Ayaviri y Santa Rosa. Ambas localidades pertenecen a Puno. Tenía el propósito de llegar a Sicuani y de allí tomar un camión para subir a la cordillera y llegar al pueblo de Langui. (Lugares del Cuzco)

Había llegado hasta ese lugar en un camión llevando un equipaje que consistía en una maleta, tres sacos de mercadería, un maletín algo pesado, una frazada y mi poncho de alpaca. En esos días santos el tren no circulaba entre Puno y Cuzco por la torrencial lluvia que había caído y dañado caminos y parte de la línea del ferrocarril.

Dormí ese jueves santo en medio de la pampa en un camión boliviano que estaba estacionado en la vía, esperando a que arreglen los caminos que estaban enlodados a causa de la lluvia. Las pistas eran afirmadas con tierra, no tenían asfalto como ahora. La gente de esos lugares caminaba también durante ese jueves santo, toda la noche y el viernes santo, transitando en pequeños grupos de un lugar a otro, porque no había tren.

Estaba en la pampa del viernes santo desde muy temprano tratando de ver cómo seguir viaje. No se veía ningún vehículo. Miraba hacia la derecha e izquierda por donde seguía el camino y nada. Hasta pensé en llevar mis cosas cargando de a pocos y avanzar algunos metros porque la gente que caminaba me decía que detrás de un cerro que señalaban estaba Santa Rosa. Traté de hacerlo y advertí que era imposible, una ilusión. Observé algunos burritos e imaginé que podían ayudarme, aunque se veían distantes y en medio de la pampa. Así, miraba y miraba y nada. Ya era pasada las diez de la mañana y de pronto al girar sobre mi izquierda apareció un jeep antiguo y abierto. Nunca supe de dónde vino. Apareció de pronto, conducido por un señor y una señora que lo acompañaba.

Subí con mis cosas y también unas tres personas más que caminaban casi por la vía del tren. Nos dijo que nos llevaría a Santa Rosa. No fue fácil el trayecto. Viajamos como una hora. Todo el camino estaba húmedo y en muchos sitios el fango y lodo eran peligrosos para el pequeño jeep. Nos bajamos unas dos o tres veces para caminar a través del lodo, tratando que el vehículo pase con cuidado por esas zonas y evitar que caiga en uno de esos huecos fangosos. En algún momento empujamos el vehículo. Nos ensuciamos los zapatos y pantalones por la gran cantidad de lodo y humedad. Hasta que por fin llegamos a Santa Rosa. Al bajar mis cosas y colocarlas cerca de una pared, luego de pagar a la señora unas monedas que era muy poco realmente, me volví para verlos y el vehículo había desaparecido. Traté de ver por dónde había seguido y no había nada.

Para mí fue un milagro. La aparición del vehículo en medio de la pampa y luego llevarnos hasta Santa Rosa, para después desaparecer casi frente a mi presencia. Me pregunté siempre si el señor que conducía fue Jesús y la señora que lo acompañaba la Virgen María.


Así, cosas del mundo, del espíritu y del alma. Creo que tenía más de treinta años. Finalmente, esperé hasta las tres de la tarde y en otro camión me trasladé hasta Sicuani, llegando a las cinco y media aproximadamente. De ese lugar y tomando otro camión más subimos a la cordillera hasta llegar al pueblo de Langui de ese día de viernes santo a eso de las siete y media de la noche. En Langui permanecí hasta el Domingo de Pascua. Una madre de esos lugares y luego de invitarme una tasa de leche caliente me saludó diciéndome: “Feliz día de Pascua”. Un saludo y una energía inolvidables, en medio de esos viajes hermosos e increíbles.

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