jueves, 30 de agosto de 2018

EL NIÑO...



Un día, cuando él pasaba cerca del parque de la universidad y ya oscurecía, se fue directo hacia una panadería muy conocida y situada por una esquina. Miró como siempre la vidriera y por supuesto todos los productos se mostraban. Diversos panes, porciones de tortas, diferentes clases de empanadas, los infaltables queques de diferentes sabores y muchas cosas más. Se sentía hasta el aroma que despertaba a cualquier hambriento. La gente transitaba también por ese lugar  para tomar algunos buses y algunos evitaban mirar los productos de la panadería. Era lo mejor. Otros, casi muy seguros ingresaban y escogían algunas cosas para llevarlas a sus casas. Así, él también ingresó y escogió varios panes sabrosos de diferentes clases, un par de queques y algo más. Todo lo tenía en una bolsa muy bien dispuesta y se sentó para tomar un vaso de chicha morada. Seguramente necesitaba de unos minutos para sentirse en paz esa noche y no pensar mucho en otras decisiones. Puso la bolsa blanca encima de la mesa y saboreaba la chicha. Miró a su alrededor y varios comían las empanadas y las tortas, mientras tomaban café, gaseosas y así, entre hombres y mujeres. Cada uno al parecer vivía su propio mundo y se escuchaba el murmullo de sus voces,  como una risita especial. De pronto, apareció un niño precioso de unos cuatro a cinco años de edad. Era como cualquier niño y avanzó como corriendo sobre sus pasos y se abalanzó sobre la vidriera colocando sus dos manos abiertas sobre el vidrio transparente y reluciente. Las huellas de sus dedos se dibujaron sobre el cristal a medida que éstas bajaban. Sus ojos se abrieron con deleite frente a todas las cosas ricas que imaginaba comerlas y gustarlas. Balbuceó palabras inentendibles y sus ojos se movieron como repasando cosa por cosa todo lo que tenía al frente. El hombre que estaba sentado con el vaso de chicha morada entre los dedos miró todo eso en una fracción de segundo. El niño empezó a señalar con uno de sus dedos uno y otro producto. Así, apareció por detrás su madre. La mujer se puso a observar ahora con su hijo. Daba la impresión que algo le decía a su niño al oído por la forma de doblar la espalda. La madre con el niño arrastraron sus pies lentamente frente al mostrador reluciente sin quitar la vista de todo lo que tenían frente a sus ojos. La madre bajó los ojos y dio la impresión que contaba unas monedas entre sus dedos. Un paso más hacia la derecha y estaba por llegar al lugar donde la gente hacía los pedidos, sin embargo, sus pasos se fueron dirigiendo lentamente hacia la salida principal, mientras tomaba a su hijo con una de sus manos. El hombre volvió a mirar todo eso. No pudo más frente a todo lo que había observado. Algo lo impulsó desde dónde estaba. Cogió la bolsa con los productos que tenía sobre la mesa y de unos cuantos pasos alcanzó al niño con su madre en la puerta, diciendo: “Señora, esto es para usted y su niño”. “Gracias señor”, le contestó la madre con una sonrisa entre los labios, mientras el niño lo miraba y sujetaba la bolsa también.

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