Un día, cuando él pasaba cerca
del parque de la universidad y ya oscurecía, se fue directo hacia una panadería
muy conocida y situada por una esquina. Miró como siempre la vidriera y por
supuesto todos los productos se mostraban. Diversos panes, porciones de tortas,
diferentes clases de empanadas, los infaltables queques de diferentes sabores y
muchas cosas más. Se sentía hasta el aroma que despertaba a cualquier
hambriento. La gente transitaba también por ese lugar para tomar algunos buses y algunos evitaban mirar
los productos de la panadería. Era lo mejor. Otros, casi muy seguros ingresaban
y escogían algunas cosas para llevarlas a sus casas. Así, él también ingresó y
escogió varios panes sabrosos de diferentes clases, un par de queques y algo
más. Todo lo tenía en una bolsa muy bien dispuesta y se sentó para tomar un
vaso de chicha morada. Seguramente necesitaba de unos minutos para sentirse en
paz esa noche y no pensar mucho en otras decisiones. Puso la bolsa blanca encima
de la mesa y saboreaba la chicha. Miró a su alrededor y varios comían las
empanadas y las tortas, mientras tomaban café, gaseosas y así, entre hombres y
mujeres. Cada uno al parecer vivía su propio mundo y se escuchaba el murmullo
de sus voces, como una risita especial.
De pronto, apareció un niño precioso de unos cuatro a cinco años de edad. Era
como cualquier niño y avanzó como corriendo sobre sus pasos y se abalanzó sobre
la vidriera colocando sus dos manos abiertas sobre el vidrio transparente y
reluciente. Las huellas de sus dedos se dibujaron sobre el cristal a medida que
éstas bajaban. Sus ojos se abrieron con deleite frente a todas las cosas ricas
que imaginaba comerlas y gustarlas. Balbuceó palabras inentendibles y sus ojos
se movieron como repasando cosa por cosa todo lo que tenía al frente. El hombre
que estaba sentado con el vaso de chicha morada entre los dedos miró todo eso
en una fracción de segundo. El niño empezó a señalar con uno de sus dedos uno y
otro producto. Así, apareció por detrás su madre. La mujer se puso a observar
ahora con su hijo. Daba la impresión que algo le decía a su niño al oído por la
forma de doblar la espalda. La madre con el niño arrastraron sus pies
lentamente frente al mostrador reluciente sin quitar la vista de todo lo que
tenían frente a sus ojos. La madre bajó los ojos y dio la impresión que contaba
unas monedas entre sus dedos. Un paso más hacia la derecha y estaba por llegar
al lugar donde la gente hacía los pedidos, sin embargo, sus pasos se fueron
dirigiendo lentamente hacia la salida principal, mientras tomaba a su hijo con
una de sus manos. El hombre volvió a mirar todo eso. No pudo más frente a todo
lo que había observado. Algo lo impulsó desde dónde estaba. Cogió la bolsa con
los productos que tenía sobre la mesa y de unos cuantos pasos alcanzó al niño
con su madre en la puerta, diciendo: “Señora, esto es para usted y su niño”.
“Gracias señor”, le contestó la madre con una sonrisa entre los labios,
mientras el niño lo miraba y sujetaba la bolsa también.
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