lunes, 26 de septiembre de 2016
miércoles, 21 de septiembre de 2016
Yeni Vilcatoma: Acomodándose Políticamente
Se esperaba algo así. Desde el momento que apareció la
señora Vilcatoma como integrante del grupo de Fujimori en la última campaña
electoral en el Perú, ya era de esperarse algún tipo de protagonismo. Sus expresiones
favoritas eran luchar contra la corrupción. Sin embargo, se había integrado a
un grupo de personas que sabían y actuaban muy bien sobre eso. Como dice
Alberto Adrianzén: “Es una oportunista política”. Realmente sacó partido a su
oportunismo. Por más que intente argumentar sobre su inicial perspectiva de
luchar contra la corrupción, en la práctica buscó acomodarse en el congreso,
mostrándose con Fujimori, para luego conseguirlo y ser elegida. Fue su
victoria, no importando con la clase de gente que se juntaba.
De la Puente también afirma que “no es un ejemplo de la
nueva política ética”. Es por eso que ningún partido la quiere. Además, su
posición y protagonismo con los miembros del grupo de Fujimori, la hace muy
poco conocedora de lo que puede ser la actividad partidaria, y cómo manejar políticamente
esas situaciones. Evidente no es un ejemplo, considerando como ya lo han dicho
otros, que buscaba cualquier organización partidaria para postular en una
plancha congresal y lo consiguió. Seguro que hacia adelante, hacia los próximos
días y meses, quizá tengamos alguna noticia más de ella. ¿Se unirá finalmente
al grupo de Acción Popular? ¿Es un nuevo acomodo político? Ya lo veremos.
domingo, 18 de septiembre de 2016
11 de Septiembre: Chile y Estados Unidos
Hay fechas que marcan el proceso histórico de la humanidad.
Es inevitable nombrarlas. Nos acercan a la realidad latente que dirige nuestro
mundo, a veces en forma arbitraria.
11 de Septiembre de 1973, Golpe de Estado en
Chile y asesinato del presidente elegido democráticamente Salvador Allende. El
golpe contra Allende, fue de alguna manera influenciado por la política
exterior norteamericana. Aquí es importante resaltar que marca la consolidación
de la imposición del mercado o cruzada de mercado de Friedman, quien propugnaba
que el estado debía de abstenerse de participar en la vida económica de los
países.
11 de Septiembre de 2001,
Ataque Contra las Torres Gemelas de New York. Atentado suicida de grupos
terroristas pertenecientes a Al Qaeda. Perdieron la vida alrededor de 3000
personas, dejando miles de heridos y damnificados. Es el inicio de un nuevo
siglo con una confrontación abierta de algunos grupos sediciosos contra los
Estados Unidos. ¿Situaciones de causa y efecto?
Ambos acontecimientos cambian la visión que se tenía del
mundo sobre nuestra formación social. La economía es en última instancia quien
determina las cosas, sin embargo, el poder y la política interactúan con la
base económica.
Consulta Previa: ¿Qué hacen en el congreso?
Sabemos que una función muy
importante en el manejo de la economía, es implementar y aplicar medidas
gubernamentales que hagan más dinámica la actividad productiva.
Y eso está muy bien, sin
embargo, las esperadas medidas para reactivar la economía no siempre mejoran
las condiciones de todos los sectores. A veces son contrarias, adversas y
equivocadas, provocando más bien algunos efectos negativos.
Aquí entra la Consulta
Previa. Muchos empresarios e inversionistas cuando quieren hacer algún proyecto
o actividad en alguna comunidad preguntan a sus pobladores:
– ¿Cómo les voy a consultar
si el proyecto es en un cerro y no en la comunidad?
Frente a eso, la respuesta
de la gente es inmediata:
– ¡Ese cerro es nuestro APU, montañas vivientes
desde épocas históricas! ¡Cualquier cosa que le suceda afecta nuestro ciclo de
vida, la producción, nuestra ganadería, el manejo equilibrado de los recursos y
el flujo de nuestras aguas subterráneas!
En una caricatura hecha por
Carlín y que está en internet, los empresarios dirían:
– ¡Qué ignorantes! El desarrollo es sacar
petróleo y talar bosques para producir etanol.
La Consulta Previa está
normada en el Perú por el decreto ley 29785. Además, hace unas dos décadas y
media, la Organización Internacional del Trabajo reconoce las aspiraciones de
los pueblos, asumiendo sus formas de vida, desarrollo y cultura. Los tiempos
cambian. Otros países como Colombia asumen su defensa. Ahora hay cuidado ambiental
también. Eso mismo es una preocupación en el Valle de Tambo, en Arequipa.
¿Qué hacen en el congreso?
Hace unos días, la bancada de Fuerza Popular, donde está la gente de Fujimori,
presentó un proyecto de ley para modificar la Consulta Previa. El propósito era
limitar los derechos ya ganados de las comunidades y pobladores. Frente a eso,
las críticas de muchas organizaciones no se dejaron esperar. Posteriormente,
tuvieron que desistir, manifestando que dejaban para después esa propuesta.
Es increíble. Debemos
respetar ese diálogo, esa comunicación intercultural. La población y los grupos
étnicos, tienen participación en la toma de decisiones, proyectos o actividades
que los afecten. Es lo justo, que la gente también decida.
viernes, 9 de septiembre de 2016
martes, 30 de agosto de 2016
Otro teniente
50
Otro
teniente
Esa mañana de domingo, le llevaron ante la
presencia del teniente. Era un ambiente cerrado, casi herméticamente. Había una
ventana de metal cuyos vidrios habían sido pintados de blanco, y que
indubitablemente, nunca había sido abierta, porque la manija mostraba un oxido,
formando un solo cuerpo con el conjunto.
Allí estaba el teniente, detrás de un
escritorio amplio y antiguo y de madera gruesa. Miraba con sus ojos vidriosos y
clínicos, cualquier movimiento que se producía frente a él. Al momento de
ingresar Victoriano acompañado de otro policía, distinguió claramente a su
padre, sentado y bien ubicado sobre una silla de madera, frente al teniente.
Ambos al parecer conversaban. Una silla bien dispuesta junto a su padre,
esperaba su presencia.
Al sentarse, la silla crujió con un ruido
extraño. Advirtió algo sublime que llevaba su progenitor a manera de áurea y
estaba sereno como siempre, con la mirada llena de paz y entendimiento. El
sombrero de paño negro estaba en una de sus manos, resaltando en su rostro la
experiencia de muchos años vividos.
Al moverse el teniente sobre un sillón
antiguo, intentando acomodar sus brazos, se escuchó también un ruido extraño,
siendo extravagante, como quien se resiste a la presión o al peso.
Posteriormente, puso sus dos manos sobre el escritorio, que estaba vacío.
Parecía que, muy temprano habían intentado quitar el polvo, percibiéndose las
huellas de una limpieza ligera. La poca luz que penetraba a través de la
ventana, era lo que iluminaba el ambiente. Predominaba un color café oscuro,
remarcándose sobre un piso del mismo tono, de una loseta antigua, haciendo
también, un juego enfermizo con los muebles
oscuros.
El oficial miró oblicuamente a Victoriano
e intentó mantenerse serio, pensando seguro a la altura de su investidura y
responsabilidad.
– ¡Tú eres Victoriano! – le dijo,
mirándole a los ojos, mientras los dedos de la mano derecha golpeaban la madera
toscamente, empezando por el meñique y terminando en el índice.
– Sí – respondió de forma natural.
– ¿Qué dijiste ayer? – preguntó el oficial
con énfasis y voz algo grave, mientras volteaba su rostro para mirar a su
padre.
Y como si el movimiento no tuviera fin, la
mirada siguió desplazándose, hasta fijarse en el rostro del policía que había
acompañado a Victoriano, quien esperaba de pie junto a la puerta. El hombre por
cierto, adquirió una posición más firme al verse observado por el teniente,
tragando saliva en el acto, ya que a través de su cuello, se distinguió un
movimiento oscilante, reflejándose el paso del líquido a través de la tráquea.
El guardia cambió de color y dirigió la mirada hacia el frente, asumiendo una
posición de espera indeseable y maldita.
Al notar tal compostura, el teniente
deslizó su mirada desde sus cabellos hasta los pies, deteniéndose un instante
en las arrugas cuarteadas que mostraban sus zapatos. De inmediato, volvió los
ojos en una micra de fracción del tiempo, al escuchar la respuesta de
Victoriano:
– ¡Yo soy de izquierda!
– ¿Te consideras uno de ellos? – dijo el
oficial, con una actitud profundamente interrogadora y frunciendo el ceño
sobremanera, mientras la mirada volvía sobre el mismo recorrido anterior,
terminando en el policía que seguía de pie. Una vez más trataba de mantenerse
en una posición de firmes, estirando el cuello notoriamente y con cierta
rudeza.
El padre de Victoriano, permanecía muy
tranquilo, y el sombrero pasó de una mano hacia la otra. Al parecer, nada o muy
poco turbaba sus sentidos; aunque probablemente, sus pensamientos y su mirar se
mantenían expectantes y mucho más de lo que uno pudiera imaginar.
– ¡Sí! – respondió Victoriano,
pausadamente, y pensó que estaba en lo correcto.
– ¡Yo creo que no me dices la verdad! –
afirmó el oficial, mientras volvió a removerse en el sillón, produciéndose de
nuevo el crujir de la madera y golpeando la mesa a manera de tambor, ahora, con
sus cinco dedos y terminando en el pulgar.
El padre de Victoriano seguía la
conversación muy tranquilo, asintiendo algunas veces con un movimiento muy
suave de cabeza. Otras veces, estaba muy atento a las palabras del oficial. El
otro agente, seguía junto a la puerta; y su cuerpo y hombros especialmente,
volvieron a laxarse.
Una vez más, la mirada volvió por el mismo
recorrido, mientras el agente volvía también a estirar el cuello. De una vez, y
aunque no podía decirlo, ya no le resultaba de su agrado que el teniente fijase
sus ojos por más tiempo sobre sus zapatos, que obviamente ese día, no mostraban
el mejor cuidado.
Tratando de acomodarse e intentando
esconder sus pies de la mirada del oficial, avanzó sobre su costado derecho un
paso, precisamente el lugar perfecto, en donde una de las esquinas del
escritorio se interponía entre la mirada y el calzado. Por enésima vez, asumió
la misma posición erguida, aunque ahora, al estirar su cuello, dibujó sobre su
rostro una actitud de mayor seguridad y confianza. Simplemente se sentía
vencedor, al alejar sus pies de los ojos del teniente; además, claro está, no
tenía ningún derecho para auscultarlo de esa manera.
– Es cierto y estoy impresionado –
respondió Victoriano.
– Por supuesto que debes estarlo – dijo el
oficial –, además, yo te aconsejaría que no te metas en esos asuntos.
– Bueno – afirmó Victoriano.
– Le aconsejaría señor – dijo el oficial,
dirigiéndose a su padre –, conversar con su hijo sobre las consecuencias que
puede tener.
– Muchas gracias, mi teniente – contestó
el padre de Victoriano.
– Sí – afirmó el oficial –, es importante
que la juventud esté enterada, que nada consiguen con apoyar a esos movimientos
que ahora actúan libremente y no conduce a nada bueno. Algún día se puede
encontrar con más problemas.
Terminó sus últimas palabras algo así como
en trance, moviendo ambas manos sobre la mesa, dando unos golpecitos a manera
de percusión y usando todos sus dedos. Un eco a manera de tambor retumbó con
mayor fuerza dentro de la habitación, y al dejar de hacer por un instante el movimiento,
acomodó su cuerpo una vez más sobre el sillón, retorciéndose hasta que las
maderas crujieron lastimeramente. El policía que estaba junto a la puerta,
dirigió su mirada con descaro, clavando sus ojos en el respaldo del sillón del oficial todo el tiempo que pudo,
mostrando incomodidad en sus facciones al escuchar repetidas veces el mismo
crujir del madero.
El teniente no había notado las actitudes
espontáneas, resueltas o intencionales del subalterno y, al terminar de decir
su última palabra, desplazó su mirada lentamente sobre el rostro de las
personas, recorriendo un poco más, para terminar sobre los ojos del agente.
Ambos se sorprendieron, sobresaltándose, al encontrarse las miradas dirigidas
del uno hacia el otro. Obviamente, ninguno de los dos había esperado
encontrarse de esa manera; sin embargo ahora, el teniente trato de apartar la
mirada, mientras el policía hacía lo mismo, como si se hubieran puesto de
acuerdo en sus incomodidades, para rehuirse. El subalterno acomodó su cuerpo
con aplomo, mostrando la primera mueca satisfecha.
Para el teniente, no le fue fácil
encontrar los pies ni los zapatos cuarteados que buscaba, es por ello que,
ahora se movía sobre su asiento crujiente, mientras estiraba su cuello hacia la
izquierda, tratando de encontrar el mejor ángulo. Al no conseguirlo, volvió
sobre el movimiento de su mano derecha, insatisfecho.
– Conversaré con él – respondió
serenamente el padre de Victoriano, mientras asentía con un movimiento de
cabeza.
– Claro – balbuceó el oficial – hallándose
ahora más entretenido en sus propios pensamientos y deducciones.
– Gracias, nuevamente.
– Muy bien, su hijo puede irse y no olvide
de conversar mucho sobre el tema.
Al instante se pusieron de pie y se
estrecharon las manos. Con gusto, el oficial solicitó al agente acompañarles
hasta la puerta, siendo el último en atravesarla y escuchar a su espalda el
crujir de la madera. En ese instante, Victoriano imaginó de pronto el último
vistazo de los ojos del oficial sobre sus pies, seguro buscando una grieta más.
En el calabozo
49
En el calabozo
Victoriano les miró, y, aunque no imaginó
realmente lo que ambos pensaban, se preguntó reiterativamente sobre su nueva
situación. Percibió algo extraño al momento de entregar la correa negra de su
pantalón a uno de los policías, mientras este al recibirla, hacía una mueca
demostrando tener el dominio de las circunstancias; incluso al sonreír, volteó
su rostro hacia otro lado, y luego le dirigió una mirada al parecer
conciliadora, entremezclada con sarcasmo y cierto placer. Mantenía aún las
hileras entre sus manos.
El otro solo atinó a mirar mientras volvía
a acomodar sus manos sobre la nariz y jugueteaba de nuevo con los dos pies.
El oficial prácticamente fue sobre los
cordones que sostenía Victoriano y se los quitó de las manos; comprobando
efectivamente y con cierta minuciosidad que eran dos. Acto seguido lo tomó
resueltamente de uno de los brazos, diciéndole:
–
!Vamos, al interior!
Victoriano se dejó llevar, no sabiendo de
qué manera protestar o por lo menos mostrarse en desacuerdo. Atinó a preguntar
sobre lo mismo:
– ¿Hacia el interior?
– ¡Mañana lo veremos con el teniente! –
dijo el uniformado tratando de pronunciar claramente cada palabra y modulando
con énfasis la última.
– ¿Mañana? – interrogó Victoriano.
– ¡Sí!, pero, pasada las diez porque es
domingo, ya que el teniente viene después de esa hora.
Ambos avanzaron juntos, atravesando el espacio
que se veía tenue, mientras simultáneamente el policía se quitaba el quepis,
pensativo y mirando hacia el piso, para luego sostenerlo entre sus manos. El
otro uniformado, quien se encontraba en el ambiente frunció el ceño al mirar la
actitud de su compañero, y le miró desde los pies hacia la cabeza con inusual
costumbre. Victoriano le observó minuciosamente y le pareció muy raro cada uno
de sus movimientos, al parecer sincronizados. Atravesaron así un pasadizo de
poca extensión y salieron hacia un patio, de forma cuadrada y algo húmedo.
–
¡Aquí! – dijo el policía levantando la voz marcialmente y señalando un
lugar.
– ¿Cómo? – interrogó Victoriano, con poca
visión frente a sus ojos, porque el ambiente se mostraba en la penumbra, a
pesar de ser un patio, quizá el principal.
– ¡Sí! – y le señaló de nuevo hacia el
lugar, exactamente con el índice derecho, donde se divisaba una puerta formada
por barrotes de hierro, estructurada y confeccionada adecuadamente de forma
vertical y horizontal, de tal forma que era imposible tratar de deslizarse
entre ellos.
El policía la abrió con fuerza y
Victoriano lo distinguió claramente, aunque con cierta dificultad por la
penumbra de la noche. Al segundo, el hombre alumbró hacia el interior con una
linterna que llevaba en el bolsillo y Victoriano calculó rápidamente sus
dimensiones, sin proponérselo antes. Aproximadamente, tenía unos tres metros de
largo por dos y medio de ancho. Divisó sobre el suelo, dos pedazos de cartón,
imaginando que fueron las tapas alguna vez, de una caja mediana.
– ¿Aquí dormiré? – interrogó Victoriano
asombrado.
– ¡Sí! – contestó el hombre, mientras
seguía alumbrando intencionalmente hacia los cartones, percibiéndose mayor
claridad en el interior.
La respuesta del uniformado sobrepasó lo
burlón y sonó socarrona, absolutamente y, a pesar de la noche, sus ojos
brillaron aún con mayor intensidad, conteniendo el furor. Aunque la luna no era
llena en ese momento, la retina de Victoriano se fue acostumbrando al contexto
y percibió exactamente delante de la puerta un charco de agua, muy pequeño,
teniendo cuidado para no pisarlo.
– Solo hay cartones en el piso – afirmó de
nuevo Victoriano, mientras seguía el movimiento de la luz de la linterna,
recorriendo totalmente el piso una vez más, de pared a pared.
– Ya le veré en la mañana – volvió a decir
el agente, haciéndose a un lado para permitir el paso de Victoriano, quien
avanzó hacia el interior del calabozo, sintiendo a sus espaldas el sonido del
metal al momento de cerrarse la reja. Luego de encadenarla y poner un candado,
el policía volvió sobre sus pasos, mirándole antes sobre el hombro, de una
manera triunfante y desafiante.
Victoriano quedó inmóvil por un instante,
mirando hacia el exterior sombrío a través de los barrotes; y, sin quererlo, se
agarró de ellas con sus dos manos. No pensó en nada y sus ojos se fijaron en la
lejanía, tratando de entender todos los acontecimientos y actitudes. Así, quiso
distinguir en la oscuridad la forma exacta del patio. Después, al girar sobre
sus pies, fijó su mirada sobre los dos cartones pegados sobre el piso,
distinguiendo un contraste lóbrego y armónico entre el color del material, el
piso, y el de las paredes. Una tenue luz hacía su aparición proveniente de un
destello de luna, e ingresaba suavemente sobre los primeros cincuenta
centímetros cercanos a la reja del calabozo. ¿Por qué estoy detenido? ¿Cuáles
son las razones explícitas? ¿Cuál es la mejor forma de dormir? Se hacía las
preguntas, una tras otra, y recordó que había mencionado que uno siempre debía
ayudar a las personas necesitadas y obviamente a la gente del pueblo. Creyó
estar en lo correcto, sin embargo, comprendió que debía tener mucho cuidado;
aunque, en el fondo no lo sabía exactamente si era capaz de expresar un
conjunto de ideas coherentes, o tal vez, era la expresión natural de un sentir
que germinaba dentro de su cuerpo y alma. Percibió por un momento, y aunque sin
quererlo también, tratando de concebir en el contexto externo la singularidad
de nuestra formación social, que determinaba cierta forma de comportamiento y
conducta, enmarcados dentro de ciertos parámetros.
Caminó en círculo, dando varias vueltas
alrededor del espacio y sintió que el silencio reinaba. El silencio era el peor
de los ruidos. Trató de mirar hacia fuera y de nuevo hacia el piso, como el
último y principal recurso para dormir. No tenía alternativa. Después de volver
a dar dos pasos más, escuchó muy cerca, algo así como el sonido de una caída de
agua. De inmediato, volvió su rostro hacia las rejas y logró advertir la
presencia de alguien muy cerca, unido ahora y con mayor claridad, al sonido de
los pasos cuando tratan de escabullirse para no ser vistos. Pensó por unos
segundos y distinguió en el charco de agua frente a la reja, el reflejo y
brillantes de la luna con mayor intensidad. El charco se veía como un espejo y
reflejaba perfectamente.
Nuevamente, escuchó los mismos pasos a
manera de saltitos silenciosos e imperceptibles, quedando atónito y estupefacto
en una fracción de segundo, al darse cuenta en la sombra del uniformado,
llevando algo entre sus manos, reflejándose sobre el piso. Advirtió en el acto
como la cantidad de agua aumentaba delante de él, manteniendo el charco mucho
más grande y húmedo, de tal manera que los detenidos podían sentir más frío
durante las noches. Simplemente no lo podía creer, así y todo, con cierta
contemplación vio crecer la cantidad de agua y volvió a mirar hacia el piso una
vez más.
Le tomó pocos segundos colocarse sobre los
cartones con el pecho directamente hacia ellos y creyó sentirse mejor al estar
usando una chompa. Acomodó un pedazo de cartón lo mejor posible y muy cerca de
su corazón, y el otro lo puso a la altura de la cabeza, cruzando los brazos
sobre él, para dormir un poco. No logró conciliar el sueño perfectamente y muy
de madrugada, volvieron los pasos sigilosos para aumentar nuevamente el charco
de agua.
En el crepúsculo del amanecer, estuvo de
pie y, a través de la reja divisó hacia el exterior con mayor claridad el patio.
Era de regular tamaño y servía también como una cancha de basketball.
Naturalmente, frente a él, aún seguía el agua empozada y parecía más clara y
transparente.
Sorprendentemente, luego de media hora,
recibió la primera visita del guardia, y este le saludó arrastrando las
palabras sarcásticamente:
– Buenos días, espero que haya dormido
bien.
– No tanto, pero…
Victoriano le miró tratando de auscultar
su rostro para encontrar algo nuevo y diferente, entretanto formalmente,
respondía con una venia más a través de los barrotes de acero.
– Hoy día por la mañana, alrededor de las
ocho – dijo el agente, mientras tornaba su rostro diferente –, enviaremos a una
persona para que verifique su domicilio y contactaremos con algún familiar.
– ¿Qué persona? – interrogó Victoriano,
acercándose hacia la reja y sujetándose de ellas con las dos manos.
– ¡Alguien! – contestó el oficial –,
creemos que al teniente, le interesará conversar sobre su comportamiento y algo
más.
Terminó la frase muy seriamente y
modulando con mayor énfasis la última palabra. Obviamente Victoriano atinó a
escucharlo, levantando ligeramente la ceja izquierda y esbozando una
imperceptible sonrisa a través de una de las comisuras de sus labios, por lo
ridículo de la actitud. El agente al verle de esa manera frunció el ceño,
cambiando su expresión por completo y con escarnio, agregando luego:
– Imagino que habrá sentido un poco de
frío durante la noche.
Se retiró al momento mostrándose mordaz,
mientras dirigía la mirada de soslayo hacia el charco de agua.
Victoriano volvió a quedarse en silencio.
Miró hacia su alrededor y las paredes mantenían el color oscuro del cemento,
así como el techo. Muchas inscripciones y frases cortas. Algunas parecían haber
sido escritas con las mismas uñas, y otras, hasta con sangre. Los cartones
seguían sobre el piso, como mudos testigos. Probablemente alguien los trajo
alguna vez. ¿La guardia nacional habría tenido la idea de mantenerlos sobre el
piso? ¿Podría ser posible?
Algunas veces, como si estuviera el mar
muy cerca, la brisa se sentía sobre la piel, trayendo el aire frío de esa
mañana que estremecía la piel y los vellos.
Algo tétrico y lóbrego escondía ese lugar,
no obstante, fueron llegando algunas personas y de a pocos, arremolinándose
alrededor del patio. Eran seis aplicados deportistas que iniciaron el juego
girando el balón y rodando en diferentes direcciones. Naturalmente, pertenecían
a la misma institución, por lo menos eso decía su apariencia. Una y otra vez,
buenos movimientos en el momento de encestar. Cuando se encendían los ánimos,
algunos levantaban la voz jubilosamente, llegando incluso a gritar; mientras
otros atropellaban fuertemente al momento de mover el balón y correr
frenéticamente.
En medio de la algarabía, el policía que
había estado durante la noche, parándose y sentándose frecuentemente, así como
moviendo sus pies, hizo su aparición pasando muy cerca de la reja. Volteó el
rostro para mirarle directamente, acompañado de una actitud interrogadora y
luego seguir caminando. Apareció una vez más y mostraba la misma cara. Al pasar
por quinta vez, fijó su rostro, clavando sus ojos y mordiendo los dientes al
mismo tiempo. Realmente, era difícil saber si el hombre presentaba una
agitación interior, quizá violenta; aunque, por su condición, la furia le podía
sacar fuera de sí, abandonándose y enajenándole. Victoriano le volvió a mirar.
El policía trotskista
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El
policía trotskista
–
¿Cuál es tu nombre? – preguntó el policía, mientras le miraba extrañamente
desde la cabeza hasta los pies, deslizando la mirada lentamente.
– Mi
nombre es Victoriano Escapa.
–
¡Así que tú eres de izquierda! – afirmó el policía nuevamente, frunciendo el
ceño y mostrando una expresión gesticular.
–
¡Cómo dice! – contestó Victoriano, mientras se interrogaba sobre los otros
cuatro adolescentes que habían estado junto a él, antes de terminar todos en la
tercera comisaría.
–
¡Escuché muy claramente! – replicó el hombre vestido con su uniforme verde,
mientras se llevaba una mano a la altura de la nariz, para pasarse los dedos.
Otro
policía vestía de igual manera y observó a Victoriano detenidamente, y hasta
dio la impresión que abrió la boca sutilmente, mostrando asombro. En ese
estado, Victoriano se preguntó por el motivo que tuvo el policía para llevarle
a mover la boca, asombrado por su presencia.
El
primer agente empezó a interrogar. A veces se sentaba sobre una silla junto a
un escritorio y nuevamente se paraba, inquieto, haciendo sonar sus tacos con
fuerza contra el piso. Parecía un ser inquieto no acostumbrado a esos
menesteres, y dejaba traslucir su desencanto al momento de hacer gestos
sobrehumanos para bostezar. No miraba directamente a Victoriano y encaminó su
atención en hacer sonar sus zapatos contra el piso de diferente manera.
Victoriano comprendió que el sujeto estaba más en otro lugar que en la tercera
comisaría. Sin embargo, ahora lo tenía bajo su mirada y empezó haciendo algunas
anotaciones sobre un cuaderno. Parecía muy ocupado en ampliar sus comentarios
en el atestado policial. Escribía y escribía, sin parar. Daba la impresión que,
le faltaban las palabras. Levantó la mirada y le clavó los ojos
jactanciosamente, como disfrutando de su ego particular al tenerlo bajo su
dominio.
Frente a tal contemplación, Victoriano atinó a decir:
–
Solo quería apoyar a las personas.
–
Pero tú – afirmó el policía seriamente -, no tenías por qué entrometerte con
los cuatro muchachos. Ese es el problema de ellos.
– Me
parecieron muy jóvenes.
– Tú
también eres joven, y estoy seguro que eres el menor.
–
Bueno...
–
Claro, además nos avisaron que estaban haciendo escándalo en la fiesta que
habían organizado, especialmente por el día de la primavera – afirmó el agente.
–
¿Adónde están ahora? – se atrevió a preguntar Victoriano.
– ¿Lo
preguntas? – interrogó el policía abriendo los ojos y volviendo a mover los
pies.
De
pronto y como si fuera una respuesta rápida a su interrogante, aparecieron los
cuatro muchachos atravesando el dintel de una puerta interior y acompañados por
un sargento. Lógicamente, lucían alcoholizados y trasnochados. Parecían
asustados a esas horas de la madrugada, con la mirada puesta hacia la lejanía y
perdida. Dos de ellos tenían las manos en los bolsillos, y uno especialmente
jugaba con sus dedos. Al parecer movía algo en su interior, como buscando insistentemente
e imposible de encontrar. Podría ser una caja de fósforos para encender un
cigarrillo después, o tal vez, una llave con la que abriría la puerta de alguna
casa. Los otros dos estaban quietos, como si estuvieran frente a la presencia
de un aparecido. No se movían, sin embargo, volteaban sus ojos hacia la derecha
e izquierda. Uno de ellos, de regular estatura y el más bajo, empezó a toser
fuertemente y de inmediato, haciendo voltear la mirada de todos. Siguió
tosiendo y su rostro se volvió rojizo por un momento, dando la impresión de
querer ahogarse. Todos mostraron preocupación, absolutamente, estando atentos
al color de sus ojos, las mejillas y a los espasmos continuos al momento de
toser. Como saliendo de su estado, el policía que más parecía estar en otro
lado y a veces movía los pies, gritó fuertemente, haciendo retumbar las paredes
con su eco:
– ¡Un vaso de agua y pronto!
Nadie
supo exactamente cómo, pero el vaso llegó precisamente frente al muchacho,
quien lo cogió fuertemente y de un sorbo terminó con el líquido.
Después de unos minutos, y como si pareciera un sueño, todo volvió a la
normalidad, y hasta parecía que no había acontecido nada; de modo que, los dos
policías uniformados, quienes se encargaban expresamente del primer ambiente,
ocuparon sus lugares habituales. Uno de ellos continuaba con el movimiento de
sus pies y, hasta le había agregado un ritmo especial y continuo al pulgar e
índice derecho de su mano. El otro que estaba ahora más atento a los muchachos,
los auscultó en un segundo, de una vez y a todos, para decirles luego con una
voz singular y chillona:
–
Pueden irse a sus casas.
–
Gracias – respondió uno, dando la impresión que los cuatro habían contestado al
unísono, porque se miró cuando movían los labios al mismo tiempo, aunque
solamente se escuchó una voz.
Todos
se fueron a la misma vez, y hasta dio la impresión de verles partir mucho más
rápido de lo que habían llegado. Luego de la salida de ellos el sargento volvió
hacia el interior, atravesando la puerta, no sin antes, mirar rápidamente en su
entorno y fijarse en quién escribía el informe sobre la conducta de Victoriano,
para desaparecer después.
Victoriano les miró partir y sintió satisfacción por cierto, aunque se
preguntaba el porqué, no le habían tratado de la misma forma, si los detenidos
habían sido principalmente ellos. A pesar de todo, intentó comprender que,
posiblemente se trataba de cuestiones rutinarias y seguro que tomaría algunos
minutos más.
Era
increíble, el policía no cesaba de escribir. Había terminado de llenar una
página entera en un cuaderno con una letra diminuta, que obviamente impresionó
a Victoriano, y se disponía a empezar la segunda. Se atrevió a moverse con
cuidado, acercándose un poco más, para poder descifrar lo que escribía
denodadamente y con muchos detalles. Logró observar el deslizamiento suave del
lapicero sobre el papel, más impresionado aún, no sabiendo si era de un color
azul o si tenía un matiz rojizo. A veces, le dio la impresión de ver un color
oscuro y negro.
–
¡Muy bien! – exclamó el policía, estirándose y moviendo las piernas fuertemente
como frotando el piso; mientras dejaba caer el lapicero sobre la mesa, al igual
que sus dos manos.
Victoriano no atinó a decir palabra alguna, y más bien, esperaba de una
vez que le dijeran que podía irse y sin ningún inconveniente, como había
sucedido con las otras personas. Miró al hombre que había dejado de escribir y
al parecer respiraba fuertemente, porque le había costado mucho hacerlo, y pudo
notar que sobre su rostro se dibujaba una expresión malévola. Cualquiera diría
que había despertado en él, otra forma de sentir y se puso de pie, acercándose
hacia su compañero. Algo le dijo muy quedo al oído, porque ambos soltaron una
sonrisa abierta, extasiada y placentera también; aunque, se dibujó en la
mejilla de ambos, una tenue, fugaz y extraña sensación de jactancia y
exaltación del ánimo. Hasta que, uno de ellos, expresamente quien parecía estar
más lejos del mismo lugar, dijo en voz alta, levantando la barbilla y
clavándole sus ojos:
– ¡Yo
soy trotskista!
Victoriano desde su asiento observó. No sabiendo si debía continuar
callado y esperar el desenlace. En tal caso, argumentar algo ya que los
acontecimientos estaban empeorando la situación, porque a veces el ambiente se
tornaba tenso y, otras veces, volvía a ser jactancioso, grotesco y burlón.
Y el
hombre volvió a decir algo más sobre el trotskismo y entre dientes, dando a
entender que también tenía su propia ideología, y acto seguido, los dos rieron,
como si entre ellos hubiera algún acuerdo.
– Ja, ja, ja.
Definitivamente, se dejaban traslucir algunas particularidades
especiales y extrañas. Desde su posición, empezó a sentirse incómodo. Ellos
estaban de pie y se juntaron más, como buscándose el uno al otro, mientras le
miraban sarcásticamente; y a veces y luego de la risa, enseñaban los dientes.
Estaba por levantarse y quien mostraba asombro y ahora de ojos vivaces le dijo:
–
¡Quítese la correa!
– ¿La
correa? – interrogó Victoriano.
–
¡Sí! – afirmó el policía –, la correa y también las hileras de los zapatos.
–
¿Cuál es el problema? – atinó a preguntar suavemente, desde donde se
encontraba.
Muchas preguntas pasaron fugazmente por su mente y no encontró sustento
alguno para explicar todo lo que estaba sucediendo. Ahora, el policía de
movimientos continuos sobre sus pies había vuelto a su posición original y,
cada cierto momento, alzaba los ojos en dirección hacia él, aunque sin mirarlo
detenidamente. Simplemente era su movimiento acostumbrado, que hacía juego de
algún modo con el primero que ya lo conocía.
El
segundo hombre y de ojos vivaces parecía más atento a su persona y se ubicó en
su sitio, al parecer preferido, esperando tranquilamente el final de una de las
hileras, y después la otra. Daba la impresión de tener todo el tiempo para
esperar pacientemente, aunque la irónica sonrisa desplegada, parecía estar
unida a algún plan premeditado y maligno.
miércoles, 24 de agosto de 2016
La nueva feria
47
La nueva
feria
Unos
días más y llegaría el dieciséis de julio, un nuevo aniversario del pueblo. El
ánimo de los lugareños dedicados a la fabricación de artesanía en arcilla y
barro, se vio reflejada sobre sus rostros. Habían esperado un año entero, desde
la última fiesta anterior y su paciencia los había hecho sobrevivir, viajando
de pueblo en pueblo, en espera de comercializar algo de sus productos. Tenían
la esperanza de vender ahora más aunque el dinamismo del mercado interno estaba
lento.
Víctor y José María crecieron un poco más, y los pantalones como las
camisas se llenaron de algunos huecos y se hicieron más pequeños. Cada uno y en
su momento, observó que sus trajes se llenaban de hilachas, principalmente por
la parte de los puños y cuellos.
Algunos días inusuales, cualquier persona podía notar una limpieza
esmerada y saltaba de pronto la pregunta si ellos realmente tenían madre.
Cuando un día se presentaron los dos juntos muy aseados y limpios en la
plaza principal, como si se hubieran puesto de acuerdo, sus ojos se movieron en
la búsqueda incesante de un foráneo que le vieron el año anterior.
Especialmente José María, quien recordaba los consejos para eliminarse las
verrugas que tenía sobre la piel. El resultado había sido satisfactorio. Hasta
querían olvidar la vieja historia de los perros muertos, aunque no del todo,
porque mantenían la posibilidad de hacerlo un día de nuevo.
No lo
habían percibido con plenitud, pero en una experiencia anterior, habían
intentado robar dinero a un comerciante. Claro que no fue intencional, porque
ellos advirtieron que el hombre había descuidado un maletín donde se guardaban
los billetes, y al estar próximos, una idea fija invadió sus sentidos,
principalmente el de los ojos. Los abrieron desmesuradamente al contemplar el
dinero frente a ellos. Se quedaron paralizados y sus cuerpos rígidos por un
instante, no sabiendo si era lo más correcto lanzarse sobre el maletín y coger
rápidamente entre sus dedos un puñado de billetes y esconderlos bajo sus
vestidos, o simplemente, mantenerse alejado de lo que podía constituir una
nueva tentación imprevisible.
Desde
ese momento, algunas cosas habían cambiado, naturalmente como sus tallas y la
ropa envejecida. Entre tanto, en el fondo de ese espíritu de niño que nunca se
había perdido, se anidaba aún, la inocencia y mil preguntas sobre las carencias
y miseria en que vivían.
Ambos
se alejaban de sus madres paulatinamente, porque ellos habían dejado de
preocuparse de sus vidas y hacían esfuerzos por seguir vendiendo lo que
producían en algunos pueblos muy alejados. Evocaron algunas circunstancias de
los viajes que hicieron con sus padres, cuando eran aún infantes; como siempre,
viajando sobre un camión junto a ellos, hacia los destinos infinitos de la
cordillera, en medio de los bultos de la gente y la carga áspera bajo sus pies.
Recordaban que al atravesar muchos caminos afirmados y de tierra, una nube de
polvo cubría el camión totalmente, porque la tierra suelta se levantaba al
contacto con las llantas. Así, ellos ya no eran los mismos. El polvo cubría a
toda la gente también, y sobre los cabellos, cejas, pestañas y las trenzas de
las mujeres, se miraba la tierra acumulada. Hasta al sonreír, se miraba sobre
la piel una capa de polvo a manera de maquillaje. La gente se reía al
contemplarse mutuamente, ya que los dientes se veían frescos y húmedos, como
una parte de los labios, mientras que todo estaba cubierto de polvo.
Algunos comerciantes llegaban desde otras ciudades, especialmente para
la feria y el aniversario. Víctor y José María, nunca imaginaron que algunas
personas advertían la energía de otros cuerpos. Cuando alguien les vio juntos y
esmeradamente limpios, con la camisa sobre las muñecas y los pantalones sobre
los tobillos, percibieron a dos niños que cada día crecían y despertaban más, a
pesar de sus edades. Era casi imposible tratarlos como cuando la inocencia les
invade. Ahora, hasta les parecía a algunos que respondían como personas que se
hacían grandes. Por tal motivo, nadie se interesó en ellos como antes. Alguno
les dirigió alguna palabra en señal de amistad y cortesía, mas no les dio
esperanza.
Ellos
se miraron y no comprendieron las actitudes, aunque se sentían más fuertes para
cualquier actividad. Luego del primer intento fallido, quedaba solo la
carretera principal y algunos lugares donde vendían comida. Quizá para limpiar
las mesas o levantar las botellas.
Sus
miradas se volvieron a cruzar. Estaban seguros de tener un techo para poder
vivir, y a veces un pan para subsistir. ¿Hasta cuándo? No lo sabían.
Probablemente hasta terminar los estudios primarios y quizá los estudios
secundarios. Después de ello, la mente no les proporcionaba la capacidad
necesaria para entender y tratar de proyectarse hacia un futuro inmediato.
No
les quedó más remedio que apurar sus pasos hacia otro lugar, aunque en última
instancia y con certeza, no sabían realmente hacia dónde. Sus siluetas se
fueron perdiendo sobre una de las calles angostas, cubierta de tierra y
piedras, mientras las casas rústicas construidas de adobe, quedaban tras sus
pasos. Lo último que se divisó de ellos a lo lejos, casi a dos cuadras, fue la
forma de sus cráneos, con los cabellos negros y cortos, dando la impresión de
conservar aún los movimientos de un niño.
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