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La nueva
feria
Unos
días más y llegaría el dieciséis de julio, un nuevo aniversario del pueblo. El
ánimo de los lugareños dedicados a la fabricación de artesanía en arcilla y
barro, se vio reflejada sobre sus rostros. Habían esperado un año entero, desde
la última fiesta anterior y su paciencia los había hecho sobrevivir, viajando
de pueblo en pueblo, en espera de comercializar algo de sus productos. Tenían
la esperanza de vender ahora más aunque el dinamismo del mercado interno estaba
lento.
Víctor y José María crecieron un poco más, y los pantalones como las
camisas se llenaron de algunos huecos y se hicieron más pequeños. Cada uno y en
su momento, observó que sus trajes se llenaban de hilachas, principalmente por
la parte de los puños y cuellos.
Algunos días inusuales, cualquier persona podía notar una limpieza
esmerada y saltaba de pronto la pregunta si ellos realmente tenían madre.
Cuando un día se presentaron los dos juntos muy aseados y limpios en la
plaza principal, como si se hubieran puesto de acuerdo, sus ojos se movieron en
la búsqueda incesante de un foráneo que le vieron el año anterior.
Especialmente José María, quien recordaba los consejos para eliminarse las
verrugas que tenía sobre la piel. El resultado había sido satisfactorio. Hasta
querían olvidar la vieja historia de los perros muertos, aunque no del todo,
porque mantenían la posibilidad de hacerlo un día de nuevo.
No lo
habían percibido con plenitud, pero en una experiencia anterior, habían
intentado robar dinero a un comerciante. Claro que no fue intencional, porque
ellos advirtieron que el hombre había descuidado un maletín donde se guardaban
los billetes, y al estar próximos, una idea fija invadió sus sentidos,
principalmente el de los ojos. Los abrieron desmesuradamente al contemplar el
dinero frente a ellos. Se quedaron paralizados y sus cuerpos rígidos por un
instante, no sabiendo si era lo más correcto lanzarse sobre el maletín y coger
rápidamente entre sus dedos un puñado de billetes y esconderlos bajo sus
vestidos, o simplemente, mantenerse alejado de lo que podía constituir una
nueva tentación imprevisible.
Desde
ese momento, algunas cosas habían cambiado, naturalmente como sus tallas y la
ropa envejecida. Entre tanto, en el fondo de ese espíritu de niño que nunca se
había perdido, se anidaba aún, la inocencia y mil preguntas sobre las carencias
y miseria en que vivían.
Ambos
se alejaban de sus madres paulatinamente, porque ellos habían dejado de
preocuparse de sus vidas y hacían esfuerzos por seguir vendiendo lo que
producían en algunos pueblos muy alejados. Evocaron algunas circunstancias de
los viajes que hicieron con sus padres, cuando eran aún infantes; como siempre,
viajando sobre un camión junto a ellos, hacia los destinos infinitos de la
cordillera, en medio de los bultos de la gente y la carga áspera bajo sus pies.
Recordaban que al atravesar muchos caminos afirmados y de tierra, una nube de
polvo cubría el camión totalmente, porque la tierra suelta se levantaba al
contacto con las llantas. Así, ellos ya no eran los mismos. El polvo cubría a
toda la gente también, y sobre los cabellos, cejas, pestañas y las trenzas de
las mujeres, se miraba la tierra acumulada. Hasta al sonreír, se miraba sobre
la piel una capa de polvo a manera de maquillaje. La gente se reía al
contemplarse mutuamente, ya que los dientes se veían frescos y húmedos, como
una parte de los labios, mientras que todo estaba cubierto de polvo.
Algunos comerciantes llegaban desde otras ciudades, especialmente para
la feria y el aniversario. Víctor y José María, nunca imaginaron que algunas
personas advertían la energía de otros cuerpos. Cuando alguien les vio juntos y
esmeradamente limpios, con la camisa sobre las muñecas y los pantalones sobre
los tobillos, percibieron a dos niños que cada día crecían y despertaban más, a
pesar de sus edades. Era casi imposible tratarlos como cuando la inocencia les
invade. Ahora, hasta les parecía a algunos que respondían como personas que se
hacían grandes. Por tal motivo, nadie se interesó en ellos como antes. Alguno
les dirigió alguna palabra en señal de amistad y cortesía, mas no les dio
esperanza.
Ellos
se miraron y no comprendieron las actitudes, aunque se sentían más fuertes para
cualquier actividad. Luego del primer intento fallido, quedaba solo la
carretera principal y algunos lugares donde vendían comida. Quizá para limpiar
las mesas o levantar las botellas.
Sus
miradas se volvieron a cruzar. Estaban seguros de tener un techo para poder
vivir, y a veces un pan para subsistir. ¿Hasta cuándo? No lo sabían.
Probablemente hasta terminar los estudios primarios y quizá los estudios
secundarios. Después de ello, la mente no les proporcionaba la capacidad
necesaria para entender y tratar de proyectarse hacia un futuro inmediato.
No
les quedó más remedio que apurar sus pasos hacia otro lugar, aunque en última
instancia y con certeza, no sabían realmente hacia dónde. Sus siluetas se
fueron perdiendo sobre una de las calles angostas, cubierta de tierra y
piedras, mientras las casas rústicas construidas de adobe, quedaban tras sus
pasos. Lo último que se divisó de ellos a lo lejos, casi a dos cuadras, fue la
forma de sus cráneos, con los cabellos negros y cortos, dando la impresión de
conservar aún los movimientos de un niño.
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