miércoles, 24 de agosto de 2016

La nueva feria

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 La nueva feria

     Unos días más y llegaría el dieciséis de julio, un nuevo aniversario del pueblo. El ánimo de los lugareños dedicados a la fabricación de artesanía en arcilla y barro, se vio reflejada sobre sus rostros. Habían esperado un año entero, desde la última fiesta anterior y su paciencia los había hecho sobrevivir, viajando de pueblo en pueblo, en espera de comercializar algo de sus productos. Tenían la esperanza de vender ahora más aunque el dinamismo del mercado interno estaba lento.
     Víctor y José María crecieron un poco más, y los pantalones como las camisas se llenaron de algunos huecos y se hicieron más pequeños. Cada uno y en su momento, observó que sus trajes se llenaban de hilachas, principalmente por la parte de los puños y cuellos.
     Algunos días inusuales, cualquier persona podía notar una limpieza esmerada y saltaba de pronto la pregunta si ellos realmente tenían madre.
     Cuando un día se presentaron los dos juntos muy aseados y limpios en la plaza principal, como si se hubieran puesto de acuerdo, sus ojos se movieron en la búsqueda incesante de un foráneo que le vieron el año anterior. Especialmente José María, quien recordaba los consejos para eliminarse las verrugas que tenía sobre la piel. El resultado había sido satisfactorio. Hasta querían olvidar la vieja historia de los perros muertos, aunque no del todo, porque mantenían la posibilidad de hacerlo un día de nuevo.
     No lo habían percibido con plenitud, pero en una experiencia anterior, habían intentado robar dinero a un comerciante. Claro que no fue intencional, porque ellos advirtieron que el hombre había descuidado un maletín donde se guardaban los billetes, y al estar próximos, una idea fija invadió sus sentidos, principalmente el de los ojos. Los abrieron desmesuradamente al contemplar el dinero frente a ellos. Se quedaron paralizados y sus cuerpos rígidos por un instante, no sabiendo si era lo más correcto lanzarse sobre el maletín y coger rápidamente entre sus dedos un puñado de billetes y esconderlos bajo sus vestidos, o simplemente, mantenerse alejado de lo que podía constituir una nueva tentación imprevisible.
     Desde ese momento, algunas cosas habían cambiado, naturalmente como sus tallas y la ropa envejecida. Entre tanto, en el fondo de ese espíritu de niño que nunca se había perdido, se anidaba aún, la inocencia y mil preguntas sobre las carencias y miseria en que vivían.
     Ambos se alejaban de sus madres paulatinamente, porque ellos habían dejado de preocuparse de sus vidas y hacían esfuerzos por seguir vendiendo lo que producían en algunos pueblos muy alejados. Evocaron algunas circunstancias de los viajes que hicieron con sus padres, cuando eran aún infantes; como siempre, viajando sobre un camión junto a ellos, hacia los destinos infinitos de la cordillera, en medio de los bultos de la gente y la carga áspera bajo sus pies. Recordaban que al atravesar muchos caminos afirmados y de tierra, una nube de polvo cubría el camión totalmente, porque la tierra suelta se levantaba al contacto con las llantas. Así, ellos ya no eran los mismos. El polvo cubría a toda la gente también, y sobre los cabellos, cejas, pestañas y las trenzas de las mujeres, se miraba la tierra acumulada. Hasta al sonreír, se miraba sobre la piel una capa de polvo a manera de maquillaje. La gente se reía al contemplarse mutuamente, ya que los dientes se veían frescos y húmedos, como una parte de los labios, mientras que todo estaba cubierto de polvo.
     Algunos comerciantes llegaban desde otras ciudades, especialmente para la feria y el aniversario. Víctor y José María, nunca imaginaron que algunas personas advertían la energía de otros cuerpos. Cuando alguien les vio juntos y esmeradamente limpios, con la camisa sobre las muñecas y los pantalones sobre los tobillos, percibieron a dos niños que cada día crecían y despertaban más, a pesar de sus edades. Era casi imposible tratarlos como cuando la inocencia les invade. Ahora, hasta les parecía a algunos que respondían como personas que se hacían grandes. Por tal motivo, nadie se interesó en ellos como antes. Alguno les dirigió alguna palabra en señal de amistad y cortesía, mas no les dio esperanza.
     Ellos se miraron y no comprendieron las actitudes, aunque se sentían más fuertes para cualquier actividad. Luego del primer intento fallido, quedaba solo la carretera principal y algunos lugares donde vendían comida. Quizá para limpiar las mesas o levantar las botellas.
     Sus miradas se volvieron a cruzar. Estaban seguros de tener un techo para poder vivir, y a veces un pan para subsistir. ¿Hasta cuándo? No lo sabían. Probablemente hasta terminar los estudios primarios y quizá los estudios secundarios. Después de ello, la mente no les proporcionaba la capacidad necesaria para entender y tratar de proyectarse hacia un futuro inmediato.

     No les quedó más remedio que apurar sus pasos hacia otro lugar, aunque en última instancia y con certeza, no sabían realmente hacia dónde. Sus siluetas se fueron perdiendo sobre una de las calles angostas, cubierta de tierra y piedras, mientras las casas rústicas construidas de adobe, quedaban tras sus pasos. Lo último que se divisó de ellos a lo lejos, casi a dos cuadras, fue la forma de sus cráneos, con los cabellos negros y cortos, dando la impresión de conservar aún los movimientos de un niño. 

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