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En el calabozo
Victoriano les miró, y, aunque no imaginó
realmente lo que ambos pensaban, se preguntó reiterativamente sobre su nueva
situación. Percibió algo extraño al momento de entregar la correa negra de su
pantalón a uno de los policías, mientras este al recibirla, hacía una mueca
demostrando tener el dominio de las circunstancias; incluso al sonreír, volteó
su rostro hacia otro lado, y luego le dirigió una mirada al parecer
conciliadora, entremezclada con sarcasmo y cierto placer. Mantenía aún las
hileras entre sus manos.
El otro solo atinó a mirar mientras volvía
a acomodar sus manos sobre la nariz y jugueteaba de nuevo con los dos pies.
El oficial prácticamente fue sobre los
cordones que sostenía Victoriano y se los quitó de las manos; comprobando
efectivamente y con cierta minuciosidad que eran dos. Acto seguido lo tomó
resueltamente de uno de los brazos, diciéndole:
–
!Vamos, al interior!
Victoriano se dejó llevar, no sabiendo de
qué manera protestar o por lo menos mostrarse en desacuerdo. Atinó a preguntar
sobre lo mismo:
– ¿Hacia el interior?
– ¡Mañana lo veremos con el teniente! –
dijo el uniformado tratando de pronunciar claramente cada palabra y modulando
con énfasis la última.
– ¿Mañana? – interrogó Victoriano.
– ¡Sí!, pero, pasada las diez porque es
domingo, ya que el teniente viene después de esa hora.
Ambos avanzaron juntos, atravesando el espacio
que se veía tenue, mientras simultáneamente el policía se quitaba el quepis,
pensativo y mirando hacia el piso, para luego sostenerlo entre sus manos. El
otro uniformado, quien se encontraba en el ambiente frunció el ceño al mirar la
actitud de su compañero, y le miró desde los pies hacia la cabeza con inusual
costumbre. Victoriano le observó minuciosamente y le pareció muy raro cada uno
de sus movimientos, al parecer sincronizados. Atravesaron así un pasadizo de
poca extensión y salieron hacia un patio, de forma cuadrada y algo húmedo.
–
¡Aquí! – dijo el policía levantando la voz marcialmente y señalando un
lugar.
– ¿Cómo? – interrogó Victoriano, con poca
visión frente a sus ojos, porque el ambiente se mostraba en la penumbra, a
pesar de ser un patio, quizá el principal.
– ¡Sí! – y le señaló de nuevo hacia el
lugar, exactamente con el índice derecho, donde se divisaba una puerta formada
por barrotes de hierro, estructurada y confeccionada adecuadamente de forma
vertical y horizontal, de tal forma que era imposible tratar de deslizarse
entre ellos.
El policía la abrió con fuerza y
Victoriano lo distinguió claramente, aunque con cierta dificultad por la
penumbra de la noche. Al segundo, el hombre alumbró hacia el interior con una
linterna que llevaba en el bolsillo y Victoriano calculó rápidamente sus
dimensiones, sin proponérselo antes. Aproximadamente, tenía unos tres metros de
largo por dos y medio de ancho. Divisó sobre el suelo, dos pedazos de cartón,
imaginando que fueron las tapas alguna vez, de una caja mediana.
– ¿Aquí dormiré? – interrogó Victoriano
asombrado.
– ¡Sí! – contestó el hombre, mientras
seguía alumbrando intencionalmente hacia los cartones, percibiéndose mayor
claridad en el interior.
La respuesta del uniformado sobrepasó lo
burlón y sonó socarrona, absolutamente y, a pesar de la noche, sus ojos
brillaron aún con mayor intensidad, conteniendo el furor. Aunque la luna no era
llena en ese momento, la retina de Victoriano se fue acostumbrando al contexto
y percibió exactamente delante de la puerta un charco de agua, muy pequeño,
teniendo cuidado para no pisarlo.
– Solo hay cartones en el piso – afirmó de
nuevo Victoriano, mientras seguía el movimiento de la luz de la linterna,
recorriendo totalmente el piso una vez más, de pared a pared.
– Ya le veré en la mañana – volvió a decir
el agente, haciéndose a un lado para permitir el paso de Victoriano, quien
avanzó hacia el interior del calabozo, sintiendo a sus espaldas el sonido del
metal al momento de cerrarse la reja. Luego de encadenarla y poner un candado,
el policía volvió sobre sus pasos, mirándole antes sobre el hombro, de una
manera triunfante y desafiante.
Victoriano quedó inmóvil por un instante,
mirando hacia el exterior sombrío a través de los barrotes; y, sin quererlo, se
agarró de ellas con sus dos manos. No pensó en nada y sus ojos se fijaron en la
lejanía, tratando de entender todos los acontecimientos y actitudes. Así, quiso
distinguir en la oscuridad la forma exacta del patio. Después, al girar sobre
sus pies, fijó su mirada sobre los dos cartones pegados sobre el piso,
distinguiendo un contraste lóbrego y armónico entre el color del material, el
piso, y el de las paredes. Una tenue luz hacía su aparición proveniente de un
destello de luna, e ingresaba suavemente sobre los primeros cincuenta
centímetros cercanos a la reja del calabozo. ¿Por qué estoy detenido? ¿Cuáles
son las razones explícitas? ¿Cuál es la mejor forma de dormir? Se hacía las
preguntas, una tras otra, y recordó que había mencionado que uno siempre debía
ayudar a las personas necesitadas y obviamente a la gente del pueblo. Creyó
estar en lo correcto, sin embargo, comprendió que debía tener mucho cuidado;
aunque, en el fondo no lo sabía exactamente si era capaz de expresar un
conjunto de ideas coherentes, o tal vez, era la expresión natural de un sentir
que germinaba dentro de su cuerpo y alma. Percibió por un momento, y aunque sin
quererlo también, tratando de concebir en el contexto externo la singularidad
de nuestra formación social, que determinaba cierta forma de comportamiento y
conducta, enmarcados dentro de ciertos parámetros.
Caminó en círculo, dando varias vueltas
alrededor del espacio y sintió que el silencio reinaba. El silencio era el peor
de los ruidos. Trató de mirar hacia fuera y de nuevo hacia el piso, como el
último y principal recurso para dormir. No tenía alternativa. Después de volver
a dar dos pasos más, escuchó muy cerca, algo así como el sonido de una caída de
agua. De inmediato, volvió su rostro hacia las rejas y logró advertir la
presencia de alguien muy cerca, unido ahora y con mayor claridad, al sonido de
los pasos cuando tratan de escabullirse para no ser vistos. Pensó por unos
segundos y distinguió en el charco de agua frente a la reja, el reflejo y
brillantes de la luna con mayor intensidad. El charco se veía como un espejo y
reflejaba perfectamente.
Nuevamente, escuchó los mismos pasos a
manera de saltitos silenciosos e imperceptibles, quedando atónito y estupefacto
en una fracción de segundo, al darse cuenta en la sombra del uniformado,
llevando algo entre sus manos, reflejándose sobre el piso. Advirtió en el acto
como la cantidad de agua aumentaba delante de él, manteniendo el charco mucho
más grande y húmedo, de tal manera que los detenidos podían sentir más frío
durante las noches. Simplemente no lo podía creer, así y todo, con cierta
contemplación vio crecer la cantidad de agua y volvió a mirar hacia el piso una
vez más.
Le tomó pocos segundos colocarse sobre los
cartones con el pecho directamente hacia ellos y creyó sentirse mejor al estar
usando una chompa. Acomodó un pedazo de cartón lo mejor posible y muy cerca de
su corazón, y el otro lo puso a la altura de la cabeza, cruzando los brazos
sobre él, para dormir un poco. No logró conciliar el sueño perfectamente y muy
de madrugada, volvieron los pasos sigilosos para aumentar nuevamente el charco
de agua.
En el crepúsculo del amanecer, estuvo de
pie y, a través de la reja divisó hacia el exterior con mayor claridad el patio.
Era de regular tamaño y servía también como una cancha de basketball.
Naturalmente, frente a él, aún seguía el agua empozada y parecía más clara y
transparente.
Sorprendentemente, luego de media hora,
recibió la primera visita del guardia, y este le saludó arrastrando las
palabras sarcásticamente:
– Buenos días, espero que haya dormido
bien.
– No tanto, pero…
Victoriano le miró tratando de auscultar
su rostro para encontrar algo nuevo y diferente, entretanto formalmente,
respondía con una venia más a través de los barrotes de acero.
– Hoy día por la mañana, alrededor de las
ocho – dijo el agente, mientras tornaba su rostro diferente –, enviaremos a una
persona para que verifique su domicilio y contactaremos con algún familiar.
– ¿Qué persona? – interrogó Victoriano,
acercándose hacia la reja y sujetándose de ellas con las dos manos.
– ¡Alguien! – contestó el oficial –,
creemos que al teniente, le interesará conversar sobre su comportamiento y algo
más.
Terminó la frase muy seriamente y
modulando con mayor énfasis la última palabra. Obviamente Victoriano atinó a
escucharlo, levantando ligeramente la ceja izquierda y esbozando una
imperceptible sonrisa a través de una de las comisuras de sus labios, por lo
ridículo de la actitud. El agente al verle de esa manera frunció el ceño,
cambiando su expresión por completo y con escarnio, agregando luego:
– Imagino que habrá sentido un poco de
frío durante la noche.
Se retiró al momento mostrándose mordaz,
mientras dirigía la mirada de soslayo hacia el charco de agua.
Victoriano volvió a quedarse en silencio.
Miró hacia su alrededor y las paredes mantenían el color oscuro del cemento,
así como el techo. Muchas inscripciones y frases cortas. Algunas parecían haber
sido escritas con las mismas uñas, y otras, hasta con sangre. Los cartones
seguían sobre el piso, como mudos testigos. Probablemente alguien los trajo
alguna vez. ¿La guardia nacional habría tenido la idea de mantenerlos sobre el
piso? ¿Podría ser posible?
Algunas veces, como si estuviera el mar
muy cerca, la brisa se sentía sobre la piel, trayendo el aire frío de esa
mañana que estremecía la piel y los vellos.
Algo tétrico y lóbrego escondía ese lugar,
no obstante, fueron llegando algunas personas y de a pocos, arremolinándose
alrededor del patio. Eran seis aplicados deportistas que iniciaron el juego
girando el balón y rodando en diferentes direcciones. Naturalmente, pertenecían
a la misma institución, por lo menos eso decía su apariencia. Una y otra vez,
buenos movimientos en el momento de encestar. Cuando se encendían los ánimos,
algunos levantaban la voz jubilosamente, llegando incluso a gritar; mientras
otros atropellaban fuertemente al momento de mover el balón y correr
frenéticamente.
En medio de la algarabía, el policía que
había estado durante la noche, parándose y sentándose frecuentemente, así como
moviendo sus pies, hizo su aparición pasando muy cerca de la reja. Volteó el
rostro para mirarle directamente, acompañado de una actitud interrogadora y
luego seguir caminando. Apareció una vez más y mostraba la misma cara. Al pasar
por quinta vez, fijó su rostro, clavando sus ojos y mordiendo los dientes al
mismo tiempo. Realmente, era difícil saber si el hombre presentaba una
agitación interior, quizá violenta; aunque, por su condición, la furia le podía
sacar fuera de sí, abandonándose y enajenándole. Victoriano le volvió a mirar.
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