martes, 2 de agosto de 2016

La reunión y la extranjera

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 La reunión y la extranjera (fotografía con el señor Tumaycunsa)

     En Pampamarca y muy cerca de otra laguna, las primeras horas de la noche transcurrían callada y serenamente. El lugar se mostraba y seguía viviendo en la penumbra, bajo la luz de la luna. Precisamente, un hombre de mediana edad, descendía tranquila y cuidadosamente del camión que le había transportado. Cualquiera al mirarle en ese momento, con toda seguridad, hubiera sentido un deslumbramiento frente a sus ojos. Simplemente, demostraba a todos los vientos, cierta energía convencional. Después, una mujer de rasgos finos y dulces, era la segunda persona que bajaba del camión.
     Ambos cruzaron sus miradas e inmediatamente sobre sus hombros fuertes, trataron de mirar hacia los alrededores oscuros y confirmar con toda certeza que habían llegado al lugar indicado.
     El vehículo seguía estacionado con el motor encendido sobre la carretera principal, y el ruido invadía la noche, dando la impresión de ser muy fuerte. Una o dos personas del lugar se acercaron, porque viajarían hacia otros destinos.
     Desde una tienda cercana y exactamente dispuesta en una esquina de la plaza, una vela encendida emitía una luz tenue y opaca hacia una parte del camión. De esa manera, se lograba ver nítidamente el perfil del hombre trigueño y de cabellera negra que acompañaba a la mujer de cabellos rubios y de ojos azules. Los dos mostraban una serenidad inquebrantable y apacible.
     Después de sentir perderse el ruido del motor del camión sobre la carretera afirmada, y apenas alumbrados por la destellante luz de la tienda, preguntaron:
     – ¿Puede decirnos dónde encontrar al señor Tumaycunsa?
     – Vive muy cerca y les puedo llevar – contestó un niño de regular edad que cojeaba y se encontraba por el lugar.
     No fue difícil. Apenas caminaron unos metros por la misma calle frente a la plaza, encontrando un portón grande de dos hojas. Entraron a través de ella hacia un patio, y después hacia una habitación pequeña que albergaba como a nueve personas sentadas alrededor de una mesa muy antigua, entre hombres y mujeres. La habitación tenía el espacio suficiente para acomodar a muchas personas. Todos ellos mostraban confianza y serenidad. Se percibía algo indescriptible en el rostro tranquilo de cada uno de los presentes.
     Una vez más, las mejillas oscuras de cada uno de ellos, se iluminaron suavemente bajo los rayos de la luz del candil, mientras a sus espaldas y sobre el adobe de las paredes, se dibujaba caprichosamente las sombras de sus cabezas. ¿De qué hablaban las personas? ¿Qué les había llevado a reunirse esa noche? Simplemente se producen, porque el mismo proceso y como si fuera natural, lo desencadena. Es imposible hacer frente a lo inevitable.
     El señor Tumaycunsa, reconoció de inmediato al recién llegado y se le avivaron los ojos con una brillantez clara y transparente, mientras las demás personas, miraban muy tranquilas desde sus propios sitios, con una leve sonrisa entre sus labios. Se puso de pie lentamente, mientras apoyaba con ligera suavidad sus dos manos sobre la mesa, recibiendo en ese momento desde el candil, un destello de luz resplandeciente sobre su rostro.
     – ¡Mi amigo! – dijo Tumaycunsa, emocionado.
     – ¡Amigo Tumaycunsa! – dijo el recién llegado, mientras recibía el mejor abrazo de bienvenida, agregando: – Después de algunos años regreso por el pueblo.
     – ¡Sí! - dijo Tumaycunsa, mientras seguían estrechados en un abrazo. – Ya le estábamos extrañando.
     – Realmente quería volver a Pampamarca. Aquí aprendí mucho y conocí el corazón de la gente del campo.
     – Gracias por sus palabras – dijo, complacido.
     – Es verdad, aquí se siente el afecto fraterno de parte de todos – dijo el recién llegado.
     – Así es – respondió Tumaycunsa, seguro de su expresión.
    – Gracias por recibirme – dijo el visitante. – Le felicito por la iniciativa de compartir y organizar a nuestro pueblo. Estamos aquí también, cumpliendo un rol importante en nuestra organización para unir fuerzas.
     – Gracias, veo que viene acompañado de una dama – dijo Tumaycunsa, dirigiendo una atenta mirada hacia la otra persona.
     – Sí, ahora he venido con mi esposa, es norteamericana, para que conozca el pueblo y toda la zona. Muchas veces le conté que aquí conocí a la mejor gente.
     – Mucho gusto de conocerle – dijo la visitante, con acento extranjero.
     – Es un honor para nosotros, tener a una persona extranjera en el pueblo y compartir nuestras preocupaciones – afirmó Tumaycunsa con las mejores palabras de hombre campesino, mientras que todos los presentes se ponían de pie para estrechar y de manera espontánea, las manos de los recién llegados.
     – Gracias – afirmó la dama con una venia.
     – Estaremos hasta el día siguiente – dijo el hombre.
     – Mi casa es su casa – afirmó Tumaycunsa –, pueden acomodarse en la habitación de mi sobrina y obviamente tenemos mucho que conversar, sabiendo que ustedes son parte de nuestro pueblo.
     La reunión prosiguió seria y animadamente por más tiempo bajo la delicada luz de la vela, tratando sobre la mejor manera de participar activamente en las próximas elecciones municipales, con la participación y en representación de los más pobres; mostrando así y abiertamente una posición diferente, contraria a los sentimientos conservadores de siempre.

     Por cosas que parecen del destino, el señor Tumaycunsa lograría ganar la alcaldía de Pampamarca.

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