miércoles, 24 de agosto de 2016

El atentado

46
El atentado

     La noticia se difundió por todo el país y todos los medios publicitarios remarcaron el atentado. Precisamente, en el pueblo de Pucará, casi en el ingreso principal y muy cerca del puente, una carga de explosivos había sido detonada en el momento preciso, en que un camión del ejército hacía su aparición, matando a unas trece personas, donde se encontraban también cuatro generales y un teniente.
     Por muchos días y semanas, la comunidad en general y los alrededores, tuvieron que soportar el acoso permanente y la presencia de mayor cantidad de efectivos militares, que buscaban a sospechosos e implicados. Hubo varias detenciones y se comentaba sobre alguna ejecución clandestina, ilegal y sin sentido. Así, en el contexto, se respiraba un aire de incertidumbre.
     Algo saltó a la vista en el rostro de Víctor y José María, cuando escucharon de lo ocurrido; aunque por cierto, eran niños ajenos a toda actividad política. Por otra parte, se podía traslucir una brillantez en sus ojos, mezclada de satisfacción e incredulidad, aunque sus miradas reflejaban una alegría muy disimulada, como si ellos hubieran esperado los acontecimientos por mucho tiempo.
     No necesitaron escuchar las noticias de alguna emisora determinada, ni esperar curiosear en el periódico, que probablemente circularía por la región en los siguientes días. Para enterarse mejor, les bastó escuchar los rumores que pasaban de boca en boca y estar dispuesto para ir al lugar exacto. No era necesario hacer más alboroto frente a la realidad clara, y cruda también.
     Desde el primer instante en que se escuchó la explosión, dio la impresión que todo el pueblo sabía sobre eso. Muchos se movilizaron hacia el lugar de los hechos, para observar en silencio, lo que ellos consideraban ya algo consumado. Hombres, mujeres y niños, conjuntamente con el despertar del alba, miraban el vehículo humeante y destrozado en medio de la carretera principal, precisamente a escasos minutos del pueblo. Los cuerpos yacían esparcidos y diseminados en los alrededores, despidiendo un olor penetrante. Muchos guardaban la distancia, mientras otros se retiraban sigilosamente, porque se veía llegar a los primeros gendarmes del puesto policial y lo mejor era no ser parte del conjunto. No faltaron algunos perros que husmeaban tímidamente por comida, mientras otros preferían no acercarse o pasar de largo.
     Muchos siguieron mirando, manteniendo sus rostros serios, como preguntándose y respondiéndose a la misma vez, si todo ello tenía sentido y explicación. A nadie se le vio llorar por lo sucedido, porque suponían sin decirlo, que simplemente eran los efectos y las respuestas contundentes. Ni siquiera era necesario preguntar quién estaba detrás de los acontecimientos, porque definitivamente la guerra desplegada, a veces abierta, y a veces en silencio y camuflada, solo dividía en dos sectores opuestos. Los caídos, por mucho tiempo, habían optado jerárquicamente en ocupar y mantener su posición social.
     Claro, era natural, algunas mujeres del lugar sintieron tristeza por todos los cuerpos esparcidos sobre la tierra y las piedras del camino. De manera espontánea y maternal también, soltaron algunas lágrimas, como expresión de consuelo y pesar frente a lo sucedido.
     Ya muchos analíticos conocían el desenlace posterior y había que tomar ciertos cuidados. Muchas veces el gobierno se expresaba de manera directa y brutal frente a tales hechos, haciendo las acusaciones y, lógicamente, se sentía con derecho a hacerlo, porque una y otra vez, decían apoyar y defender la democracia de nuestro orden social establecido.
     En medio de todo el tumulto silencioso y humeante, Víctor y José María estaban abstraídos y en plena contemplación. A pesar de sus edades y al desconocimiento por encontrar una explicación sustancial del fenómeno, encontraban dentro de sus pensamientos algo que les decía y confirmaba lo que tenían frente a sus ojos. El solo mirar lo que ellos consideraban en su interior como una parte ajena a su mundo, les manifestaba y mostraba una realidad, en la que tendrían que acostumbrarse a vivir cotidianamente. Por supuesto que tampoco lloraron, aunque se podría reconocer que un miedo invadía sus cuerpos, porque el alma sencillamente muestra el momento para temerle al hombre. Precisamente en esas circunstancias, parece que los hombres se temen los unos a los otros, mucho más de lo que uno pudiera imaginarse.
     Ambos se miraron por un instante, y volvieron los ojos nuevamente para observar panorámicamente el escenario dantesco, y creyeron distinguir entre los cuerpos ensangrentados y sucios, a la altura de una mandíbula entreabierta, un rayo de luz como si fuera el brillo de un diente de oro.  ¿Era el mismo brillo de uno de los policías que habían visto? Aunque ellos no se lo habían propuesto inicialmente, los cadáveres parecían también animales degollados como perros. Y se volvieron a mirar, de tal manera que en la expresión de Víctor, y especialmente entre su mentón y la comisura de sus labios, se dibujó casi imperceptiblemente una línea, siendo el inicio del esbozo de una sonrisa. José María le contempló en esa parte del tiempo y claramente advirtió el movimiento. Desde luego, para eso también eran amigos y cada uno conocía la mínima expresión del otro.
     Poco a poco, la misma forma de expresión se vio reflejada en el rostro de José María, reflejándose en un nuevo matiz que tornaba el brillo de sus ojos, haciéndose más transparente.
     Volvieron a mirar a los alrededores, e imaginaron que pronto llegarían más agentes para continuar con las investigaciones. Mientras tanto, sintieron en sus cuerpos una laxitud que se desplazaba hacia los hombros, brazos y piernas; comprendiendo que era un indicador de la satisfacción de saber que alguien había determinado cobrárselas de esa manera.
     Después, hacía falta escucharles, y de los dos, ninguno quería quedarse atrás para contarlo. En realidad, sintieron la necesidad de decirlo e incluso gritarlo, probablemente a la persona indicada y sin preguntárselo, porque un suceso como ese, lo tendrían que recordar por mucho tiempo.
     – Sí, han matado a varios soldados y oficiales del ejército. Muy cerca de aquí, a la entrada del pueblo. Fue una mañana, muy temprano. La explosión se sintió muy fuerte a esas horas.
     Lo decían claramente y poniendo énfasis en cada palabra, e incluso, estaban dispuestos a repetirlo varias veces, porque una acción de esa naturaleza no se producía frecuentemente.
     Había que mirarlos, cuando uno de ellos empezaba a explicar algo y el otro seguía, como si se hubieran puesto de acuerdo para turnarse. Era necesario también, advertir los movimientos de la boca y la lengua, cuando hacían énfasis en cada vocal o palabra, al momento de seguir contando.
     Y aunque no se miraba una expresión abierta de risa frente a la gente, ellos sabían en qué momento hacerlo y desplegaban su mejor risotada, hasta quedar satisfechos plenamente de júbilo. Lo consideraban como una recompensa social y, de alguna manera, era la energía que necesitaban para seguir existiendo. No solo esperaban aumentar su deseo en su búsqueda de los alimentos caseros y cotidianos, ahora, había algo que habían descubierto mutuamente y les resultaba muy fortificante. Bastaba eso. Y de nuevo sobre sus rostros, aparecía ya no solo una línea de satisfacción; por el contrario, estas aumentaban, hasta aparecer en el primer momento, todas juntas y a la vez.
     Era necesario encontrar más vida dentro de la monotonía natural, y claro está que los acontecimientos habían llegado en el momento preciso. Así, podían narrarlo una vez más, probablemente dos veces, quizá diez, hasta llegar al infinito, compartiendo con la mayoría de las personas, que era una forma de cobrarse a la vida.
     La gente del pueblo y sin decir más palabras, aceptó los acontecimientos como parte natural de lo que su interior estaba esperando. La fuerza represiva que había caído sobre ellos por mucho tiempo, ahora, merecía ser repelida. Muchos no compartían abiertamente con la metodología empleada y que se gritaba a los cuatro vientos en todo lugar. A pesar de eso, el espíritu de sus cuerpos conocía que los efectos tendrían que manifestarse en un momento del tiempo y de la vida. Solamente sabían que estaba llegando y aunque no era una solución definitiva a la problemática social y económica de los pueblos, era por cierto, la manifestación más clara y certera dentro del desarrollo social, por los años de oprobio, miseria y marginación.
     Allí estaban los dos niños en su contemplación abstracta, a lo lejos, desde la mejor posición de una lomada de tierra y piedras y cubierta de ichu. Y aunque no se miraba la risa placentera sobre sus rostros, el corazón de cada uno de ellos reía estruendosamente, con esa risa llena de carcajadas, produciendo ecos ensordecedores y soportables por cierto.
     Estaban abrazados, uno junto al otro, sintiendo el sabor de la sal de la tierra en la comisura de los labios, mientras a lo lejos, divisaron unos pájaros en su búsqueda permanente de carroña, para saciar el hambre. Qué mejor, que los buches llenos de exquisitos manjares de esos cuerpos. Estaban los dos, intercambiando los brazos nuevamente y acomodándose los pantalones para no dejarlos caer, mientras movían sus brazos y hombros, para abrazarse de nuevo. A lo lejos, distinguieron la llegada de nuevas patrullas, con un cargamento de incógnitas, y al parecer decididos a todo por el nuevo desenfreno.
     Proseguía la gente, como dando vueltas alrededor de un círculo y con las ganas de irse y de venir; aunque, más parecía que se alejaban, advirtiendo sobre sus rostros la fiereza encendida y la energía en sus manos diestras para apretar nuevamente el detonador, o estar presto frente al gatillo.
     Frente a todo el panorama, les faltaba marcharse como todos. Lejos, cada vez más lejos de esa gente que había descubierto una nueva forma de hacer paz y guerra al mismo tiempo. Allí permanecían, Víctor y José María, acomodando sus pies para poder pisar un nuevo terreno con menos piedras. Uno junto al otro, en otro abrazo. Frotándose los cabellos ásperos por el polvo y a veces, restregándose con ambas manos las mejillas y los ojos, para limpiarse también.
     Así, se encontraban los niños caminando descalzos por las sendas polvorientas, hacia la búsqueda del vivir, mientras llevaban la risa encendida dentro de sus cuerpos. Sí, era su recompensa también.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario