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El atentado
La
noticia se difundió por todo el país y todos los medios publicitarios
remarcaron el atentado. Precisamente, en el pueblo de Pucará, casi en el
ingreso principal y muy cerca del puente, una carga de explosivos había sido
detonada en el momento preciso, en que un camión del ejército hacía su
aparición, matando a unas trece personas, donde se encontraban también cuatro
generales y un teniente.
Por
muchos días y semanas, la comunidad en general y los alrededores, tuvieron que
soportar el acoso permanente y la presencia de mayor cantidad de efectivos
militares, que buscaban a sospechosos e implicados. Hubo varias detenciones y
se comentaba sobre alguna ejecución clandestina, ilegal y sin sentido. Así, en
el contexto, se respiraba un aire de incertidumbre.
Algo
saltó a la vista en el rostro de Víctor y José María, cuando escucharon de lo
ocurrido; aunque por cierto, eran niños ajenos a toda actividad política. Por
otra parte, se podía traslucir una brillantez en sus ojos, mezclada de
satisfacción e incredulidad, aunque sus miradas reflejaban una alegría muy
disimulada, como si ellos hubieran esperado los acontecimientos por mucho
tiempo.
No
necesitaron escuchar las noticias de alguna emisora determinada, ni esperar
curiosear en el periódico, que probablemente circularía por la región en los
siguientes días. Para enterarse mejor, les bastó escuchar los rumores que
pasaban de boca en boca y estar dispuesto para ir al lugar exacto. No era
necesario hacer más alboroto frente a la realidad clara, y cruda también.
Desde
el primer instante en que se escuchó la explosión, dio la impresión que todo el
pueblo sabía sobre eso. Muchos se movilizaron hacia el lugar de los hechos,
para observar en silencio, lo que ellos consideraban ya algo consumado. Hombres,
mujeres y niños, conjuntamente con el despertar del alba, miraban el vehículo
humeante y destrozado en medio de la carretera principal, precisamente a
escasos minutos del pueblo. Los cuerpos yacían esparcidos y diseminados en los
alrededores, despidiendo un olor penetrante. Muchos guardaban la distancia,
mientras otros se retiraban sigilosamente, porque se veía llegar a los primeros
gendarmes del puesto policial y lo mejor era no ser parte del conjunto. No
faltaron algunos perros que husmeaban tímidamente por comida, mientras otros
preferían no acercarse o pasar de largo.
Muchos siguieron mirando, manteniendo sus rostros serios, como
preguntándose y respondiéndose a la misma vez, si todo ello tenía sentido y
explicación. A nadie se le vio llorar por lo sucedido, porque suponían sin
decirlo, que simplemente eran los efectos y las respuestas contundentes. Ni
siquiera era necesario preguntar quién estaba detrás de los acontecimientos,
porque definitivamente la guerra desplegada, a veces abierta, y a veces en
silencio y camuflada, solo dividía en dos sectores opuestos. Los caídos, por
mucho tiempo, habían optado jerárquicamente en ocupar y mantener su posición
social.
Claro, era natural, algunas mujeres del lugar sintieron tristeza por
todos los cuerpos esparcidos sobre la tierra y las piedras del camino. De
manera espontánea y maternal también, soltaron algunas lágrimas, como expresión
de consuelo y pesar frente a lo sucedido.
Ya
muchos analíticos conocían el desenlace posterior y había que tomar ciertos
cuidados. Muchas veces el gobierno se expresaba de manera directa y brutal
frente a tales hechos, haciendo las acusaciones y, lógicamente, se sentía con
derecho a hacerlo, porque una y otra vez, decían apoyar y defender la
democracia de nuestro orden social establecido.
En
medio de todo el tumulto silencioso y humeante, Víctor y José María estaban
abstraídos y en plena contemplación. A pesar de sus edades y al desconocimiento
por encontrar una explicación sustancial del fenómeno, encontraban dentro de
sus pensamientos algo que les decía y confirmaba lo que tenían frente a sus
ojos. El solo mirar lo que ellos consideraban en su interior como una parte
ajena a su mundo, les manifestaba y mostraba una realidad, en la que tendrían
que acostumbrarse a vivir cotidianamente. Por supuesto que tampoco lloraron,
aunque se podría reconocer que un miedo invadía sus cuerpos, porque el alma
sencillamente muestra el momento para temerle al hombre. Precisamente en esas
circunstancias, parece que los hombres se temen los unos a los otros, mucho más
de lo que uno pudiera imaginarse.
Ambos
se miraron por un instante, y volvieron los ojos nuevamente para observar
panorámicamente el escenario dantesco, y creyeron distinguir entre los cuerpos
ensangrentados y sucios, a la altura de una mandíbula entreabierta, un rayo de
luz como si fuera el brillo de un diente de oro. ¿Era el mismo brillo de uno de los policías
que habían visto? Aunque ellos no se lo habían propuesto inicialmente, los
cadáveres parecían también animales degollados como perros. Y se volvieron a
mirar, de tal manera que en la expresión de Víctor, y especialmente entre su
mentón y la comisura de sus labios, se dibujó casi imperceptiblemente una
línea, siendo el inicio del esbozo de una sonrisa. José María le contempló en
esa parte del tiempo y claramente advirtió el movimiento. Desde luego, para eso
también eran amigos y cada uno conocía la mínima expresión del otro.
Poco
a poco, la misma forma de expresión se vio reflejada en el rostro de José
María, reflejándose en un nuevo matiz que tornaba el brillo de sus ojos,
haciéndose más transparente.
Volvieron a mirar a los alrededores, e imaginaron que pronto llegarían
más agentes para continuar con las investigaciones. Mientras tanto, sintieron
en sus cuerpos una laxitud que se desplazaba hacia los hombros, brazos y
piernas; comprendiendo que era un indicador de la satisfacción de saber que
alguien había determinado cobrárselas de esa manera.
Después, hacía falta escucharles, y de los dos, ninguno quería quedarse
atrás para contarlo. En realidad, sintieron la necesidad de decirlo e incluso
gritarlo, probablemente a la persona indicada y sin preguntárselo, porque un
suceso como ese, lo tendrían que recordar por mucho tiempo.
– Sí,
han matado a varios soldados y oficiales del ejército. Muy cerca de aquí, a la
entrada del pueblo. Fue una mañana, muy temprano. La explosión se sintió muy
fuerte a esas horas.
Lo
decían claramente y poniendo énfasis en cada palabra, e incluso, estaban
dispuestos a repetirlo varias veces, porque una acción de esa naturaleza no se
producía frecuentemente.
Había
que mirarlos, cuando uno de ellos empezaba a explicar algo y el otro seguía,
como si se hubieran puesto de acuerdo para turnarse. Era necesario también,
advertir los movimientos de la boca y la lengua, cuando hacían énfasis en cada
vocal o palabra, al momento de seguir contando.
Y
aunque no se miraba una expresión abierta de risa frente a la gente, ellos
sabían en qué momento hacerlo y desplegaban su mejor risotada, hasta quedar
satisfechos plenamente de júbilo. Lo consideraban como una recompensa social y,
de alguna manera, era la energía que necesitaban para seguir existiendo. No
solo esperaban aumentar su deseo en su búsqueda de los alimentos caseros y
cotidianos, ahora, había algo que habían descubierto mutuamente y les resultaba
muy fortificante. Bastaba eso. Y de nuevo sobre sus rostros, aparecía ya no
solo una línea de satisfacción; por el contrario, estas aumentaban, hasta
aparecer en el primer momento, todas juntas y a la vez.
Era
necesario encontrar más vida dentro de la monotonía natural, y claro está que
los acontecimientos habían llegado en el momento preciso. Así, podían narrarlo
una vez más, probablemente dos veces, quizá diez, hasta llegar al infinito,
compartiendo con la mayoría de las personas, que era una forma de cobrarse a la
vida.
La
gente del pueblo y sin decir más palabras, aceptó los acontecimientos como
parte natural de lo que su interior estaba esperando. La fuerza represiva que
había caído sobre ellos por mucho tiempo, ahora, merecía ser repelida. Muchos
no compartían abiertamente con la metodología empleada y que se gritaba a los
cuatro vientos en todo lugar. A pesar de eso, el espíritu de sus cuerpos
conocía que los efectos tendrían que manifestarse en un momento del tiempo y de
la vida. Solamente sabían que estaba llegando y aunque no era una solución
definitiva a la problemática social y económica de los pueblos, era por cierto,
la manifestación más clara y certera dentro del desarrollo social, por los años
de oprobio, miseria y marginación.
Allí
estaban los dos niños en su contemplación abstracta, a lo lejos, desde la mejor
posición de una lomada de tierra y piedras y cubierta de ichu. Y aunque no se
miraba la risa placentera sobre sus rostros, el corazón de cada uno de ellos
reía estruendosamente, con esa risa llena de carcajadas, produciendo ecos
ensordecedores y soportables por cierto.
Estaban abrazados, uno junto al otro, sintiendo el sabor de la sal de la
tierra en la comisura de los labios, mientras a lo lejos, divisaron unos
pájaros en su búsqueda permanente de carroña, para saciar el hambre. Qué mejor,
que los buches llenos de exquisitos manjares de esos cuerpos. Estaban los dos,
intercambiando los brazos nuevamente y acomodándose los pantalones para no
dejarlos caer, mientras movían sus brazos y hombros, para abrazarse de nuevo. A
lo lejos, distinguieron la llegada de nuevas patrullas, con un cargamento de
incógnitas, y al parecer decididos a todo por el nuevo desenfreno.
Proseguía la gente, como dando vueltas alrededor de un círculo y con las
ganas de irse y de venir; aunque, más parecía que se alejaban, advirtiendo
sobre sus rostros la fiereza encendida y la energía en sus manos diestras para
apretar nuevamente el detonador, o estar presto frente al gatillo.
Frente a todo el panorama, les faltaba marcharse como todos. Lejos, cada
vez más lejos de esa gente que había descubierto una nueva forma de hacer paz y
guerra al mismo tiempo. Allí permanecían, Víctor y José María, acomodando sus
pies para poder pisar un nuevo terreno con menos piedras. Uno junto al otro, en
otro abrazo. Frotándose los cabellos ásperos por el polvo y a veces,
restregándose con ambas manos las mejillas y los ojos, para limpiarse también.
Así,
se encontraban los niños caminando descalzos por las sendas polvorientas, hacia
la búsqueda del vivir, mientras llevaban la risa encendida dentro de sus
cuerpos. Sí, era su recompensa también.
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