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Eugenio
Cóndor
En
otro lugar de la cordillera. Cada mañana, Eugenio Cóndor se levantaba muy
temprano y llevaba sus ovejas y algunas llamas que no llegaban a la docena, a
pastar. Amaba el pedazo de tierra donde había crecido y trabajaba con esmero,
esperando la mejor cosecha. No era mucho. Probablemente nada comparado con los
grandes hacendados que habían hecho mucho dinero y seguían haciéndolo; sin
embargo, sentía una razón para vivir.
Le
gustaba mucho caminar, además le permitía ahorrar un poquito de dinero. Cuando
se trasladaba de un pueblo a otro, conocía todos los caminos como la palma de
su mano. Si las distancias eran muy grandes y se presentaba el momento de
vender la lana guardada por varios meses, se trasladaba hacia los diferentes lugares,
encima de la carga de algún camión, como lo hacían todos.
Así,
llegó varias veces a Ayaviri, el pueblo donde vivía Isabelita, porque desde
hacía varios años, existía una empresa que compraba lana de oveja y alpaca.
Según había escuchado, actuaba como intermediaria, comprando la lana y
exportando al extranjero, después de un proceso de limpieza y selección. Muchos
campesinos y hacendados sabían de la existencia de la compañía, y el proceso de
desarrollo de la zona se hizo más dinámico, influenciado evidentemente por la
empresa.
Eugenio Cóndor siempre demostró sencillez. Además, en los alrededores de
Orurillo, lugar donde vivía y muy particular por cierto, se respiraba la paz de
la vida y cada quien tomaba cada mañana el aroma de la naturaleza y sentía la
brisa del aire puro. El cantar de algunos pájaros y el eco del viento sobre los
árboles, impregnaban de armonía el horizonte. Hombre de pocas palabras y con
una permanente sonrisa entre sus labios, demostraba mucha sabiduría en su trato
simple. Tenía el corazón dispuesto a entregarlo y comprenderlo todo. Claro que
había crecido con varios hermanos y cada uno había tomado su rumbo, aunque
siempre se sucedían los encuentros familiares.
Cuando en algunas ocasiones, llegaba a sus oídos comentarios sobre
algunos excesos cometidos por algunos terratenientes o la policía, obviamente
embargaba su espíritu, aunque tratando de comprenderlo también. Recordaba
claramente y de la manera cómo se habían desarrollado los hechos, cuando uno de
sus hermanos menores, había sido reclutado por la guardia nacional y trasladado
después prepotentemente, a uno de los cuarteles del sur del país para hacer el
servicio militar. Había ciertas cosas que rompían las costumbres y se imponían
como normas verdaderas.
Llegó
a conocer la empresa compradora de lana en Ayaviri, porque le habían dicho, que
pagaba mejor. Por algunos años, había hecho negocios muy cerca de su comunidad
como muchos y al parecer, quienes compraban la lana se llevaban la mayor
ganancia. Así, un día decidió viajar con su carga, empujado también, porque
había escuchado de un gringo que trabajaba para la empresa exportadora, y
decían que era muy atento y servicial.
Hasta
que un día, se encontró con él. Y aunque Eugenio no tenía la educación
suficiente para hacer los análisis psicológicos, sociológicos, simplemente y de
repente, como cuando suceden las cosas y se muestran claras al mundo y a la
vida, descubrió en el alma del hombre, la amabilidad en todas sus palabras.
Tenía el mismo trato, al dirigirse a los empleados que trabajan en la misma
compañía, o al tratar con la gente del campo que llegaba con su carga en su
búsqueda. Incluso en el pueblo, ya se comentaba de él, por el singular
castellano que empleaba al hablar. Aunque no estuvo mucho tiempo en la empresa,
naturalmente se dejó querer, porque en el pueblo, siempre saludaba a las madres
y los niños, como a la gente en general.
Le
visitó varias veces y su caballerosidad creció por todos los rincones. Incluso,
se había enterado que en varias oportunidades había ayudado a muchas personas,
trasladándoles en la misma camioneta de la empresa.
Supo
después que le llamaban Zhefarovich.
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