martes, 2 de agosto de 2016

Eugenio Cóndor

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 Eugenio Cóndor

     En otro lugar de la cordillera. Cada mañana, Eugenio Cóndor se levantaba muy temprano y llevaba sus ovejas y algunas llamas que no llegaban a la docena, a pastar. Amaba el pedazo de tierra donde había crecido y trabajaba con esmero, esperando la mejor cosecha. No era mucho. Probablemente nada comparado con los grandes hacendados que habían hecho mucho dinero y seguían haciéndolo; sin embargo, sentía una razón para vivir.
     Le gustaba mucho caminar, además le permitía ahorrar un poquito de dinero. Cuando se trasladaba de un pueblo a otro, conocía todos los caminos como la palma de su mano. Si las distancias eran muy grandes y se presentaba el momento de vender la lana guardada por varios meses, se trasladaba hacia los diferentes lugares, encima de la carga de algún camión, como lo hacían todos.
     Así, llegó varias veces a Ayaviri, el pueblo donde vivía Isabelita, porque desde hacía varios años, existía una empresa que compraba lana de oveja y alpaca. Según había escuchado, actuaba como intermediaria, comprando la lana y exportando al extranjero, después de un proceso de limpieza y selección. Muchos campesinos y hacendados sabían de la existencia de la compañía, y el proceso de desarrollo de la zona se hizo más dinámico, influenciado evidentemente por la empresa.
     Eugenio Cóndor siempre demostró sencillez. Además, en los alrededores de Orurillo, lugar donde vivía y muy particular por cierto, se respiraba la paz de la vida y cada quien tomaba cada mañana el aroma de la naturaleza y sentía la brisa del aire puro. El cantar de algunos pájaros y el eco del viento sobre los árboles, impregnaban de armonía el horizonte. Hombre de pocas palabras y con una permanente sonrisa entre sus labios, demostraba mucha sabiduría en su trato simple. Tenía el corazón dispuesto a entregarlo y comprenderlo todo. Claro que había crecido con varios hermanos y cada uno había tomado su rumbo, aunque siempre se sucedían los encuentros familiares.
     Cuando en algunas ocasiones, llegaba a sus oídos comentarios sobre algunos excesos cometidos por algunos terratenientes o la policía, obviamente embargaba su espíritu, aunque tratando de comprenderlo también. Recordaba claramente y de la manera cómo se habían desarrollado los hechos, cuando uno de sus hermanos menores, había sido reclutado por la guardia nacional y trasladado después prepotentemente, a uno de los cuarteles del sur del país para hacer el servicio militar. Había ciertas cosas que rompían las costumbres y se imponían como normas verdaderas.
     Llegó a conocer la empresa compradora de lana en Ayaviri, porque le habían dicho, que pagaba mejor. Por algunos años, había hecho negocios muy cerca de su comunidad como muchos y al parecer, quienes compraban la lana se llevaban la mayor ganancia. Así, un día decidió viajar con su carga, empujado también, porque había escuchado de un gringo que trabajaba para la empresa exportadora, y decían que era muy atento y servicial.
     Hasta que un día, se encontró con él. Y aunque Eugenio no tenía la educación suficiente para hacer los análisis psicológicos, sociológicos, simplemente y de repente, como cuando suceden las cosas y se muestran claras al mundo y a la vida, descubrió en el alma del hombre, la amabilidad en todas sus palabras. Tenía el mismo trato, al dirigirse a los empleados que trabajan en la misma compañía, o al tratar con la gente del campo que llegaba con su carga en su búsqueda. Incluso en el pueblo, ya se comentaba de él, por el singular castellano que empleaba al hablar. Aunque no estuvo mucho tiempo en la empresa, naturalmente se dejó querer, porque en el pueblo, siempre saludaba a las madres y los niños, como a la gente en general.
     Le visitó varias veces y su caballerosidad creció por todos los rincones. Incluso, se había enterado que en varias oportunidades había ayudado a muchas personas, trasladándoles en la misma camioneta de la empresa.

     Supo después que le llamaban Zhefarovich. 

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