miércoles, 24 de agosto de 2016

El grupo conservador

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 El grupo conservador

        El señor Fulgencio había hecho raíces en el pueblo de Pampamarca, sin embargo, se había preocupado en que sus tres hijos estudiaran en una universidad nacional en el Cuzco, y obviamente, se sentía muy orgulloso. Cuando viajaba para visitarles por algunos días, su esposa se quedaba a cargo de una pequeña tienda, situada en su misma casa y en la avenida principal, a unos doscientos metros de la plaza. A veces, ambos viajaban para ver a sus hijos, y uno de sus hermanos o algún pariente, se quedaba con el cuidado de la casa.
     Fue la primera persona que inicialmente hizo contacto con la compañía telefónica, logrando ser posteriormente su concesionario. Así que el primer teléfono en ese lugar y de color negro, estuvo en su casa.
     Hacer una llamada tomaba muchos minutos. Primero tenían que solicitarla a una central de un lugar más poblado, dando el número y esperar el proceso. De todas maneras, inaugurarlo fue todo un acontecimiento en el pueblo, donde después algunas personas solicitaban el servicio y a costos que para algunos no eran razonables.
     El señor Fulgencio consiguió el puesto de profesor en la escuela primaria situada en los alrededores del pueblo, muy cerca a unos campos de cultivo y que bordeaban la laguna. Algunas veces, conjuntamente con su esposa, contrataban a una o dos personas para sembrar en algunos terrenos circundantes  y pertenecientes a la familia.
     Organizaciones políticas vinculadas principalmente a grupos de derecha, aparecieron paulatinamente en busca de votos. Aunque  inicialmente no estuvo muy interesado en participar en actividades partidarias; fue animado por un grupo de pobladores, que creyeron representar movimientos populistas que se propiciaba desde los Estados Unidos y que se imponía en América Latina, Así logró ser candidato a regidor. Algunos años después y en representación de otros grupos de derecha logró ser candidato a alcalde. Consiguió así, ser la autoridad del pueblo por varios años y volver a ser elegido en otros procesos electorales.
     Cada mañana y desde muy temprano, el señor Fulgencio ponía en orden su pequeña tienda, aunque destacaba solamente el famoso teléfono de color negro y muy pesado, conjuntamente con algunos estantes que se encontraban vacíos y empolvados. Algunas veces, se veían algunos sacos de maíz y coca para vender por arroba o por libras. Los preparativos para la escuela no tomaba mucho tiempo, porque los niños apenas aprendían y además eran hijos en su mayoría de gente campesina. Tenía un par de libros que servía para la enseñanza y con eso bastaba; con todo, se había ganado el respeto de todo el pueblo por ser uno de los primeros profesores y porque había llegado a ser la máxima autoridad. Le gustaba usar un terno azul oscuro con un sombrero negro, claro que el polvo del camino y el trajín de los días les daba una apariencia usada. Cuando viajaba a visitar a sus hijos, tenía especial cuidado en usar unos zapatos negros y muy brillantes.
     En muchas oportunidades, cuando se dirigía a la escuela por una de las calles empedradas, se había cruzado con un indio del lugar. Luego de los saludos formales, cada quien seguía su curso. El indio era un hombre del campo, quien llevaba una soga de ichu que él mismo había confeccionado, sirviéndole para arrear con cuidado y esmero dos vacas lecheras, dos burros viejos y unas seis ovejas. El conjunto casi siempre transitaba por la entrada principal y cuando aparecía un vehículo a lo lejos, todos los animales habían aprendido a hacerse a un costado. A veces en el camino se veía el guano del ganado, lo que demostraba lógicamente, el rastro de ellos.
     La mayoría se conocían y era natural ver al indio chacchando la coca y a veces se advertía sobre sus labios el color verde de la hoja. El indio había hecho el trayecto por el mismo lugar o por otro circundante por muchos años, para así poder llevar al ganado hacia los alrededores donde tenía una pequeña chacra. A veces parecía que a los burros les había crecido canas, así y todo, seguían fuertes. Llevaba una ojotas muy usadas por el tiempo y mezcladas con la tierra del campo donde cultivaba. Su esposa había muerto hacía muchos años y tuvo dos hijos, sin embargo, a su casa llegaban algunos familiares, especialmente para la fiesta.
     Todos los días transitaba, casi con la salida del sol y el ganado pastaba en su chacra, mientras él la trabajaba con paciencia, sembrando y cosechando todo lo que podía para poder vivir. Siempre y antes de la puesta del sol, retornaba hacia la casa con el ganado y, en algunos establos rústicos y diseñados especialmente, los hacía dormir.
     Así, una mañana se encontraron. El señor Fulgencio estaba por viajar y se había puesto el mismo terno azul, combinándolo ahora con un nuevo sombrero de paño, que hacía juego con una correa y zapatos negros y, aunque era un poco delgado, físicamente se le veía fuerte y rebosante de salud. Precisamente, se despedía de su esposa por unos días. En ese instante, vieron pasar al indio con el ganado y acompañado ahora con un perrito, mientras le decían:
      – Buenos días señor Tumaycunsa.
     El hombre agradeció con una reverencia, saludando también con afecto espontáneo, mientras transitaba por el sendero de siempre.


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