martes, 30 de agosto de 2016

Otro teniente

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 Otro teniente

     Esa mañana de domingo, le llevaron ante la presencia del teniente. Era un ambiente cerrado, casi herméticamente. Había una ventana de metal cuyos vidrios habían sido pintados de blanco, y que indubitablemente, nunca había sido abierta, porque la manija mostraba un oxido, formando un solo cuerpo con el conjunto.
     Allí estaba el teniente, detrás de un escritorio amplio y antiguo y de madera gruesa. Miraba con sus ojos vidriosos y clínicos, cualquier movimiento que se producía frente a él. Al momento de ingresar Victoriano acompañado de otro policía, distinguió claramente a su padre, sentado y bien ubicado sobre una silla de madera, frente al teniente. Ambos al parecer conversaban. Una silla bien dispuesta junto a su padre, esperaba su presencia.
     Al sentarse, la silla crujió con un ruido extraño. Advirtió algo sublime que llevaba su progenitor a manera de áurea y estaba sereno como siempre, con la mirada llena de paz y entendimiento. El sombrero de paño negro estaba en una de sus manos, resaltando en su rostro la experiencia de muchos años vividos.
     Al moverse el teniente sobre un sillón antiguo, intentando acomodar sus brazos, se escuchó también un ruido extraño, siendo extravagante, como quien se resiste a la presión o al peso. Posteriormente, puso sus dos manos sobre el escritorio, que estaba vacío. Parecía que, muy temprano habían intentado quitar el polvo, percibiéndose las huellas de una limpieza ligera. La poca luz que penetraba a través de la ventana, era lo que iluminaba el ambiente. Predominaba un color café oscuro, remarcándose sobre un piso del mismo tono, de una loseta antigua, haciendo también, un juego enfermizo con los muebles  oscuros.
     El oficial miró oblicuamente a Victoriano e intentó mantenerse serio, pensando seguro a la altura de su investidura y responsabilidad.
     – ¡Tú eres Victoriano! – le dijo, mirándole a los ojos, mientras los dedos de la mano derecha golpeaban la madera toscamente, empezando por el meñique y terminando en el índice.
     – Sí – respondió de forma natural.
     – ¿Qué dijiste ayer? – preguntó el oficial con énfasis y voz algo grave, mientras volteaba su rostro para mirar a su padre.
     Y como si el movimiento no tuviera fin, la mirada siguió desplazándose, hasta fijarse en el rostro del policía que había acompañado a Victoriano, quien esperaba de pie junto a la puerta. El hombre por cierto, adquirió una posición más firme al verse observado por el teniente, tragando saliva en el acto, ya que a través de su cuello, se distinguió un movimiento oscilante, reflejándose el paso del líquido a través de la tráquea. El guardia cambió de color y dirigió la mirada hacia el frente, asumiendo una posición de espera indeseable y maldita.
     Al notar tal compostura, el teniente deslizó su mirada desde sus cabellos hasta los pies, deteniéndose un instante en las arrugas cuarteadas que mostraban sus zapatos. De inmediato, volvió los ojos en una micra de fracción del tiempo, al escuchar la respuesta de Victoriano:
     – ¡Yo soy de izquierda!
     – ¿Te consideras uno de ellos? – dijo el oficial, con una actitud profundamente interrogadora y frunciendo el ceño sobremanera, mientras la mirada volvía sobre el mismo recorrido anterior, terminando en el policía que seguía de pie. Una vez más trataba de mantenerse en una posición de firmes, estirando el cuello notoriamente y con cierta rudeza.
     El padre de Victoriano, permanecía muy tranquilo, y el sombrero pasó de una mano hacia la otra. Al parecer, nada o muy poco turbaba sus sentidos; aunque probablemente, sus pensamientos y su mirar se mantenían expectantes y mucho más de lo que uno pudiera imaginar.
     – ¡Sí! – respondió Victoriano, pausadamente, y pensó que estaba en lo correcto.
     – ¡Yo creo que no me dices la verdad! – afirmó el oficial, mientras volvió a removerse en el sillón, produciéndose de nuevo el crujir de la madera y golpeando la mesa a manera de tambor, ahora, con sus cinco dedos y terminando en el pulgar.
     El padre de Victoriano seguía la conversación muy tranquilo, asintiendo algunas veces con un movimiento muy suave de cabeza. Otras veces, estaba muy atento a las palabras del oficial. El otro agente, seguía junto a la puerta; y su cuerpo y hombros especialmente, volvieron a laxarse.
     Una vez más, la mirada volvió por el mismo recorrido, mientras el agente volvía también a estirar el cuello. De una vez, y aunque no podía decirlo, ya no le resultaba de su agrado que el teniente fijase sus ojos por más tiempo sobre sus zapatos, que obviamente ese día, no mostraban el mejor cuidado.
     Tratando de acomodarse e intentando esconder sus pies de la mirada del oficial, avanzó sobre su costado derecho un paso, precisamente el lugar perfecto, en donde una de las esquinas del escritorio se interponía entre la mirada y el calzado. Por enésima vez, asumió la misma posición erguida, aunque ahora, al estirar su cuello, dibujó sobre su rostro una actitud de mayor seguridad y confianza. Simplemente se sentía vencedor, al alejar sus pies de los ojos del teniente; además, claro está, no tenía ningún derecho para auscultarlo de esa manera.
     – Es cierto y estoy impresionado – respondió Victoriano.
     – Por supuesto que debes estarlo – dijo el oficial –, además, yo te aconsejaría que no te metas en esos asuntos.
     – Bueno – afirmó Victoriano.
     – Le aconsejaría señor – dijo el oficial, dirigiéndose a su padre –, conversar con su hijo sobre las consecuencias que puede tener.
     – Muchas gracias, mi teniente – contestó el padre de Victoriano.
     – Sí – afirmó el oficial –, es importante que la juventud esté enterada, que nada consiguen con apoyar a esos movimientos que ahora actúan libremente y no conduce a nada bueno. Algún día se puede encontrar con más problemas.
     Terminó sus últimas palabras algo así como en trance, moviendo ambas manos sobre la mesa, dando unos golpecitos a manera de percusión y usando todos sus dedos. Un eco a manera de tambor retumbó con mayor fuerza dentro de la habitación, y al dejar de hacer por un instante el movimiento, acomodó su cuerpo una vez más sobre el sillón, retorciéndose hasta que las maderas crujieron lastimeramente. El policía que estaba junto a la puerta, dirigió su mirada con descaro, clavando sus ojos en el respaldo del  sillón del oficial todo el tiempo que pudo, mostrando incomodidad en sus facciones al escuchar repetidas veces el mismo crujir del madero.
     El teniente no había notado las actitudes espontáneas, resueltas o intencionales del subalterno y, al terminar de decir su última palabra, desplazó su mirada lentamente sobre el rostro de las personas, recorriendo un poco más, para terminar sobre los ojos del agente. Ambos se sorprendieron, sobresaltándose, al encontrarse las miradas dirigidas del uno hacia el otro. Obviamente, ninguno de los dos había esperado encontrarse de esa manera; sin embargo ahora, el teniente trato de apartar la mirada, mientras el policía hacía lo mismo, como si se hubieran puesto de acuerdo en sus incomodidades, para rehuirse. El subalterno acomodó su cuerpo con aplomo, mostrando la primera mueca satisfecha.
     Para el teniente, no le fue fácil encontrar los pies ni los zapatos cuarteados que buscaba, es por ello que, ahora se movía sobre su asiento crujiente, mientras estiraba su cuello hacia la izquierda, tratando de encontrar el mejor ángulo. Al no conseguirlo, volvió sobre el movimiento de su mano derecha, insatisfecho.
     – Conversaré con él – respondió serenamente el padre de Victoriano, mientras asentía con un movimiento de cabeza.
     – Claro – balbuceó el oficial – hallándose ahora más entretenido en sus propios pensamientos y deducciones.
     – Gracias, nuevamente.
     – Muy bien, su hijo puede irse y no olvide de conversar mucho sobre el tema.

     Al instante se pusieron de pie y se estrecharon las manos. Con gusto, el oficial solicitó al agente acompañarles hasta la puerta, siendo el último en atravesarla y escuchar a su espalda el crujir de la madera. En ese instante, Victoriano imaginó de pronto el último vistazo de los ojos del oficial sobre sus pies, seguro buscando una grieta más.

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