48
El
policía trotskista
–
¿Cuál es tu nombre? – preguntó el policía, mientras le miraba extrañamente
desde la cabeza hasta los pies, deslizando la mirada lentamente.
– Mi
nombre es Victoriano Escapa.
–
¡Así que tú eres de izquierda! – afirmó el policía nuevamente, frunciendo el
ceño y mostrando una expresión gesticular.
–
¡Cómo dice! – contestó Victoriano, mientras se interrogaba sobre los otros
cuatro adolescentes que habían estado junto a él, antes de terminar todos en la
tercera comisaría.
–
¡Escuché muy claramente! – replicó el hombre vestido con su uniforme verde,
mientras se llevaba una mano a la altura de la nariz, para pasarse los dedos.
Otro
policía vestía de igual manera y observó a Victoriano detenidamente, y hasta
dio la impresión que abrió la boca sutilmente, mostrando asombro. En ese
estado, Victoriano se preguntó por el motivo que tuvo el policía para llevarle
a mover la boca, asombrado por su presencia.
El
primer agente empezó a interrogar. A veces se sentaba sobre una silla junto a
un escritorio y nuevamente se paraba, inquieto, haciendo sonar sus tacos con
fuerza contra el piso. Parecía un ser inquieto no acostumbrado a esos
menesteres, y dejaba traslucir su desencanto al momento de hacer gestos
sobrehumanos para bostezar. No miraba directamente a Victoriano y encaminó su
atención en hacer sonar sus zapatos contra el piso de diferente manera.
Victoriano comprendió que el sujeto estaba más en otro lugar que en la tercera
comisaría. Sin embargo, ahora lo tenía bajo su mirada y empezó haciendo algunas
anotaciones sobre un cuaderno. Parecía muy ocupado en ampliar sus comentarios
en el atestado policial. Escribía y escribía, sin parar. Daba la impresión que,
le faltaban las palabras. Levantó la mirada y le clavó los ojos
jactanciosamente, como disfrutando de su ego particular al tenerlo bajo su
dominio.
Frente a tal contemplación, Victoriano atinó a decir:
–
Solo quería apoyar a las personas.
–
Pero tú – afirmó el policía seriamente -, no tenías por qué entrometerte con
los cuatro muchachos. Ese es el problema de ellos.
– Me
parecieron muy jóvenes.
– Tú
también eres joven, y estoy seguro que eres el menor.
–
Bueno...
–
Claro, además nos avisaron que estaban haciendo escándalo en la fiesta que
habían organizado, especialmente por el día de la primavera – afirmó el agente.
–
¿Adónde están ahora? – se atrevió a preguntar Victoriano.
– ¿Lo
preguntas? – interrogó el policía abriendo los ojos y volviendo a mover los
pies.
De
pronto y como si fuera una respuesta rápida a su interrogante, aparecieron los
cuatro muchachos atravesando el dintel de una puerta interior y acompañados por
un sargento. Lógicamente, lucían alcoholizados y trasnochados. Parecían
asustados a esas horas de la madrugada, con la mirada puesta hacia la lejanía y
perdida. Dos de ellos tenían las manos en los bolsillos, y uno especialmente
jugaba con sus dedos. Al parecer movía algo en su interior, como buscando insistentemente
e imposible de encontrar. Podría ser una caja de fósforos para encender un
cigarrillo después, o tal vez, una llave con la que abriría la puerta de alguna
casa. Los otros dos estaban quietos, como si estuvieran frente a la presencia
de un aparecido. No se movían, sin embargo, volteaban sus ojos hacia la derecha
e izquierda. Uno de ellos, de regular estatura y el más bajo, empezó a toser
fuertemente y de inmediato, haciendo voltear la mirada de todos. Siguió
tosiendo y su rostro se volvió rojizo por un momento, dando la impresión de
querer ahogarse. Todos mostraron preocupación, absolutamente, estando atentos
al color de sus ojos, las mejillas y a los espasmos continuos al momento de
toser. Como saliendo de su estado, el policía que más parecía estar en otro
lado y a veces movía los pies, gritó fuertemente, haciendo retumbar las paredes
con su eco:
– ¡Un vaso de agua y pronto!
Nadie
supo exactamente cómo, pero el vaso llegó precisamente frente al muchacho,
quien lo cogió fuertemente y de un sorbo terminó con el líquido.
Después de unos minutos, y como si pareciera un sueño, todo volvió a la
normalidad, y hasta parecía que no había acontecido nada; de modo que, los dos
policías uniformados, quienes se encargaban expresamente del primer ambiente,
ocuparon sus lugares habituales. Uno de ellos continuaba con el movimiento de
sus pies y, hasta le había agregado un ritmo especial y continuo al pulgar e
índice derecho de su mano. El otro que estaba ahora más atento a los muchachos,
los auscultó en un segundo, de una vez y a todos, para decirles luego con una
voz singular y chillona:
–
Pueden irse a sus casas.
–
Gracias – respondió uno, dando la impresión que los cuatro habían contestado al
unísono, porque se miró cuando movían los labios al mismo tiempo, aunque
solamente se escuchó una voz.
Todos
se fueron a la misma vez, y hasta dio la impresión de verles partir mucho más
rápido de lo que habían llegado. Luego de la salida de ellos el sargento volvió
hacia el interior, atravesando la puerta, no sin antes, mirar rápidamente en su
entorno y fijarse en quién escribía el informe sobre la conducta de Victoriano,
para desaparecer después.
Victoriano les miró partir y sintió satisfacción por cierto, aunque se
preguntaba el porqué, no le habían tratado de la misma forma, si los detenidos
habían sido principalmente ellos. A pesar de todo, intentó comprender que,
posiblemente se trataba de cuestiones rutinarias y seguro que tomaría algunos
minutos más.
Era
increíble, el policía no cesaba de escribir. Había terminado de llenar una
página entera en un cuaderno con una letra diminuta, que obviamente impresionó
a Victoriano, y se disponía a empezar la segunda. Se atrevió a moverse con
cuidado, acercándose un poco más, para poder descifrar lo que escribía
denodadamente y con muchos detalles. Logró observar el deslizamiento suave del
lapicero sobre el papel, más impresionado aún, no sabiendo si era de un color
azul o si tenía un matiz rojizo. A veces, le dio la impresión de ver un color
oscuro y negro.
–
¡Muy bien! – exclamó el policía, estirándose y moviendo las piernas fuertemente
como frotando el piso; mientras dejaba caer el lapicero sobre la mesa, al igual
que sus dos manos.
Victoriano no atinó a decir palabra alguna, y más bien, esperaba de una
vez que le dijeran que podía irse y sin ningún inconveniente, como había
sucedido con las otras personas. Miró al hombre que había dejado de escribir y
al parecer respiraba fuertemente, porque le había costado mucho hacerlo, y pudo
notar que sobre su rostro se dibujaba una expresión malévola. Cualquiera diría
que había despertado en él, otra forma de sentir y se puso de pie, acercándose
hacia su compañero. Algo le dijo muy quedo al oído, porque ambos soltaron una
sonrisa abierta, extasiada y placentera también; aunque, se dibujó en la
mejilla de ambos, una tenue, fugaz y extraña sensación de jactancia y
exaltación del ánimo. Hasta que, uno de ellos, expresamente quien parecía estar
más lejos del mismo lugar, dijo en voz alta, levantando la barbilla y
clavándole sus ojos:
– ¡Yo
soy trotskista!
Victoriano desde su asiento observó. No sabiendo si debía continuar
callado y esperar el desenlace. En tal caso, argumentar algo ya que los
acontecimientos estaban empeorando la situación, porque a veces el ambiente se
tornaba tenso y, otras veces, volvía a ser jactancioso, grotesco y burlón.
Y el
hombre volvió a decir algo más sobre el trotskismo y entre dientes, dando a
entender que también tenía su propia ideología, y acto seguido, los dos rieron,
como si entre ellos hubiera algún acuerdo.
– Ja, ja, ja.
Definitivamente, se dejaban traslucir algunas particularidades
especiales y extrañas. Desde su posición, empezó a sentirse incómodo. Ellos
estaban de pie y se juntaron más, como buscándose el uno al otro, mientras le
miraban sarcásticamente; y a veces y luego de la risa, enseñaban los dientes.
Estaba por levantarse y quien mostraba asombro y ahora de ojos vivaces le dijo:
–
¡Quítese la correa!
– ¿La
correa? – interrogó Victoriano.
–
¡Sí! – afirmó el policía –, la correa y también las hileras de los zapatos.
–
¿Cuál es el problema? – atinó a preguntar suavemente, desde donde se
encontraba.
Muchas preguntas pasaron fugazmente por su mente y no encontró sustento
alguno para explicar todo lo que estaba sucediendo. Ahora, el policía de
movimientos continuos sobre sus pies había vuelto a su posición original y,
cada cierto momento, alzaba los ojos en dirección hacia él, aunque sin mirarlo
detenidamente. Simplemente era su movimiento acostumbrado, que hacía juego de
algún modo con el primero que ya lo conocía.
El
segundo hombre y de ojos vivaces parecía más atento a su persona y se ubicó en
su sitio, al parecer preferido, esperando tranquilamente el final de una de las
hileras, y después la otra. Daba la impresión de tener todo el tiempo para
esperar pacientemente, aunque la irónica sonrisa desplegada, parecía estar
unida a algún plan premeditado y maligno.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario