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Las intenciones del profesor
–
¡Tenemos que volarlos!
La
idea vino del profesor que rondaba el pueblo de Ñuñoa, aunque cualquiera que le
veía frágil y en el estado en que se encontraba, naturalmente nadie le hubiera
tomado en serio.
–
Debes estar loco – le dijo Melesio, obviamente meses antes de aparecer sin vida
debajo del puente principal.
– Es
la única alternativa – volvió a insistir el profesor, con síntomas de haber
estado bebiendo –, el pueblo no puede seguir soportando tanta pobreza,
marginación y centralismo, donde unos cuantos son los beneficiados.
–
Tienes razón – replicó Melesio –, pero no mantenemos contactos.
–
Bueno, claro.
–
Claro pues – volvió a decir Melesio –, pueden ser muy buenos deseos, pero hace
falta organizarnos; aunque, conozco algunas personas interesadas en apoyar la
lucha o cualquier tipo de reivindicación.
No se
dijo más ese día, porque al final de cuentas, los dos representaban solo
opiniones vertidas en medio de la calle. Naturalmente, parecían no ser capaces
de tomar en serio todas las palabras; pero, estaban allí, permanentes en el
tiempo, como una forma latente de
protesta frente a todo lo que ellos sentían y vivían.
Por
cierto, no eran ajenos a los miedos de la gente, percibiendo que en algunas
ocasiones aumentaba el temor, casi vertiginosamente. Algunas veces trataban de
cuidarse, sin proponérselo; entre tanto, habían escuchado por otras voces que
muy cerca y muy lejos se armaban, preparándose grupos decididos a todo. Algunos
ya lo venían demostrando con algunas acciones y hacían eco en los medios de
comunicación.
La
guardia nacional había determinado acciones contra el terrorismo y en muchas
zonas de la cordillera aumentó la preocupación, porque conocían muy bien cuando
el militar se transforma de acuerdo con el contexto. Muchas veces nadie se
sentía seguro, ni en su propia casa, porque en muchas oportunidades, los
procedimientos habían rebasado los márgenes permitidos. De todas maneras, había
que cuidarse hasta de los argumentos vertidos en plena vía pública. Así, entre
dichos y comentarios, el profesor terminaba cayéndose de borracho, y una vez,
se le vio tomando una siesta muy placentera, al pie del mejor árbol frondoso de
la plaza del pueblo. A Melesio, no le quedó más remedio que acomodarle
adecuadamente. Después de un par de horas y luego de limpiarse la saliva de una
comisura de la boca, volvía hacia la habitación donde vivía, mientras esperaba
su cambio a otras comunidades, o hacia su ciudad de origen.
Otros
personajes y comuneros transitaban por los mismos caminos polvorientos, yendo y
viniendo, atravesando la montaña en su búsqueda incesante por vivir. Uno de
ellos fue Eugenio Cóndor, quien procuraba decir las palabras necesarias y
organizarse con su gente.
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