miércoles, 24 de agosto de 2016

Las intenciones del profesor

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Las intenciones del profesor

     – ¡Tenemos que volarlos!
     La idea vino del profesor que rondaba el pueblo de Ñuñoa, aunque cualquiera que le veía frágil y en el estado en que se encontraba, naturalmente nadie le hubiera tomado en serio.
     – Debes estar loco – le dijo Melesio, obviamente meses antes de aparecer sin vida debajo del puente principal.
     – Es la única alternativa – volvió a insistir el profesor, con síntomas de haber estado bebiendo –, el pueblo no puede seguir soportando tanta pobreza, marginación y centralismo, donde unos cuantos son los beneficiados.
     – Tienes razón – replicó Melesio –, pero no mantenemos contactos.
     – Bueno, claro.
     – Claro pues – volvió a decir Melesio –, pueden ser muy buenos deseos, pero hace falta organizarnos; aunque, conozco algunas personas interesadas en apoyar la lucha o cualquier tipo de reivindicación.
     No se dijo más ese día, porque al final de cuentas, los dos representaban solo opiniones vertidas en medio de la calle. Naturalmente, parecían no ser capaces de tomar en serio todas las palabras; pero, estaban allí, permanentes en el tiempo, como una forma  latente de protesta frente a todo lo que ellos sentían y vivían.
     Por cierto, no eran ajenos a los miedos de la gente, percibiendo que en algunas ocasiones aumentaba el temor, casi vertiginosamente. Algunas veces trataban de cuidarse, sin proponérselo; entre tanto, habían escuchado por otras voces que muy cerca y muy lejos se armaban, preparándose grupos decididos a todo. Algunos ya lo venían demostrando con algunas acciones y hacían eco en los medios de comunicación.
     La guardia nacional había determinado acciones contra el terrorismo y en muchas zonas de la cordillera aumentó la preocupación, porque conocían muy bien cuando el militar se transforma de acuerdo con el contexto. Muchas veces nadie se sentía seguro, ni en su propia casa, porque en muchas oportunidades, los procedimientos habían rebasado los márgenes permitidos. De todas maneras, había que cuidarse hasta de los argumentos vertidos en plena vía pública. Así, entre dichos y comentarios, el profesor terminaba cayéndose de borracho, y una vez, se le vio tomando una siesta muy placentera, al pie del mejor árbol frondoso de la plaza del pueblo. A Melesio, no le quedó más remedio que acomodarle adecuadamente. Después de un par de horas y luego de limpiarse la saliva de una comisura de la boca, volvía hacia la habitación donde vivía, mientras esperaba su cambio a otras comunidades, o hacia su ciudad de origen.

     Otros personajes y comuneros transitaban por los mismos caminos polvorientos, yendo y viniendo, atravesando la montaña en su búsqueda incesante por vivir. Uno de ellos fue Eugenio Cóndor, quien procuraba decir las palabras necesarias y organizarse con su gente.

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