martes, 2 de agosto de 2016

Las percepciones de José León

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 Las percepciones de José León

        En muchos pueblos de la sierra, se presentía algo y no hacía falta gritarlo a viva voz. Simplemente se miraba sobre los rostros que se iluminaban por las noticias de nuevos acontecimientos. Llegaban desde muchos lugares, como traídos por el viento. A veces eran informaciones incompletas, no obstante, se formaban de boca en boca.
     Sentían la presencia policial como la fuerza del poder. Muchas veces sin ningún miramiento, actuaban por instinto de supervivencia. Sabían en el fondo de todo ello, que se jugaban la vida con sobresaltos. No quedaba más que empuñar el fusil o la metralla con todos los dedos de la mano, y estar dispuesto al disparo certero en la frente del enemigo, a veces encubierto. Tarde o temprano, se pondría de manifiesto aún más la polarización social y poblacional, siendo natural y expresión del orden social. Cada quien asumía un rol específico y otros preferían sentirse como si se mantuvieran al margen, creyendo que con alguna conducta espontánea, reflejaban su apoliticismo. Sea como fuere, sus comportamientos terminaban en última instancia, cercano a alguna posición ideológica y social.
     José León había empezado a descubrir ciertos detalles que no había visto antes, así y todo, su juventud plena y su nueva formación al fragor de los cambios, le impedían ver con claridad el contexto externo con la mejor percepción. Advertía cierta tensión reflejada en cada uno de los pasos de los pobladores y, a veces también, en cada mirada interrogadora. Sentía que había una especie de análisis de grupo, de parte de algunos con respecto a otros, aunque parecía que nadie lo aceptaba de esa manera.
     José León había encontrado en el teniente Cadenas, a un hombre experimentado, que actuaba con la convicción de hacer suyos todos los propósitos. Intentaba descubrir también el sentido de su propia determinación, al tomar las armas de la guardia nacional; aunque, consideraba que cumplía con un trabajo y sin proponérselo directamente, creía en la necesidad de conservar su empleo. Definitivamente, ser parte de una extensión del poder, no le dejaba más opción que el cumplimiento.
     Así había hecho sus días. Todos los encuentros intencionales y fortuitos con la gente, le habían causado una interrogante mayor, preguntándose cada mañana, si la reacción natural parecía ir acompañada por la desconfianza. Hubo algunos momentos en que había participado en algunas actividades del pueblo, y observó que la presencia del teniente Cadenas y su grupo, despertaba una mala imagen y cada quien procuraba hacerse a un lado.
     En un aniversario del pueblo y como nunca, las autoridades del concejo habían organizado una fiesta en un local contiguo al puesto policial. El teniente Cadenas había querido hacer gala de su presencia esa noche, siendo el único quien vestía el uniforme. Al comienzo, José León no había podido hacerse a un lado del grupo. En total, fueron seis de la policía, quienes en una esquina del ambiente empezaron a conversar alegremente. José León había logrado finalmente unirse a un grupo de hombres que parecía contaban anécdotas. De vez en cuando volvía su rostro hacia el teniente Cadenas y el grupo, para hacerle una venia, como un cumplido; sin embargo, observó que a los pocos minutos el teniente se había quedado solo y trataba de mirar a todos los que se encontraban a su alrededor. Dibujó una sonrisa sobre su rostro que más parecía una mueca forzada.
     Un niño que estaba mirando a través de una ventana sin vidrios desde la calle, mientras se apoyaba sobre el alfeizar de la ventana, se encontró de pronto con la mirada del teniente Cadenas y ambos se quedaron con la mirada fija. Un brillo muy tenue y fugaz del diente de oro del teniente cayó sobre los ojos del niño como un rayo, haciéndole perder el equilibrio; pero logró asirse fuertemente de una de las barras de metal, haciendo un ruido muy peculiar.
     Todos volvieron en el acto hacia el ruido, aunque el ambiente estaba envuelto casi en la penumbra, porque solo un foco había sido conectado por esa ocasión a un generador eléctrico, que alumbraba exactamente la puerta principal. Luego, miraron al teniente Cadenas quien seguía con sus ojos puestos sobre el muchacho, mientras iba perdiendo su sonrisa a manera de mueca, para convertirse en un gesto iracundo. El niño fue deslizando su cabeza hacia abajo aterrado y de pronto se le vio desaparecer y se escuchó una carrera muy corta en la oscuridad.
     En el acto, el teniente Cadenas abandonó el lugar dando trancos y poco a poco todo fue volviendo a la normalidad. Las nueve de la noche era muy tarde para esos lugares. Las calles estaban oscuras y alguna luz destellante como una estrella se distinguía a lo lejos sobre algún candil.
     Pocas personas quedaban en el lugar, algunos bailaban al son de una canción tropical y otros grupos charlaban amicalmente. José León se había integrado a un grupo y escuchaba cuando una persona de apuesto bigote decía:
      –  Soy profesor de una escuela y luego de la reunión, viajaré esta misma noche.
     Y las miradas se dirigieron hacia el nuevo personaje, participante a veces, según él, de las veladas por el aniversario. Casi todos encontraron en él, un hombre sabio por sus palabras y maneras, con sombrero de ala ancha y su caballo bayo, quien había decidido vivir junto a las comunidades.    
     Volvió a decir mientras otras personas se acercaron a escucharle:
     – Enseño en Descanso desde hace unos nueve años. Uno se acostumbra y aunque el salario no es expectante, uno trata de mantener el trabajo. Naturalmente que aprendí a montar el caballo hace varios años también, y voy a los pueblos cercanos en son de visita. Claro, he visto cosas impresionantes, como cuando un caballo llegó al trote a la hacienda de unos amigos y solo colgaba la pierna ensangrentada del jinete, al parecer, atascada en el estribo de hierro.
     Por un lado, la guardia nacional; por el otro, la gente del pueblo; y ahora el profesor:
     – También he visto, cuando algunos hacen correr a sus caballos horas y horas, y estos transpiran profusamente por toda la piel y se cubren de algo así como de una espuma muy espesa, saliendo también por la boca. Obviamente, los animales no pueden avanzar un paso más y se detienen en medio del camino, tremendamente exhaustos, poniéndose rígidos y muriendo en el acto. Es realmente increíble.
     La reunión por el aniversario terminó después de la medianoche, y al salir hacia la plaza principal cubierta de tierra, casi todos los que se dieron cuenta, se encontraron primero con el mástil frente al puesto. Otros respiraban el olor de los residuos fecales y las orinas que traía la brisa de la laguna, exactamente de la parte posterior del puesto policial y que servía de baño público. Se pudo ver, aún esa noche, a una persona en su afán de subirse los pantalones pesadamente, luego de haber estado varios minutos de cuclillas.
     A la mañana siguiente, José León, por coincidencia sería el primero en levantarse y quedó pasmado y estupefacto, con la boca entreabierta, mientras miraba hacia el mástil con los ojos redondos de admiración; no sabiendo si conseguiría atemorizarle más de lo que estaba, porque percibió temblar uno de sus párpados. Una bandera roja con la hoz y el martillo flameaba insistentemente, en lugar de la bandera nacional. Segundos después recordaría que alguien se expresó la noche anterior:

     – Parece que todos nos encontramos en el lugar preciso.

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