martes, 2 de agosto de 2016

La presencia de Jesús

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 La presencia de Jesús

     – ¡Felices Pascuas!
     Una mujer se acercó espontáneamente a un hombre que había llegado al parecer coincidentemente para la fiesta de Langui desde muy lejos, aunque no estaba segura de eso; dijo una vez más y efusivamente, mientras le abrazaba:
     – ¡Felices Pascuas!
     Desde la primera impresión, el hombre no supo qué contestar. Simplemente, por efecto respondió al saludo y se sintió sorprendido, porque nunca esperó recibir un abrazo cariñoso de una mujer del campo, con atuendo natural, y llevando sus dos largas y caprichosas trenzas negras. ¿Qué había motivado a la mujer para saludar? ¿Era una formalidad superflua? ¿Qué trataba de trasmitir?
     Sea como sea, el hombre advirtió sobre el rostro de la mujer curtido por el frío, una belleza inherente, destacando un color rosáceo. Hasta sus trenzas negras despedían un brillo incandescente de cielo. Sus palabras, coherentes y suaves como la brisa fresca de la mañana, se escucharon como el murmullo de las aguas de la laguna, con un sonido de voz gratamente placentero.
     Para los ojos de la gente, era una mujer simple y de campo. Al parecer, cada domingo y desde muy temprano, estaba sentadita sobre la vereda de una esquina de la plaza principal, precisamente diagonal al puesto, con una olla de leche fresca y caliente, bendecida por ella misma.
    Después de sentirse abrazado y admirado por la cortés reverencia, sintió que ella tenía algo circundante y resplandeciente alrededor de su cuerpo, donde solo el alma y en momentos de sublimación puede percibirlo. Y la vio venir de nuevo radiante, con el rostro más iluminado aún, con un andar seguro y sus pasos firmes. Distinguió en sus ojos pardos el brillo claro de su alma y de su corazón, mientras mantenía una taza de leche humeante entre sus dos manos cálidas y trabajadoras. Le miró directamente a los ojos, alcanzándole la taza simultáneamente.
     – Gracias señora – balbuceó por inercia.
     – De parte mía y por la llegada de Jesús – afirmó la mujer.
     – Gracias – volvió a repetir, casi sin aliento.
     El hombre quedó turbado repentinamente porque no había comprendido la acción natural y el significado profundo que llevaba cada palabra espontánea. Incluso, se mostró confundido al tratar de buscar la relación existente entre las vicisitudes que se le presentaba a sus ojos inquietos y a sus sentidos. La observó una vez más, aunque no detenidamente, mientras se alejaba dentro de su aurea hacia el lugar de todos los domingos. No lo advirtió en el acto, aunque miró sobre sus hombros alrededor de ella y la encontró envuelta en un aroma de paz, acompañada por la fresca mañana. Distinguió en el claro azul del inmenso cielo y no muy lejos, el vuelo silencioso y sutil de un pájaro de muchos colores, quien revoloteaba sus alas al compás del susurro del viento. Lo miró extasiado por interminables segundos y hasta había olvidado de la taza caliente, el lugar donde se encontraba y los fines específicos que tenía. Una persona aparecía repentinamente a lo lejos, con un caminar esbelto, perdiéndose nuevamente en el cercano horizonte. El caminar pausado de un perro cruzaba la plaza, en su búsqueda del mástil acostumbrado donde había orinado y defecado repetidas veces. Estaba con las narices pegadas a la tierra en busca de la vida, arqueando su espalda y escondiendo la cola; intentando atravesar la puerta principal del puesto policial, volteando sus ojos curiosos para mirar con despreocupación hacia un interior vacío y lleno de olores singulares, donde solamente se escuchaba el eco de algunas voces.
     El tocar sonoro de las campanas de la antigua iglesia, le llevó a distinguir el movimiento ondulante de ellas, mientras el constante campaneo llamaba a la gente por el día especial. Las circunstancias permitían reunir aún a todas las personas creyentes, de ese día de Pascua. Un paso dentro de la iglesia, era suficiente para sentir profundamente en el espíritu, la paz del alma. No importaba si las pocas bancas se movían y crujían al sentarse sobre ellas, porque la respiración y el sentir se volvían diferentes por lo sublime del momento. Alguien más avanzó sobre sus pasos ligeros, en busca del destino.
     La mujer continuaría allí, en una parte de la plaza, llenándose de algo que muy pocos entendían, sonriendo a la vida, escrutando el campo, el horizonte y la cumbre de las montañas. Era increíble que por los mismos lugares, se había visto descender a un grupo de hombres con su fe puesta en otros sueños, llevando algunas banderas rojas, del color de la sangre de la vida. Sueños de cambio decían unos.

     Y el hombre de propósitos ocultos, saboreó al contacto con sus labios, el primer sorbo de leche fresa de esa mañana, sin comprender totalmente; mientras tanto, algo le transmitía hacia su interior de ser uno de los afortunados por el tiempo, al descubrir en los ojos de esa mujer, el significado y la paz de la vida. 

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