miércoles, 15 de junio de 2016

Las verdaderas prostitutas

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 Las verdaderas prostitutas

     Otro día de domingo y nadie se explicaba cómo habían llegado hasta la ribera del río, aunque solo era debajo del puente que parecía mágico. Allí, se perdían las casas como cajitas diminutas, y empezaba algo del campo, con algunos sembríos, árboles, piedras enormes y pequeñas, que fueron lavadas por las aguas diáfanas durante años.
     Algunas veces estuvieron en ese mismo lugar, y jugaban cada uno con el escudo de armas imaginario, ennobleciéndose al ver el castillo, el león, las barras y las cadenas. Así, esperaban tener muchos timbres de que blasonar. Se armaban también, con algunas ramas para convertirlas en un máuser, o en rémington de largo alcance. Prácticamente, se habían divido en dos grupos como sediciosos, pero en busca de una acción gloriosa que los ensalcen; y corrían bordeando el río, ingresando unos metros hasta los sembríos nuevos y las tierras cosechadas.
     De pronto, las dos facciones que planeaban una rebelión se detuvieron y distinguieron claramente las cristinas de algunos soldados del ejército, llevando el uniforme impecable en un día de salida. ¿Por qué cerca del río? ¿No era mejor la Gran Ciudad? ¿Qué escondía la parte ubicada debajo de los puentes?
     Los dos grupos, en su juego juvenil por los alrededores, decidieron suspender sus hostilidades y acordar un armisticio. Como si empezaran realmente una contienda, decidieron unirse y observar juntos el movimiento peculiar de los uniformados.
     – ¡Nos han visto! – dijo Victoriano, levantando la voz.
     – ¡Nos han visto! – respondió otro, como eco y gritando.
     Se agazaparon en unos matorrales, casi detrás de un arbusto de lila, y como perfectos hombres de guerra, estaban preparados para el desarrollo de los acontecimientos y la acometida final. Poco a poco, fueron descubriendo la verdad sobre una diversidad de colores, y que flameaba suavemente al viento. ¿Qué era aquello que parecían chozas improvisadas? ¿Por qué usaban plásticos? ¿Por qué los soldaditos que parecían de plomo murmuraban?
     Hasta que, otras voces musitadas por féminas agraciadas comenzaron a llenar el espacio y el contexto fue cambiando.
     La tensión de espera por lo nuevo, se fue transformando en algo que causaba curiosidad y asombro, porque se trataba de un acompañamiento entre hombres y mujeres. Aunque claro, solo se dejaban ver los varones con cierta reserva, como si todo ello fuera una comparsa, siendo todos los movimientos con cautela.
     El día aún continuaba soleado y las horas de la tarde transcurrían, mientras la corriente del río rumoreaba por siempre. Extrañamente se respiraba un brisote cálido y húmedo al mismo tiempo, envuelto en algo perfumado.
     – ¡Hay una mujer! – dijo alguien, muy expresivo.
     – ¡Qué no nos vea! – dijo Matías, contestando y gritando lo más bajo posible.
     – ¡Imposible! – reprochó Nemesio.
     – ¡Viene hacia nosotros! – volvió a gritar Matías, pero más despacio.
     Unos cuantos pasos bastaron para que la mujer se acerque al grupo, blandiendo una caña seca entre sus manos, diciendo:
     – ¡Carajo! ¡Mocosos de mierda!
     – ¡Huyamos primero! – alcanzó a decir alguien más, mientras apuraban sus pasos entre los arbustos y la mala hierba, bajo la atenta mirada de algunos sorprendidos militares.
     Salieron corriendo poniendo los pies en polvorosa, haciendo todo lo posible para alejarse unos metros que parecían muchos. Se detuvieron al advertir que la mujer volvía al mismo lugar; mientras tanto, los hombres miraron la huida y al más bajo, se le escapó la risa.
     Una vez más, volvieron sigilosamente para estar a la mira desde otras posiciones y con mayor comodidad. Los acontecimientos y el entorno, envolvían algo de temor, un perfume de mujer, el aroma del tabaco y el acecho de los hombres.
     Por primera vez y en toda su extensión, fijaron su atención en la choza improvisada y muy pequeña, que había sido construida con palos fijos sobre la tierra y apoyados en algunas piedras. A manera de techo, unos cuantos plásticos coloreados y deslucidos por el tiempo. La mujer volvió a salir de ella atisbando en derredor, llevando sobre sus rodillas un vestido alto de color rojizo que encandilaba los ojos. Su cuerpo voluptuoso, mostraba carnes esbeltas y redondeadas alrededor de su pecho, dejando al descubierto un escote provocador. Mucho más excitante se mostraba, al intentar coger nuevamente la caña amarillenta que servía para las acometidas. Las aguas del río transcurrían sin cesar, y su murmullo misterioso, parecía silenciar las voces tímidas de los hombres y la protesta callada de la damisela encantadora.
     – ¿Qué hacen? – preguntó el hermano menor de Nemesio, con unos ojos expresivos de curiosidad y temor al mismo tiempo.
     – Baja la voz – le susurró al oído su hermano.
     – ¡Mira, mira! – dijo Matías –, creo que viene hacia nosotros.
     – No se muevan – dijo Camilo, nerviosamente.
     – Sí, tienes razón, parece que vuelve a su choza – respondió alguien más.
     – Pero… – interrumpió el hermano menor de Nemesio, pretendiendo preguntar sobre lo mismo.
     – ¡Es una puta! – afirmó Matías fríamente.
     – ¿Una puta? – interrogó el hermano menor de Nemesio.
     – ¡No te hagas el cojudo! – sentenció Matías, mirándole oblicuamente y haciendo una mueca de molestia.
     El niño quedó callado, mostrando uno de sus labios caído, como de estupidez.
     – ¡Mira, parece que conversan! – volvió a decir Camilo como gritando pero muy despacio; mientras se escondía detrás de algunos arbustos.
     – Claro – dijo Matías –, seguro que están hablando de dinero.
     – Hay otros que esperan impacientes– dijo otro niño.
     – Sí – dijo Victoriano –, son tres más.
     – !Son unos pendejos! – dijo Matías –, la mujer nos señala mientras habla con otro hombre.
     – Bajemos más la cabeza – aconsejó Nemesio, mientras sujetaba a su hermano.
     – Ahora ya lo sabes ¿no? – dijo Matías, dirigiéndose al niño.
     – Ya lo sabía – respondió, mientras se encendían sus mejillas y se tornaban de un color rojizo, como el fuego.
     – ¿Y por qué preguntabas? – inquirió Matías.
     – Solamente preguntaba – respondió –, nada más.
     – Es un pendejo también, ja, ja, ja, – afirmó Camilo, muy seguro.
     – No – murmuró el niño en silencio.
     – ¡Miren! – dijo Camilo una vez más –, alguien está entrando.
     El hombre se puso de rodillas en la entrada principal, y así, de ese modo fue ingresando a la choza improvisada. El viento estaba leve y variable como si fuera una ventolina, moviendo el plástico con esfuerzo. Todos los niños tenían puestos sus ojos sobre la construcción, advirtiendo luego unas manos diestras con las uñas pintadas que acomodaban la puerta hecha de plástico agujereado por el tiempo. Un zapato del hombre comenzó a sobresalir por debajo del plástico, para volverlo a introducir rápidamente. A lo lejos, algunos rostros inquietos de varios hombres y la aparición de otros vestidos de civil. Los hombres caminaban en círculos perfectos, como si estuvieran sobre su presa, esperando el mejor momento para saciar sus instintos.
     Dentro de todo el contexto, las pequeñas cabezas de los niños se alzaban curiosas entre los matorrales.
     De buenas a primeras, salió el hombre algo despeinado y limpiándose los pantalones con cierta ligereza. Otra persona se acercaba para iniciar el coloquio amoroso, como si se tratara de un preámbulo antes de despertar a los instintos. ¿Era necesario un trato diferente? ¿Conversaciones personalizadas?
     Cada uno era un mundo diferente. Cada uno buscaba su propia respuesta a la vida, mientras sentía la cercanía de una mujer de mundo. Aunque, otros probablemente y del mismo grupo, la miraban muy encantadora y probablemente les hubiera gustado tenerla toda una vida.
     El entorno social que rodeaba a esos jóvenes y algunos adultos, valoraba a la mujer de una forma extraña. No se había profundizado en ese aspecto, y lo poco apreciado, se perdía irremediablemente. Los niños no estaban hechos para meditaciones profundas, y solo se escondían para tratar de mirar los hechos consumados.
     – De nuevo hacen un trato – dijo Matías, muy conocedor de sus palabras.
     – Creo que nos mira la mujer  – afirmó Nemesio, sonriendo por una comisura de sus labios.
     – ¡Viene hacia nosotros! – gritó uno de ellos –, creo que viene ahora con un palo.
     – !Escapemos! – dijo Nemesio, mientras era el primero en correr con su hermanito, quien trataba de mirar hacia atrás sobre sus hombros.
     – !Mocosos de mierda! – dijo la mujer gritando a viva voz, mientras avanzaba con un palo amenazante y tratando de sostener sus vestidos con una de sus manos.

     Todos corrieron levantando polvo a sus espaldas, mientras los gritos de la mujer se perdían a lo lejos.

El reparto

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 El reparto

     Uno de los maletines fue escogido al azar y el cierre se deslizó lentamente bajo la presión de los dedos de Matías, demostrando destreza.
    Matías fue mostrando lo que contenía. Primero apareció la ropa deportiva, después, varios pares de medias y luego, el calzado deportivo. Hasta encontraron un par de rodilleras que siempre hacía falta. El segundo y el tercero mostraron casi las mismas cosas, de tal manera que había en total casi como para cuatro personas.
     Lo curioso de todo, mientras los niños miraban y tocaban, nadie se impresionó por el tamaño de la vestimenta, destinada exclusivamente para jóvenes y personas adultas.
     Esa misma noche, Camilo escogió lo suyo. Nemesio también y algo más para su hermano menor, y después Victoriano. Matías no quiso gran cosa, y si todos pensaron en algún momento que él dispondría de lo mejor, no fue así; prácticamente se sintió muy complacido al permitir que cada uno tenga lo más deseado. Al final de todo, parecían muchas cosas para los ojos de ellos; sin embargo, todo era usado y hasta algunas medias estaban rotas. Un par de zapatillas parecían algo nuevas.
     En el reparto trataron de no pensar en nada, aunque entre ellos había un cruce de miradas. Algo brilló sobre la pared y Nemesio giró su rostro sobre sus hombros. Realmente no era el mundo de ellos, así y todo, estaba hecho.
     Esa misma noche también, como si fuera realmente parte de un cuento y para tratar de olvidarlo todo, cada uno intentaría cambiar el color del calzado, o combinarlos con otros para que se vean algo diferentes.
     El arte se hacía presente, y la mesa se llenó de algunos recipientes pequeños de pintura que por casualidad guardaba Victoriano, y algunos trapos empolvados servirían a manera de brochas diminutas, para dar algunos toques y pinceladas.

     Al siguiente domingo y muy de madrugada, se juntaron de nuevo en la calle principal, estrenando lo que parecía ser para sus ojos algo reluciente.

Una travesura más

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 Una travesura más

     Una noche se vieron en la esquina de la calle principal, por donde hacían su aparición algunos automóviles después de atravesar el puente. Precisamente del mismo lugar, partía una pequeña bifurcación a manera de alameda, donde vivía Eduardo. Aunque algo mayor, se veía de otro mundo porque había preferido otros amigos, viviendo una vida muy extraña, lleno de ausencias, con rostros inexpresivos sin aventuras, sin aquellas pequeñas cosas que dan sentido a la vida.                             
     Nunca nadie supo de quién partió la idea, de modo que Matías fue uno de los primeros en acercarse para observar hacia el interior de la casa a través de una ventaja enrejada. Permaneció largo rato mirando casi insistente y apoyándose sobre el alfeizar de la ventana, como queriendo escucharlo todo por medio de sus ojos. A pesar de eso, fue el primero en decir y de manera resuelta, aunque se le escuchó un cierto temblor en su voz:  
     –  ¡Esos son los autos!
     – ¡Qué bien! – respondió Camilo, mientras se frotaba las manos sin darse cuenta y auscultaba el primer vehículo con ojo avizor.
     Nemesio se acercó también lo más que pudo hacia otro automóvil, mientras miraba a su hermano menor, tratando de ocultarlo.
     Era la casa de Eduardo y vivía con sus padres. Festejaban algo ruidosamente. Algunos automóviles inertes y sin vida se hallaban estacionados sobre la vereda angosta de la alameda, contándose hasta tres.
     – ¡Esperen un momento! – gritó Matías aunque su voz apenas alcanzó un par de metros y agregó: – Creo que están saliendo de la fiesta para mirar los autos.
     Todos corrieron casi en estampida y con sus pasos cortos para alcanzar la esquina de la calle principal. Al instante, salieron dos adolescentes a paso presuroso pero con cierta calma en el semblante, y atisbando en derredor desde cierta distancia, encontrando todo en orden aparente. Mientras tanto, Camilo, Matías y los otros niños miraban disimuladamente hacia otros lugares desde donde estaban.
     La noche se mostraba más oscura en esa parte donde estaban los vehículos. La gente bailaba al son de una guitarra, abusando de las bebidas alcohólicas. En el exterior, los niños se agazapaban de nuevo por la ventana, y el hermano menor de Nemesio apoyó una de sus mejillas contra la falleba. Ellos no tenían idea exacta de lo que estaban haciendo.
     – ¡No hay nadie en la calle! – murmuró Matías en voz alta.
     – ¡No lo sé! – respondió Camilo gritando sin entonación, mientras trataba de esconderse detrás de él.
     Algunos vehículos seguían su marcha a través del puente, mientras otras personas caminaban por las partes oscuras, cual aparecidos en las tinieblas de la noche. Matías y los demás, no habían reparado absolutamente en ello. De todas maneras sea lo que fuere, ellos permanecían enfrascados en sus propios pensamientos, sin saber realmente las posibles consecuencias.
     – ¡Yo iré primero! – volvió a decir Matías ahora en voz baja, sintiéndose seguro de sus palabras; mientras tanto, todos fijaron la mirada con una especie de calmada insistencia en el primer auto estacionado y muy cerca.
     – ¡Vamos todos! – dijo Nemesio, mientras sostenía fuertemente a su hermano menor con una de sus manos, permitiéndole caminar con un aspecto sumiso y doblando ligeramente la espalda, como hacían los demás, para no dejarse ver.
     – ¡Sí! – dijo Victoriano asintiendo con la cabeza.
     Nemesio avanzaba encorvado junto a Camilo, como en una connivencia de siempre, aunque no perpetuamente; aunque, la abuela de éste despreciaba y denigraba a Nemesio, expresándose con las peores palabras y tildándole de hijo de puta.
     Estaban juntos y sin darse cuenta, eran guiados por Matías, quien volvió a decir insistentemente:
     – ¡Yo seré el primero!
     A toda prisa, se encontraron rodeando el primer automóvil, casi agachados y curvando las espaldas. Expresivamente, abrieron los ojos al mirar los maletines deportivos sobre los asientos gamuzados. Al instante, tomaron una posición genuflexa para acomodarse mejor y mirar a través del cristal de las ventanas. Alguien lanzó un grito que más parecía un grito de guerra en el silencio, mientras retorcía sus manos. La misma vehemencia en la mirada inquieta por un instante del mayor, así como, del que parecía ser el más pequeño del grupo. En el más grande, despertaba aún más sus instintos innatos de posesión. El hermano menor de Nemesio y a veces con su cándida expresión, sin quererlo andaba a la husma.
     Nadie había advertido en realidad quien sería el indicado para abrir el vehículo, aunque sin pensarlo mucho, todas las manos intentaban abrirlo por todas sus puertas. Claro, tenía que ser Matías, el primero en conseguir abrir una de las puertas desde donde se encontraba. Victoriano miraba como Matías se deslizaba hacia el interior, con movimientos lentos y rápidos al mismo tiempo. Camilo también procuraba ingresar después de él, e intentaba empujarlo un poco; mientras desde el otro extremo Nemesio, junto a su hermano menor, hacían esfuerzos para abrir la otra puerta.
     – ¡Aquí tienen uno! – dijo Matías de pronto, casi gritando y meneando la cabeza enfáticamente, mientras apoyaba sus rodillas sobre el asiento trasero y pasaba el maletín casi sobre su hombro izquierdo.
      – ¡Es mío! – respondió Camilo, sujetándolo fuertemente y con seguridad; para pasárselo luego a Victoriano, quien se encontraba a su costado.
     – ¡Otro más! – volvió a gritar Matías más despacio que antes, mientras volvía la mirada brevemente para inspeccionar las demás partes del automóvil.
     En esas circunstancias, todos parecían tener sobre su rostro una expresión atónita, mezclada extrañamente con una sensación de perplejidad y vacilación, miedo y coraje.
     De pronto, se escuchó la misma voz gritar, y ahora casi sin entonación:
     – ¡Vamos hacia el otro automóvil!
     En un segundo y sin que nadie hubiera podido detenerlos, se acercaron con la mirada fija. Camilo y Victoriano, sostenían ya los primeros dos maletines, manteniéndolos fuertemente pegados sobre su pecho. Matías estaba en una de las puertas parpadeando y mirando a través de una ventana hacia el interior. Nemesio detrás de él, junto a su hermano menor, a quien cogía con una de sus manos, aunque daba la impresión que le molestaba. Alguien del grupo logró mirar en un momento sobre su entorno, divisando a dos personas que transitaban muy cerca, no importando en absoluto y más bien, mostrando una mueca de incomodidad hacia ellos y a la distancia. Las personas se miraron mutuamente y sin dilación menearon sus cabezas, como a un mismo ritmo. Después de todo, uno de ellos se dio cuenta que uno de los niños contraía uno de sus puños en alto.
     – !No molesten! – volvió a gritar Matías de buenas a primeras al advertir la cercanía de ellos, con una voz lo más chillona; con todo, les dirigió una mirada desdeñosa.
     – !No jodan! – respondió Camilo como su eco y con el mejor aplomo, para proseguir con lo que habían empezado.
     La puerta cedió al forcejeo de Matías, y Victoriano vio cuando guardaba algo así como un desarmador entre sus bolsillos. De nuevo, otro maletín de diferente manufactura estaba entre sus manos y se lo entregó a Camilo, quien era el más próximo.
     En medio de la penumbra de la alameda, se escuchó el correr de los niños sobre el piso y el murmullo también de varias voces a la vez, al decirse uno al otro cuál sería el sitio exacto para llevar las cosas. Hasta ese momento, nadie lo había pensado. Era la primera vez en que empezaban algo juntos. ¿Adónde irían? ¿En qué lugar guardarían lo robado? ¿Robado? No habían advertido la gravedad de los hechos. Procedían instigados por malas inclinaciones.
     Nunca más supieron de la familia de Eduardo y sus amigos. Posiblemente les hubiera gustado mucho dejar a uno de ellos muy cerca de donde se produjeron los hechos, para después saber de las palabras de impresión de los hombres y mujeres asistentes a la fiesta, tratando de encontrar una explicación.
     Matías fue el primero en disfrutar del hecho y, de manera natural, sintió venírsele algo a la boca. Todo parecía un deleite mientras corría calle arriba junto a los otros. Nemesio corría en zigzag llevando a su hermanito.
     Pegados a la pared y como si se hubieran puesto de acuerdo en la forma de actuar, se dirigieron hacia la casa de Victoriano. Miraban al portón como parte de su huida que duraría sólo unos segundos.
     Así, todos ingresaron en tropel por un zaguán hacia el patio de la casa vieja, para dirigirse por un callejón algo estrecho hacia el segundo patio, donde estaba la habitación. Casi en penumbras e iluminados por la suave tenue luz de la luna, el candado se abrió frente a las manos de Victoriano, ingresando aún en confusión y jadeantes.
     La gata de Victoriano caminaba pegada a las cajas viejas de cartón y aparentando ser muy meticulosa. Sus ojos vivos se clavaron en los de Victoriano, sintiendo su mirada profunda.

     La puerta había sido cerrada y asegurada con la barra de metal y los niños se acomodaron alrededor de la mesa, mientras uno se sentaba, para descubrir de a pocos el botín que no habían imaginado jamás. Y así, pusieron las cosas frente a ellos y en el centro de la mesa; mientras Matías, demostrando una maestría con sus brazos, acomodó las mangas de su camisa, pensando en ser muy cuidadoso con lo que vendría después.

martes, 7 de junio de 2016

Dos mujeres en una misma casa

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 Dos mujeres en una misma casa

     Abraham, en sus pocos años, casi como en el promedio de todos, logró darse cuenta de una diferenciación muy singular entre su verdadera madre y la otra mujer que vivía en su misma casa. Diferencia que trataba de entender a toda luz, intentando preguntarse algunas veces, aunque, sin encontrar por lo menos una respuesta clara. Sin rodeos, advertía ciertas composturas mesuradas, y alguna mirada subrepticia en su entorno. 
     Por los alrededores del puente, las voces de la gente de manera natural y esforzada no se dejaron esperar, y desde hacía mucho tiempo que había pasado de una persona a otra, y en ciertas ocasiones con ligera cautela. De todos modos, sea lo que fuere, la mayoría consideraba estar enterado de la situación.
       No sabía con exactitud toda la historia, pero entendió un día que su madre había sido sirvienta de la casa donde vivía. Precisamente, él había nacido en el mismo lugar. Ahora, no era fácil comprender por qué su madre se interrelacionaba con otra mujer, quien vivía también allí con sus propios hijos, siendo estos algo mayores. Por un momento, parecía una gran familia y muy singular, en la que todos trataban a veces y con gran esfuerzo, de vivir lo mejor posible.
     Abraham había creído que desde siempre y quizá por toda la vida, su madre había desempeñado el mismo papel. El hombre a quien miraba todos los días, era su padre, así había creído siempre; aunque, no le sentía absolutamente suyo. Por el contrario, sintió su presencia muy alejada, y más unido a los otros hijos y a la otra madre.
     No fue fácil descubrir un día y tratar de comprender que, su madre había sido violada por el hombre, y había sido engendrado bajo esas circunstancias. Ahora simplemente, le tocaba representar el papel que ocupaba en la casa: ser hijo ilegal, ser hijo bastardo.
     Claro, es por ello que prefería caminar en dirección a su hogar y llegar a estrecharse en los brazos de su madre. Eso sí tenía sentido.
     Cuando Abraham se encontraba con algunos niños, su sonrisa mostraba una mueca muy singular. Parecía forzada al mostrar casi todos los dientes y por cierto, se veían ligeramente deformados. Definitivamente, se convirtió en la expresión natural del primer saludo, unido a la forma en que, las mandíbulas y mucho más la inferior, salían hacia adelante, como queriendo extender el rostro para alargarlo un poco más. La gente se había acostumbrado a esa forma de su rostro, y con el pasar del tiempo, conservaría aún más la misma inclinación y la posición de los dientes.
     Su cuerpo mostraba a veces un aspecto cadavérico y cuando usaba algunas camisas y polos de mangas cortas, los huesos de los codos sobresalían sobre la piel y los huesos de sus muñecas daban la impresión de reventar.
     Los otros niños que vivían en su misma casa, dos hombres y una mujer, se veían mayores y eran también los hijos de quien creía su padre; a pesar de eso, parecía que vivía en una completa soledad con relación a ellos y solo sentía la cercanía de su verdadera madre.
     Así y todo, como un ser especial, aunque no lo era en realidad, fue dotado de una capacidad de comprensión que ni él mismo entendería a través de todos los años de su vida. Pero, estaba presente en sus ojos saltones como para ver su realidad y en cada pensamiento suyo, aunque nadie lo advertía abiertamente.
    En algunas oportunidades, algunos niños lo veían pasar muy tranquilo junto a su madre y una sonrisa brotaba natural de sus labios. En ese momento, se sentía el ser más importante sobre la tierra. Claro, con su madre y junto a ella en medio del camino, se llenaba de toda  la energía necesaria.
     Aunque podría parecer insólito, la madre de Abraham caminaba con el rostro muy sereno y con amplia magnificencia, y cualquiera, al mirarla, se daría cuenta del orgullo de su hijo. Ella también reflejaba a través de sus ojos claros, la alegría de ser madre y poco le importaban los comentarios entre dientes de algunas personas poco conocidas.

     Abraham y su madre ocupaban conjuntamente una habitación, mientras que el hombre a quien a veces llamaba de padre, vivía en una habitación anexa con sus propios hijos y otra madre. Las cosas se habían desarrollado de tal manera que, en cualquier momento, fluía un diálogo formal y acostumbrado entre las damas. Abraham muchas veces se interrogó sobre cada cosa extraña que llegaba a sus ojos, así, los fue abriendo mucho más y con el tiempo los sintió reventarse.

La muleta de Félix

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 La muleta de Félix
    
     Félix, el increíble Félix, corría con la cara sonriente y haciendo esfuerzo para alcanzar y subirse al ómnibus, el principal transporte público. Y ¡cómo lo hacía!, que cualquiera se admiraba al contemplarle. Incluso, quienes no lo conocían y circunstancialmente pasaban por la calle, quedaban absortos e impresionados al observar la proeza demostrada; aunque realmente, eran más las conocidas por los niños.
     La mayoría llegó a enterarse con mucho interés un día, lo que pareció ser una historia irreal o un cuento de terror, del modo en que Félix había perdido una pierna bajo las ruedas del tranvía. Lo cierto es que ahora, corría como saltando un obstáculo, pero con toda la energía depositada en su pierna izquierda. Quienes le miraban no podían creerlo y hasta sentían simultáneamente cierto pavor y admiración. Y no era para menos. Más de uno volvía la cara incrédulo hacia donde se encontraba, encaramándose sobre la máquina de transporte en pleno movimiento, con la firmeza, agilidad y confianza de un ser mitológico. Impresionaba más cuando percibían la habilidad corporal que había desarrollado; así como también, la destreza en manejar con mucha rapidez y soltura, la muleta que le acompañaría durante toda su vida.
     Aparecía de pronto, cuando los niños estaban como agrupados en medio de la calle, e inquietos por descubrir algo nuevo. Así, mostraba su rostro arrebolado en medio de los intersticios del grupo. La presencia de Félix en el grupo de niños, lo tornaba en algo así como más humano, aunque nadie lo había comprendido de esa manera. Todos se trataban de igual a igual.
     Se escuchó que una tarde no muy soleada, y en la misma calle principal, el tranvía le había cercenado gran parte de la pierna derecha, encontrándole todo ensangrentado. Algunas mujeres se habían santiguado reiterativamente, porque minutos antes creyeron haberle visto correteando sobre sus pasos y, en seguida, advirtieron que aún la pierna se resistía a morir, por sus convulsiones esporádicas. 
     – ¡Está vivo! – gritaron algunas madres al verle en un cuadro impresionante, y con la pierna a un costado de la línea férrea.
     Félix parecía también morir a pausas. Durante varios días y a pesar del celo y cuidado de las enfermeras y doctores, su cuerpo no respondía fácilmente. Sin embargo, le veían como dormido y habían creído que soñaba porque parpadeaba con insistencia y a veces daba la impresión que permanecía largo rato con la mirada fija hacia una ventana, que a veces se abría. Su recuperación tomó pocas semanas y sin proponérselo demostró al mundo que se podía vivir. Obviamente, frente a la carencia de la pierna derecha, se acostumbró a una muleta muy rústica y confeccionada de lloque, apareciendo poco después nuevas destrezas que mucha gente comenzó a admirar. Como si hubiera querido ejercitar sus habilidades, salía corriendo sujetando la muleta con una de sus manos desde el fondo de su casa hasta la puerta principal, y volvía luego al mismo lugar. Había empezado a trompicones, pero tiempo después y a manera de juego, lanzaba gritos de guerra simulando ser piel roja, moviendo una de sus piernas y blandeando la muleta, para lanzarse a galopar como nunca lo había hecho.
     Increíblemente, Félix apareció después más vigoroso y empezó a ganar más peso y cuerpo. Así, algunas veces se integraba risueño con los niños, jugando y riendo, sin que nadie le detenga. Nadie conocía con exactitud sus orígenes, ni menos recordaban a sus padres, si es que los tenía. Solo sabían que, algunas veces aparecía desde la siguiente calle.
     Poco tiempo después, la línea férrea del tranvía quedaría en la memoria como un recuerdo inolvidable, para dar paso y paulatinamente, al ingreso de modernos buses importados y algunos vehículos menores, que servirían exclusivamente para el transporte público. Nadie lo pudo creer inicialmente, cuando vieron a Félix una o dos veces, corriendo con todos sus ánimos y bríos detrás de los ómnibus. No podían creerlo. Félix corría adelantando su pierna buena mientras se apoyaba en la muleta, para después avanzar la muleta de madera como su fuera un miembro verdadero; y nuevamente, colocar la pierna fuerte adelante.
     Indudablemente, todos quedaban asombrados y algunos giraban sus rostros para contemplarle detenidamente y observar el esfuerzo que hacía, hasta alcanzar al ómnibus y subir en plena marcha. Siempre lo hacía primero con la pierna más fuerte, mientras se sujetaba de una barra de metal dispuesta de tal manera en la puerta principal; después, su cuerpo ingresaba también y, por último, la muleta de madera que era llevada suavemente hacia el interior. Al momento de disponerse a bajar del vehículo, lo hacía casi de la misma forma y en pleno movimiento. Al final, quienes giraban su rostro para mirarle, parpadeaban reiterativamente y levantaban la cabeza lo más erguida posible, para poder ver esa sonrisa que dibujaba sus labios de niño, siendo la expresión natural de su alegría.
     Jugar el fútbol con los amigos ya no causaba más impresión, porque los compañeros de juego habían visto algunas cosas más. De pronto, jugaba de arquero por un equipo. Cuando la pelota venía raudamente por lo alto y peligraba su valla, no dudaba en saltar lo más alto posible, impulsándose con una pierna y con la muleta de madera; para después y con el mejor golpe de puño lanzar la pelota muy lejos. De buena gana y lentamente, terminaba cayendo sobre la tierra polvorienta, apoyándose primero con los brazos y después el pecho, para luego dejar caer la pierna fuerte acompañada de la otra con su muñón. La muleta volaba también por el aire, así como el cuerpo; y a veces caía como cualquier madero sobre la tierra del campo, quedando a varios metros de distancia y cubierta por el polvo. Los jugadores permanecían a la expectativa, no por la caída o el cuerpo de Félix; muy por el contrario, mantenían la energía y la respiración agitada por continuar el juego. En ese mismo instante y desde donde se encontraba, Félix se movía rasando el campo deportivo, contorneándose sobre su cuerpo rápidamente y presuroso para alcanzar la muleta y volver a ponerse de pie. Claramente y sin dilación, de nuevo formaba parte del partido, no siendo baladí.
     Algunas veces al saltar, cogía con sus dos manos la pelota en el aire, y al caer sobre la tierra no la soltaba; de tal manera que, conjuntamente con ella, buscaba la muleta hasta lograr sujetarla, para luego levantarse con todo su brío, dar unos pasos hacia adelante, y prepararse para el saque de meta del balón que todos esperaban. Así, apoyándose en la muleta de madera, pateaba con la única pierna y con mucha fuerza, mientras todos seguían con sus ojos la trayectoria del balón.
     Todos soltaban la mejor sonrisa entre sus labios y Félix fue considerado uno más, sin el menor reparo en su caminar o en su jugar especial. Quienes no lo conocían muy de cerca quedaban impresionados, al verle sobre una bicicleta por las calles cercanas y pedaleando a un mismo ritmo con una de sus piernas.

    

domingo, 5 de junio de 2016

Votar Contra Kuczynski y Fujimori


A casi horas de la segunda vuelta electoral en el Perú, los candidatos Pedro Kuczynski y Keiko Fujimori esperan el apoyo de todos los peruanos para ganar la presidencia. Uno es tildado de lobista, mientras la otra, es tildada con adjetivos que más deberían ser dirigidos a su padre.
Es parte de la política, a veces despiadada y con exageraciones.

Quien fue candidata Verónika Mendoza dijo: “Voy a votar contra Fujimori”. Llamó a votar por PPK.

La candidata Keiko Fujimori dijo: "Verónika Mendoza está en todo su derecho, pero me llama la atención que ella, de un grupo de izquierda, respalde a la derecha"

¿Cuántos votantes votarán contra Kuczynski? Se expresarán quizá como la ex candidata. “Voy a votar contra Kuczynski” Estoy seguro que tendrán esa determinación y lo harán.

Las redes sociales
Definitivamente era inevitable. En el internet se están difundiendo videos sobre “El lado oscuro de Keiko Fujimori”, “¿Cómo llegó Keiko a ser primera dama de la nación? Y uno último relacionándola con su padre, Montesinos y Ramírez, entre otros.

Sobre Kuczynski que también tiene su pasado, podemos ver: “El video que PPK no quiere que veas”, “El viejo PPK, lobista que vendió al Perú”, “5 razones para no votar por PPK”, “Un gringo lobbysta con doble nacionalidad y moral”, “¿Y ahora, quien es el verdadero racista?, entre otros.


Finalmente, no tenemos más alternativa: Votar Contra Kuczynski, votar contra Fujimori o votar viciado.

sábado, 4 de junio de 2016

Descubriéndose mutuamente

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Descubriéndose mutuamente

     René y Suelo tenían por costumbre encontrarse en una de las primeras casas viejas, después de atravesar el puente. Ambos eran primos y uno de ellos vivía allí solo con su padre. La casa tenía diferentes ambientes, donde también vivía otra familia, aunque el silencio imperaba. No se juntaban con los otros niños, porque tenían mayor cantidad de parientes, tíos y primos.
     Un buen día, descubrieron algo especial tocándose mutuamente. Estuvieron recostados sobre unos muebles en la pequeña sala de estar, y uno de ellos tomó la iniciativa, aunque sin proponérselo realmente. Ese día se encontraron dispuestos y sin pensarlo mucho se dejaron llevar por sus instintos.
     Sin darse cuenta, estuvieron juntos. Uno detrás del otro. Y sin saberlo también, uno tenía el brazo sobre la cintura del otro. Después del primer abrazo, cambiaron de posición varias veces, para que uno vuelva a colocar el brazo sobre la cintura del otro. De esa manera, se encontraron en movimiento permanente y simplemente ambos disfrutaban de las caricias corporales, mientras la respiración se hacía más agitada. Al mirarse, había una aceptación mutua, sin malicia, sin los deseos desenfrenados que, podrían mostrar otras personas. Allí estaban y los abrazos fueron mutuos, viéndose de inmediato sin calzado. Ninguna pregunta invadía sus mentes y menos respuesta alguna. Solamente descubrían una parte de la vida y la existencia; mostrando incluso, ignorancia e inocencia por muchas cosas.
     Y luego, se vieron desnudos completamente, mirándose y enfrascados en el silencio y en su propia contemplación. No sabían exactamente quién sería el primero en empezar; sin embargo, algo les decía en su interior que ambos estaban dispuestos. Así, sin acuerdos previos ni específicos, uno de ellos giró su cuerpo lo mejor posible; mientras tanto el otro, se acomodaba tímidamente por detrás. Además, por la propia inercia y necesidad de conocerse, cambiaban suavemente de posición. Así, primero uno y después el otro. No había absolutamente malicia alguna, ni lo habían pensado. Era la sensación de tocarse, sentirse y conocerse íntimamente al roce con la piel. Parece que más bien era una forma de despertar al sexo.
     Lo repitieron algunas veces, quizá para entender sus deseos y sensaciones corporales. Después, ambos lo tomaron como si la necesidad humana hubiera estado presente en una parte del tiempo y la vida. Uno de ellos necesitó de más, aparentemente, y después, pretendió hacerlo y tener más experiencias. Poco a poco entre otras personas se fueron pasando la voz de la ocurrencia, y luego, todo quedó allí, como si hubieran conocido por sí mismos el despertar a los nuevos instintos.
     Ninguno de ellos adquirió una nueva forma de conducta, o algo del homosexualismo que después se conocería ampliamente. Era el comienzo a nuevas experiencias que la vida les mostraba. Quedaría en el tiempo y en las formas que tiene lo pasado.
     Los medios de comunicación no contribuían para tener un mejor conocimiento del sexo, porque hablar sobre el tema, todavía constituía algo nuevo e inexplorable. Fue el instinto la parte más sana que, se hacía presente entre niños casi de la misma edad. Naturalmente, de existir una relación entre dos personas con gran diferenciación de edades, podría constituir para la persona mayor, una inclinación intencional hacia el sexo.
     En el caso de las niñas, algunas sin padre y en una situación de orfandad, conocieron similares experiencias. Pudo ser en muchos casos, natural y pasajero, como en el caso de los niños. De otra manera, se hubiera caído en el abuso y la prepotencia.

     Fue influyente también la época y el grado de desarrollo social. Vivimos inmersos en una particularidad social y económica, que empuja nuestro despertar a nuevas formas y vivencias cotidianas y porque nos dejamos guiar también, por esa parte desconocida que mora en cada uno de nosotros.

La mujer tarántula

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 La mujer tarántula

     La señalaban vivamente con el dedo, y más de uno había reído a carcajadas, con una risotada que más parecía de desdén u hostilidad. Parece que desde siempre y de soslayo, la llamaban expresivamente: “La tarántula”.
     Ella era delgada y, aunque se santiguaba cada mañana cuidadosamente por ser muy devota, algunas veces, descuidaba sus vestidos, haciéndola obviamente aparentar más vieja. Jacob era uno de sus hijos; y, aunque de nombre bíblico, nunca sintió miedo alguno, ni nada le contrariaba en absoluto por ser hijo de ella. Una actitud diferente sucedía con Nemesio.     
      Había aprendido a vivir así, a su modo, aunque para muchos su actitud más parecía indecorosa. Algunos ya la tildaban abiertamente de ramera, aunque la risa se imponía primero a toda prisa. Nadie lo sabía exactamente, si trataba de vender su cuerpo por algunas monedas o si necesitaba el calor de un hombre. Total, la vejez también descubría su lado hermoso y romántico, así la señalen de ser una prostituta. A ella le daba igual y a veces torcía la boca en señal de desconcierto y sentía las miradas sobre su cuerpo débil; mientras que, en otras ocasiones y con una cándida expresión sobre su rostro, su alma pedía a gritos dar la cara al mundo y gritar palabras enérgicas, rechazando abiertamente cuando la aludían, y excitada decía con prisa:
     – ¡No me jodan carajo! ¡Yo sé lo que hago!
     Y lograba enfrentarse al mundo, con energía y también alegría. Sonreía con un extraño placer, cuando trataba de lanzar todas las palabras posibles, para defender su cuerpo, su vida y sus sentimientos.
     Una tarde de un domingo, aproximadamente a las tres, Matías la observaba escéptico. Por ser las horas de una tarde tranquila, y de un claro resplandor de la caída del sol, el ambiente se mostraba apacible. La veía a unos metros arriba de la calle, inconfundible; mientras él por coincidencia, se encontraba bajo el dintel de una de las puertas de la calle principal. Ella conversaba animadamente con un hombre, ladeando su cabeza repentinamente y moviendo sus manos con gran agitación, aparentemente para expresarse mejor. En medio de lo que aparentaba ser un coloquio familiar, destacaba su voz chillona característica. Tomaba al hombre de uno de sus brazos y trataba de llevarlo en vilo hacia el callejón de otra casa, casi a la fuerza, aunque daba la impresión, que le conducía con cierto cuidado. ¿Cuáles eran sus intenciones? ¿El hombre la conocía?
     – ¡Vamos! ¡Entremos! – musitaba ella confusa y atropelladamente, como farfullando, mientras le tomaba del brazo con resolución, clavándole la mirada.
     – ¡Qué ridículo! ¡No en este momento! – increpó el hombre, casi trastabillando ligeramente y sujetándose de uno de los brazos de ella.
     – ¡Ven! ¡Pareces un loco! – volvió a insistir ella, diciendo: – Yo te guiaré.
     – ¡Ahora no! – afirmó el hombre aparentemente resuelto, y tratando de dar un paso hacia atrás con el pie derecho, casi a tientas; mientras que, acomodaba sus lentes oscuros con cierta destreza, aunque con notoria dificultad.
     – ¡Qué forma de comportarse! ¡No te cobraré mucho! – dijo la mujer, como gritando y con cierta exigencia, mientras arrugaba el rostro, agregando: – Dame lo que tengas.
     – ¡El dinero que guardaba lo he gastado! – dijo levantando la voz, aunque cubriéndose con una de sus manos la boca, para no ser escuchado. Poco a poco fue levantando la cabeza, dando la impresión que miraba hacia una ventana entreabierta, muy pequeña y de madera, del segundo piso de una casa de enfrente. Cualquiera diría que dirigía sus ojos a través de las gafas oscuras, por la expresión singular que encendía su rostro
     – ¡Busca en el pantalón! – afirmó ella, mientras trataba de introducir cuidadosamente una de sus manos en uno de sus bolsillos; mientras tanto él, giraba su cuerpo como un débil retroceso, y aparentemente seguro, dando la impresión de poner una mínima resistencia. Sin embargo, más parecía que se dejaba llevar y casi a tientas, porque avanzó el pie derecho, como midiendo el paso. Volvió a dirigir su cabeza hacia la ventana de madera, porque al parecer alguien la movió en ese momento, escuchándose un golpe muy fuerte. Así, volvió a girar su cuerpo, y avanzó otro pie sin tino, por la inercia y el empeño de la mujer, en dirección de un pasadizo largo y silencioso. En un momento dio la impresión y con cierta gracia, que él mismo abandonaba la resistencia, para  ser arrastrado en vilo y fuertemente hacia el interior.
     – ¡Ven! – dijo ella, exclamando con énfasis.
     Y el hombre se dejó conducir mansamente, volviendo a ladear su cabeza y cuidando de no tropezar una vez más.
     Matías seguía con los ojos bien abiertos.
     La Tarántula mostraba un rostro muy solícito al momento de tomarle del brazo con una de sus manos, y con la otra retorcía sus dedos. Entre sonrisas amplias, palabras que parecían gratamente expresadas y convincentes, se sintió más que triunfante y su femineidad de mujer brotó mucho más natural; sintiendo también en todo su cuerpo y al mismo tiempo, una sensualidad apetecible y libidinosa. El color de sus mejillas y labios se tornaron de un rosado transparente, y las arrugas marcadas por el tiempo y por los años casi desaparecieron por completo, como si estuviera en presencia de una metamorfosis inexplicable.
     El hombre parecía trastabillar nuevamente al transitar por un nuevo sendero; no obstante, se sintió y con toda seguridad conquistado por la primera damisela que llenaba su existencia. Así, intentando desgañitarse, aunque sin lograrlo; se soltó al empuje de ella y al susurro más dulce que había escuchado. Con la cabeza erguida y con las gafas negras al tiempo, siguió sobre sus pasos y ahora sin temor alguno, descubriendo por primera vez un nuevo placer en cada uno de sus poros, algo que parecía oculto en el tiempo. Se sintió sonreír con una sublime sonrisa y desfallecer frente a los encantos nuevos y el ardiente aroma de mujer. El sentirse deseado plenamente y sin reserva, era una muestra de la sublimidad que tendía a incrementar la vida.
     Unos minutos bastaron para encontrar el sentido a la existencia. A fin de cuentas, Matías, creyó imaginar con simpleza algunos abrazos apurados e incómodos por el lugar, y a plena luz de la tarde.
     Luego, el hombre volvió hacia la puerta, tanteándola con cuidado con una de sus manos, dando la impresión que contaba sus pisadas, paso a paso. Siempre manteniendo la cabeza erguida, como para protegerla de un posible cuerpo extraño, el hombre acomodó su cuerpo con una postura exacta; entre tanto, levantó una de sus manos sobre sus gafas para acomodarlas.
     La Tarántula apareció de pronto por su costado, llevando una de las manos del hombre para que reconozca una de las paredes de la puerta principal. Con mucha seguridad, tocó una de ellas y se sintió seguro. Casi de pronto desapareció ella en la distancia, dejando que el ciego mida sus pasos. La ventana de madera volvió a golpear.

     – ¡Puta de mierda! – dijo Matías sin entonación. 

Jugando en la madrugada

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 Jugando en la madrugada

     Una mañana y mucho antes del amanecer, Nemesio y su hermano menor salieron a toda prisa con la pelota de fútbol y empezaron a jugar animadamente con ella sobre el adoquinado de la calle. Casi al mismo tiempo, hizo su aparición Victoriano, quien conjuntamente con Nemesio prosiguieron lanzándose el balón. Aún no aparecía el crepúsculo en el horizonte, y el balón iba y venía al compás de la energía de los jugadores.
     La calle principal era de los niños, totalmente. Incluso, ni un automóvil se atrevía a circular a esas horas del esperado amanecer. Así, paulatinamente salían desde sus casas y cada uno se presentaba con lo mejor que podía. Algunos parecían soñolientos aún y trataban de abrir los ojos.
     Camilo vestía sus mejores medias y calzaba un par de zapatillas modernas. El hijo mayor de Juana, empleada de la señora Iguasia, no pasaba de los siete años, y también reía y pateaba fuerte, como para despertar los ánimos a cualquiera. Isidro y Justino algunas veces participaban en el juego.
     El rostro de Nemesio se mostró ligeramente expresivo al notar la mirada de Camilo, porque su abuela no quería que se junte con ninguno de su familia.
     Matías llegaba con ruido, diciendo:
     – ¡Calma! –, y se quedaba con el balón dominándola, mientras movía sus piernas poderosas.
     – ¡Es mía! – dijo Camilo, acercándose lo más que pudo. Matías, sacaba fuerzas y ponía el pie con ímpetu, percibiéndose incluso la tensión de los músculos sobre su rostro.
     En la generalidad de las veces, Matías se sentía un triunfador y sus mejillas se encendían de un color inusual. Se ponía un poco más oscuro, porque la sangre fluía con mayor rapidez hacia la cabeza.
     En medio del amanecer, seguro que algunas madres pensaban en el juego de sus hijos. Bastaba eso para sentirse tranquilos, ya que la Gran Ciudad se mostraba de igual manera. Y no era preocupante, ni las apariciones repentinas de algún automóvil en las primeras horas del amanecer. Nadie necesitaba cuidarse, porque los niños no estaban hechos para eso. Miraban sus inclinaciones, deseos y gustos, prosiguiendo el balón con sus rebotes sobre el piso, una y otra vez.
     La espera por algunos amigos más, era prudente; mientras que, casi por la inercia del juego, los niños y pronto hombres, avanzaban hacia un lugar muy cercano, distante a pocas cuadras.
     Sin pensarlo, se formaban los equipos y el calor aumentaba por la energía desplegada. Era infaltable una vez más, los encuentros intencionados entre Matías y Camilo, al momento de luchar por el balón. Félix también jugaba.

     El crepúsculo del amanecer encontraba a todos en pleno movimiento y cansados por el juego. Luego de terminar, entre alegría y risas, se disponían a volver hacia sus casas extrañadas, para reencontrarse cada uno con su mundo; los pequeños mundos que cobijaban la vida entera de cada uno de ellos, como si hubieran escogido el sitio exacto para seguir viviendo, y proseguir sin saber exactamente hacia dónde, guiados tal vez, por algo desconocido.    

miércoles, 1 de junio de 2016

Kuczynski – Fujimori. Segundo Debate


Mayor resolución del candidato Pedro Kuczynski al presentar algunas propuestas. Más seguro a veces. En cada punto programático del debate se esmera por sentar sus posiciones. Se hace evidente y de alguna forma repetitiva, las acusaciones a la familia de Keiko Fujimori, sus hermanos, su padre y sus tíos, entre otros. Trata de mostrar los niveles de corrupción del gobierno de su padre.

Keiko Fujimori está a la altura de las circunstancias. También en los instantes adecuados del debate, presenta varias propuestas con claridad. En un momento se advierte que trata de demostrar consistencia en su intervención. Intenta mostrar con sus comentarios a un Kuczynski ligado a los grandes empresarios y las corporaciones internacionales. Frente a cualquier acusación como por ejemplo la entrega del gas peruano y por ende cuzqueño, Kuczynski solo contesta: “es mentira”.

Definitivamente ambos se llenan de ofrecimientos. Millones de empleos, duplicar remuneraciones. Apoyo a la micro y pequeña empresa. ¿Se volverán más formales? Ahora sí, el cuidado del agua resulta vital. La gran regionalización de siempre y de toda la vida. ¿No se viene hablando de eso hace varias décadas? Pareciera que aún sigue primando el centralismo.

Muy fácil es llenar de palabras un discurso para ese momento, aunque todo sea un listado realmente. ¿Realmente hay un programa social y económico? ¿Estos candidatos merecen nuestra decisión? ¿Representan con fervor y corazón a la gente de a pie, a la gente de la calle que lucha por conseguir una estrella, un ideal? Ya alguien lo había dicho, que hay que votar tapándose la nariz. Que uno apesta más que el otro.


En última instancia, hay quienes piensan aún en la opción de viciar el voto. Veamos qué sucede. Veamos qué sucede con nuestro país. 

viernes, 27 de mayo de 2016

Kuczynski: “Hijo de ratero, es ratero también”


A poco más de una semana de la segunda vuelta electoral en el Perú, el señor Pedro Kuczynski en un mitin de San Miguel en Lima, atacó a Keiko Fujimori según algunos con “golpes bajos”. Sobre eso, el comentario de Jaime Bayly desde Miami en un programa de televisión difundido el 25 de mayo 2016.

Kuczynski dice: “Pedro Pablo es un hombre que no ataca, pero yo si ataco en mi alma, porque yo puedo ver quien es un ratero y quien no lo es. Lo más probable es que un hijo de ratero, es ratero también”


Comentario de Jaime Bayly: “A mí me ha parecido muy feo, muy indigno de un hombre inteligente como Kuczynski, que acuse casi de ratera, o sea de ladrona y en ese lenguaje a la señora Fujimori. No es así como se gana una elección señor Kuczynski, si usted quiere ganarla, ofrezca mejores planes, mejores ideas, una candidatura más esperanzadora, más optimista, y no enlodando de esa manera vil a su adversaria, a mí me parece que se hace usted un flaco favor”