sábado, 4 de junio de 2016

Jugando en la madrugada

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 Jugando en la madrugada

     Una mañana y mucho antes del amanecer, Nemesio y su hermano menor salieron a toda prisa con la pelota de fútbol y empezaron a jugar animadamente con ella sobre el adoquinado de la calle. Casi al mismo tiempo, hizo su aparición Victoriano, quien conjuntamente con Nemesio prosiguieron lanzándose el balón. Aún no aparecía el crepúsculo en el horizonte, y el balón iba y venía al compás de la energía de los jugadores.
     La calle principal era de los niños, totalmente. Incluso, ni un automóvil se atrevía a circular a esas horas del esperado amanecer. Así, paulatinamente salían desde sus casas y cada uno se presentaba con lo mejor que podía. Algunos parecían soñolientos aún y trataban de abrir los ojos.
     Camilo vestía sus mejores medias y calzaba un par de zapatillas modernas. El hijo mayor de Juana, empleada de la señora Iguasia, no pasaba de los siete años, y también reía y pateaba fuerte, como para despertar los ánimos a cualquiera. Isidro y Justino algunas veces participaban en el juego.
     El rostro de Nemesio se mostró ligeramente expresivo al notar la mirada de Camilo, porque su abuela no quería que se junte con ninguno de su familia.
     Matías llegaba con ruido, diciendo:
     – ¡Calma! –, y se quedaba con el balón dominándola, mientras movía sus piernas poderosas.
     – ¡Es mía! – dijo Camilo, acercándose lo más que pudo. Matías, sacaba fuerzas y ponía el pie con ímpetu, percibiéndose incluso la tensión de los músculos sobre su rostro.
     En la generalidad de las veces, Matías se sentía un triunfador y sus mejillas se encendían de un color inusual. Se ponía un poco más oscuro, porque la sangre fluía con mayor rapidez hacia la cabeza.
     En medio del amanecer, seguro que algunas madres pensaban en el juego de sus hijos. Bastaba eso para sentirse tranquilos, ya que la Gran Ciudad se mostraba de igual manera. Y no era preocupante, ni las apariciones repentinas de algún automóvil en las primeras horas del amanecer. Nadie necesitaba cuidarse, porque los niños no estaban hechos para eso. Miraban sus inclinaciones, deseos y gustos, prosiguiendo el balón con sus rebotes sobre el piso, una y otra vez.
     La espera por algunos amigos más, era prudente; mientras que, casi por la inercia del juego, los niños y pronto hombres, avanzaban hacia un lugar muy cercano, distante a pocas cuadras.
     Sin pensarlo, se formaban los equipos y el calor aumentaba por la energía desplegada. Era infaltable una vez más, los encuentros intencionados entre Matías y Camilo, al momento de luchar por el balón. Félix también jugaba.

     El crepúsculo del amanecer encontraba a todos en pleno movimiento y cansados por el juego. Luego de terminar, entre alegría y risas, se disponían a volver hacia sus casas extrañadas, para reencontrarse cada uno con su mundo; los pequeños mundos que cobijaban la vida entera de cada uno de ellos, como si hubieran escogido el sitio exacto para seguir viviendo, y proseguir sin saber exactamente hacia dónde, guiados tal vez, por algo desconocido.    

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