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Jugando en la madrugada
Una
mañana y mucho antes del amanecer, Nemesio y su hermano menor salieron a toda
prisa con la pelota de fútbol y empezaron a jugar animadamente con ella sobre
el adoquinado de la calle. Casi al mismo tiempo, hizo su aparición Victoriano,
quien conjuntamente con Nemesio prosiguieron lanzándose el balón. Aún no
aparecía el crepúsculo en el horizonte, y el balón iba y venía al compás de la
energía de los jugadores.
La
calle principal era de los niños, totalmente. Incluso, ni un automóvil se
atrevía a circular a esas horas del esperado amanecer. Así, paulatinamente
salían desde sus casas y cada uno se presentaba con lo mejor que podía. Algunos
parecían soñolientos aún y trataban de abrir los ojos.
Camilo vestía sus mejores medias y calzaba un par de zapatillas
modernas. El hijo mayor de Juana, empleada de la señora Iguasia, no pasaba de
los siete años, y también reía y pateaba fuerte, como para despertar los ánimos
a cualquiera. Isidro y Justino algunas veces participaban en el juego.
El
rostro de Nemesio se mostró ligeramente expresivo al notar la mirada de Camilo,
porque su abuela no quería que se junte con ninguno de su familia.
Matías llegaba con ruido, diciendo:
–
¡Calma! –, y se quedaba con el balón dominándola, mientras movía sus piernas
poderosas.
– ¡Es
mía! – dijo Camilo, acercándose lo más que pudo. Matías, sacaba fuerzas y ponía
el pie con ímpetu, percibiéndose incluso la tensión de los músculos sobre su
rostro.
En la
generalidad de las veces, Matías se sentía un triunfador y sus mejillas se
encendían de un color inusual. Se ponía un poco más oscuro, porque la sangre
fluía con mayor rapidez hacia la cabeza.
En
medio del amanecer, seguro que algunas madres pensaban en el juego de sus
hijos. Bastaba eso para sentirse tranquilos, ya que la Gran Ciudad se mostraba
de igual manera. Y no era preocupante, ni las apariciones repentinas de algún
automóvil en las primeras horas del amanecer. Nadie necesitaba cuidarse, porque
los niños no estaban hechos para eso. Miraban sus inclinaciones, deseos y
gustos, prosiguiendo el balón con sus rebotes sobre el piso, una y otra vez.
La
espera por algunos amigos más, era prudente; mientras que, casi por la inercia
del juego, los niños y pronto hombres, avanzaban hacia un lugar muy cercano,
distante a pocas cuadras.
Sin
pensarlo, se formaban los equipos y el calor aumentaba por la energía
desplegada. Era infaltable una vez más, los encuentros intencionados entre
Matías y Camilo, al momento de luchar por el balón. Félix también jugaba.
El
crepúsculo del amanecer encontraba a todos en pleno movimiento y cansados por
el juego. Luego de terminar, entre alegría y risas, se disponían a volver hacia
sus casas extrañadas, para reencontrarse cada uno con su mundo; los pequeños
mundos que cobijaban la vida entera de cada uno de ellos, como si hubieran
escogido el sitio exacto para seguir viviendo, y proseguir sin saber
exactamente hacia dónde, guiados tal vez, por algo desconocido.
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