miércoles, 15 de junio de 2016

Las verdaderas prostitutas

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 Las verdaderas prostitutas

     Otro día de domingo y nadie se explicaba cómo habían llegado hasta la ribera del río, aunque solo era debajo del puente que parecía mágico. Allí, se perdían las casas como cajitas diminutas, y empezaba algo del campo, con algunos sembríos, árboles, piedras enormes y pequeñas, que fueron lavadas por las aguas diáfanas durante años.
     Algunas veces estuvieron en ese mismo lugar, y jugaban cada uno con el escudo de armas imaginario, ennobleciéndose al ver el castillo, el león, las barras y las cadenas. Así, esperaban tener muchos timbres de que blasonar. Se armaban también, con algunas ramas para convertirlas en un máuser, o en rémington de largo alcance. Prácticamente, se habían divido en dos grupos como sediciosos, pero en busca de una acción gloriosa que los ensalcen; y corrían bordeando el río, ingresando unos metros hasta los sembríos nuevos y las tierras cosechadas.
     De pronto, las dos facciones que planeaban una rebelión se detuvieron y distinguieron claramente las cristinas de algunos soldados del ejército, llevando el uniforme impecable en un día de salida. ¿Por qué cerca del río? ¿No era mejor la Gran Ciudad? ¿Qué escondía la parte ubicada debajo de los puentes?
     Los dos grupos, en su juego juvenil por los alrededores, decidieron suspender sus hostilidades y acordar un armisticio. Como si empezaran realmente una contienda, decidieron unirse y observar juntos el movimiento peculiar de los uniformados.
     – ¡Nos han visto! – dijo Victoriano, levantando la voz.
     – ¡Nos han visto! – respondió otro, como eco y gritando.
     Se agazaparon en unos matorrales, casi detrás de un arbusto de lila, y como perfectos hombres de guerra, estaban preparados para el desarrollo de los acontecimientos y la acometida final. Poco a poco, fueron descubriendo la verdad sobre una diversidad de colores, y que flameaba suavemente al viento. ¿Qué era aquello que parecían chozas improvisadas? ¿Por qué usaban plásticos? ¿Por qué los soldaditos que parecían de plomo murmuraban?
     Hasta que, otras voces musitadas por féminas agraciadas comenzaron a llenar el espacio y el contexto fue cambiando.
     La tensión de espera por lo nuevo, se fue transformando en algo que causaba curiosidad y asombro, porque se trataba de un acompañamiento entre hombres y mujeres. Aunque claro, solo se dejaban ver los varones con cierta reserva, como si todo ello fuera una comparsa, siendo todos los movimientos con cautela.
     El día aún continuaba soleado y las horas de la tarde transcurrían, mientras la corriente del río rumoreaba por siempre. Extrañamente se respiraba un brisote cálido y húmedo al mismo tiempo, envuelto en algo perfumado.
     – ¡Hay una mujer! – dijo alguien, muy expresivo.
     – ¡Qué no nos vea! – dijo Matías, contestando y gritando lo más bajo posible.
     – ¡Imposible! – reprochó Nemesio.
     – ¡Viene hacia nosotros! – volvió a gritar Matías, pero más despacio.
     Unos cuantos pasos bastaron para que la mujer se acerque al grupo, blandiendo una caña seca entre sus manos, diciendo:
     – ¡Carajo! ¡Mocosos de mierda!
     – ¡Huyamos primero! – alcanzó a decir alguien más, mientras apuraban sus pasos entre los arbustos y la mala hierba, bajo la atenta mirada de algunos sorprendidos militares.
     Salieron corriendo poniendo los pies en polvorosa, haciendo todo lo posible para alejarse unos metros que parecían muchos. Se detuvieron al advertir que la mujer volvía al mismo lugar; mientras tanto, los hombres miraron la huida y al más bajo, se le escapó la risa.
     Una vez más, volvieron sigilosamente para estar a la mira desde otras posiciones y con mayor comodidad. Los acontecimientos y el entorno, envolvían algo de temor, un perfume de mujer, el aroma del tabaco y el acecho de los hombres.
     Por primera vez y en toda su extensión, fijaron su atención en la choza improvisada y muy pequeña, que había sido construida con palos fijos sobre la tierra y apoyados en algunas piedras. A manera de techo, unos cuantos plásticos coloreados y deslucidos por el tiempo. La mujer volvió a salir de ella atisbando en derredor, llevando sobre sus rodillas un vestido alto de color rojizo que encandilaba los ojos. Su cuerpo voluptuoso, mostraba carnes esbeltas y redondeadas alrededor de su pecho, dejando al descubierto un escote provocador. Mucho más excitante se mostraba, al intentar coger nuevamente la caña amarillenta que servía para las acometidas. Las aguas del río transcurrían sin cesar, y su murmullo misterioso, parecía silenciar las voces tímidas de los hombres y la protesta callada de la damisela encantadora.
     – ¿Qué hacen? – preguntó el hermano menor de Nemesio, con unos ojos expresivos de curiosidad y temor al mismo tiempo.
     – Baja la voz – le susurró al oído su hermano.
     – ¡Mira, mira! – dijo Matías –, creo que viene hacia nosotros.
     – No se muevan – dijo Camilo, nerviosamente.
     – Sí, tienes razón, parece que vuelve a su choza – respondió alguien más.
     – Pero… – interrumpió el hermano menor de Nemesio, pretendiendo preguntar sobre lo mismo.
     – ¡Es una puta! – afirmó Matías fríamente.
     – ¿Una puta? – interrogó el hermano menor de Nemesio.
     – ¡No te hagas el cojudo! – sentenció Matías, mirándole oblicuamente y haciendo una mueca de molestia.
     El niño quedó callado, mostrando uno de sus labios caído, como de estupidez.
     – ¡Mira, parece que conversan! – volvió a decir Camilo como gritando pero muy despacio; mientras se escondía detrás de algunos arbustos.
     – Claro – dijo Matías –, seguro que están hablando de dinero.
     – Hay otros que esperan impacientes– dijo otro niño.
     – Sí – dijo Victoriano –, son tres más.
     – !Son unos pendejos! – dijo Matías –, la mujer nos señala mientras habla con otro hombre.
     – Bajemos más la cabeza – aconsejó Nemesio, mientras sujetaba a su hermano.
     – Ahora ya lo sabes ¿no? – dijo Matías, dirigiéndose al niño.
     – Ya lo sabía – respondió, mientras se encendían sus mejillas y se tornaban de un color rojizo, como el fuego.
     – ¿Y por qué preguntabas? – inquirió Matías.
     – Solamente preguntaba – respondió –, nada más.
     – Es un pendejo también, ja, ja, ja, – afirmó Camilo, muy seguro.
     – No – murmuró el niño en silencio.
     – ¡Miren! – dijo Camilo una vez más –, alguien está entrando.
     El hombre se puso de rodillas en la entrada principal, y así, de ese modo fue ingresando a la choza improvisada. El viento estaba leve y variable como si fuera una ventolina, moviendo el plástico con esfuerzo. Todos los niños tenían puestos sus ojos sobre la construcción, advirtiendo luego unas manos diestras con las uñas pintadas que acomodaban la puerta hecha de plástico agujereado por el tiempo. Un zapato del hombre comenzó a sobresalir por debajo del plástico, para volverlo a introducir rápidamente. A lo lejos, algunos rostros inquietos de varios hombres y la aparición de otros vestidos de civil. Los hombres caminaban en círculos perfectos, como si estuvieran sobre su presa, esperando el mejor momento para saciar sus instintos.
     Dentro de todo el contexto, las pequeñas cabezas de los niños se alzaban curiosas entre los matorrales.
     De buenas a primeras, salió el hombre algo despeinado y limpiándose los pantalones con cierta ligereza. Otra persona se acercaba para iniciar el coloquio amoroso, como si se tratara de un preámbulo antes de despertar a los instintos. ¿Era necesario un trato diferente? ¿Conversaciones personalizadas?
     Cada uno era un mundo diferente. Cada uno buscaba su propia respuesta a la vida, mientras sentía la cercanía de una mujer de mundo. Aunque, otros probablemente y del mismo grupo, la miraban muy encantadora y probablemente les hubiera gustado tenerla toda una vida.
     El entorno social que rodeaba a esos jóvenes y algunos adultos, valoraba a la mujer de una forma extraña. No se había profundizado en ese aspecto, y lo poco apreciado, se perdía irremediablemente. Los niños no estaban hechos para meditaciones profundas, y solo se escondían para tratar de mirar los hechos consumados.
     – De nuevo hacen un trato – dijo Matías, muy conocedor de sus palabras.
     – Creo que nos mira la mujer  – afirmó Nemesio, sonriendo por una comisura de sus labios.
     – ¡Viene hacia nosotros! – gritó uno de ellos –, creo que viene ahora con un palo.
     – !Escapemos! – dijo Nemesio, mientras era el primero en correr con su hermanito, quien trataba de mirar hacia atrás sobre sus hombros.
     – !Mocosos de mierda! – dijo la mujer gritando a viva voz, mientras avanzaba con un palo amenazante y tratando de sostener sus vestidos con una de sus manos.

     Todos corrieron levantando polvo a sus espaldas, mientras los gritos de la mujer se perdían a lo lejos.

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