domingo, 26 de junio de 2016

El esqueleto viviente

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 El esqueleto viviente

     Por las noches, el patio colindante a la habitación de Victoriano era oscuro. No había iluminación alguna porque por muchos años, nadie se había preocupado en hacer alguna instalación eléctrica. Solamente la luz de la luna y algunas veces cuando estaba llena, iluminaba casi todos los rincones.
     En una esquina del patio, se había acondicionado un gran cajón de madera a manera de cocina rústica, y sobre este estaba el “primus”, pintado totalmente de negro por el tizne acumulado por el pasar de los días, meses y años. La calentadora de agua de color azul, se había tornado negra a consecuencia del tizne. Únicamente se distinguía una parte de su color original, por la huella dejada al momento de cogerla con los dedos y estaba exactamente en la tapa.
     Debajo del cajón de madera y no muy disimuladamente, habían puesto otra caja de cartón de regular tamaño, donde se guardaban muchos huesos de un esqueleto casi completo, y, unos cuantos huesos al parecer de otro.
     Al comienzo Victoriano no le dio mucha importancia al esqueleto, aunque por costumbre, se fue convirtiendo en una parte natural de la casa, como si fuera un objeto más. Pero, nadie lo sabía, absolutamente nadie, porque cada noche, cuando todos los vecinos de los alrededores dormían, algo volvía a la vida. Era como un suave viento tenue, o como un suspiro silencioso en medio de la penumbra de la noche. A veces también, se sentía más paz y quietud, y el silencio era más profundo. Algunas veces, se respiraba una fragancia extraña, acompañada de una humedad imperceptible.
     La gata de Victoriano, había sentido lo mismo muchas noches y cuando se acercaba hacia la cama y saltaba encima de ella, daba la impresión de tener un ronronear invadido de una paz duradera en el tiempo y el espacio. ¿Quién sabía exactamente sobre ello? ¿Cómo percibir la quietud del alma? No obstante, estaba ahí por muchas noches.
     Victoriano sintió algo, sin imaginarse por supuesto que todo provenía de un cuerpo tal vez misterioso, o de un ser bien intencionado. Toda la quietud del contexto daba una impresión de paz, en la que él tomaba toda la energía sin saber ni conocerlo. Parece que, entre el patio y la habitación, se daba una comunicación sobrenatural, en la que el cuerpo calcáreo actuaba algunas noches. Despedía algo que era advertido por la gata, y, esta lo había aceptado como parte natural y convencional. Es claro, no podía expresarlo ni comunicarlo. Sólo lo sentía en el contorno de todo su cuerpo y el pelaje; y quizá mucho más, cuando se encendían sus ojos como dos faros en medio de la oscuridad.
     Nadie había imaginado ver un día el esqueleto incorporado y caminando pesadamente, crujiendo sus huesos y avanzando lentamente hasta provocar un pánico sobrehumano. Aquí, por obra y gracia de la misma vida, toda manifestación se hacía concordante con los destinos de un niño; y por sobre todas las cosas, la naturaleza había determinado mantener el contexto en sosiego y tranquilidad.
      Nadie lo había determinado intencionalmente, solo el esqueleto sabía sobre eso. De esa manera, cada noche silenciosa venía acompañada con una quietud callada, donde desde la esquina de la caja de madera, se levantaba la mirada de un rostro joven, que irradiaba su propia luz, mostrando sus mandíbulas entreabiertas. Nunca le creció los terceros molares o muelas del juicio, es por eso que se explayaba hacia el contorno como un niño en la edad de la pubertad, necesitando de otra energía similar capaz de percibirlo.
     A veces, era increíble imaginar que con el transcurso del tiempo, los años nunca pasarían para el esqueleto, dando la impresión de estar vivo y muerto a la misma vez. Toda la vida estaba dispuesto a mostrar su juventud. Allí, se encontraba exactamente el fundamento de su accionar durante las noches marcadas por una paz duradera, el silencio y con otras manifestaciones, más allá de la vida y del entendimiento. Algo se advertía en los alrededores del patio, donde las almas puras y con la misma dimensión pueden sentirlo y comprenderlo.

     Allí estaba Victoriano, abrazado de la gata y sintiendo el latido de un corazón diminuto para el mundo, pero inmenso por las circunstancias de dar más vida. Allí, estaba despertando a veces en las tinieblas de la noche, en la interminable gracia de vivir por siempre y para siempre.  

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