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La muleta de Félix
Félix, el increíble Félix, corría con la cara sonriente y haciendo
esfuerzo para alcanzar y subirse al ómnibus, el principal transporte público. Y
¡cómo lo hacía!, que cualquiera se admiraba al contemplarle. Incluso, quienes
no lo conocían y circunstancialmente pasaban por la calle, quedaban absortos e
impresionados al observar la proeza demostrada; aunque realmente, eran más las
conocidas por los niños.
La mayoría llegó a enterarse con mucho
interés un día, lo que pareció ser una historia irreal o un cuento de terror,
del modo en que Félix había perdido una pierna bajo las ruedas del tranvía. Lo
cierto es que ahora, corría como saltando un obstáculo, pero con toda la
energía depositada en su pierna izquierda. Quienes le miraban no podían creerlo
y hasta sentían simultáneamente cierto pavor y admiración. Y no era para menos.
Más de uno volvía la cara incrédulo hacia donde se encontraba, encaramándose sobre
la máquina de transporte en pleno movimiento, con la firmeza, agilidad y
confianza de un ser mitológico. Impresionaba más cuando percibían la habilidad
corporal que había desarrollado; así como también, la destreza en manejar con
mucha rapidez y soltura, la muleta que le acompañaría durante toda su vida.
Aparecía de pronto, cuando los niños
estaban como agrupados en medio de la calle, e inquietos por descubrir algo
nuevo. Así, mostraba su rostro arrebolado en medio de los intersticios del
grupo. La presencia de Félix en el grupo de niños, lo tornaba en algo así como
más humano, aunque nadie lo había comprendido de esa manera. Todos se trataban
de igual a igual.
Se escuchó que una tarde no muy soleada, y
en la misma calle principal, el tranvía le había cercenado gran parte de la
pierna derecha, encontrándole todo ensangrentado. Algunas mujeres se habían
santiguado reiterativamente, porque minutos antes creyeron haberle visto
correteando sobre sus pasos y, en seguida, advirtieron que aún la pierna se
resistía a morir, por sus convulsiones esporádicas.
– ¡Está vivo! – gritaron algunas madres al
verle en un cuadro impresionante, y con la pierna a un costado de la línea
férrea.
Félix parecía también morir a pausas.
Durante varios días y a pesar del celo y cuidado de las enfermeras y doctores,
su cuerpo no respondía fácilmente. Sin embargo, le veían como dormido y habían
creído que soñaba porque parpadeaba con insistencia y a veces daba la impresión
que permanecía largo rato con la mirada fija hacia una ventana, que a veces se
abría. Su recuperación tomó pocas semanas y sin proponérselo demostró al mundo
que se podía vivir. Obviamente, frente a la carencia de la pierna derecha, se
acostumbró a una muleta muy rústica y confeccionada de lloque, apareciendo poco
después nuevas destrezas que mucha gente comenzó a admirar. Como si hubiera
querido ejercitar sus habilidades, salía corriendo sujetando la muleta con una
de sus manos desde el fondo de su casa hasta la puerta principal, y volvía
luego al mismo lugar. Había empezado a trompicones, pero tiempo después y a
manera de juego, lanzaba gritos de guerra simulando ser piel roja, moviendo una
de sus piernas y blandeando la muleta, para lanzarse a galopar como nunca lo
había hecho.
Increíblemente, Félix apareció después más
vigoroso y empezó a ganar más peso y cuerpo. Así, algunas veces se integraba
risueño con los niños, jugando y riendo, sin que nadie le detenga. Nadie
conocía con exactitud sus orígenes, ni menos recordaban a sus padres, si es que
los tenía. Solo sabían que, algunas veces aparecía desde la siguiente calle.
Poco tiempo después, la línea férrea del
tranvía quedaría en la memoria como un recuerdo inolvidable, para dar paso y
paulatinamente, al ingreso de modernos buses importados y algunos vehículos
menores, que servirían exclusivamente para el transporte público. Nadie lo pudo
creer inicialmente, cuando vieron a Félix una o dos veces, corriendo con todos
sus ánimos y bríos detrás de los ómnibus. No podían creerlo. Félix corría
adelantando su pierna buena mientras se apoyaba en la muleta, para después
avanzar la muleta de madera como su fuera un miembro verdadero; y nuevamente,
colocar la pierna fuerte adelante.
Indudablemente, todos quedaban asombrados
y algunos giraban sus rostros para contemplarle detenidamente y observar el
esfuerzo que hacía, hasta alcanzar al ómnibus y subir en plena marcha. Siempre
lo hacía primero con la pierna más fuerte, mientras se sujetaba de una barra de
metal dispuesta de tal manera en la puerta principal; después, su cuerpo
ingresaba también y, por último, la muleta de madera que era llevada suavemente
hacia el interior. Al momento de disponerse a bajar del vehículo, lo hacía casi
de la misma forma y en pleno movimiento. Al final, quienes giraban su rostro
para mirarle, parpadeaban reiterativamente y levantaban la cabeza lo más
erguida posible, para poder ver esa sonrisa que dibujaba sus labios de niño,
siendo la expresión natural de su alegría.
Jugar el fútbol con los amigos ya no
causaba más impresión, porque los compañeros de juego habían visto algunas
cosas más. De pronto, jugaba de arquero por un equipo. Cuando la pelota venía
raudamente por lo alto y peligraba su valla, no dudaba en saltar lo más alto
posible, impulsándose con una pierna y con la muleta de madera; para después y
con el mejor golpe de puño lanzar la pelota muy lejos. De buena gana y
lentamente, terminaba cayendo sobre la tierra polvorienta, apoyándose primero
con los brazos y después el pecho, para luego dejar caer la pierna fuerte
acompañada de la otra con su muñón. La muleta volaba también por el aire, así
como el cuerpo; y a veces caía como cualquier madero sobre la tierra del campo,
quedando a varios metros de distancia y cubierta por el polvo. Los jugadores
permanecían a la expectativa, no por la caída o el cuerpo de Félix; muy por el
contrario, mantenían la energía y la respiración agitada por continuar el
juego. En ese mismo instante y desde donde se encontraba, Félix se movía
rasando el campo deportivo, contorneándose sobre su cuerpo rápidamente y
presuroso para alcanzar la muleta y volver a ponerse de pie. Claramente y sin
dilación, de nuevo formaba parte del partido, no siendo baladí.
Algunas veces al saltar, cogía con sus dos
manos la pelota en el aire, y al caer sobre la tierra no la soltaba; de tal
manera que, conjuntamente con ella, buscaba la muleta hasta lograr sujetarla,
para luego levantarse con todo su brío, dar unos pasos hacia adelante, y
prepararse para el saque de meta del balón que todos esperaban. Así, apoyándose
en la muleta de madera, pateaba con la única pierna y con mucha fuerza,
mientras todos seguían con sus ojos la trayectoria del balón.
Todos soltaban la mejor sonrisa entre sus
labios y Félix fue considerado uno más, sin el menor reparo en su caminar o en
su jugar especial. Quienes no lo conocían muy de cerca quedaban impresionados,
al verle sobre una bicicleta por las calles cercanas y pedaleando a un mismo
ritmo con una de sus piernas.
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