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La mujer tarántula
La
señalaban vivamente con el dedo, y más de uno había reído a carcajadas, con una
risotada que más parecía de desdén u hostilidad. Parece que desde siempre y de
soslayo, la llamaban expresivamente: “La tarántula”.
Ella
era delgada y, aunque se santiguaba cada mañana cuidadosamente por ser muy
devota, algunas veces, descuidaba sus vestidos, haciéndola obviamente aparentar
más vieja. Jacob era uno de sus hijos; y, aunque de nombre bíblico, nunca
sintió miedo alguno, ni nada le contrariaba en absoluto por ser hijo de ella.
Una actitud diferente sucedía con Nemesio.
Había aprendido a vivir así, a su modo, aunque para muchos su actitud
más parecía indecorosa. Algunos ya la tildaban abiertamente de ramera, aunque
la risa se imponía primero a toda prisa. Nadie lo sabía exactamente, si trataba
de vender su cuerpo por algunas monedas o si necesitaba el calor de un hombre.
Total, la vejez también descubría su lado hermoso y romántico, así la señalen
de ser una prostituta. A ella le daba igual y a veces torcía la boca en señal
de desconcierto y sentía las miradas sobre su cuerpo débil; mientras que, en
otras ocasiones y con una cándida expresión sobre su rostro, su alma pedía a
gritos dar la cara al mundo y gritar palabras enérgicas, rechazando abiertamente
cuando la aludían, y excitada decía con prisa:
– ¡No
me jodan carajo! ¡Yo sé lo que hago!
Y
lograba enfrentarse al mundo, con energía y también alegría. Sonreía con un
extraño placer, cuando trataba de lanzar todas las palabras posibles, para
defender su cuerpo, su vida y sus sentimientos.
Una
tarde de un domingo, aproximadamente a las tres, Matías la observaba escéptico.
Por ser las horas de una tarde tranquila, y de un claro resplandor de la caída
del sol, el ambiente se mostraba apacible. La veía a unos metros arriba de la
calle, inconfundible; mientras él por coincidencia, se encontraba bajo el
dintel de una de las puertas de la calle principal. Ella conversaba
animadamente con un hombre, ladeando su cabeza repentinamente y moviendo sus
manos con gran agitación, aparentemente para expresarse mejor. En medio de lo
que aparentaba ser un coloquio familiar, destacaba su voz chillona
característica. Tomaba al hombre de uno de sus brazos y trataba de llevarlo en
vilo hacia el callejón de otra casa, casi a la fuerza, aunque daba la
impresión, que le conducía con cierto cuidado. ¿Cuáles eran sus intenciones?
¿El hombre la conocía?
–
¡Vamos! ¡Entremos! – musitaba ella confusa y atropelladamente, como
farfullando, mientras le tomaba del brazo con resolución, clavándole la mirada.
–
¡Qué ridículo! ¡No en este momento! – increpó el hombre, casi trastabillando
ligeramente y sujetándose de uno de los brazos de ella.
–
¡Ven! ¡Pareces un loco! – volvió a insistir ella, diciendo: – Yo te guiaré.
–
¡Ahora no! – afirmó el hombre aparentemente resuelto, y tratando de dar un paso
hacia atrás con el pie derecho, casi a tientas; mientras que, acomodaba sus
lentes oscuros con cierta destreza, aunque con notoria dificultad.
–
¡Qué forma de comportarse! ¡No te cobraré mucho! – dijo la mujer, como gritando
y con cierta exigencia, mientras arrugaba el rostro, agregando: – Dame lo que
tengas.
– ¡El
dinero que guardaba lo he gastado! – dijo levantando la voz, aunque cubriéndose
con una de sus manos la boca, para no ser escuchado. Poco a poco fue levantando
la cabeza, dando la impresión que miraba hacia una ventana entreabierta, muy
pequeña y de madera, del segundo piso de una casa de enfrente. Cualquiera diría
que dirigía sus ojos a través de las gafas oscuras, por la expresión singular
que encendía su rostro
–
¡Busca en el pantalón! – afirmó ella, mientras trataba de introducir
cuidadosamente una de sus manos en uno de sus bolsillos; mientras tanto él,
giraba su cuerpo como un débil retroceso, y aparentemente seguro, dando la
impresión de poner una mínima resistencia. Sin embargo, más parecía que se
dejaba llevar y casi a tientas, porque avanzó el pie derecho, como midiendo el
paso. Volvió a dirigir su cabeza hacia la ventana de madera, porque al parecer
alguien la movió en ese momento, escuchándose un golpe muy fuerte. Así, volvió
a girar su cuerpo, y avanzó otro pie sin tino, por la inercia y el empeño de la
mujer, en dirección de un pasadizo largo y silencioso. En un momento dio la
impresión y con cierta gracia, que él mismo abandonaba la resistencia, para ser arrastrado en vilo y fuertemente hacia el
interior.
–
¡Ven! – dijo ella, exclamando con énfasis.
Y el
hombre se dejó conducir mansamente, volviendo a ladear su cabeza y cuidando de
no tropezar una vez más.
Matías seguía con los ojos bien abiertos.
La
Tarántula mostraba un rostro muy solícito al momento de tomarle del brazo con
una de sus manos, y con la otra retorcía sus dedos. Entre sonrisas amplias,
palabras que parecían gratamente expresadas y convincentes, se sintió más que
triunfante y su femineidad de mujer brotó mucho más natural; sintiendo también
en todo su cuerpo y al mismo tiempo, una sensualidad apetecible y libidinosa.
El color de sus mejillas y labios se tornaron de un rosado transparente, y las
arrugas marcadas por el tiempo y por los años casi desaparecieron por completo,
como si estuviera en presencia de una metamorfosis inexplicable.
El
hombre parecía trastabillar nuevamente al transitar por un nuevo sendero; no
obstante, se sintió y con toda seguridad conquistado por la primera damisela
que llenaba su existencia. Así, intentando desgañitarse, aunque sin lograrlo;
se soltó al empuje de ella y al susurro más dulce que había escuchado. Con la
cabeza erguida y con las gafas negras al tiempo, siguió sobre sus pasos y ahora
sin temor alguno, descubriendo por primera vez un nuevo placer en cada uno de
sus poros, algo que parecía oculto en el tiempo. Se sintió sonreír con una
sublime sonrisa y desfallecer frente a los encantos nuevos y el ardiente aroma
de mujer. El sentirse deseado plenamente y sin reserva, era una muestra de la
sublimidad que tendía a incrementar la vida.
Unos
minutos bastaron para encontrar el sentido a la existencia. A fin de cuentas,
Matías, creyó imaginar con simpleza algunos abrazos apurados e incómodos por el
lugar, y a plena luz de la tarde.
Luego, el hombre volvió hacia la puerta, tanteándola con cuidado con una
de sus manos, dando la impresión que contaba sus pisadas, paso a paso. Siempre
manteniendo la cabeza erguida, como para protegerla de un posible cuerpo
extraño, el hombre acomodó su cuerpo con una postura exacta; entre tanto,
levantó una de sus manos sobre sus gafas para acomodarlas.
La
Tarántula apareció de pronto por su costado, llevando una de las manos del
hombre para que reconozca una de las paredes de la puerta principal. Con mucha
seguridad, tocó una de ellas y se sintió seguro. Casi de pronto desapareció
ella en la distancia, dejando que el ciego mida sus pasos. La ventana de madera
volvió a golpear.
–
¡Puta de mierda! – dijo Matías sin entonación.
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