martes, 28 de junio de 2016

Proclamación del Presidente del Perú

Proclamación del Presidente del Perú

En una ceremonia en la ciudad de Lima, Pedro Pablo Kuczynski fue proclamado por el Jurado Nacional de Elecciones como presidente del Perú, conjuntamente con sus dos vicepresidentes. (Teatro Municipal, 28 de junio 2016)


Recordando los Resultados Finales

La ONPE (Oficina Nacional de Procesos Electorales), el día 14 de junio dio a conocer los resultados del proceso electoral al 100% de las actas.

%
Pedro Kuczynski
50.12
Keiko Fujimori
49.88



  

domingo, 26 de junio de 2016

Soñar con la imaginación contigo

Soñar con la imaginación contigo.
 El azul del cielo y el verde del campo


La dulce Irene

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 La dulce Irene

     Irene era un poco mayor que Victoriano, y tenía como unos trece años. Ocupaba la siguiente habitación con su madre. Era de regular estatura y sus ojos claros le daban a su piel una tonalidad muy bonita y atractiva. Además, la esencia de su juventud afloraba esplendorosa y llenaba su alma de dicha y alegría. A pesar que había perdido a su padre en un accidente automovilístico muy de niña, se mantuvo junto a su madre.
     Enseguida, todo fue cambiando para ambas mujeres, porque algo así como de buenas a primeras, la madre fue alimentándose de una energía extraña y maligna, que tiempo después, llegaría a ser el motivo de las desavenencias frecuentes entre las dos. Por más que intentó controlarse en las primeras ocasiones, ya que era su única hija, no fue suficiente para frenar ese odio acumulado que después se manifestaría de la peor manera. Claro que el subconsciente le decía que estaba actuando mal, al permitir ella misma la acumulación de esa energía. Aún así, viendo a su hija en una etapa de la existencia comparada con el florecimiento de un jardín, no soportaba verse a sí misma en una situación en la que paulatinamente su vida entraba en un proceso de decadencia. Mas aún, al sentir la ausencia de quien fue su compañero.
     Irene crecía ajena a los pensamientos de su madre y la luz del día le brindaba la alegría de vivir, aunque, mantenía dentro de su alma, el recuerdo de un padre que, no había gozado plenamente. Aún así, la vida tiene una magia especial. Cuando los seres necesitan de motivación y alegría, buscan a veces y sin darse cuenta, a quien dar esa fuerza acumulada, y ésta fue derivada siempre hacia el corazón de su madre.
     No había nada que pudiera parecer extraño en el corazón de Irene, que la podría apartar de sus pensamientos en cierta forma llenos de inocencia; muy por el contrario, algunas veces su risa contagiaba a las personas y amigos, quienes en ese momento, la veían más bonita, risueña y jovial.
     Sus ojos reflejaban la esencia de ser niña y mujer al mismo tiempo, mostrando sus gestos expresivos, de cierta candidez natural y muy femenina.
     Un día todo empezó de pronto. Su madre la esperó muy temprano parada en la puerta de su habitación y muy cerca de una higuera para gritarle todo lo que quiso y pudiera imaginar. Se enfrentaba a dos situaciones en la que ella no estaba completamente segura, pero sentía en su interior. Imponerse como mujer mayor y aplastar a la hija, o en tal caso, caer vencida frente a lo nuevo que crecía a la vida.
     –  ¿Qué has hecho?
     – Vengo del Colegio – dijo Irene, en cierta forma confundida, porque todos los días trataba de llegar puntual.
     – ¡Qué forma de comportarse! – gritó la mujer, levantando la voz y agregando: – No voy a permitir que me faltes el respeto.
     – No te enojes – dijo Irene.
     – ¿Cómo quieres que esté entonces? ¿Contenta? – dijo, con tono desafiante, demostrando que ella estaba para ejercer su autoridad y su yo particular.
     – Madre, por favor – dijo Irene, tratando de calmarla.
     – ¡Qué ridículo! – gritó la madre, toda furiosa e iracunda, gesticulando notoriamente al compás de las palabras –, aquí se hace lo que yo digo.
     – ¡Cómo! – dijo Irene –, tengo que cambiarme.
     – ¡Mejor pasa y sacas tus cosas! – dijo la madre resuelta y decidida a ser escuchada en su determinación.
     – ¿Cómo así? – interrogó Irene más confundida ahora, porque veía a su madre más alterada de lo que ella había conocido.
     –  No me importa dónde vayas – respondió la madre.
     – No digas esas cosas – dijo Irene.
     – Haces lo que quieres porque tu padre no está – afirmó la madre –, estoy seguro que él te hubiera echado a patadas por tu mal comportamiento.
     – Creo que exageras – respondió Irene, sollozando por lo inconcebible en que se presentaban las cosas.
     – ¿Así? ¿No estás llegando tarde? – dijo la madre.
     – Por favor – volvió a musitar Irene, tratando de limpiar algunas lágrimas que empezaron a caer sobre sus mejillas.
     – ¡Ya! – gritó la madre, como una loca.
     – Cálmate, por favor – volvió a decir Irene muy sentida.
     – ¡Ya! – volvió a gritar la madre, mostrando sus ojos más oscuros por la rabia demostrada en sus palabras –, de una vez, saca tus cosas, puedes largarte.
     Irene ingresó a la habitación y atinó a pararse muy cerca de una caja de cartón donde guardaba parte de su ropa, advirtiendo una vez más la furia que desataba su madre. Así, sintió muy cerca de sus pies, el golpe seco de una maleta usada al estrellarse contra el piso.
     – ¡Puedes llevar tus cosas! – dijo la mujer toda iracunda, señalando con uno de sus dedos la maleta.
     – ¡Cómo! – logró balbucear Irene, mientras tomaba algunas prendas de vestir, tratando de guardarlas.
     – ¡No me importa! – gritó.
     – ¿Por qué yo? – preguntó Irene llorosa, mientras seguía metiendo en la maleta algunas cosas más.   
     – ¡Es tu problema! – afirmó la madre toda resuelta.
     – ¡No seas mala! – dijo Irene sosteniendo la maleta con una de sus manos y sintiéndose empujada hacia fuera de la habitación, hacia el callejón por donde se salía hacia un patio y luego hacia la calle principal.
     – ¡Vete! – gritaba la madre, con mayor frenesí.
     – ¿Adónde quieres que vaya? – volvió a decir Irene llorando desconsoladamente y parándose en el callejón, mientras algunas prendas mal colocadas se veían salir por un costado de la maleta.
    – ¡Yo no sé! ¡Vete! – volvió a decir, casi con locura.
     Irene lloraba balbuceando, tratando de sujetar con fuerza sus cosas; y la madre se mostraba desafiante y hasta cierto punto orgullosa por lo que había iniciado.
     Algunas veces más se repitieron tales escenas, y le bastó una vez a Victoriano ver a Irene en tal situación, para tratar de comprender el dolor que llevaba dentro del alma. Muy poco podía hacer para intentar calmarla.
     Algo le decía en sus pensamientos que en la próxima vez, la miraría con más dulzura. Tenía dentro de su ser la esencia de la vida, la paz de una joven cuando empieza a descubrir nuevos rumbos. Su mirar era claro, como sus ojos; y se mostraba al mundo, con toda la inocencia de niña y mujer.
     Irene había aprendido a crecer tomando todo lo bueno de la existencia y sin saberlo con certeza, asimilaba la alegría y dicha de existir. Qué hermosura era despertar cada mañana. Qué maravilloso se convertía el día, cuando ella dirigía sus pensamientos y sus sueños hacia un porvenir obviamente lleno de esperanzas.
     A pesar que algo habría podido influenciar regresivamente en su forma de pensar, sentir y de actuar; ella, mantenía un corazón lleno de pureza, de tranquilidad, para encarar con todo lo bueno dentro de sí, todas las cosas buenas de la vida.
     Su voz era como el canto suave de las aves, con un tono perceptiblemente angelical, claro y dulcemente vibrante. A veces, parecía el canto de las sirenas que encandilaban a los niños y a los hombres. Cuando alguna persona la escuchaba por primera vez, descubría en ella la naturalidad espontánea de la vida, la sonrisa sincera, la amistad fraterna, bondad y el amor que florecía natural. Todo ello, marcaría por muchos años su vida, aunque algunas veces, necesitó también de mucho amor; mucho más, de lo que ella acostumbraba a entregarlo.

     Nunca supo del corazón de su madre, y lo comprendió ese día, al verla alterada y pidiéndole dejar la casa. Nunca antes se había comportado así. Bueno, eso era lo que le decía su esencia. Aunque en el fondo de su corazón, siempre tuvo los mejores ojos para ella.

El esqueleto viviente

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 El esqueleto viviente

     Por las noches, el patio colindante a la habitación de Victoriano era oscuro. No había iluminación alguna porque por muchos años, nadie se había preocupado en hacer alguna instalación eléctrica. Solamente la luz de la luna y algunas veces cuando estaba llena, iluminaba casi todos los rincones.
     En una esquina del patio, se había acondicionado un gran cajón de madera a manera de cocina rústica, y sobre este estaba el “primus”, pintado totalmente de negro por el tizne acumulado por el pasar de los días, meses y años. La calentadora de agua de color azul, se había tornado negra a consecuencia del tizne. Únicamente se distinguía una parte de su color original, por la huella dejada al momento de cogerla con los dedos y estaba exactamente en la tapa.
     Debajo del cajón de madera y no muy disimuladamente, habían puesto otra caja de cartón de regular tamaño, donde se guardaban muchos huesos de un esqueleto casi completo, y, unos cuantos huesos al parecer de otro.
     Al comienzo Victoriano no le dio mucha importancia al esqueleto, aunque por costumbre, se fue convirtiendo en una parte natural de la casa, como si fuera un objeto más. Pero, nadie lo sabía, absolutamente nadie, porque cada noche, cuando todos los vecinos de los alrededores dormían, algo volvía a la vida. Era como un suave viento tenue, o como un suspiro silencioso en medio de la penumbra de la noche. A veces también, se sentía más paz y quietud, y el silencio era más profundo. Algunas veces, se respiraba una fragancia extraña, acompañada de una humedad imperceptible.
     La gata de Victoriano, había sentido lo mismo muchas noches y cuando se acercaba hacia la cama y saltaba encima de ella, daba la impresión de tener un ronronear invadido de una paz duradera en el tiempo y el espacio. ¿Quién sabía exactamente sobre ello? ¿Cómo percibir la quietud del alma? No obstante, estaba ahí por muchas noches.
     Victoriano sintió algo, sin imaginarse por supuesto que todo provenía de un cuerpo tal vez misterioso, o de un ser bien intencionado. Toda la quietud del contexto daba una impresión de paz, en la que él tomaba toda la energía sin saber ni conocerlo. Parece que, entre el patio y la habitación, se daba una comunicación sobrenatural, en la que el cuerpo calcáreo actuaba algunas noches. Despedía algo que era advertido por la gata, y, esta lo había aceptado como parte natural y convencional. Es claro, no podía expresarlo ni comunicarlo. Sólo lo sentía en el contorno de todo su cuerpo y el pelaje; y quizá mucho más, cuando se encendían sus ojos como dos faros en medio de la oscuridad.
     Nadie había imaginado ver un día el esqueleto incorporado y caminando pesadamente, crujiendo sus huesos y avanzando lentamente hasta provocar un pánico sobrehumano. Aquí, por obra y gracia de la misma vida, toda manifestación se hacía concordante con los destinos de un niño; y por sobre todas las cosas, la naturaleza había determinado mantener el contexto en sosiego y tranquilidad.
      Nadie lo había determinado intencionalmente, solo el esqueleto sabía sobre eso. De esa manera, cada noche silenciosa venía acompañada con una quietud callada, donde desde la esquina de la caja de madera, se levantaba la mirada de un rostro joven, que irradiaba su propia luz, mostrando sus mandíbulas entreabiertas. Nunca le creció los terceros molares o muelas del juicio, es por eso que se explayaba hacia el contorno como un niño en la edad de la pubertad, necesitando de otra energía similar capaz de percibirlo.
     A veces, era increíble imaginar que con el transcurso del tiempo, los años nunca pasarían para el esqueleto, dando la impresión de estar vivo y muerto a la misma vez. Toda la vida estaba dispuesto a mostrar su juventud. Allí, se encontraba exactamente el fundamento de su accionar durante las noches marcadas por una paz duradera, el silencio y con otras manifestaciones, más allá de la vida y del entendimiento. Algo se advertía en los alrededores del patio, donde las almas puras y con la misma dimensión pueden sentirlo y comprenderlo.

     Allí estaba Victoriano, abrazado de la gata y sintiendo el latido de un corazón diminuto para el mundo, pero inmenso por las circunstancias de dar más vida. Allí, estaba despertando a veces en las tinieblas de la noche, en la interminable gracia de vivir por siempre y para siempre.  

La noche callada

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La noche callada

     Todas las noches fueron especiales en la habitación de Victoriano. Descubrir la quietud de la soledad. Hablar con la soledad y el silencio. Probablemente llenarse de muchos pensamientos imaginarios y reales también, aunque todos ellos, venían y aparecían envueltos de una claridad transparente y sin malicia. Y la tenue luz. Sí, la tenue luz, emitiendo sus tímidos rayos y cobrando vida poco a poco. La luz resultaba ser la compañía perfecta, porque mostraba la vida en los alrededores cercanos, y parecía que, las cajas de cartón, los papeles diseminados y algunos libros estaban ávidos de ser tocados para despertar de los sueños profundos y placenteros.
     Los pasos de la gata, silenciosos como cada noche, llegaba a través de la puerta con su ronronear y al compás de su respiración. Ella miraba con sus ojos claros y transparentes, directamente hacia los ojos negros de Victoriano, invitándole a mimarla, porque estaba para eso.
     Cada noche se encontraban juntos, como si el destino de la existencia los hubiera puesto el uno para el otro. Ambos amaban a su manera y se dejaban amar; total, para eso estaba hecha la vida, para amar y recibir amor.
     Al momento de dormir, cuando los dos estaban sobre la cama y usando la misma almohada, la respiración parecía una sola.
     Cientos de noches, tal vez miles; los brazos de Victoriano acurrucaron contra su pecho a su fiel compañía, y siempre sintió que su ser se llenaba de algo y a cada instante, en el momento preciso de entrar en un profundo sueño.
     Muchas noches y madrugadas, la luz permaneció encendida para mantener la vida en esa pequeña e insignificante parte del universo.

     La noche esconde mucho algunas veces. Otras, hasta el eco cambia a la lejanía. Una noche, Victoriano escuchó los ladridos de un perro en la lejanía, como si fuera el pedido de un auxilio lastimero. Otras veces también, hasta el correr de las aguas se escuchaban como un susurro, así, el río principal de la Gran Ciudad se sentía cercano y nítido. La paz existe también en la oscuridad, la penumbra, y en medio de las sombras. 

El mimeógrafo

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 El mimeógrafo

     Una tarde y como algo muy vago, Victoriano recordó cuando vivía aún con un hermano. Entró a su habitación y muy grande fue la sorpresa al ver algo así como una máquina y de regular tamaño, colocada adecuadamente sobre dos sillas.
     Algunos amigos de su hermano, trabajaban sobre una mesa y utilizaban también una máquina de escribir. Otros, miraban la calidad de la impresión que el mimeógrafo dejaba sobre muchos papeles, mientras hacían funcionar manualmente la máquina.
     Victoriano estaba impresionado, porque distinguió algo así como la producción de algo importante. Incluso en algún momento de aquellos días, se sintió partícipe al sentir muy de cerca los movimientos de los muchachos en edad universitaria, y al escuchar a veces las palabras más serias y bien pronunciadas.
     Claro, también se miraba muy pequeñito, porque apenas llegaba al nivel de la cintura de todos ellos; sin embargo, las miradas y todas las expresiones hacia él, reflejaban la mejor simpatía.
     El ambiente se llenaba de inteligencia. El sonido de las teclas de la máquina de escribir, unido al mimeógrafo y a la producción de cientos, quizá miles de volantes y revistas algo rústicas, lo decían todo.
     Probablemente, en el primer momento, no lo comprendería totalmente; aún así, miraba con mucha curiosidad el perfil de un niño vietnamita impreso sobre un folleto, distinguiéndole como un hombre mientras sujetaba un Mosin Nagant. El niño llevaba puesto un sombrero en forma de cono, y todo su perfil contrastaba muy bien con el color negro de la tinta, resaltando sobre el papel periódico. En algunas hojas interiores, se podían ver más fotografías y muchas letras.
     Su capacidad mental no le permitía ir más allá de una simple percepción. Los nombres de Vietnam, Laos, Camboya y el llamado a todos los pueblos del mundo por defenderse de la violencia sistemática, penetraba sus sentidos. Simplemente lo sentía así, de esa manera.
     Miles de hojas de papel de todos los tamaños, con nombres, lemas y muchas fotografías, dirigida hacia una campaña electoral que se sentía también cerca,  encontrándose en medio de la propaganda y la protesta.
     Claro que se sintió muy comprometido cuando alguien le enseñó cómo podía ayudar en el reparto de los volantes y manipular el mimeógrafo. Así, en los siguientes días, al caminar por algunos lugares y subir hacia algunos vehículos de transporte público, se sentía partícipe de lo que estaban haciendo los grandes. Al final, quizá era la curiosidad nada más, pero que, llevaba intrínseco algo importante. Además, las personas que recibían los papeles, miraban con cuidado cada hoja, leyendo con mucha atención.
     Y sin darse cuenta llegó la campaña electoral. Claro, tuvo que llegar el día como participante en un mitin, con una pequeña bandera entre sus manos.

      Después de eso, todo volvió a la normalidad. La habitación volvió a su estado habitual y dentro de la quietud formal. Solo que, algo había acontecido. Su hermano y la mayoría de los estudiantes interesados en difundir su posición de lucha, habían terminado detenidos en la cárcel pública de la Gran Ciudad. Algunos días después, fueron liberados. 

miércoles, 15 de junio de 2016

Las verdaderas prostitutas

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 Las verdaderas prostitutas

     Otro día de domingo y nadie se explicaba cómo habían llegado hasta la ribera del río, aunque solo era debajo del puente que parecía mágico. Allí, se perdían las casas como cajitas diminutas, y empezaba algo del campo, con algunos sembríos, árboles, piedras enormes y pequeñas, que fueron lavadas por las aguas diáfanas durante años.
     Algunas veces estuvieron en ese mismo lugar, y jugaban cada uno con el escudo de armas imaginario, ennobleciéndose al ver el castillo, el león, las barras y las cadenas. Así, esperaban tener muchos timbres de que blasonar. Se armaban también, con algunas ramas para convertirlas en un máuser, o en rémington de largo alcance. Prácticamente, se habían divido en dos grupos como sediciosos, pero en busca de una acción gloriosa que los ensalcen; y corrían bordeando el río, ingresando unos metros hasta los sembríos nuevos y las tierras cosechadas.
     De pronto, las dos facciones que planeaban una rebelión se detuvieron y distinguieron claramente las cristinas de algunos soldados del ejército, llevando el uniforme impecable en un día de salida. ¿Por qué cerca del río? ¿No era mejor la Gran Ciudad? ¿Qué escondía la parte ubicada debajo de los puentes?
     Los dos grupos, en su juego juvenil por los alrededores, decidieron suspender sus hostilidades y acordar un armisticio. Como si empezaran realmente una contienda, decidieron unirse y observar juntos el movimiento peculiar de los uniformados.
     – ¡Nos han visto! – dijo Victoriano, levantando la voz.
     – ¡Nos han visto! – respondió otro, como eco y gritando.
     Se agazaparon en unos matorrales, casi detrás de un arbusto de lila, y como perfectos hombres de guerra, estaban preparados para el desarrollo de los acontecimientos y la acometida final. Poco a poco, fueron descubriendo la verdad sobre una diversidad de colores, y que flameaba suavemente al viento. ¿Qué era aquello que parecían chozas improvisadas? ¿Por qué usaban plásticos? ¿Por qué los soldaditos que parecían de plomo murmuraban?
     Hasta que, otras voces musitadas por féminas agraciadas comenzaron a llenar el espacio y el contexto fue cambiando.
     La tensión de espera por lo nuevo, se fue transformando en algo que causaba curiosidad y asombro, porque se trataba de un acompañamiento entre hombres y mujeres. Aunque claro, solo se dejaban ver los varones con cierta reserva, como si todo ello fuera una comparsa, siendo todos los movimientos con cautela.
     El día aún continuaba soleado y las horas de la tarde transcurrían, mientras la corriente del río rumoreaba por siempre. Extrañamente se respiraba un brisote cálido y húmedo al mismo tiempo, envuelto en algo perfumado.
     – ¡Hay una mujer! – dijo alguien, muy expresivo.
     – ¡Qué no nos vea! – dijo Matías, contestando y gritando lo más bajo posible.
     – ¡Imposible! – reprochó Nemesio.
     – ¡Viene hacia nosotros! – volvió a gritar Matías, pero más despacio.
     Unos cuantos pasos bastaron para que la mujer se acerque al grupo, blandiendo una caña seca entre sus manos, diciendo:
     – ¡Carajo! ¡Mocosos de mierda!
     – ¡Huyamos primero! – alcanzó a decir alguien más, mientras apuraban sus pasos entre los arbustos y la mala hierba, bajo la atenta mirada de algunos sorprendidos militares.
     Salieron corriendo poniendo los pies en polvorosa, haciendo todo lo posible para alejarse unos metros que parecían muchos. Se detuvieron al advertir que la mujer volvía al mismo lugar; mientras tanto, los hombres miraron la huida y al más bajo, se le escapó la risa.
     Una vez más, volvieron sigilosamente para estar a la mira desde otras posiciones y con mayor comodidad. Los acontecimientos y el entorno, envolvían algo de temor, un perfume de mujer, el aroma del tabaco y el acecho de los hombres.
     Por primera vez y en toda su extensión, fijaron su atención en la choza improvisada y muy pequeña, que había sido construida con palos fijos sobre la tierra y apoyados en algunas piedras. A manera de techo, unos cuantos plásticos coloreados y deslucidos por el tiempo. La mujer volvió a salir de ella atisbando en derredor, llevando sobre sus rodillas un vestido alto de color rojizo que encandilaba los ojos. Su cuerpo voluptuoso, mostraba carnes esbeltas y redondeadas alrededor de su pecho, dejando al descubierto un escote provocador. Mucho más excitante se mostraba, al intentar coger nuevamente la caña amarillenta que servía para las acometidas. Las aguas del río transcurrían sin cesar, y su murmullo misterioso, parecía silenciar las voces tímidas de los hombres y la protesta callada de la damisela encantadora.
     – ¿Qué hacen? – preguntó el hermano menor de Nemesio, con unos ojos expresivos de curiosidad y temor al mismo tiempo.
     – Baja la voz – le susurró al oído su hermano.
     – ¡Mira, mira! – dijo Matías –, creo que viene hacia nosotros.
     – No se muevan – dijo Camilo, nerviosamente.
     – Sí, tienes razón, parece que vuelve a su choza – respondió alguien más.
     – Pero… – interrumpió el hermano menor de Nemesio, pretendiendo preguntar sobre lo mismo.
     – ¡Es una puta! – afirmó Matías fríamente.
     – ¿Una puta? – interrogó el hermano menor de Nemesio.
     – ¡No te hagas el cojudo! – sentenció Matías, mirándole oblicuamente y haciendo una mueca de molestia.
     El niño quedó callado, mostrando uno de sus labios caído, como de estupidez.
     – ¡Mira, parece que conversan! – volvió a decir Camilo como gritando pero muy despacio; mientras se escondía detrás de algunos arbustos.
     – Claro – dijo Matías –, seguro que están hablando de dinero.
     – Hay otros que esperan impacientes– dijo otro niño.
     – Sí – dijo Victoriano –, son tres más.
     – !Son unos pendejos! – dijo Matías –, la mujer nos señala mientras habla con otro hombre.
     – Bajemos más la cabeza – aconsejó Nemesio, mientras sujetaba a su hermano.
     – Ahora ya lo sabes ¿no? – dijo Matías, dirigiéndose al niño.
     – Ya lo sabía – respondió, mientras se encendían sus mejillas y se tornaban de un color rojizo, como el fuego.
     – ¿Y por qué preguntabas? – inquirió Matías.
     – Solamente preguntaba – respondió –, nada más.
     – Es un pendejo también, ja, ja, ja, – afirmó Camilo, muy seguro.
     – No – murmuró el niño en silencio.
     – ¡Miren! – dijo Camilo una vez más –, alguien está entrando.
     El hombre se puso de rodillas en la entrada principal, y así, de ese modo fue ingresando a la choza improvisada. El viento estaba leve y variable como si fuera una ventolina, moviendo el plástico con esfuerzo. Todos los niños tenían puestos sus ojos sobre la construcción, advirtiendo luego unas manos diestras con las uñas pintadas que acomodaban la puerta hecha de plástico agujereado por el tiempo. Un zapato del hombre comenzó a sobresalir por debajo del plástico, para volverlo a introducir rápidamente. A lo lejos, algunos rostros inquietos de varios hombres y la aparición de otros vestidos de civil. Los hombres caminaban en círculos perfectos, como si estuvieran sobre su presa, esperando el mejor momento para saciar sus instintos.
     Dentro de todo el contexto, las pequeñas cabezas de los niños se alzaban curiosas entre los matorrales.
     De buenas a primeras, salió el hombre algo despeinado y limpiándose los pantalones con cierta ligereza. Otra persona se acercaba para iniciar el coloquio amoroso, como si se tratara de un preámbulo antes de despertar a los instintos. ¿Era necesario un trato diferente? ¿Conversaciones personalizadas?
     Cada uno era un mundo diferente. Cada uno buscaba su propia respuesta a la vida, mientras sentía la cercanía de una mujer de mundo. Aunque, otros probablemente y del mismo grupo, la miraban muy encantadora y probablemente les hubiera gustado tenerla toda una vida.
     El entorno social que rodeaba a esos jóvenes y algunos adultos, valoraba a la mujer de una forma extraña. No se había profundizado en ese aspecto, y lo poco apreciado, se perdía irremediablemente. Los niños no estaban hechos para meditaciones profundas, y solo se escondían para tratar de mirar los hechos consumados.
     – De nuevo hacen un trato – dijo Matías, muy conocedor de sus palabras.
     – Creo que nos mira la mujer  – afirmó Nemesio, sonriendo por una comisura de sus labios.
     – ¡Viene hacia nosotros! – gritó uno de ellos –, creo que viene ahora con un palo.
     – !Escapemos! – dijo Nemesio, mientras era el primero en correr con su hermanito, quien trataba de mirar hacia atrás sobre sus hombros.
     – !Mocosos de mierda! – dijo la mujer gritando a viva voz, mientras avanzaba con un palo amenazante y tratando de sostener sus vestidos con una de sus manos.

     Todos corrieron levantando polvo a sus espaldas, mientras los gritos de la mujer se perdían a lo lejos.

El reparto

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 El reparto

     Uno de los maletines fue escogido al azar y el cierre se deslizó lentamente bajo la presión de los dedos de Matías, demostrando destreza.
    Matías fue mostrando lo que contenía. Primero apareció la ropa deportiva, después, varios pares de medias y luego, el calzado deportivo. Hasta encontraron un par de rodilleras que siempre hacía falta. El segundo y el tercero mostraron casi las mismas cosas, de tal manera que había en total casi como para cuatro personas.
     Lo curioso de todo, mientras los niños miraban y tocaban, nadie se impresionó por el tamaño de la vestimenta, destinada exclusivamente para jóvenes y personas adultas.
     Esa misma noche, Camilo escogió lo suyo. Nemesio también y algo más para su hermano menor, y después Victoriano. Matías no quiso gran cosa, y si todos pensaron en algún momento que él dispondría de lo mejor, no fue así; prácticamente se sintió muy complacido al permitir que cada uno tenga lo más deseado. Al final de todo, parecían muchas cosas para los ojos de ellos; sin embargo, todo era usado y hasta algunas medias estaban rotas. Un par de zapatillas parecían algo nuevas.
     En el reparto trataron de no pensar en nada, aunque entre ellos había un cruce de miradas. Algo brilló sobre la pared y Nemesio giró su rostro sobre sus hombros. Realmente no era el mundo de ellos, así y todo, estaba hecho.
     Esa misma noche también, como si fuera realmente parte de un cuento y para tratar de olvidarlo todo, cada uno intentaría cambiar el color del calzado, o combinarlos con otros para que se vean algo diferentes.
     El arte se hacía presente, y la mesa se llenó de algunos recipientes pequeños de pintura que por casualidad guardaba Victoriano, y algunos trapos empolvados servirían a manera de brochas diminutas, para dar algunos toques y pinceladas.

     Al siguiente domingo y muy de madrugada, se juntaron de nuevo en la calle principal, estrenando lo que parecía ser para sus ojos algo reluciente.

Una travesura más

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 Una travesura más

     Una noche se vieron en la esquina de la calle principal, por donde hacían su aparición algunos automóviles después de atravesar el puente. Precisamente del mismo lugar, partía una pequeña bifurcación a manera de alameda, donde vivía Eduardo. Aunque algo mayor, se veía de otro mundo porque había preferido otros amigos, viviendo una vida muy extraña, lleno de ausencias, con rostros inexpresivos sin aventuras, sin aquellas pequeñas cosas que dan sentido a la vida.                             
     Nunca nadie supo de quién partió la idea, de modo que Matías fue uno de los primeros en acercarse para observar hacia el interior de la casa a través de una ventaja enrejada. Permaneció largo rato mirando casi insistente y apoyándose sobre el alfeizar de la ventana, como queriendo escucharlo todo por medio de sus ojos. A pesar de eso, fue el primero en decir y de manera resuelta, aunque se le escuchó un cierto temblor en su voz:  
     –  ¡Esos son los autos!
     – ¡Qué bien! – respondió Camilo, mientras se frotaba las manos sin darse cuenta y auscultaba el primer vehículo con ojo avizor.
     Nemesio se acercó también lo más que pudo hacia otro automóvil, mientras miraba a su hermano menor, tratando de ocultarlo.
     Era la casa de Eduardo y vivía con sus padres. Festejaban algo ruidosamente. Algunos automóviles inertes y sin vida se hallaban estacionados sobre la vereda angosta de la alameda, contándose hasta tres.
     – ¡Esperen un momento! – gritó Matías aunque su voz apenas alcanzó un par de metros y agregó: – Creo que están saliendo de la fiesta para mirar los autos.
     Todos corrieron casi en estampida y con sus pasos cortos para alcanzar la esquina de la calle principal. Al instante, salieron dos adolescentes a paso presuroso pero con cierta calma en el semblante, y atisbando en derredor desde cierta distancia, encontrando todo en orden aparente. Mientras tanto, Camilo, Matías y los otros niños miraban disimuladamente hacia otros lugares desde donde estaban.
     La noche se mostraba más oscura en esa parte donde estaban los vehículos. La gente bailaba al son de una guitarra, abusando de las bebidas alcohólicas. En el exterior, los niños se agazapaban de nuevo por la ventana, y el hermano menor de Nemesio apoyó una de sus mejillas contra la falleba. Ellos no tenían idea exacta de lo que estaban haciendo.
     – ¡No hay nadie en la calle! – murmuró Matías en voz alta.
     – ¡No lo sé! – respondió Camilo gritando sin entonación, mientras trataba de esconderse detrás de él.
     Algunos vehículos seguían su marcha a través del puente, mientras otras personas caminaban por las partes oscuras, cual aparecidos en las tinieblas de la noche. Matías y los demás, no habían reparado absolutamente en ello. De todas maneras sea lo que fuere, ellos permanecían enfrascados en sus propios pensamientos, sin saber realmente las posibles consecuencias.
     – ¡Yo iré primero! – volvió a decir Matías ahora en voz baja, sintiéndose seguro de sus palabras; mientras tanto, todos fijaron la mirada con una especie de calmada insistencia en el primer auto estacionado y muy cerca.
     – ¡Vamos todos! – dijo Nemesio, mientras sostenía fuertemente a su hermano menor con una de sus manos, permitiéndole caminar con un aspecto sumiso y doblando ligeramente la espalda, como hacían los demás, para no dejarse ver.
     – ¡Sí! – dijo Victoriano asintiendo con la cabeza.
     Nemesio avanzaba encorvado junto a Camilo, como en una connivencia de siempre, aunque no perpetuamente; aunque, la abuela de éste despreciaba y denigraba a Nemesio, expresándose con las peores palabras y tildándole de hijo de puta.
     Estaban juntos y sin darse cuenta, eran guiados por Matías, quien volvió a decir insistentemente:
     – ¡Yo seré el primero!
     A toda prisa, se encontraron rodeando el primer automóvil, casi agachados y curvando las espaldas. Expresivamente, abrieron los ojos al mirar los maletines deportivos sobre los asientos gamuzados. Al instante, tomaron una posición genuflexa para acomodarse mejor y mirar a través del cristal de las ventanas. Alguien lanzó un grito que más parecía un grito de guerra en el silencio, mientras retorcía sus manos. La misma vehemencia en la mirada inquieta por un instante del mayor, así como, del que parecía ser el más pequeño del grupo. En el más grande, despertaba aún más sus instintos innatos de posesión. El hermano menor de Nemesio y a veces con su cándida expresión, sin quererlo andaba a la husma.
     Nadie había advertido en realidad quien sería el indicado para abrir el vehículo, aunque sin pensarlo mucho, todas las manos intentaban abrirlo por todas sus puertas. Claro, tenía que ser Matías, el primero en conseguir abrir una de las puertas desde donde se encontraba. Victoriano miraba como Matías se deslizaba hacia el interior, con movimientos lentos y rápidos al mismo tiempo. Camilo también procuraba ingresar después de él, e intentaba empujarlo un poco; mientras desde el otro extremo Nemesio, junto a su hermano menor, hacían esfuerzos para abrir la otra puerta.
     – ¡Aquí tienen uno! – dijo Matías de pronto, casi gritando y meneando la cabeza enfáticamente, mientras apoyaba sus rodillas sobre el asiento trasero y pasaba el maletín casi sobre su hombro izquierdo.
      – ¡Es mío! – respondió Camilo, sujetándolo fuertemente y con seguridad; para pasárselo luego a Victoriano, quien se encontraba a su costado.
     – ¡Otro más! – volvió a gritar Matías más despacio que antes, mientras volvía la mirada brevemente para inspeccionar las demás partes del automóvil.
     En esas circunstancias, todos parecían tener sobre su rostro una expresión atónita, mezclada extrañamente con una sensación de perplejidad y vacilación, miedo y coraje.
     De pronto, se escuchó la misma voz gritar, y ahora casi sin entonación:
     – ¡Vamos hacia el otro automóvil!
     En un segundo y sin que nadie hubiera podido detenerlos, se acercaron con la mirada fija. Camilo y Victoriano, sostenían ya los primeros dos maletines, manteniéndolos fuertemente pegados sobre su pecho. Matías estaba en una de las puertas parpadeando y mirando a través de una ventana hacia el interior. Nemesio detrás de él, junto a su hermano menor, a quien cogía con una de sus manos, aunque daba la impresión que le molestaba. Alguien del grupo logró mirar en un momento sobre su entorno, divisando a dos personas que transitaban muy cerca, no importando en absoluto y más bien, mostrando una mueca de incomodidad hacia ellos y a la distancia. Las personas se miraron mutuamente y sin dilación menearon sus cabezas, como a un mismo ritmo. Después de todo, uno de ellos se dio cuenta que uno de los niños contraía uno de sus puños en alto.
     – !No molesten! – volvió a gritar Matías de buenas a primeras al advertir la cercanía de ellos, con una voz lo más chillona; con todo, les dirigió una mirada desdeñosa.
     – !No jodan! – respondió Camilo como su eco y con el mejor aplomo, para proseguir con lo que habían empezado.
     La puerta cedió al forcejeo de Matías, y Victoriano vio cuando guardaba algo así como un desarmador entre sus bolsillos. De nuevo, otro maletín de diferente manufactura estaba entre sus manos y se lo entregó a Camilo, quien era el más próximo.
     En medio de la penumbra de la alameda, se escuchó el correr de los niños sobre el piso y el murmullo también de varias voces a la vez, al decirse uno al otro cuál sería el sitio exacto para llevar las cosas. Hasta ese momento, nadie lo había pensado. Era la primera vez en que empezaban algo juntos. ¿Adónde irían? ¿En qué lugar guardarían lo robado? ¿Robado? No habían advertido la gravedad de los hechos. Procedían instigados por malas inclinaciones.
     Nunca más supieron de la familia de Eduardo y sus amigos. Posiblemente les hubiera gustado mucho dejar a uno de ellos muy cerca de donde se produjeron los hechos, para después saber de las palabras de impresión de los hombres y mujeres asistentes a la fiesta, tratando de encontrar una explicación.
     Matías fue el primero en disfrutar del hecho y, de manera natural, sintió venírsele algo a la boca. Todo parecía un deleite mientras corría calle arriba junto a los otros. Nemesio corría en zigzag llevando a su hermanito.
     Pegados a la pared y como si se hubieran puesto de acuerdo en la forma de actuar, se dirigieron hacia la casa de Victoriano. Miraban al portón como parte de su huida que duraría sólo unos segundos.
     Así, todos ingresaron en tropel por un zaguán hacia el patio de la casa vieja, para dirigirse por un callejón algo estrecho hacia el segundo patio, donde estaba la habitación. Casi en penumbras e iluminados por la suave tenue luz de la luna, el candado se abrió frente a las manos de Victoriano, ingresando aún en confusión y jadeantes.
     La gata de Victoriano caminaba pegada a las cajas viejas de cartón y aparentando ser muy meticulosa. Sus ojos vivos se clavaron en los de Victoriano, sintiendo su mirada profunda.

     La puerta había sido cerrada y asegurada con la barra de metal y los niños se acomodaron alrededor de la mesa, mientras uno se sentaba, para descubrir de a pocos el botín que no habían imaginado jamás. Y así, pusieron las cosas frente a ellos y en el centro de la mesa; mientras Matías, demostrando una maestría con sus brazos, acomodó las mangas de su camisa, pensando en ser muy cuidadoso con lo que vendría después.