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El niño
que se convirtió en policía
Unos
días después llegó el relevo del comando. Vino sobre un camión repleto de unas
cincuenta personas, que se dirigían hacia una feria dominical en el pueblo de
Layo. Al bajarse y tomar el maletín entre sus manos, lo primero que observó fue
la iglesia y se paró en el centro de la plaza para contemplarla y hacer una
oración. Luego, al mirar a su alrededor, divisó la imponente cumbre de la
cordillera y la impresionante laguna junto al pueblo; aunque no era muy grande
en comparación con otras lagunas, el paisaje se volvía especial y algo frío.
Le
habían asignado para quedarse por dos años, siendo su primera experiencia como
policía, y hacía muy poco que había salido de la escuela. Estaba dispuesto a
cumplir con su trabajo, ya que se había esforzado por conseguir otros empleos y
ninguno resultó. De todas maneras, pensaba en la alegría que sintió su madre,
al enterarse que había sido admitido en la guardia nacional. Recordó sus
últimas palabras al momento de partir.
–
Cuídate hijito – dijo la madre.
– Por
supuesto, madre.
– ¿Me
escribirás?
– Sí
– dijo el muchacho –, te escribiré cada semana.
–
¡Muy bien! – exclamó ella, mientras abrazaba a su hijo tiernamente, porque se
había convertido en un hombre –, esperaré tus cartas.
Ahora,
estaba en un pueblo nuevo que sería parte de su vida. Tenía la esperanza de
volver pronto por unos días para ver nuevamente a su madre y a su abuela que
extrañaba; aunque estaba seguro que, de comportarse y cumplir bien sus
funciones, podría solicitar en su primer cambio, volver a la ciudad.
Parecía un pueblo solitario, y en medio de la plaza, distinguió a unas
dos mujeres que vendían a esas horas de la mañana, mientras que, el camión
donde había venido, proseguía su marcha al vaivén del movimiento del camino y
la inercia de la gente que viajaba conjuntamente con su carga. Algunos perros
huesudos, caminaban con las fauces pegadas a la tierra.
Tomó
el maletín entre sus manos y se dirigió hacia el puesto resuelto, para
presentar los correspondientes documentos que le asignaban para ese lugar;
aunque naturalmente también, le estaban esperando.
Luego
de las presentaciones del caso, pidió permiso para ir de inmediato a la iglesia
y dar gracias a Dios por su familia y
por la asignación en ese lugar. Estuvo largos minutos en silencio y
encontrándose consigo mismo, recordando en un instante todo lo bueno que había
tenido desde muy niño, aunque sin lugar a dudas, sentía todavía el vacío por no
conocer a su padre. Vino a su mente en el acto, cuando muchas veces siendo
niño, corría por las calles al escuchar el grito ensordecedor de su madre.
Aunque habían pasado algunos años, la memoria recordaba permanentemente las
palabras, y nuevamente la voz:
–
¡José León! ¡José León!
Y
volvía a correr como un loco, con los ojos abiertos y la saliva entre los
labios, tratando de llegar lo antes posible hacia su casa, y soportar el
jalonear de las manos de su madre sobre sus cabellos.
José
León se había convertido en policía.
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