martes, 26 de julio de 2016

Héctor, el niño apacible


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 Héctor, el niño apacible

    La edad de Héctor lo mostraba apacible. Los trece o catorce años que representaba lo tornaba en un niño todavía, porque en los pueblos del campo, muchas veces la gente conserva el espíritu de siempre, inmutable al tiempo.
     Vivía en Ayaviri, el mismo pueblo donde había nacido, y acompañaba a su madre todo el tiempo, porque era el sentir y la esencia de su vida. Sus hermanos también llenaban su espacio y no había lugar para más.
     Isabelita se sentía orgullosa de tener un hijo tierno y sano. Algunas veces, mientras acompañaba a su madre en la plaza del pueblo, le gustaba ir hacia la puerta de la iglesia y desde allí contemplaba a su madre tiernamente y también el horizonte. Miraba con un aire de contemplación por encima del tejado de las casas, y veía el sol deslizarse como un suave movimiento sobre las aguas de un naciente río. No obstante, algo en la mirada de Héctor reflejaba cierta incertidumbre. A su edad, había empezado a pensar en los destinos de su familia. No podía expresarlo en forma espontánea, porque no encontraba las palabras adecuadas, pero el alma le anunciaba algo sobre sus percepciones naturales.
     Su padre dejó de venir por mucho tiempo y no recordaba el día en que le había visto por última vez. A veces, el tiempo daba la impresión de ser solamente un año y, otras veces, parecía una eternidad.
     Trataba de comprender el momento que estaba atravesando, junto a su madre y hermanos, obligándoles a trasladarse de un lugar a otro, en una búsqueda incansable de un lugar para vivir.
     Al mirar hacia el horizonte, había empezado a experimentar una sensación de extrañeza, porque comprendía que, poco a poco el destino era diferente. Ahora y con calma, el mundo se abría a sus ojos y a la mente también. Había lo desconocido aún presente, como gotas de rocío permanentes en un amanecer.
     Un impulso intrínseco lo trataba de mover, aunque la esencia de su interior lo mantenía contemplativo, con los pensamientos encadenados uno al otro, aunque, cada eslabón parecía muy diferenciado.
     Así, cada mañana y antes del amanecer, veía a su madre preparar la comida para la venta, pelando con el pulgar de la mano derecha las incontables papas y el chuño, de tal manera que el tiempo y la vida habían dibujado como un canal negro debajo de la uña, penetrando disimuladamente hasta la profundidad de la piel.
     Desde la escuela, también miraba el horizonte y a veces sus pies, viéndose descalzo a pesar de su edad, al igual que su madre y hermanos. Se habían acostumbrado a pisar la tierra seca y húmeda a causa de la lluvia. Un buen día, se sintió muy afortunado, porque su madre le había regalado unos zapatos usados y más grandes.

     Una tarde, alguien conocido de su madre se interesó por él, para llevárselo hacia otros destinos y enseñarle cosas nuevas; sin embargo, dicen que el destino está escrito y no fue posible. Pero, estaba su madre y la sentía más orgullosa cada día, por el hijo precioso que había traído al mundo, en medio del campo, la cordillera, las llamas y el ganado.     

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