martes, 5 de julio de 2016

La mano misteriosa

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 La mano misteriosa

          Apenas se escondió el sol, Matías alcanzó a treparse tranquilamente por la baranda de un camión que se encontraba estacionado. Estaba cubierto con una lona muy grande y había sido amarrada por diversos extremos, dándole seguridad. A Victoriano le pareció muy fácil verle subir y tomarse todo el tiempo para desatar una de las cuerdas. Realmente le vio con una cara de atrevimiento, aunque más de osadía, como si estuviera diciendo por medio del semblante, que nada le detendría.
     Claro, Victoriano también siguió y vio que Matías tomaba una caja de tomates con mucha dificultad, mientras le pedía ayuda para sostenerlo. Así, con cuidado bajaron la caja, dejándola sobre la vereda. Matías volvió a subir por un segundo cajón a pesar que algunas personas transitaban y no le importó realmente ser visto.
     El segundo cajón lo sintieron más pesado y, al momento de bajarlo muy pegado a la baranda, se les escapó de las manos y cayó sobre el piso, quebrándose ligeramente por uno de sus vértices.
     Ambos se miraron asustados, mientras algunos vehículos parecían subir pesadamente por la calle para proseguir su marcha. Tres personas miraron inquietas y uno trató de decir algo; en seguida, prefirió alejarse del lugar cogiéndose la cabeza con la diestra y frunciendo el ceño.
     La noche se sentía fresca y los dos saltaron hacia la vereda a la misma vez desde donde se encontraban, para volverse a mirar una vez más. Tenían una caja llena y otra que había caído volteada sobre la vereda con algo de hierba como si fuera pasto, rodando algunos tomates sobre la calle y estrellándose otros contra el piso.
     Estaban por huir en ese instante y con todas sus fuerzas, y se detuvieron ambos en el primer intento, cruzando sus miradas por enésima vez. Se sintieron confiados de actuar conjuntamente, mostrando Matías el temple y el carácter para continuar con la faena.
     Ambos volvieron a auscultar el terreno en diferentes direcciones. Matías fue de la idea de tomar el primer cajón y esconderlo en la habitación de Victoriano. Lo tomaron con resolución y haciendo un gran esfuerzo por el peso, cruzaron la calle hacia el primer patio de la casa vieja, y luego, hacia el segundo.
     Volvieron rápidamente con la respiración agitada hacia la calle, permaneciendo por unos segundos junto a la puerta principal. Al mirar hacia la derecha y después hacia la izquierda, percibieron el contexto casi en penumbras, por el débil alumbrado eléctrico. Prontamente, con mayor decisión, se acercaron hacia el camión y con cierta incomodidad tomaron lo poco que había quedado de la segunda caja.
     Habían llegado a una situación resolutiva, en la que ya no importaba si la gente transitaba cerca de ellos. Naturalmente, estuvieron con suerte al no ser vistos por el dueño de la mercancía, caso contrario y con toda seguridad, se hubiera presentado una situación muy diferente. Tomaron el cajón y volvieron a guardarlo.
     Al volver por tercera vez, observaron la cubierta de lona entreabierta e incluso Matías luego de subirse, se encargó de acomodarla lo mejor posible, dando la impresión que no hubiera sucedido nada; aunque, al mirar con detenimiento, cualquiera conocedor de la carga, se hubiera preguntado y de inmediato, por ciertas irregularidades visibles. De todas maneras, al verse casi libres de responsabilidad y junto al camión, miraron una mancha muy notoria y pegajosa sobre la vereda. Daba la impresión que aumentaba de tamaño, sintiéndose inquietos y comprometidos una vez más.
     Claro que hubiese sido preferible desaparecer del lugar, pero la agilidad mental de Matías no fue eficaz. Levantó una mano y se tocó la cabeza. La volvió a levantar de nuevo y movió el pulgar y el índice, mientras miraba sobre la vereda. Bajó la mano de inmediato al escuchar exactamente frente a él, el cerrar de una ventana de madera. El sonido fue muy fuerte por la cercanía y los dos creyeron sentir sus cabellos crisparse. Ambos volvieron sus ojos sobre la ventana y distinguieron una sombra oscura y en movimiento, precisamente sobre una cortina blanca. Los dos miraron la sombra alejarse y respiraron más calmados, de pronto, la vieron crecer más y se fueron convirtiendo en dos inmensas. Sin darse cuenta, encogieron su cuello lo más rápido posible. La respiración y el pulso aumentaron, cuando vieron la sombra de una mano deslizarse sobre una de las cortinas para abrirla. Observaron claramente la mano y no le encontraron el dedo medio. Prácticamente lo tenía cercenado. ¿Qué vecino tenía una mano igual? ¿Sus sentidos eran engañados? No recordaban de persona alguna con una mano parecida; después, lograron ver la otra mano completa y con sus cinco dedos. Estaban por desistir de más cuestionamientos y preocupaciones para luego abandonar el lugar, y en ese instante sintieron volver el alma al cuerpo, al ver desaparecer las sombras totalmente.
     Se quedaron mirando por un momento más y Matías abrió la boca, más y más, como pasmado y en éxtasis. No podía dejar de mirar las cortinas blancas y Victoriano tuvo que tocarle en uno de sus brazos para hacerle comprender que tenían que irse. No fue así. Todo presuroso, Matías creyó tener la mejor idea de esa noche y corrió hacia el interior de su casa en búsqueda de una manguera para poder limpiar con agua toda la calle, si fuera posible. Así, salió arrastrando una pesada manguera negra y la estiraba más de lo que podía con mucha celeridad. Volvió a ingresar y conectó la manguera a una salida de agua y de pronto se vio regando las llantas del camión, la mancha oscura sobre el piso, la vereda y diez metros más abajo y diez metros más arriba. Algunos caminaban y seguro que se preguntaban al momento de pasar, por lo que estaba sucediendo. Matías seguía con el agua y sobre su rostro se dibujó una sonrisa. Levantó la vista hacia la ventana y todo parecía normal. Victoriano le miraba simplemente, dejándole largos minutos en plena calle.
     Al día siguiente muy temprano, Matías apareció tocando la puerta de Victoriano con toda la palma de la mano para decirle que, por la tarde y después de las labores escolares, irían a vender los tomates en las siguientes cuadras.
     Esa tarde, los dos se vieron cargando la caja y algo más de tomates con mucho esfuerzo; aunque después, luego de la primera visita hacia un vecindario, la pesada carga disminuyó poco a poco, hasta venderlos totalmente.
     Hasta se habían olvidado del camión y al volver hacia la calle principal, esta seguía húmeda y muy limpia; aunque, al pasar por debajo de la ventana, recordaron la sombra una vez más.

     

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