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La primera travesura
Una
noche, Victoriano estaba a un costado de la puerta principal de la casa,
mirando hacia el puente por un largo rato. El puente parecía mágico, porque a
través de él, se llegaba y descubría muchos sitios importantes. Victoriano se
apoyaba muy tranquilo a un antiguo poste de madera que servía para el alumbrado
público. Las últimas personas transitaban y algunos automóviles se desplazaban
pesadamente por la calle, al tener una ligera pendiente.
Como
algo inusual, observó que Matías salía de la casa de enfrente y encaminó sus
pasos hacia él, diciéndole con una mirada sospechosa:
–
Tenemos que hacer algo.
Percibió algo extraño en el tono de sus palabras y en el brillo de sus
ojos por unos instantes y luego lo olvidó, ya que él volvió a comentar sobre
Lucía como lo hizo un día empleando las peores palabras. Era execrable. Sus
particularidades de niño afloraban como tomando vida, en actitudes, lenguaje,
gestos y formas de ser. De esa manera, Matías tenía formada parte de su
esencia.
Matías parecía más inquieto por alguna
incertidumbre. Dirigía la mirada hacia arriba y hacia abajo, girando la cabeza
con incomprensible obstinación. El resplandor de las bombillas eléctricas de la
calle era visible, aunque pálidamente. Matías, al parecer, trataba de escrutar
dos o tres automóviles que se encontraban estacionados hacia el costado derecho
de la calle. Luego, fijó sus ojos en uno de ellos, diciendo:
–
Imagino que habrá algunas herramientas y la gata del vehículo.
–
¡Oh! – atinó a exclamar Victoriano, no estando seguro de lo que escuchaba.
–
Tengo un desarmador y un pedazo de alambre – dijo Matías, mientras tanto los
mostraba con cuidado.
–
¿Abrirás la maletera? – interrogó Victoriano.
–
Exacto – contestó Matías con cierta expresión enconada –, me tienes que ayudar
y podemos vender después las cosas a un buen precio. Conozco a uno que le puede
interesar.
–
Algunas personas aún caminan por la calle – afirmó Victoriano, señalando
disimuladamente en diferentes direcciones.
– A
ellos, no les interesa – sentenció Matías, no estando dispuesto de advertir
tales sutilezas, y manteniendo la seguridad en el tono de su voz; aunque al
mismo tiempo, sentía mucha vacilación.
De la
puerta principal, desde donde se encontraban, subieron aproximadamente diez
metros más y trataron de ocultarse bajo el dintel de una puerta cerrada. Los
dos se encontraban frente a una fechoría, sin poder percibir las consecuencias
inmediatas. Todo resultaba más decisivo aún, a esas horas de la noche. Uno de
ellos contaba con unos cuantos años más; con todo, la edad no le daba plena
capacidad de raciocinio sobre sus actos.
Victoriano sintió la necesidad de acompañarle, aunque no sabiendo
exactamente por qué. Tenía que hacerlo, aún perdiendo toda previsión. En esas
circunstancias, al volver a escucharlo, se sintió persuadido y finalmente
seducido sobre sus intenciones. Pero, aún así, quiso huir y desistir de su
propósito, probablemente librarse y clamar esforzadamente. Sin embargo, sonrió
y tembló de coraje, permaneciendo junto a él, sacando fuerzas de flaqueza, para
asumir una nueva actitud. Así, se sintió llevado en volandas, con inusitada y
excitada alegría. Principalmente, esto último le había disuadido de su miedo,
transformándose en vital osadía.
Victoriano percibió todas las facciones de Matías en un segundo y tomó
de esa energía el valor que necesitaba. De pronto y sin haberlo pensado más,
cruzaron la calle en dirección de un automóvil moderno y se agazaparon detrás
de él. Algunos autos aún subían provenientes del otro extremo de la Gran
Ciudad, y a lo lejos se percibía el movimiento de una persona. Matías, que daba
muestras de su destreza, introdujo con cuidado un desarmador por la cerradura
de la maletera y la forzó suavemente; entre tanto, levantaba los ojos para ver
la cercanía de alguien, mientras le dirigía también, una mirada amistosa a
Victoriano. A él, le pareció espantosa e hizo alguna mueca de incredulidad,
sintiéndose partícipe de algo desconocido y emocionante a la vez. No era capaz
de describir fácilmente todas las sensaciones que envolvieron su mente, al ver
a Matías, manipulando hábilmente la herramienta con sus dedos. Resultó mucho
más fuerte, cuando la maletera cedió a los intentos y el contenido de su
interior se mostró a los ojos ávidos de deseo por el robo y la curiosidad de lo
nuevo.
La
llave de ruedas y la gata, fue lo primero que buscó Matías en medio de unos
sacos viejos. La habilidad con sus manos le hizo diestro también en esa
búsqueda. Sin haberlo sospechado, Victoriano advirtió que Matías le alcanzaba
la gata y no tuvo más remedio que recibirlo en una de sus manos, sintiendo
ligeramente su peso. Al mismo tiempo, hizo un esfuerzo por mirarle claramente,
y se aterrorizó al verle removiéndolo todo y sujetando entre sus manos varias
cosas más.
Tenían el botín entre sus manos y varios trapos viejos cayeron sobre el
piso, dando la impresión de un gran barullo. Un automóvil pasó junto a ellos,
sonando como un silbido, y ambos permanecieron contemplándolo, vacilantes
todavía, mientras se perdía en el otro extremo de la calle. Matías logró juntar
la puerta con la mayor rapidez posible, asimismo, empujaba los trapos debajo
del automóvil con uno de sus pies, presuroso. Ambos dieron el primer paso para
correr atropelladamente, aunque, sintieron que lo hacían lentamente, al darse
cuenta que una persona que transitaba por el lugar, movía suavemente la cabeza
con pesar.
¿Hacia dónde corrían? Victoriano no recordaba si habían conversado sobre
eso. Es que, ¿Matías ya lo sabía?
Simplemente, bajaron unos metros en estampida y los dos se vieron
ingresando hacia la casa vieja, como si lo hubieran acordado antes. Atravesaron
ruidosamente la puerta principal hasta el primer patio, pasando muy cerca de
las habitaciones de la señorita Anselma, que aún eran alumbradas externamente
por el resplandor de una tenue luz; dirigiéndose luego, hacia un callejón
angosto y empedrado, que llegaba hasta la puerta de la habitación de
Victoriano. Buscó las llaves con esmero entre sus bolsillos, y retrocedió un
paso, incrédulo, al fijar sobre su mente la imagen de Gerónima. Después de
atravesar el umbral, y aún reprimiendo un gesto, los dos se vieron juntos, en
complicidad, con todas las cosas entre sus manos.
Nadie
lo había previsto, sin embargo, terminaron viéndose los ojos saltones y
buscando instintivamente algún lugar para seguir escondiendo lo robado.
Encontrando luego, el mejor sitio, junto a las cajas de cartón y unos papeles,
que se encontraban casi en una esquina de la habitación.
–
Mañana veremos a quién vendemos estas cosas – afirmó Matías, entre tanto, se
despedía casi presuroso, como queriéndose librar de todo ello.
¿Por
qué habían corrido en dirección de su casa? ¿Por qué se quedaban las cosas
robadas con él? Victoriano no encontró respuesta alguna a tales interrogantes,
y a otras que, afloraron de su mente. Llegó incluso a no comprender lo que
había pasado y se dijo a sí mismo, que hubiera sigo mejor llevar todas las
cosas hacia donde vivía Matías, allí tenían un gran depósito y muchísimos
lugares, hasta para esconderse uno mismo.
Por
un momento, apartó sus ojos y su pensamiento de todo eso, cuando la vio a ella;
y, recobró su sonrisa al contemplarla por largos minutos, acariciándola
suavemente, mientras le decía:
–
Minina, mininita…
Parecía que los días pasaron presurosamente y las herramientas
continuaban como esperando, en medio de cartones y papeles. Ya para ese
entonces, Victoriano había olvidado por completo esa circunstancia. Una mañana
y en su puerta, apareció Matías aparentando estar de prisa, aunque por la
vocalización de sus palabras y por su mirada, más daba la impresión de estar
desesperado, mientras decía casi en voz baja y atropelladamente, moviendo el
labio inferior nerviosamente:
– Un
conocido quiere comprar la gata y la llave de ruedas. Está esperando desde ayer
y con el dinero en la mano. Necesito urgente ese dinero para entregarle a…
– ¿En
este momento? – interrumpió Victoriano.
– Sí,
sí, – respondió Matías, mientras pasaba una de sus manos con los dedos abiertos
por su frente, y musitaba con la mirada perdida hacia el vacío: es para ella.
– Muy
bien – asintió Victoriano –, aquí deben estar.
–
Pediré un buen billete… – afirmó Matías, volviendo a pasar ahora ambas manos
por su frente, agregando luego y balbuceante: – Creo que es todo lo que
necesito, además estoy seguro que es un buen precio.
Victoriano no supo que responder, ni tenía la menor idea aproximada de
lo que podría costar la gata, ni estaba interesado en conocer alguna
estimación.
– Le
dije que la tenía guardada en tu casa – afirmó Matías más inquieto y mirando
hacia todos los rincones –, y creo que se sorprendió un poco. Lo bueno es que
no me hizo preguntas estúpidas; aunque, su mirada fue muy especial.
Salieron de la habitación en silencio y Matías sostenía la bolsa. Sus
primeros pasos por el pasillo fueron tranquilos. Entre tanto, Victoriano trató
de imaginarse todas las palabras que probablemente habría empleado Matías para
contar y justificar plenamente la posesión de la gata. Aunque creía no tener
nada que temer, algunos pensamientos comenzaron a invadir su alma y por un
momento se sintió formando parte de algo incorrecto, cuestionándose en el acto
e interrogándose repetidamente. ¿Tendré el valor de acompañar a Matías hasta
donde se encuentra el hombre? ¿Podré mirarle la cara sin sentir culpa alguna?
¿Estoy demostrando mi complicidad?
Al
salir de la casa, Matías cruzó la pista resuelto con la bolsa negra entre sus
manos. Victoriano, simplemente no pudo hacerlo. Se quedó sobre la vereda,
inmóvil y junto al poste de madera, mientras ladeaba su cabeza.
El hombre
esperaba con una impaciencia perceptible y sus ojos se abrieron mientras
retorcía sus manos vigorosamente. Expresaba codicia en el brillo de sus ojos y
en la forma de la comisura de los labios, al querer sonreír frente a un
imaginado y supuesto botín. ¿Lo sabía? ¿El ser adulto le daba la capacidad de
entenderlo de esa manera?
Victoriano volvió sobre sus pasos, no sin antes ver la alegría de Matías
al entregar la bolsa y recibir también una expresión de complicidad,
conjuntamente con un billete maltratado por el tiempo.