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La guerra sangrienta
Durante las primeras horas de una mañana y como si el día estuviese
iluminado por un rayo de sol más intenso, Victoriano se vio construyendo en el
mejor lugar del patio, dos fuertes muy similares, uno frente al otro.
Al
momento de sostener un trozo de madera en forma inclinada ante sus ojos,
dirigió la mirada lo más agudamente posible hacia otros detalles, contemplando
las maderas viejas y unas cuantas piedras de regular tamaño que servirían a
manera de columnas y fornidos muros rocosos. Algunos soldados de plástico se
veían vigorosos, y dispuestos al ataque con agilidad y violencia; mientras que,
otros de plomo, se mostraban fuertes por la constitución de sus músculos, y por
sobrellevar con facilidad lo que a otro agobiaría.
Todos
ellos formaban dos batallones que se enfrentarían en una guerra despiadada
hasta la muerte. Por un lado, la unidad militar era dirigida por un teniente
coronel, y por el otro, por un comandante.
Había
que jugar con lo que había creado la sociedad contemporánea. Y el
enfrentamiento de dos ejércitos, a menudo con un plan determinado y una
organización de conjunto, estaban frente a las pupilas de Victoriano. El
sistema de televisión había llegado a los países latinoamericanos, con sus
imágenes en blanco y negro, mostrando las mejores películas y los cruentos
combates entre alemanes y americanos.
La
segunda guerra mundial había calado profundamente en la conciencia de la gente,
como una espada escondida y se escuchaba también que, seguían librándose otras
batallas sangrientas y muy significativas. Los medios de comunicación,
presentes en la realidad, repetían hasta el cansancio que la democracia era
quien vencía. Victoriano no entendía de la complejidad de las relaciones
internacionales, incluidas las políticas y económicas. Desde luego, la guerra
estaba presente en los confines del mundo, destruyendo ciudades con un
bombardeo incesante, pretendiendo incluso aniquilar y reducir a la nada, la
vida de hombres, mujeres y niños.
Victoriano permaneció largo rato mirando todos los pertrechos que había
dispuesto, y sus ojos parecieron perderse a través de las fortificaciones y
construcciones que se veían muy rústicas. La diversidad de armas consistía en:
víveres imaginarios y forraje para la manutención de soldados y caballerías,
municiones de guerra compuesta por pilas usadas, palos de madera de las escobas
viejas, piedras, cartones y papeles. Sus soldados volvían a enfrentarse
nuevamente, y eran los mismos que habían participado en mil batallas. Algunos
habían sufrido mutilaciones sangrientas en el fragor de la lucha; y así,
lisiados e inválidos, estaban dispuestos una vez más, a empuñar las armas. A
otros, les habían cercenado la cabeza por lo despiadado y bárbaro de los
enfrentamientos. Se podía ver aún los restos, vestigios y fragmentos, de las
ráfagas de fuego que habían caído a manera de bombas incendiarias de los
lapiceros quemados. Siendo así, había caído el plástico caliente y encendido,
desde los aviones imaginarios y de alta tecnología, sobre la cabeza y el cuerpo
de los soldados; derritiéndose paulatinamente estos, hasta quedarse sin un
brazo o alguna pierna, y desintegrándose otros. Casi siempre, los cuerpos
despedían humo negro, muy desagradable y volátil, característico del plástico quemado.
Por
lo general, en el campo de batalla no participaban vehículos de combate, y si
alguno entró en acción, corrió la misma suerte de todo lo que aconteció con los
soldados. Una tarde llegó a sus manos, un hermoso patrullero de metal y un
camión perteneciente a un zoológico, mostrando sobre él, dos tigres amansados.
De inmediato, pasaron a formar parte de la acción bélica y, en medio de la
lucha, terminaron incendiados con papeles y cartones. Aún en ese estado,
volvieron a participar después.
Victoriano representaba a las dos fuerzas
militares y se posesionaba en una de ellas, conjuntamente con el teniente
coronel, planeando el ataque y lanzando proyectiles con sus manos directamente
hacia el fuerte contrario. Después de los destrozos que había ocasionado,
ocupaba la posición de mando del otro grupo de soldados y, ahora con el
comandante, hacía uso de proyectiles más pesados, como piedras, pedazos de
madera y pilas inservibles, simulando ser lanzados por cañones de largo
alcance. De esa manera, intercambiaba estrategias de guerra y pasaba de un
lugar a otro. Cuando llegaban los aviones con sus bolas de fuego, el ataque se
dirigía hacia todos en general. Hacia el final del combate, a veces daba la
impresión que algunos soldados querían gritar o morderse la lengua, aunque al
parecer, muchos se quedaban con la maldición en una mueca retorcida y al borde
de sus labios.
Después de dar por finalizada la guerra, los combatientes terminaban
sobre el piso, humeantes; mientras que los fuertes quedaban totalmente
destrozados a consecuencia de la lucha despiadada.
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