jueves, 26 de mayo de 2016

¡No te juntes con ese niño, es un hijo de puta!

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 ¡No te juntes con ese niño, es un hijo de puta!

     Nemesio, había empezado y sin querer a caminar cabizbajo mirando hacia el piso, como pensativo; y, comenzó a darse cuenta que, el policía con la sonrisa a flor de labios que visitaba frecuentemente a su madre, no significaba nada para él. Así y todo, advirtió que su madre se mostraba encantada, contenta y gozosa cuando los dos se encontraban; distinguiendo posteriormente, al mirar sus pómulos salientes y observar detenidamente el color de su piel, el reflejo de una tristeza muy disimulada,
     Cada día y especialmente al despertar, se sentía intensamente afectado por eso; aunque y sin saberlo en realidad, creyó ser una coincidencia y trataba de confirmar a sí mismo sus percepciones. Nunca lo supo, hasta después de alcanzar la mayoría de edad, que su descuidado espíritu había trabajado para crear todos los efectos contrarios a tales sensaciones. Cualquier observador se hubiera dado cuenta del cambio súbito e inmediato.
     Hablaba lo menos posible con las personas mayores que vivían también en la calle principal, porque un día que le pareció diferente a todos los demás, distinguió en la mirada furtiva y no muy discreta por cierto de algunas mujeres, algo así como una mezcla de consuelo y rechazo. Nunca supo desde cuando exactamente, se había iniciado tal comportamiento inusual; lo cierto es que, cuando estaba acompañado y sentía el cariño de su madre, algunas mujeres cercanas a la casa, clavaban sus ojos en el cuerpo de ella. No lo tenía muy formado, pero, constituía para el conjunto social representado en las mujeres, un delito flagrante.
     Nemesio se movía y vivía por ella, sabiendo que era la única y eso le bastaba. Había llegado a soportar las miradas oblicuas, e intencionalmente despreciables algunas veces; aunque también, sentía rabia por eso, cerrando una de sus manos muy fuertemente hasta formar lo que él consideraba un puño poderoso. Así, trataba de esconder siempre una de sus manos en uno de sus bolsillos, mientras sus dedos se cerraban de nuevo y paulatinamente. Algo le impedía comprender plenamente la razón de tales actitudes.
     El policía generalmente llegaba en noches silenciosas, que parecían cautivadoras. Se sentaba cómodamente en una de las pequeñas mesas que tenía su madre, cruzando las piernas y acomodándose el bigote negro y muy poblado. Un día le vio beber solo, hablando entre dientes y sonriendo con una mueca triste. Quiso hacerle señas para que cambie de rostro, y ¿si no lo hacía? ¿qué más decirle? Otro día, vio a su madre sentada junto a él, y le acompañaba bebiendo. Había advertido que, en ciertas ocasiones extremadamente alegres, ella prefería usar trajes oscuros que combinaban muy bien con sus medias negras.
     Se había acostumbrado realmente a observar todo eso con cierto interés, y de la forma en que tenía que vivir ahora y adelante. Sentía martirio cuando le pedía que se quede muy cerca de ella, porque algunas noches, la vio sentirse atemorizada, aunque no sabía exactamente por qué. ¿Temor por encontrarse sola y estar en medio de otros hombres? Había acondicionado en la trastienda y con mucho esmero un par de mesas, inicialmente con la intención de recibir al policía Leoncio; aunque después, alguien se enteró muy maliciosamente de ese lugar, en la que se podía beber un fin de semana y sin inconvenientes. Poco a poco, algunos fueron llegando; no obstante, el lugar se sentía vacío porque ambas mesas parecían solitarias, como destinadas a ocupar el mismo sitio predispuesto. ¿Por qué se sentía allí el ambiente solitario, estando incluso algunos hombres sentados alrededor de una de las mesas? ¿Por qué alguna persona se mostraba risueña, mientras sobre su rostro se dibujaba un gesto desagradable y grotesco? Una noche tranquila y cuando dormitaba de cansancio sobre un colchón en una de las esquinas de la habitación, escuchó una respiración fuerte y algo agitada; acompañada aún, de un murmullo quedo e imperceptible:
     – Señora…
     Abrió los ojos sin esfuerzo desde donde se encontraba y no los sintió cansados. Los tenía muy redondos y despiertos, como escuchando por ellos. Una de sus manos empezó a contraerse, como aumentando en cierta forma su energía, pero simultáneamente la sintió débil, como cayendo en un estado de lasitud.
     – ¡Por favor! – dijo ella, con tono suplicante y casi en silencio, bajando sus ojos suavemente como ocultándolos para no ser descubierta plenamente, mientras mordía con firmeza y acariciaba suavemente uno de sus labios con todos los incisivos superiores.    
     – Un momento más… – insistió el hombre, mientras la rozaba con sus manos.
     – ¡Aún no le conozco, no se sobrepase! – afirmó, mostrándose inquieta.
     – No es eso, yo estoy seguro que usted lo puede hacer conmigo, además, ahora mismo. No hay personas aquí. Puedo quedarme un poco más hasta que el niño se duerma – dijo el hombre.
     – ¡Pronto llegará alguien y prefiero que se retire a su casa! – dijo, ahora sí severa, mientras dejaba la mesa para dirigirse hacia donde se encontraba su hijo.
     Esa noche, así terminó todo y en los siguientes días, la mirada social se hacía presente en las mujeres que vivían muy cerca de la casa. Así, comprendió el significado de las miradas oblicuas y el murmullo de las voces que escuchaba a sus espaldas. Entonces, para no mirar hacia el cielo, como lo había hecho otras veces en busca de algunas respuestas, dirigía la mirada hacia el piso y con frecuencia. De ese modo, intentó dar respuesta clara a muchas interrogantes, y su mente no alcanzó a comprender todas las particularidades de la gente.
     Con el policía Leoncio muchas cosas cambiaron, hasta parecía que la vida misma sobrepasaba los marcos de la felicidad y la desgracia. Es como si estuviera siempre presente la dicha a flor de piel, y en forma simultánea, la formación militar dispuesta a dar el golpe mortal y despiadado. A veces, se presentaba con su vestimenta singular, viéndose gracioso por la barriga prominente, sin embargo, le daba un rango de superioridad y respeto.
     Nemesio no se sentía muy seguro, aunque a veces sí inquieto porque su madre se desbordaba en atenciones muy disimuladas. Había notado también con cierta frecuencia, que otras personas se interesaban en ella, escuchando algunas noches, expresiones llenas de dulzura, ya que su madre sonreía de contenta y ellos se mostraban muy dulces.
     Eso sí le gustaba a Nemesio, y había fijado en su mente ciertos rostros de alguna manera familiares que le complacían y mantenían tranquilo.
     Cuando creía estar dispuesto a dormir, aunque sin proponérselo realmente, ingresaba a una de las habitaciones interiores de la casa, y sabiendo que dejaba a la mujer de sus días con alguna persona a quien creía conocer muy bien, se imaginaba durante largos minutos el murmullo de la noche, y los diálogos imaginarios en medio del silencio apacible. Se tocaba la frente, los ojos, y sonreía al recordar las últimas risas espontáneas de la noche anterior. De pronto fruncía el ceño, y creía escuchar a lo lejos muy claramente una voz, considerándola luego de poca importancia. Cualquier persona hubiera advertido el movimiento suave de las córneas bajo sus párpados; no obstante, seguía despierto, como la última vez en que escuchó:
     – La mayoría del congreso esta contra el presidente y creo que la única salida que tuvo en las últimas reuniones, fue el convocar a nuevas elecciones municipales – afirmó el policía Leoncio conocedor de la problemática social, mientras apoyaba el codo derecho sobre una de las mesas, en actitud reflexiva.
     – Seguramente habrá mayor participación – dijo ella.
    – Considero que solo es una manera de controlar la efervescencia social, ya que el gobierno se había desprestigiado aún más en los últimos meses, por someterse al capital internacional – sentenció Leoncio, con la mayor seriedad posible, dejando la mesa para apoyarse ahora en el respaldo de la silla; mientras ella le contemplaba minuciosamente.
     – Pero, deja esa seriedad para otro tipo de reuniones, ahora estamos los dos solos – dijo suavemente y con una mirada extraña, que más parecía sensual.
     – Tienes razón, ahora nosotros somos importantes.
     – Claro amorcito – dijo ella, tragando saliva y mirándole a los ojos.
     La madre de Nemesio tenía algunas necesidades apremiantes y urgentes, porque algunas deudas anteriores la habían abrumado ostensiblemente, así, pensando que era una salida momentánea se embarcó en el negocio. Al inicio, nunca pensó que ella podría ser parte de la atracción; siendo así, siempre procuró conservar la mejor postura frente a las pocas personas que concurrían diariamente a su casa, teniendo la esperanza de formalizar un día su relación con Leoncio, para hacerla más seria y duradera.
     Nemesio aunque menor, se dio cuenta de la manera en que le trataban algunos niños, e intentó comparar sus rostros y expresiones, cuando les miraba de frente.
      Ellos se reían de la ocurrencia.
      A veces era tratado despectivamente, y ni qué decir de las mujeres que le miraban con desprecio. Una tarde escuchó a la señora Iguasia, abuela de Camilo diciéndole:
     – ¡No te juntes con ése, es un hijo de puta!

     El hermano menor de Nemesio, de unos siete años, prefería ocultarse de los ojos de la gente. Cuando estaba con su madre, algunas veces rabiaba, porque había empezado a percibir cierta energía que le ponía de mal humor. Entraba al dormitorio de su madre y permanecía allí por horas.

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