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¡No te juntes con ese niño, es un
hijo de puta!
Nemesio, había empezado y sin querer a caminar cabizbajo mirando hacia
el piso, como pensativo; y, comenzó a darse cuenta que, el policía con la
sonrisa a flor de labios que visitaba frecuentemente a su madre, no significaba
nada para él. Así y todo, advirtió que su madre se mostraba encantada, contenta
y gozosa cuando los dos se encontraban; distinguiendo posteriormente, al mirar
sus pómulos salientes y observar detenidamente el color de su piel, el reflejo
de una tristeza muy disimulada,
Cada
día y especialmente al despertar, se sentía intensamente afectado por eso;
aunque y sin saberlo en realidad, creyó ser una coincidencia y trataba de
confirmar a sí mismo sus percepciones. Nunca lo supo, hasta después de alcanzar
la mayoría de edad, que su descuidado espíritu había trabajado para crear todos
los efectos contrarios a tales sensaciones. Cualquier observador se hubiera
dado cuenta del cambio súbito e inmediato.
Hablaba lo menos posible con las personas mayores que vivían también en
la calle principal, porque un día que le pareció diferente a todos los demás,
distinguió en la mirada furtiva y no muy discreta por cierto de algunas
mujeres, algo así como una mezcla de consuelo y rechazo. Nunca supo desde
cuando exactamente, se había iniciado tal comportamiento inusual; lo cierto es
que, cuando estaba acompañado y sentía el cariño de su madre, algunas mujeres
cercanas a la casa, clavaban sus ojos en el cuerpo de ella. No lo tenía muy
formado, pero, constituía para el conjunto social representado en las mujeres,
un delito flagrante.
Nemesio se movía y vivía por ella, sabiendo que era la única y eso le
bastaba. Había llegado a soportar las miradas oblicuas, e intencionalmente
despreciables algunas veces; aunque también, sentía rabia por eso, cerrando una
de sus manos muy fuertemente hasta formar lo que él consideraba un puño
poderoso. Así, trataba de esconder siempre una de sus manos en uno de sus
bolsillos, mientras sus dedos se cerraban de nuevo y paulatinamente. Algo le
impedía comprender plenamente la razón de tales actitudes.
El
policía generalmente llegaba en noches silenciosas, que parecían cautivadoras.
Se sentaba cómodamente en una de las pequeñas mesas que tenía su madre,
cruzando las piernas y acomodándose el bigote negro y muy poblado. Un día le
vio beber solo, hablando entre dientes y sonriendo con una mueca triste. Quiso
hacerle señas para que cambie de rostro, y ¿si no lo hacía? ¿qué más decirle?
Otro día, vio a su madre sentada junto a él, y le acompañaba bebiendo. Había
advertido que, en ciertas ocasiones extremadamente alegres, ella prefería usar
trajes oscuros que combinaban muy bien con sus medias negras.
Se
había acostumbrado realmente a observar todo eso con cierto interés, y de la
forma en que tenía que vivir ahora y adelante. Sentía martirio cuando le pedía
que se quede muy cerca de ella, porque algunas noches, la vio sentirse
atemorizada, aunque no sabía exactamente por qué. ¿Temor por encontrarse sola y
estar en medio de otros hombres? Había acondicionado en la trastienda y con
mucho esmero un par de mesas, inicialmente con la intención de recibir al
policía Leoncio; aunque después, alguien se enteró muy maliciosamente de ese
lugar, en la que se podía beber un fin de semana y sin inconvenientes. Poco a
poco, algunos fueron llegando; no obstante, el lugar se sentía vacío porque
ambas mesas parecían solitarias, como destinadas a ocupar el mismo sitio
predispuesto. ¿Por qué se sentía allí el ambiente solitario, estando incluso
algunos hombres sentados alrededor de una de las mesas? ¿Por qué alguna persona
se mostraba risueña, mientras sobre su rostro se dibujaba un gesto desagradable
y grotesco? Una noche tranquila y cuando dormitaba de cansancio sobre un
colchón en una de las esquinas de la habitación, escuchó una respiración fuerte
y algo agitada; acompañada aún, de un murmullo quedo e imperceptible:
–
Señora…
Abrió
los ojos sin esfuerzo desde donde se encontraba y no los sintió cansados. Los
tenía muy redondos y despiertos, como escuchando por ellos. Una de sus manos
empezó a contraerse, como aumentando en cierta forma su energía, pero
simultáneamente la sintió débil, como cayendo en un estado de lasitud.
–
¡Por favor! – dijo ella, con tono suplicante y casi en silencio, bajando sus
ojos suavemente como ocultándolos para no ser descubierta plenamente, mientras
mordía con firmeza y acariciaba suavemente uno de sus labios con todos los
incisivos superiores.
– Un
momento más… – insistió el hombre, mientras la rozaba con sus manos.
–
¡Aún no le conozco, no se sobrepase! – afirmó, mostrándose inquieta.
– No
es eso, yo estoy seguro que usted lo puede hacer conmigo, además, ahora mismo.
No hay personas aquí. Puedo quedarme un poco más hasta que el niño se duerma –
dijo el hombre.
–
¡Pronto llegará alguien y prefiero que se retire a su casa! – dijo, ahora sí
severa, mientras dejaba la mesa para dirigirse hacia donde se encontraba su
hijo.
Esa
noche, así terminó todo y en los siguientes días, la mirada social se hacía
presente en las mujeres que vivían muy cerca de la casa. Así, comprendió el
significado de las miradas oblicuas y el murmullo de las voces que escuchaba a
sus espaldas. Entonces, para no mirar hacia el cielo, como lo había hecho otras
veces en busca de algunas respuestas, dirigía la mirada hacia el piso y con
frecuencia. De ese modo, intentó dar respuesta clara a muchas interrogantes, y
su mente no alcanzó a comprender todas las particularidades de la gente.
Con
el policía Leoncio muchas cosas cambiaron, hasta parecía que la vida misma
sobrepasaba los marcos de la felicidad y la desgracia. Es como si estuviera
siempre presente la dicha a flor de piel, y en forma simultánea, la formación
militar dispuesta a dar el golpe mortal y despiadado. A veces, se presentaba
con su vestimenta singular, viéndose gracioso por la barriga prominente, sin
embargo, le daba un rango de superioridad y respeto.
Nemesio no se sentía muy seguro, aunque a veces sí inquieto porque su
madre se desbordaba en atenciones muy disimuladas. Había notado también con
cierta frecuencia, que otras personas se interesaban en ella, escuchando
algunas noches, expresiones llenas de dulzura, ya que su madre sonreía de
contenta y ellos se mostraban muy dulces.
Eso
sí le gustaba a Nemesio, y había fijado en su mente ciertos rostros de alguna
manera familiares que le complacían y mantenían tranquilo.
Cuando creía estar dispuesto a dormir, aunque sin proponérselo
realmente, ingresaba a una de las habitaciones interiores de la casa, y
sabiendo que dejaba a la mujer de sus días con alguna persona a quien creía conocer
muy bien, se imaginaba durante largos minutos el murmullo de la noche, y los
diálogos imaginarios en medio del silencio apacible. Se tocaba la frente, los
ojos, y sonreía al recordar las últimas risas espontáneas de la noche anterior.
De pronto fruncía el ceño, y creía escuchar a lo lejos muy claramente una voz,
considerándola luego de poca importancia. Cualquier persona hubiera advertido
el movimiento suave de las córneas bajo sus párpados; no obstante, seguía
despierto, como la última vez en que escuchó:
– La
mayoría del congreso esta contra el presidente y creo que la única salida que
tuvo en las últimas reuniones, fue el convocar a nuevas elecciones municipales
– afirmó el policía Leoncio conocedor de la problemática social, mientras
apoyaba el codo derecho sobre una de las mesas, en actitud reflexiva.
–
Seguramente habrá mayor participación – dijo ella.
–
Considero que solo es una manera de controlar la efervescencia social, ya que
el gobierno se había desprestigiado aún más en los últimos meses, por someterse
al capital internacional – sentenció Leoncio, con la mayor seriedad posible,
dejando la mesa para apoyarse ahora en el respaldo de la silla; mientras ella
le contemplaba minuciosamente.
–
Pero, deja esa seriedad para otro tipo de reuniones, ahora estamos los dos
solos – dijo suavemente y con una mirada extraña, que más parecía sensual.
–
Tienes razón, ahora nosotros somos importantes.
–
Claro amorcito – dijo ella, tragando saliva y mirándole a los ojos.
La
madre de Nemesio tenía algunas necesidades apremiantes y urgentes, porque
algunas deudas anteriores la habían abrumado ostensiblemente, así, pensando que
era una salida momentánea se embarcó en el negocio. Al inicio, nunca pensó que
ella podría ser parte de la atracción; siendo así, siempre procuró conservar la
mejor postura frente a las pocas personas que concurrían diariamente a su casa,
teniendo la esperanza de formalizar un día su relación con Leoncio, para
hacerla más seria y duradera.
Nemesio
aunque menor, se dio cuenta de la manera en que le trataban algunos niños, e
intentó comparar sus rostros y expresiones, cuando les miraba de frente.
Ellos se reían de la ocurrencia.
A
veces era tratado despectivamente, y ni qué decir de las mujeres que le miraban
con desprecio. Una tarde escuchó a la señora Iguasia, abuela de Camilo
diciéndole:
– ¡No
te juntes con ése, es un hijo de puta!
El
hermano menor de Nemesio, de unos siete años, prefería ocultarse de los ojos de
la gente. Cuando estaba con su madre, algunas veces rabiaba, porque había
empezado a percibir cierta energía que le ponía de mal humor. Entraba al
dormitorio de su madre y permanecía allí por horas.
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