martes, 17 de mayo de 2016

Gerónima

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Gerónima
    
     Alrededor del primer patio de la casa vieja donde vivía Victoriano, había algunas habitaciones muy antiguas, donde se distinguía claramente la bóveda en la construcción. Allí vivía la señorita Anselma. Mujer de contextura delgada, de mediana estatura y entrada en años. Victoriano estaba seguro que era la más anciana del barrio. Evidentemente, su aspecto y algunas arrugas sobre su rostro, demostraban su percepción.
     Todos le decían:
     – ¡Señorita Anselma!
     Victoriano se preguntaba curiosamente, por qué la llamaban de esa manera, porque una señorita es una persona muy joven; y lo comprendería después de algunos años, porque nunca había tenido hijos.
     Sin embargo, ella vivía con una sobrina de unos veinticinco años de edad aproximadamente, de nombre Evangelina, madre soltera y con un hijo muy pequeño, de unos tres años, llamado Antonino. La señorita Anselma ocupaba una habitación, Evangelina y su hijo otra, y la tercera estaba destinada para unos familiares.  Con cierta frecuencia, llegaban a la casa de visita y Gerónima también venía.
     Un día y al empezar a sumergirse en la noche, Victoriano dejó su habitación y luego de cruzar por un pasadizo llegó hasta el primer patio, alumbrado por una luz de un foco antiguo, lleno de telarañas y sucio. Por un instante, desde donde se encontraba miró hacia el portón enorme y principal de la casa, y luego, volvió sus ojos hacia la izquierda para fijarlos sobre la puerta de la señorita Anselma, deteniéndose de pronto e interrumpiendo su caminar errátil. De unos cuantos pasos estuvo muy cerca y golpeó muy despacio la puerta de madera, como respetuosamente.
     La señorita Anselma había dividido su habitación en dos ambientes con un biombo y, en uno de ellos, había instalado un televisor moderno. Victoriano algunas veces encontró en él, la posibilidad de dejar que sus ojos y su espíritu, aunque sin saberlo, se deleiten y entren en regocijo. Siempre era bienvenido a la pequeña sala. Cuando la señorita Anselma o Evangelina miraban algún programa en el televisor, Victoriano se sentaba junto a ellas; y, algunas veces, fijaban sobre él sus pupilas dilatadas, de tal forma que su destino parecía ser el niño de siempre. Cuando ellas descansaban lo hacían detrás del biombo, y era el único espectador. A veces, estaba seguro de haber escuchado de alguna de ellas, un ruidito ininterrumpido con los dientes.
     El televisor despedía rayos de luz muy fuertes y con mucha claridad, en contraste con otros grises y muy oscuros. Daba la impresión que las paredes se llenaban de sombras fugaces y móviles. Cuando solo el aparato iluminaba el ambiente, la sensación era muy intensa. A las nueve y treinta de la noche, con la última programación, se retiraba y pasaba por el mismo pasadizo sin mirar en derredor para volver hacia el segundo patio, donde estaba su habitación.
     Después de tocar, esperó por unos instantes más, sintiéndose el silencio en el ambiente. Por un momento distinguió bajos sus pies, su misma sombra proyectada por la tenue luz, viéndola amplia, enormemente extraordinaria e imperfecta. Prontamente, sintió el crujir de la madera al momento de abrirse la puerta, y, Gerónima estaba parada frente a él, con las cejas bien pobladas, sus ojos claros y sus cabellos negros. Ella, siempre venía hacia la Gran Ciudad acompañando a su madre, de un valle enclavado en algunas montañas y muy cerca de la costa. La veía como una niña muy tranquila, educada, y reflejaba al momento el garbo de su madre.  
     Gerónima y Victoriano tenían la misma edad. ¿Qué descubrirían al mirarse resplandecientemente? ¿Cuál era el motivo inquieto de su contemplación? Los dos, uno frente al otro, con sus ojos claros, transparentes y brillantes, mientras algo los envolvía rebosante. Ellos no lo supieron, sin embargo, alguna vez creyeron encontrar en el interior de cada uno, cierta quietud del alma y algunos latidos transparentes. No eran necesarias las preguntas y las respuestas, para saber y estar seguro, que ella permitiría también su ingreso. Sus miradas fueron suficientes.
     Así, se encontraron juntos como alguna vez frente al televisor. Ambos sumergidos y abstraídos en la noche, en la misma silla amplia y de madera. Sin saberlo y sin que nadie lo pregunte incesantemente, estaban juntos; pero, no eran capaces de distinguirlo con toda la claridad humana. Ambos se miraron fijamente y con insistencia, y cada uno de sus ojos encontró en los otros, lo que no habían buscado antes. Sintieron la cercanía de sus cuerpos y la respiración, en forma insinuante. Instintivamente y por el rozar de sus dedos se tomaron de la mano con ligera incertidumbre, aunque con la sensación casi segura, de sentirse unidos en una parte del tiempo, el espacio y la vida. Nunca imaginaron y pensaron en algo prohibido, mientras que, sostenían con firmeza y con un ademán, una mano contra la otra. ¿Qué transformación sucedía? Victoriano trató de pensar en la niña, aunque no entendía ni diferenciaba la esencia de una mujer con respecto a ella. De momento, no cesaba de pegarse contra su brazo, y sólo advertía que su vida se complementaba.
    Rodeó su talle con uno de sus brazos, y la mirada de ella se perdió en el infinito, cuando se vio con la respiración agitada por sus besos, y estos siguieron uno tras otro, descubriendo la piel tibia y dulce, algo así como, el néctar a través de los labios.
     Gerónima llegaba de visita a la casa con su madre esporádicamente, de tal forma que, ninguno de los dos sabía con exactitud una nueva fecha de encuentro. De todas maneras, sea lo que sea, algo les decía que esperarían.

     Nadie podría precisar el tiempo en que estuvieron juntos esa noche. El tiempo no existe cuando las almas se encuentran. Una fracción de minuto puede parecer una eternidad. Lo cierto es que fue suficiente para tratar de entender, sin exclamar nada.

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