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Gerónima
Alrededor del primer patio de la casa vieja donde vivía Victoriano,
había algunas habitaciones muy antiguas, donde se distinguía claramente la
bóveda en la construcción. Allí vivía la señorita Anselma. Mujer de contextura
delgada, de mediana estatura y entrada en años. Victoriano estaba seguro que
era la más anciana del barrio. Evidentemente, su aspecto y algunas arrugas
sobre su rostro, demostraban su percepción.
Todos
le decían:
–
¡Señorita Anselma!
Victoriano se preguntaba curiosamente, por qué la llamaban de esa
manera, porque una señorita es una persona muy joven; y lo comprendería después
de algunos años, porque nunca había tenido hijos.
Sin
embargo, ella vivía con una sobrina de unos veinticinco años de edad
aproximadamente, de nombre Evangelina, madre soltera y con un hijo muy pequeño,
de unos tres años, llamado Antonino. La señorita Anselma ocupaba una
habitación, Evangelina y su hijo otra, y la tercera estaba destinada para unos
familiares. Con cierta frecuencia,
llegaban a la casa de visita y Gerónima también venía.
Un
día y al empezar a sumergirse en la noche, Victoriano dejó su habitación y
luego de cruzar por un pasadizo llegó hasta el primer patio, alumbrado por una
luz de un foco antiguo, lleno de telarañas y sucio. Por un instante, desde
donde se encontraba miró hacia el portón enorme y principal de la casa, y
luego, volvió sus ojos hacia la izquierda para fijarlos sobre la puerta de la
señorita Anselma, deteniéndose de pronto e interrumpiendo su caminar errátil.
De unos cuantos pasos estuvo muy cerca y golpeó muy despacio la puerta de
madera, como respetuosamente.
La
señorita Anselma había dividido su habitación en dos ambientes con un biombo y,
en uno de ellos, había instalado un televisor moderno. Victoriano algunas veces
encontró en él, la posibilidad de dejar que sus ojos y su espíritu, aunque sin
saberlo, se deleiten y entren en regocijo. Siempre era bienvenido a la pequeña
sala. Cuando la señorita Anselma o Evangelina miraban algún programa en el
televisor, Victoriano se sentaba junto a ellas; y, algunas veces, fijaban sobre
él sus pupilas dilatadas, de tal forma que su destino parecía ser el niño de
siempre. Cuando ellas descansaban lo hacían detrás del biombo, y era el único
espectador. A veces, estaba seguro de haber escuchado de alguna de ellas, un
ruidito ininterrumpido con los dientes.
El
televisor despedía rayos de luz muy fuertes y con mucha claridad, en contraste
con otros grises y muy oscuros. Daba la impresión que las paredes se llenaban
de sombras fugaces y móviles. Cuando solo el aparato iluminaba el ambiente, la
sensación era muy intensa. A las nueve y treinta de la noche, con la última
programación, se retiraba y pasaba por el mismo pasadizo sin mirar en derredor
para volver hacia el segundo patio, donde estaba su habitación.
Después
de tocar, esperó por unos instantes más, sintiéndose el silencio en el
ambiente. Por un momento distinguió bajos sus pies, su misma sombra proyectada
por la tenue luz, viéndola amplia, enormemente extraordinaria e imperfecta.
Prontamente, sintió el crujir de la madera al momento de abrirse la puerta, y,
Gerónima estaba parada frente a él, con las cejas bien pobladas, sus ojos
claros y sus cabellos negros. Ella, siempre venía hacia la Gran Ciudad
acompañando a su madre, de un valle enclavado en algunas montañas y muy cerca
de la costa. La veía como una niña muy tranquila, educada, y reflejaba al
momento el garbo de su madre.
Gerónima y Victoriano tenían la misma edad. ¿Qué descubrirían al mirarse
resplandecientemente? ¿Cuál era el motivo inquieto de su contemplación? Los
dos, uno frente al otro, con sus ojos claros, transparentes y brillantes,
mientras algo los envolvía rebosante. Ellos no lo supieron, sin embargo, alguna
vez creyeron encontrar en el interior de cada uno, cierta quietud del alma y
algunos latidos transparentes. No eran necesarias las preguntas y las
respuestas, para saber y estar seguro, que ella permitiría también su ingreso.
Sus miradas fueron suficientes.
Así,
se encontraron juntos como alguna vez frente al televisor. Ambos sumergidos y
abstraídos en la noche, en la misma silla amplia y de madera. Sin saberlo y sin
que nadie lo pregunte incesantemente, estaban juntos; pero, no eran capaces de
distinguirlo con toda la claridad humana. Ambos se miraron fijamente y con insistencia,
y cada uno de sus ojos encontró en los otros, lo que no habían buscado antes.
Sintieron la cercanía de sus cuerpos y la respiración, en forma insinuante.
Instintivamente y por el rozar de sus dedos se tomaron de la mano con ligera
incertidumbre, aunque con la sensación casi segura, de sentirse unidos en una
parte del tiempo, el espacio y la vida. Nunca imaginaron y pensaron en algo
prohibido, mientras que, sostenían con firmeza y con un ademán, una mano contra
la otra. ¿Qué transformación sucedía? Victoriano trató de pensar en la niña,
aunque no entendía ni diferenciaba la esencia de una mujer con respecto a ella.
De momento, no cesaba de pegarse contra su brazo, y sólo advertía que su vida
se complementaba.
Rodeó
su talle con uno de sus brazos, y la mirada de ella se perdió en el infinito,
cuando se vio con la respiración agitada por sus besos, y estos siguieron uno
tras otro, descubriendo la piel tibia y dulce, algo así como, el néctar a
través de los labios.
Gerónima llegaba de visita a la casa con su madre esporádicamente, de
tal forma que, ninguno de los dos sabía con exactitud una nueva fecha de
encuentro. De todas maneras, sea lo que sea, algo les decía que esperarían.
Nadie
podría precisar el tiempo en que estuvieron juntos esa noche. El tiempo no
existe cuando las almas se encuentran. Una fracción de minuto puede parecer una
eternidad. Lo cierto es que fue suficiente para tratar de entender, sin
exclamar nada.
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