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Los “niños especiales”
Isidro y Justino trataban de estar siempre juntos en la escuela y, en el
momento de los recreos, se habían acostumbrado a jugar simulando una carrera;
dibujando para ello sobre el piso, la ruta de la competencia.
–
¿Puedo continuar ahora? – preguntó Isidro resuelto, sosteniendo nerviosamente
entre sus manos el viejo juguete y sin ruedas, para posteriormente lanzarlo y
avanzar unos centímetros más.
–
¡Pero esta vez ganaré! – gritó Justino levantando la voz, mientras se preparaba
abriendo y cerrando los dedos de una de sus manos, para lanzar el suyo.
–
¡Oh! ¡Estás fuera de la línea! – exclamó
Isidro muy complacido, con gran expresión en sus ojos, agregando luego: –
Tendrás que volver al mismo lugar.
– ¡No
te creo! – dijo Rubén, extendiendo los brazos y levantándolos suavemente con
los dedos separados entre sí, agregando: – No ha salido fuera de la línea.
–
¿Por qué te entrometes? – gritó Isidro, frunciendo el seño y mirándole de
frente.
Varios muchachos se habían juntado desordenadamente alrededor de ellos,
porque el final, estaba cerca. Precisamente, habían trazado una línea blanca
sobre el piso y muy cerca de una puerta de madera, que servía de ingreso al
departamento del director, quien vivía en el colegio.
Cuando se disponían a reanudar el lanzamiento de los autos, hizo su
aparición e ingresó por la puerta principal de la escuela, la hija del
director. Todos voltearon en el acto desde donde estaban, olvidándose de la
gran carrera, para quedarse extasiados, mirándola, mientras la seguían con los
ojos iluminados, paso a paso, tratando de descubrir algo más de ella. ¿Qué más
tenía ella que les transportaba hacia otros sentidos? ¿Qué descubrían al
mirarla?
Ella
estudiaba y tenía unos once años de edad, y por alguna razón, había llegado
temprano ese día. Algunos la veían más mujer que niña, con una expresión
natural sobre sus ojos, diáfana y muy dulce, acompañada de unos labios carnosos
y que se tornaban de mujer. Los niños ya se habían dado cuenta que ella también
les miraba, inquieta; aunque, sin decir una palabra y haciendo un ademán de
saludo se apresuraba y se abría entre ellos, para ingresar hacia el
departamento.
El
sonido persistente y a lo lejos de la campana dispersó a todos, y Rubén fue el
primero y muy solícito en formarse, como siempre. Muy obediente a todas las
reglas e indicaciones del profesor. Sus compañeros le miraban y observaban
frecuentemente con inusitada curiosidad, porque se fue manifestando algo muy
singular y especial en sus expresiones y comportamiento diario. Años antes no
lo habían advertido, aunque ahora, cada vez era más evidente la suavidad de su
trato y sus movimientos afeminados. Nadie se explicaba la razón de su cambio,
ni tampoco lo intentaron.
En el
mismo salón de clases, otro niño llamado Maníal apareció de pronto con
singulares poses. Ya eran dos los que se manifestaban abiertamente y aunque al
comienzo todo no pasó de ser una simple broma, poco a poco, inquietó a otros,
quienes estaban deseosos de acercarse a ellos. De los dos, a Rubén se le veía
más delicado por lo delgado de su cuerpo y las facciones de su rostro que se
tornaban más espigados. En cambio Maníal, por ser de mayor estatura, se le veía
algo tosco, porque sobre su rostro se reflejaban algunas verrugas de alguna
enfermedad anterior, viéndose así más repulsivo, aunque más dispuesto a todo.
Realmente y aunque nadie lo había esperado, algunos compañeros de la
escuela, los más despiertos y de diversos grados, se sintieron atraídos hacia
ellos y parecía muy extraño porque, aprovechando algunos minutos destinados al
recreo escolar, armaban un gran barullo frente a los baños, tratando de
disimularlo con el juego de los más pequeños; aunque, en realidad, era más
evidente de lo que habían imaginado.
Especialmente en esas circunstancias, y en lo que parecía ser una gran
confusión de personas, Maníal se las arreglaba muy bien para ingresar junto a
un muchacho y casi de la misma edad, hacia uno de los baños. Luego de contados
minutos, que más parecían infinitos, salían con las mejillas encendidas, como
si se hubieran aplicado un maquillaje especial. Nadie sabía desde cuándo habían
empezado con todo esto, y algunos se sorprendían; mientras otros trataban de
disimular ante lo evidente. Ellos creían que pasaban inadvertidos, sin embargo,
incluso los de menor grado, levantaban la mirada desde sus lugares. ¿Maníal
manifestaba su naturalidad? ¿Otros niños eran los que presionaban para un
encuentro fortuito? Sin embargo, desde entonces, Rubén y Maníal fueron tratados
de una manera singular y no faltó de parte de alguno, una demostración
intencional de afecto o una palmada disimulada sobre sus nalgas, que despertaba
una vez más lo lujurioso del momento.
La
hija de director mostraba una sensación muy diferente y la atracción se fue
haciendo algo sexual para algunos, y para muchos obviamente algo desconocido.
Ella nunca se juntó con los niños, aunque saludaba a uno o dos cuando llegaba a
veces a la hora del recreo, y en esto, Isidro y Justino se sintieron muy
afortunados.
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