jueves, 26 de mayo de 2016

Los “niños especiales”

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 Los “niños especiales”

     Isidro y Justino trataban de estar siempre juntos en la escuela y, en el momento de los recreos, se habían acostumbrado a jugar simulando una carrera; dibujando para ello sobre el piso, la ruta de la competencia.
     – ¿Puedo continuar ahora? – preguntó Isidro resuelto, sosteniendo nerviosamente entre sus manos el viejo juguete y sin ruedas, para posteriormente lanzarlo y avanzar unos centímetros más.
     – ¡Pero esta vez ganaré! – gritó Justino levantando la voz, mientras se preparaba abriendo y cerrando los dedos de una de sus manos, para lanzar el suyo.
     – ¡Oh!  ¡Estás fuera de la línea! – exclamó Isidro muy complacido, con gran expresión en sus ojos, agregando luego: – Tendrás que volver al mismo lugar.
     – ¡No te creo! – dijo Rubén, extendiendo los brazos y levantándolos suavemente con los dedos separados entre sí, agregando: – No ha salido fuera de la línea.
      – ¿Por qué te entrometes? – gritó Isidro, frunciendo el seño y mirándole de frente.
     Varios muchachos se habían juntado desordenadamente alrededor de ellos, porque el final, estaba cerca. Precisamente, habían trazado una línea blanca sobre el piso y muy cerca de una puerta de madera, que servía de ingreso al departamento del director, quien vivía en el colegio.
     Cuando se disponían a reanudar el lanzamiento de los autos, hizo su aparición e ingresó por la puerta principal de la escuela, la hija del director. Todos voltearon en el acto desde donde estaban, olvidándose de la gran carrera, para quedarse extasiados, mirándola, mientras la seguían con los ojos iluminados, paso a paso, tratando de descubrir algo más de ella. ¿Qué más tenía ella que les transportaba hacia otros sentidos? ¿Qué descubrían al mirarla?
     Ella estudiaba y tenía unos once años de edad, y por alguna razón, había llegado temprano ese día. Algunos la veían más mujer que niña, con una expresión natural sobre sus ojos, diáfana y muy dulce, acompañada de unos labios carnosos y que se tornaban de mujer. Los niños ya se habían dado cuenta que ella también les miraba, inquieta; aunque, sin decir una palabra y haciendo un ademán de saludo se apresuraba y se abría entre ellos, para ingresar hacia el departamento. 
     El sonido persistente y a lo lejos de la campana dispersó a todos, y Rubén fue el primero y muy solícito en formarse, como siempre. Muy obediente a todas las reglas e indicaciones del profesor. Sus compañeros le miraban y observaban frecuentemente con inusitada curiosidad, porque se fue manifestando algo muy singular y especial en sus expresiones y comportamiento diario. Años antes no lo habían advertido, aunque ahora, cada vez era más evidente la suavidad de su trato y sus movimientos afeminados. Nadie se explicaba la razón de su cambio, ni tampoco lo intentaron.
     En el mismo salón de clases, otro niño llamado Maníal apareció de pronto con singulares poses. Ya eran dos los que se manifestaban abiertamente y aunque al comienzo todo no pasó de ser una simple broma, poco a poco, inquietó a otros, quienes estaban deseosos de acercarse a ellos. De los dos, a Rubén se le veía más delicado por lo delgado de su cuerpo y las facciones de su rostro que se tornaban más espigados. En cambio Maníal, por ser de mayor estatura, se le veía algo tosco, porque sobre su rostro se reflejaban algunas verrugas de alguna enfermedad anterior, viéndose así más repulsivo, aunque más dispuesto a todo.
     Realmente y aunque nadie lo había esperado, algunos compañeros de la escuela, los más despiertos y de diversos grados, se sintieron atraídos hacia ellos y parecía muy extraño porque, aprovechando algunos minutos destinados al recreo escolar, armaban un gran barullo frente a los baños, tratando de disimularlo con el juego de los más pequeños; aunque, en realidad, era más evidente de lo que habían imaginado.
     Especialmente en esas circunstancias, y en lo que parecía ser una gran confusión de personas, Maníal se las arreglaba muy bien para ingresar junto a un muchacho y casi de la misma edad, hacia uno de los baños. Luego de contados minutos, que más parecían infinitos, salían con las mejillas encendidas, como si se hubieran aplicado un maquillaje especial. Nadie sabía desde cuándo habían empezado con todo esto, y algunos se sorprendían; mientras otros trataban de disimular ante lo evidente. Ellos creían que pasaban inadvertidos, sin embargo, incluso los de menor grado, levantaban la mirada desde sus lugares. ¿Maníal manifestaba su naturalidad? ¿Otros niños eran los que presionaban para un encuentro fortuito? Sin embargo, desde entonces, Rubén y Maníal fueron tratados de una manera singular y no faltó de parte de alguno, una demostración intencional de afecto o una palmada disimulada sobre sus nalgas, que despertaba una vez más lo lujurioso del momento.
     La hija de director mostraba una sensación muy diferente y la atracción se fue haciendo algo sexual para algunos, y para muchos obviamente algo desconocido. Ella nunca se juntó con los niños, aunque saludaba a uno o dos cuando llegaba a veces a la hora del recreo, y en esto, Isidro y Justino se sintieron muy afortunados.


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