martes, 17 de mayo de 2016

La familia perfecta

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La familia perfecta

     Las dos niñas siempre caminaban muy esbeltas al transitar por la calle principal, y muchas personas ya se habían dado cuenta de ellas, creyendo con absoluta certeza y sin lugar a dudas, que eran mellizas. Ambas llevaban un mechón de sus cabellos, que caía suavemente sobre sus hombros, dándoles una apariencia femenina y muy cuidada. El color castaño de sus cabellos, resaltaba y brillaba a la luz del sol; aunque por las noches, se veía que adquirían una tonalidad de un color cenizo y oscuro. Parece que la forma del peinado sobre la sien, el pelo lacio y algo especial para el cabello, les daba y creaba una luminosidad brillante durante el día, y un resplandor oscuro y mágico en horas de la noche.
     Cuando estaban acompañadas de su madre, parecían en conjunto más bonitas; como sí el rostro de cada una de ellas, se llenase del aroma que brotaba de la otra. Según lo decían y obviamente por que habían tratado con ella, casi todos estaban seguros que la señora Dorita había sido formada muy bien y con esmero, en muy buenas familias y por efecto, sus dos hijas también. Ellas recibían a plenitud los mismos cuidados y enseñanzas, que su madre había asimilado con alegría en el transcurso de su vida. Ahora, la señora Dorita, quien era una madre ejemplar para algunos, aunque un poco soberbia y orgullosa para otros, las guiaba con todo el amor profundo para que sus hijas sean en el futuro, mujeres buenas y excelentes madres.
     El único hijo varón y engreído de la familia, ocupaba cronológicamente la edad intermedia entre las dos, no obstante, parecía el menor. No era fácil para alguien que no les conocía o frecuentaba, saber con precisión quien de los tres había nacido primero, porque se les veía de la misma edad y entre cada uno de ellos existía un poco más de nueve meses de diferencia, de tal manera que, según decían algunos, habían venido al mundo muy bendecidos y uno a continuación del otro.
     La mayor estaba por cumplir los nueve años de edad y los menores también se preparaban para festejar los siguientes onomásticos. Nikola era el varón, y muy poco acompañaba a sus hermanas cuando salían, porque a veces las sentía distantes, ya que no hablaban con nadie y ni siquiera le dirigían la mirada o tomaban en cuenta cuando estaban los tres juntos sobre alguna calle. Es por eso que, prefería quedarse y compartir con su padre, conversando y recordando el momento en que hacía algunos años habían incursionado con mucho esfuerzo y empeño en una pequeña empresa, logrando así instalar una gran bodega, siendo después muy concurrida por la gente. Naturalmente, ya había pasado ese tiempo, y la experiencia y los orígenes del señor Zhefarovich le impulsaba a buscar un porvenir y mejores oportunidades. Así, ya tenía en perspectiva otro empleo y bien remunerado, donde tendría que hacerse cargo de una sucursal exportadora de lana en la zona andina de la república. Nikola escuchaba con gran satisfacción a su padre, cuando se refería a los nuevos planes de la familia y al deseo profundo de hacer todo lo posible para que todos sean un día mejores profesionales.
     Las hermanas de Nikola, nunca se juntaron con los niños de la calle principal; y, aunque vivían en el mismo vecindario, tampoco les miraban. Ellas pasaban bien peinadas, mirando siempre hacia adelante y en dirección al puente, llevando trajes muy hermosos, limpios y con muchos colores refulgentes. Era visible que su madre se desvivía en todos los cuidados y ellas estaban felices de vivir en una familia armoniosa. El hermano, por su naturaleza masculina, fue algo diferente y tuvo muchos encuentros inolvidables con muchos amigos, aunque en algunas ocasiones con cierta reserva.
     Un saludo al parecer pensado y muy cordial, era todo lo que tenía la señora Dorita con algunas vecinas más cercanas. Al pasar entre ellas, la miraban con cierta curiosidad femenina desde el ángulo más preferido, sonriendo al contemplarla por un costado y advertir el movimiento ondulante de sus piernas, especialmente a la altura de las rodillas; claro, ellas parecían frágiles y alguna vez pensaron que podían quebrarse con cualquier movimiento brusco. Se preguntaban con mucha curiosidad cómo y de qué forma había concebido tres hijos, y habían tratado de imaginarse por las circunstancias que habría pasado para parirlos. No solo daba la impresión de ser muy frágil, realmente lo era desde cualquier ángulo, y alguna vez alguien pensó que todavía podía ser virgen. Obviamente, era la imaginación y el sentir de otras mujeres al verla delicada, suave y delgada, con la mirada a veces de niña y con la dulzura puesta entre sus labios. Otras la miraban con cuidado, creyendo percibir una apariencia algo extraña y muy calculada, aunque probablemente era simplemente su forma de mujer.
     Cuando caminaba junto a su esposo, se manifestaba un contraste muy singular. Ella, de regular estatura y con aires de culta; mientras el hombre, con la gracia y el porte europeo. Incluso al parecer, el color de su piel había sufrido una metamorfosis. Así decían algunas, quienes lo habían advertido, aunque ligeramente. El color de las mejillas de la señora Dorita, poco a poco había adquirido la misma tonalidad de la piel de su esposo. Era increíble y no había una explicación valedera. No faltó alguien argumentando en todas sus explicaciones, que todo era  parte del amor profundo, inconfundiblemente; despertando en los esposos y sin ninguna duda, algo que otros se atrevieron a llamarlo como mágico. La magia de sentirse toda una vida amado y corresponder absolutamente con la misma medida e intensidad. El amor, la comprensión y la buena voluntad eran tan fuertes que los colores se habían tornado similares.
     El señor Zhefarovich, oriundo de Yugoslavia, había traído otra cultura y lo demostraba en su trato y don de gente, expresándose amablemente, con atención y naturalidad. Había conseguido aprender el español con mucho esfuerzo, aunque muy rápidamente, mostrándose cortés con todos sus amigos y conocidos, principalmente con Novak, amigo de infancia.
     Zhefarovich y Novak habían nacido en dos pueblos muy cercanos en la parte sur de Yugoslavia. La niñez los juntó con inusitada alegría. Los estudios elementales y secundarios los juntó también; y un día, la guerra los puso a los dos en el frente de batalla en defensa de los alemanes. Nunca llegaron a comprender, por qué se pusieron en defensa de un país que no era el suyo; aunque, preferían olvidar esos episodios y la forma en que habían escapado de las persecuciones al finalizar la guerra. Se vieron una mañana, antes de zarpar de un puerto europeo, con la mayor disyuntiva que las circunstancias y la vida, les había prodigado. Quedarse en algún país europeo y seguir escapando indeterminadamente de las represalias, o intentar una nueva vida en América del Sur. Ellos ya habían escuchado que previamente algunos compatriotas habían fugado a diferentes partes del mundo, y ahora les tocaba decidir. Con la esperanza de todo hombre por empezar de nuevo, estaban casi seguros que, en cualquier lugar podrían intentar ser felices a su manera.
     No se habían equivocado. Al llegar a Sudamérica, la vida, la preciosa vida, les había dado la oportunidad de vivir en el mismo lugar y de conocer a dos damas encantadoras. Sus vidas se llenaron de un inmenso amor y dicha incomparable. A pesar que cada uno formó una familia, muchos encuentros se dieron con frecuencia, y el pasar de los años, les trajo unos hijos preciosos, lo que incrementó la amistad y alegría por compartir.
     Muchas de las personas que conocieron a Zhefarovich, resaltaron siempre su gran caballerosidad, sus palabras de afecto y su amistad natural en un apretón de manos; conjuntamente con la sinceridad de su sonrisa y la energía de un ser, pleno de paz y de armonía por vivir. De la misma manera, su esposa Dorita se sintió muy afortunada, por tener un hombre cariñoso, honrado, fiel y dedicado completamente a la familia. Sus hijos pasaron a  ser el motivo de su existencia.

     Algunos niños como Matías, Camilo, Victoriano, e incluso Lucía, a pesar de sus edades, miraban a Marja y Mirjana Zhefarovich con mucha curiosidad y de alguna forma, extasiados. Las veían pasar y parecía que siempre lo hacían de perfil. Nunca volteaban ni por un instante, aún así, al sentir la cercanía de ellas y el perfume de su madre, era suficiente para saber que pertenecían a ellos también. Bastaba eso y la presencia de su hermano en algunas ocasiones, los llenaba por completo.

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