sábado, 21 de mayo de 2016

La primera travesura

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 La primera travesura

     Una noche, Victoriano estaba a un costado de la puerta principal de la casa, mirando hacia el puente por un largo rato. El puente parecía mágico, porque a través de él, se llegaba y descubría muchos sitios importantes. Victoriano se apoyaba muy tranquilo a un antiguo poste de madera que servía para el alumbrado público. Las últimas personas transitaban y algunos automóviles se desplazaban pesadamente por la calle, al tener una ligera pendiente.
     Como algo inusual, observó que Matías salía de la casa de enfrente y encaminó sus pasos hacia él, diciéndole con una mirada sospechosa:
     – Tenemos que hacer algo.
     Percibió algo extraño en el tono de sus palabras y en el brillo de sus ojos por unos instantes y luego lo olvidó, ya que él volvió a comentar sobre Lucía como lo hizo un día empleando las peores palabras. Era execrable. Sus particularidades de niño afloraban como tomando vida, en actitudes, lenguaje, gestos y formas de ser. De esa manera, Matías tenía formada parte de su esencia.        
     Matías parecía más inquieto por alguna incertidumbre. Dirigía la mirada hacia arriba y hacia abajo, girando la cabeza con incomprensible obstinación. El resplandor de las bombillas eléctricas de la calle era visible, aunque pálidamente. Matías, al parecer, trataba de escrutar dos o tres automóviles que se encontraban estacionados hacia el costado derecho de la calle. Luego, fijó sus ojos en uno de ellos, diciendo:
     – Imagino que habrá algunas herramientas y la gata del vehículo.
     – ¡Oh! – atinó a exclamar Victoriano, no estando seguro de lo que escuchaba.
     – Tengo un desarmador y un pedazo de alambre – dijo Matías, mientras tanto los mostraba con cuidado.
     – ¿Abrirás la maletera? – interrogó Victoriano.
     – Exacto – contestó Matías con cierta expresión enconada –, me tienes que ayudar y podemos vender después las cosas a un buen precio. Conozco a uno que le puede interesar.
     – Algunas personas aún caminan por la calle – afirmó Victoriano, señalando disimuladamente en diferentes direcciones.
     – A ellos, no les interesa – sentenció Matías, no estando dispuesto de advertir tales sutilezas, y manteniendo la seguridad en el tono de su voz; aunque al mismo tiempo, sentía mucha vacilación.
     De la puerta principal, desde donde se encontraban, subieron aproximadamente diez metros más y trataron de ocultarse bajo el dintel de una puerta cerrada. Los dos se encontraban frente a una fechoría, sin poder percibir las consecuencias inmediatas. Todo resultaba más decisivo aún, a esas horas de la noche. Uno de ellos contaba con unos cuantos años más; con todo, la edad no le daba plena capacidad de raciocinio sobre sus actos.
     Victoriano sintió la necesidad de acompañarle, aunque no sabiendo exactamente por qué. Tenía que hacerlo, aún perdiendo toda previsión. En esas circunstancias, al volver a escucharlo, se sintió persuadido y finalmente seducido sobre sus intenciones. Pero, aún así, quiso huir y desistir de su propósito, probablemente librarse y clamar esforzadamente. Sin embargo, sonrió y tembló de coraje, permaneciendo junto a él, sacando fuerzas de flaqueza, para asumir una nueva actitud. Así, se sintió llevado en volandas, con inusitada y excitada alegría. Principalmente, esto último le había disuadido de su miedo, transformándose en vital osadía.
     Victoriano percibió todas las facciones de Matías en un segundo y tomó de esa energía el valor que necesitaba. De pronto y sin haberlo pensado más, cruzaron la calle en dirección de un automóvil moderno y se agazaparon detrás de él. Algunos autos aún subían provenientes del otro extremo de la Gran Ciudad, y a lo lejos se percibía el movimiento de una persona. Matías, que daba muestras de su destreza, introdujo con cuidado un desarmador por la cerradura de la maletera y la forzó suavemente; entre tanto, levantaba los ojos para ver la cercanía de alguien, mientras le dirigía también, una mirada amistosa a Victoriano. A él, le pareció espantosa e hizo alguna mueca de incredulidad, sintiéndose partícipe de algo desconocido y emocionante a la vez. No era capaz de describir fácilmente todas las sensaciones que envolvieron su mente, al ver a Matías, manipulando hábilmente la herramienta con sus dedos. Resultó mucho más fuerte, cuando la maletera cedió a los intentos y el contenido de su interior se mostró a los ojos ávidos de deseo por el robo y la curiosidad de lo nuevo.
     La llave de ruedas y la gata, fue lo primero que buscó Matías en medio de unos sacos viejos. La habilidad con sus manos le hizo diestro también en esa búsqueda. Sin haberlo sospechado, Victoriano advirtió que Matías le alcanzaba la gata y no tuvo más remedio que recibirlo en una de sus manos, sintiendo ligeramente su peso. Al mismo tiempo, hizo un esfuerzo por mirarle claramente, y se aterrorizó al verle removiéndolo todo y sujetando entre sus manos varias cosas más.
     Tenían el botín entre sus manos y varios trapos viejos cayeron sobre el piso, dando la impresión de un gran barullo. Un automóvil pasó junto a ellos, sonando como un silbido, y ambos permanecieron contemplándolo, vacilantes todavía, mientras se perdía en el otro extremo de la calle. Matías logró juntar la puerta con la mayor rapidez posible, asimismo, empujaba los trapos debajo del automóvil con uno de sus pies, presuroso. Ambos dieron el primer paso para correr atropelladamente, aunque, sintieron que lo hacían lentamente, al darse cuenta que una persona que transitaba por el lugar, movía suavemente la cabeza con pesar.
     ¿Hacia dónde corrían? Victoriano no recordaba si habían conversado sobre eso. Es que, ¿Matías ya lo sabía?
     Simplemente, bajaron unos metros en estampida y los dos se vieron ingresando hacia la casa vieja, como si lo hubieran acordado antes. Atravesaron ruidosamente la puerta principal hasta el primer patio, pasando muy cerca de las habitaciones de la señorita Anselma, que aún eran alumbradas externamente por el resplandor de una tenue luz; dirigiéndose luego, hacia un callejón angosto y empedrado, que llegaba hasta la puerta de la habitación de Victoriano. Buscó las llaves con esmero entre sus bolsillos, y retrocedió un paso, incrédulo, al fijar sobre su mente la imagen de Gerónima. Después de atravesar el umbral, y aún reprimiendo un gesto, los dos se vieron juntos, en complicidad, con todas las cosas entre sus manos.
     Nadie lo había previsto, sin embargo, terminaron viéndose los ojos saltones y buscando instintivamente algún lugar para seguir escondiendo lo robado. Encontrando luego, el mejor sitio, junto a las cajas de cartón y unos papeles, que se encontraban casi en una esquina de la habitación.
     – Mañana veremos a quién vendemos estas cosas – afirmó Matías, entre tanto, se despedía casi presuroso, como queriéndose librar de todo ello.
     ¿Por qué habían corrido en dirección de su casa? ¿Por qué se quedaban las cosas robadas con él? Victoriano no encontró respuesta alguna a tales interrogantes, y a otras que, afloraron de su mente. Llegó incluso a no comprender lo que había pasado y se dijo a sí mismo, que hubiera sigo mejor llevar todas las cosas hacia donde vivía Matías, allí tenían un gran depósito y muchísimos lugares, hasta para esconderse uno mismo.
     Por un momento, apartó sus ojos y su pensamiento de todo eso, cuando la vio a ella; y, recobró su sonrisa al contemplarla por largos minutos, acariciándola suavemente, mientras le decía:
     – Minina, mininita…
     Parecía que los días pasaron presurosamente y las herramientas continuaban como esperando, en medio de cartones y papeles. Ya para ese entonces, Victoriano había olvidado por completo esa circunstancia. Una mañana y en su puerta, apareció Matías aparentando estar de prisa, aunque por la vocalización de sus palabras y por su mirada, más daba la impresión de estar desesperado, mientras decía casi en voz baja y atropelladamente, moviendo el labio inferior nerviosamente:
     – Un conocido quiere comprar la gata y la llave de ruedas. Está esperando desde ayer y con el dinero en la mano. Necesito urgente ese dinero para entregarle a…
     – ¿En este momento? – interrumpió Victoriano.
     – Sí, sí, – respondió Matías, mientras pasaba una de sus manos con los dedos abiertos por su frente, y musitaba con la mirada perdida hacia el vacío: es para ella.
     – Muy bien – asintió Victoriano –, aquí deben estar.
     – Pediré un buen billete… – afirmó Matías, volviendo a pasar ahora ambas manos por su frente, agregando luego y balbuceante: – Creo que es todo lo que necesito, además estoy seguro que es un buen precio.
     Victoriano no supo que responder, ni tenía la menor idea aproximada de lo que podría costar la gata, ni estaba interesado en conocer alguna estimación.
     – Le dije que la tenía guardada en tu casa – afirmó Matías más inquieto y mirando hacia todos los rincones –, y creo que se sorprendió un poco. Lo bueno es que no me hizo preguntas estúpidas; aunque, su mirada fue muy especial.
      Salieron de la habitación en silencio y Matías sostenía la bolsa. Sus primeros pasos por el pasillo fueron tranquilos. Entre tanto, Victoriano trató de imaginarse todas las palabras que probablemente habría empleado Matías para contar y justificar plenamente la posesión de la gata. Aunque creía no tener nada que temer, algunos pensamientos comenzaron a invadir su alma y por un momento se sintió formando parte de algo incorrecto, cuestionándose en el acto e interrogándose repetidamente. ¿Tendré el valor de acompañar a Matías hasta donde se encuentra el hombre? ¿Podré mirarle la cara sin sentir culpa alguna? ¿Estoy demostrando mi complicidad?
     Al salir de la casa, Matías cruzó la pista resuelto con la bolsa negra entre sus manos. Victoriano, simplemente no pudo hacerlo. Se quedó sobre la vereda, inmóvil y junto al poste de madera, mientras ladeaba su cabeza.
      El hombre esperaba con una impaciencia perceptible y sus ojos se abrieron mientras retorcía sus manos vigorosamente. Expresaba codicia en el brillo de sus ojos y en la forma de la comisura de los labios, al querer sonreír frente a un imaginado y supuesto botín. ¿Lo sabía? ¿El ser adulto le daba la capacidad de entenderlo de esa manera?
     Victoriano volvió sobre sus pasos, no sin antes ver la alegría de Matías al entregar la bolsa y recibir también una expresión de complicidad, conjuntamente con un billete maltratado por el tiempo.



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