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Las expresiones ofensivas contra
Lucía
Matías casi nunca le buscaba en su habitación, sin embargo, ese día tocó
la puerta con unos golpecitos breves, oyéndose afuera y muy lejos. Victoriano
se encontraba aún sobre la cama y leía una historieta. Al levantarse y luego de
quitar la barra de metal que se apoyaba contra el piso a manera de tranca,
abrió la puerta con manos presurosas, para volver hacia su lecho, cubriéndose
de nuevo y sobre todo con gran rapidez.
Matías pasó el umbral de la entrada sigilosamente con algo entre sus
manos, atisbando en derredor y abriéndose paso con una mirada despierta y
atenta, mientras se sentaba cerca de sus pies, diciéndole:
–
Tengo varios libros de matemáticas e historia. ¿Conoces de alguien que pueda
comprarlos?
– No
– respondió Victoriano, con severa negativa.
– Los
puedes mirar – dijo Matías con cierta insistencia, y los alcanzó hacia sus
manos con un difícil movimiento.
Los
libros no estaban nuevos y más parecía que habían sido utilizados en alguna
escuela primaria.
Matías volvió a decir:
– Son
libros que los he encontrado en mi casa, creo que son de Lucía.
Cuando mencionó sobre su casa y aunque quedaba en la misma calle,
realmente no lo era. Su madre trabajaba como empleada doméstica y al parecer,
los dueños la conocían desde hacía muchos años, depositando en ella toda la
confianza. Matías les llamaba de tíos cuando quería o simplemente de sus
nombres. Su casa, como la nombraba, tenía varios pisos y la familia de alguna
manera numerosa, se había distribuido todos los ambientes, quedando en una
parte del primero un amplio y desordenado depósito, que era administrado por
uno de ellos.
En la
misma casa vivía Lucía y contaba aproximadamente con diez años de edad. Por ser
muy delgada se veía muy frágil. Cuando usaba vestidos altos los domingos, día
en que asistía a una iglesia acompañando a su madre, se dejaba ver unas piernas
enormes y largas. Cualquiera podía darse cuenta que el contorno de la cara
había adquirido simultáneamente la forma alargada de todo su cuerpo. Nunca se
supo quién fue su padre y nadie comentó sobre ello, aunque en cierta ocasión,
se difundió el rumor entre algunas personas, que la madre había sido ultrajada
por un desconocido.
Matías hablaba de ella. Posiblemente, por estar en la misma casa y por
la cercanía, empezó a sentir cierta atracción desconocida. Matías estaba muy
cerca de los doce años, pero se le veía muy pequeño. Su estatura resultaba
regresivamente baja en comparación al promedio de los niños del lugar. Sin
embargo, era muy vivaz y sus ojos saltaban muchas veces al compás de sus
movimientos rápidos, destacando frente a todos los niños que jugaban con él.
Lucía
por estar cerca, compartir los mismos pasillos y las escalerillas comunes de la
casa, se sintió en algún momento, inquieta y perturbada; porque Matías empezó a
jugar con ella, abrazándola y simulando cualquier juego singular. Matías no
solo la envolvía entre sus brazos y la rozaba sutilmente. La pegaba a su cuerpo
insistentemente y comenzó a llenarse de emociones.
Naturalmente
y sin saber que pronto entraría en la pubertad, advirtió a través de sus
sentidos el deseo carnal. Además, el instinto humano y emocional pedía más.
Lucía
no estaba dispuesta a dar a conocer a su madre lo que estaba sucediendo, porque
y sin saberlo, algo le decía sus sentidos escondidos. Nunca pensó en algo
pecaminoso, además, no son palabras que se entienden y mucho menos se razona.
Solamente se dejaba llevar. Fue inevitable cuando un día sintió los labios de
Matías sobre los suyos y cuando se vio sin ropa interior, sintiendo singulares
caricias en sus partes más íntimas. Definitivamente, Matías demostraba ser más
osado y audaz, donde su instinto, les transportaba a ambos por nuevos placeres,
lujuriosos e incomprendidos.
Los
libros los había sacado del pequeño departamento que ocupaba Lucía y su madre.
¿Para qué necesitaba el dinero? Victoriano no encontraba explicación alguna e
inmediata.
Cuando Victoriano tuvo un libro entre sus manos, lo miró sin mostrar
impresión alguna. Lógicamente había sido utilizado. Por simple curiosidad pasó
algunas hojas, percibiendo que varias estaban escritas con rasgos toscos y con
mala letra. Se leía expresiones ofensivas contra el honor, como “Lucía es una
puta”. Sin preguntarle, Victoriano estaba completamente seguro que había sido
escrito por Matías. Comprendió que las frases nunca debieron ser escritas. No
podía dilucidar con claridad, no obstante, en el fondo no concebía la idea de
que, alguna persona plasmara un comentario agraviante y ofensivo contra una
mujer, que estaba representada en Lucía y todavía niña. Sin embargo, Victoriano
no poseía la capacidad analítica como para hacer una separación sustancial
entre lo bueno y lo malo. De ser así, básicamente hubiera desechado lo
indeseable, expulsándolo de su vida, y aquí se hubiera encontrado su amigo
Matías.
La
impresión que le causó leer tales adjetivos, quedarían grabados en una parte de
su existencia. Claro, no se lo había propuesto y quedaron allí, no siendo capaz
de encontrar mayores explicaciones.
Posteriormente, los libros pasaron a segundo plano y poco a poco los
comentarios sobre Lucía también. Quedó en el ambiente un diálogo formal de
niños y alguna risa. Naturalmente, Matías se mostraba mucho más expresivo y sus
ojos se movían inquietos.
Al
salir Matías de la habitación dejó los libros. No supo dónde llevarlos ya que
ninguno le pertenecía. Sin saberlo, Victoriano se convirtió algo así como en su
cómplice.
Con
el tiempo, los libros terminaron en uno de los cajones de cartón que se hallaba
en la habitación, y poco a poco, el polvo los fue cubriendo, destacándose
posteriormente la formación de pequeñas telarañas, que mostraban la germinación
y metamorfosis de la vida de algún arácnido.
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