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Otro
teniente
Esa mañana de domingo, le llevaron ante la
presencia del teniente. Era un ambiente cerrado, casi herméticamente. Había una
ventana de metal cuyos vidrios habían sido pintados de blanco, y que
indubitablemente, nunca había sido abierta, porque la manija mostraba un oxido,
formando un solo cuerpo con el conjunto.
Allí estaba el teniente, detrás de un
escritorio amplio y antiguo y de madera gruesa. Miraba con sus ojos vidriosos y
clínicos, cualquier movimiento que se producía frente a él. Al momento de
ingresar Victoriano acompañado de otro policía, distinguió claramente a su
padre, sentado y bien ubicado sobre una silla de madera, frente al teniente.
Ambos al parecer conversaban. Una silla bien dispuesta junto a su padre,
esperaba su presencia.
Al sentarse, la silla crujió con un ruido
extraño. Advirtió algo sublime que llevaba su progenitor a manera de áurea y
estaba sereno como siempre, con la mirada llena de paz y entendimiento. El
sombrero de paño negro estaba en una de sus manos, resaltando en su rostro la
experiencia de muchos años vividos.
Al moverse el teniente sobre un sillón
antiguo, intentando acomodar sus brazos, se escuchó también un ruido extraño,
siendo extravagante, como quien se resiste a la presión o al peso.
Posteriormente, puso sus dos manos sobre el escritorio, que estaba vacío.
Parecía que, muy temprano habían intentado quitar el polvo, percibiéndose las
huellas de una limpieza ligera. La poca luz que penetraba a través de la
ventana, era lo que iluminaba el ambiente. Predominaba un color café oscuro,
remarcándose sobre un piso del mismo tono, de una loseta antigua, haciendo
también, un juego enfermizo con los muebles
oscuros.
El oficial miró oblicuamente a Victoriano
e intentó mantenerse serio, pensando seguro a la altura de su investidura y
responsabilidad.
– ¡Tú eres Victoriano! – le dijo,
mirándole a los ojos, mientras los dedos de la mano derecha golpeaban la madera
toscamente, empezando por el meñique y terminando en el índice.
– Sí – respondió de forma natural.
– ¿Qué dijiste ayer? – preguntó el oficial
con énfasis y voz algo grave, mientras volteaba su rostro para mirar a su
padre.
Y como si el movimiento no tuviera fin, la
mirada siguió desplazándose, hasta fijarse en el rostro del policía que había
acompañado a Victoriano, quien esperaba de pie junto a la puerta. El hombre por
cierto, adquirió una posición más firme al verse observado por el teniente,
tragando saliva en el acto, ya que a través de su cuello, se distinguió un
movimiento oscilante, reflejándose el paso del líquido a través de la tráquea.
El guardia cambió de color y dirigió la mirada hacia el frente, asumiendo una
posición de espera indeseable y maldita.
Al notar tal compostura, el teniente
deslizó su mirada desde sus cabellos hasta los pies, deteniéndose un instante
en las arrugas cuarteadas que mostraban sus zapatos. De inmediato, volvió los
ojos en una micra de fracción del tiempo, al escuchar la respuesta de
Victoriano:
– ¡Yo soy de izquierda!
– ¿Te consideras uno de ellos? – dijo el
oficial, con una actitud profundamente interrogadora y frunciendo el ceño
sobremanera, mientras la mirada volvía sobre el mismo recorrido anterior,
terminando en el policía que seguía de pie. Una vez más trataba de mantenerse
en una posición de firmes, estirando el cuello notoriamente y con cierta
rudeza.
El padre de Victoriano, permanecía muy
tranquilo, y el sombrero pasó de una mano hacia la otra. Al parecer, nada o muy
poco turbaba sus sentidos; aunque probablemente, sus pensamientos y su mirar se
mantenían expectantes y mucho más de lo que uno pudiera imaginar.
– ¡Sí! – respondió Victoriano,
pausadamente, y pensó que estaba en lo correcto.
– ¡Yo creo que no me dices la verdad! –
afirmó el oficial, mientras volvió a removerse en el sillón, produciéndose de
nuevo el crujir de la madera y golpeando la mesa a manera de tambor, ahora, con
sus cinco dedos y terminando en el pulgar.
El padre de Victoriano seguía la
conversación muy tranquilo, asintiendo algunas veces con un movimiento muy
suave de cabeza. Otras veces, estaba muy atento a las palabras del oficial. El
otro agente, seguía junto a la puerta; y su cuerpo y hombros especialmente,
volvieron a laxarse.
Una vez más, la mirada volvió por el mismo
recorrido, mientras el agente volvía también a estirar el cuello. De una vez, y
aunque no podía decirlo, ya no le resultaba de su agrado que el teniente fijase
sus ojos por más tiempo sobre sus zapatos, que obviamente ese día, no mostraban
el mejor cuidado.
Tratando de acomodarse e intentando
esconder sus pies de la mirada del oficial, avanzó sobre su costado derecho un
paso, precisamente el lugar perfecto, en donde una de las esquinas del
escritorio se interponía entre la mirada y el calzado. Por enésima vez, asumió
la misma posición erguida, aunque ahora, al estirar su cuello, dibujó sobre su
rostro una actitud de mayor seguridad y confianza. Simplemente se sentía
vencedor, al alejar sus pies de los ojos del teniente; además, claro está, no
tenía ningún derecho para auscultarlo de esa manera.
– Es cierto y estoy impresionado –
respondió Victoriano.
– Por supuesto que debes estarlo – dijo el
oficial –, además, yo te aconsejaría que no te metas en esos asuntos.
– Bueno – afirmó Victoriano.
– Le aconsejaría señor – dijo el oficial,
dirigiéndose a su padre –, conversar con su hijo sobre las consecuencias que
puede tener.
– Muchas gracias, mi teniente – contestó
el padre de Victoriano.
– Sí – afirmó el oficial –, es importante
que la juventud esté enterada, que nada consiguen con apoyar a esos movimientos
que ahora actúan libremente y no conduce a nada bueno. Algún día se puede
encontrar con más problemas.
Terminó sus últimas palabras algo así como
en trance, moviendo ambas manos sobre la mesa, dando unos golpecitos a manera
de percusión y usando todos sus dedos. Un eco a manera de tambor retumbó con
mayor fuerza dentro de la habitación, y al dejar de hacer por un instante el movimiento,
acomodó su cuerpo una vez más sobre el sillón, retorciéndose hasta que las
maderas crujieron lastimeramente. El policía que estaba junto a la puerta,
dirigió su mirada con descaro, clavando sus ojos en el respaldo del sillón del oficial todo el tiempo que pudo,
mostrando incomodidad en sus facciones al escuchar repetidas veces el mismo
crujir del madero.
El teniente no había notado las actitudes
espontáneas, resueltas o intencionales del subalterno y, al terminar de decir
su última palabra, desplazó su mirada lentamente sobre el rostro de las
personas, recorriendo un poco más, para terminar sobre los ojos del agente.
Ambos se sorprendieron, sobresaltándose, al encontrarse las miradas dirigidas
del uno hacia el otro. Obviamente, ninguno de los dos había esperado
encontrarse de esa manera; sin embargo ahora, el teniente trato de apartar la
mirada, mientras el policía hacía lo mismo, como si se hubieran puesto de
acuerdo en sus incomodidades, para rehuirse. El subalterno acomodó su cuerpo
con aplomo, mostrando la primera mueca satisfecha.
Para el teniente, no le fue fácil
encontrar los pies ni los zapatos cuarteados que buscaba, es por ello que,
ahora se movía sobre su asiento crujiente, mientras estiraba su cuello hacia la
izquierda, tratando de encontrar el mejor ángulo. Al no conseguirlo, volvió
sobre el movimiento de su mano derecha, insatisfecho.
– Conversaré con él – respondió
serenamente el padre de Victoriano, mientras asentía con un movimiento de
cabeza.
– Claro – balbuceó el oficial – hallándose
ahora más entretenido en sus propios pensamientos y deducciones.
– Gracias, nuevamente.
– Muy bien, su hijo puede irse y no olvide
de conversar mucho sobre el tema.
Al instante se pusieron de pie y se
estrecharon las manos. Con gusto, el oficial solicitó al agente acompañarles
hasta la puerta, siendo el último en atravesarla y escuchar a su espalda el
crujir de la madera. En ese instante, Victoriano imaginó de pronto el último
vistazo de los ojos del oficial sobre sus pies, seguro buscando una grieta más.